jueves, 7 de enero de 2010

Las tímidas escenas de sexo de los nuevos escritores norteamericanos

Philip Roth. Foto: LeMond.fr
Por: Katie Roiphe. Prof. Univ. de N. York

LOS VIEJOS NOVELISTAS, COMO PHILIP ROTH, BUSCABAN DERROTAR A LA MUERTE CON EL SEXO
Para una cultura literaria que teme estar al borde de la aniquilación total, somos extremadamente arrogantes con respecto a los grandes novelistas masculinos del siglo pasado. Se convirtió en algo popular reprobar a esos autores, y más particularmente, ridiculizar las escenas de sexo en sus novelas. Incluso los jóvenes escritores que parecen ser sus herederos aparentes, han repudiado la virilidad agresiva de sus predecesores.
Después de leer una escena de sexo en La humillación, la última novela de Philip Roth, alguien a quien conozco arrojó el libro a la basura. No fue exactamente la furia feminista lo que la motivó. En sintonía con esta anécdota privada, limitada, hay una calidad punitiva en las críticas publicadas que siempre es reveladora de algo más grande en la cultura, algo más allá del fracaso de un escritor añoso en producir suficientes oraciones buenas. Todo esto es como decir: ¿cómo es posible que las escenas de sexo de Roth aún nos enfurezcan?
En las primeras novelas de Roth y su grupo había, en sus pasajes obscenos, un sentido de novedad, de noticia, de ruptura. A lo largo de la década del 60, con libros como Sueño americano, de Roth, y Corre, conejo (John Updike) se pensaba que sus autores estaban informando desde una nueva frontera de conducta sexual: adulterio, sexo anal, sexo oral, ménage-à-trois, todo con la excitación de lo nuevo, o al menos, de lo recién discutido. Estos novelistas escribían sobre los dormitorios de la clase media con la excitación de tener a los censores a sus espaldas, con el juicio por obscenidad de 1960 sobre El amante de Lady Chatterley todavía fresco. Estos escritores jóvenes -Norman Mailer, Roth, Updike- tomaban el tema para adultos de John O'Hara y Henry Miller, aunque con una pizca de periodismo moderno.
Los pasajes explícitos de Roth caminan por una línea fina, difícil, entre la oscuridad, el humor y la lujuria. En estas escenas hay furia, venganza y algo de sexismo común y corriente, pero son -en su fuerza, en su inteligencia- carismáticas, una celebración de la virilidad de sus protagonistas.En 1960, Updike, con 28 años, consolidó su reputación con su novela Corre, conejo, acerca de un ex jugador de básquet devenido en vendedor de utensilios de cocina. Harry (Rabbit) Angstrom tiene sexo con una amante rolliza y promiscua y vuelve a su casa, a una esposa que ebria, ha ahogado a su bebé recién nacido. Unos pocos años más tarde, Mailer le dijo a Updike que debería volver al burdel y dejar de preocuparse por su prosa. Pero ese era el don desconcertante de Updike: ser franco y estetizante, todo a la vez, la poesía y el burdel. El sello distintivo de las escenas de sexo de Updike es una dura minuciosidad combinada con belleza. Todo es rosado, y luego, súbitamente, no lo es.
Saul Bellow compartía el interés de Updike por las aventuras sexuales. Mientras que sus escenas de sexo tienen más caballerosidad que las de Roth y otros, él se las arregla para atravesar algo de su forcejeo con estas damas carnosas, más grandes que la vida. Y así regresamos a aquel ejemplar de La humillación que terminó en el cesto de basura. El problema con las escenas de sexo en el último libro de Roth no es que sean pornográficas, sino que fracasan como pornografía. Uno siente que el corazón del autor no está en la novela, que simplemente está describiendo los movimientos; uno siente al viejo maestro impaciente haciendo un mapa de las escenas, no escribiéndolas.
En este punto, uno podría pensar: que entren los hombres jóvenes. Pero nuestro lote de novelistas masculinos jóvenes o juveniles no sueña con éso. El estilo sexual actual es más infantil; la inocencia está más de moda que la virilidad, los mimos, preferibles al sexo. Las posibilidades literarias de su propia ambivalencia son las que seducen a esta nueva generación, más que lo que sucede en el dormitorio. Michael Chabon escribe: "Una mujer vestida con una minifalda de cuero verde y sin ropa interior lee en voz alta La historia de O., y la protagonista dice escrupulosamente, "Me niego a azotarte." Describe Jonathan Franzen: "El ha sido, por supuesto, un amante asqueroso, ansioso". Y, por supuesto, hay escritores como Jonathan Safran Foer que evitan las corrupciones de sexualidad adulta y eligen niños y vírgenes como sus protagonistas.
Las mismas críticas de las cruzadas feministas que objetaron a Mailer, Bellow, Roth y Updike podrían verse tentadas a tomar esta nueva sensibilidad, o suavidad, como signo de progreso, pero el sexismo en la obra de los aparentes herederos, es simplemente más astuto y seductor, y más duro de revelar. Los escritores mas jóvenes son tímidos, tan subidos a una educación liberal, que sus personajes no pueden condonar ni siquiera sus propios impulsos sexuales; son demasiado fríos para el sexo. Que un personaje crea que el sexo podría ser una fuerza de cambio, y posiblemente para mejor, sería retrógrado. La pasividad, una dulzura paralizada, una ambivalencia profunda acerca del apetito sexual, se toman como signos de una vida interior compleja y admirable. Están enamorados de la ironía.
Comparado con la nueva pureza, la parálisis tímida, la ambivalencia que se mira a sí misma, la noción de sexo de Updike como una "averiguación imaginativa" tiene una cierta grandeza desvanecida. Vivimos en un tiempo más conservador. ¿Por qué, entonces tendríamos que ser molestados por la continua obsesión con el sexo de nuestros leones literarios? ¿Por qué no miramos hacia estos escritores más viejos, que quieren derrotar a la muerte con el sexo, con la misma afición que lo hacemos con los inventores de los primeros aviones fracasados, que permanecían en la pista con sus máquinas pesadas, imposibles y miraban al cielo?
Traducción: Patricia Sar
Tomado de Clarín.com

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