lunes, 13 de diciembre de 2010

Mi papá, el futbolista

Portero. José A. Viviani


Una profesión ingrata es la de arquero y mucho más en el infame fútbol colombiano. Este cariñoso retrato, guardado en la mirada de una niña, reivindica la imagen vapuleada desde las gradas cada domingo en la tarde.

Soy la hija de un futbolista. Llevo muchos años diciéndolo y me he acostumbrado a que la gente abra los ojos, me pregunte en cuáles equipos jugó, si fue famoso, me mire con cara de asombro y pronuncie frases como ésta: “¡Qué raro! Nunca me imaginé que los futbolistas tuvieran hijas como tú”. Muchos hombres mayores de treinta años suelen agregar: “¡Hebert Armando Ríos, claro! El mechudo que se las tapaba todas en el Varta Caldas”. Para los ignorantes del fútbol es extraño no verme un domingo con camiseta, gorra y radio; y de vez en cuando surgen “amigos de infancia”, aparecidos curiosamente después de su paso por la Selección Colombia o la Copa Libertadores, diciéndome orgullosos: “Yo le metí un gol a su papá” (sí claro, seguramente cuando tenían siete años y mi papá soñaba todavía con ser boxeador...).

“El fútbol es un orgasmo”, me dijo él unos días antes de subirse a un avión. Pensé en su vida transcurrida entre el embrujo de la gloria, el paredón de la fama y el ostracismo deportivo y recordé que ese orgasmo fue mi primera forma de vivir y entender el mundo. A mi bautizo mi papá llegó con los guantes y los guayos, en camino hacia la concentración. De padrino escogieron a César Augusto Londoño que en ese entonces, mucho antes de convertirse en uno de los periodistas deportivos más conocidos del país, estudiaba arquitectura y visitaba frecuentemente nuestra casa en Manizales, junto con Claudio Casares, Víctor Hugo del Río, Norberto Díaz y otros cuantos jugadores argentinos más. Mi muñeca más moderna la recibí del cartel de los Rodríguez Orejuela en una fiesta del América de aquella época y la más fea fue un recuerdo del Moscú comunista de los Juegos Olímpicos de 1980.

Las semanas en mi casa empezaban el domingo al final del segundo tiempo y terminaban ocho días después con el himno de inicio del nuevo partido. Los sábados eran una tregua: mi papá estaba concentrado o jugando a domicilio, así que mi mamá nos dejaba ver películas y dormir en su cama. Los domingos, en cambio, se definía la semana, la temporada, nuestra vida. Si el partido era en otra ciudad prendíamos una vela y escuchábamos la radio. Después de una derrota la espera de mi papá era lenta y la semana larga. A veces esto implicaba hacer maletas y cambiar de ciudad. Si jugaban en casa íbamos al estadio, aunque a mí solo me empezaron a llevar a los siete años. De esa época, tengo el recuerdo de mirar alrededor y ver a treinta mil personas gritando lo mejor y lo peor de mi papá, allá abajo, solo en el arco, protegido por una malla, sosteniéndose en ochenta kilos de fuerza, vitalidad y fervor.

Crecer en el medio del fútbol ochentero no significó solamente vivir entre jugadores argentinos, el boom del narcotráfico y la ansiedad del domingo. También implicó aprender a despedirse. En sus doce años de arquero mi papá pasó por el Varta Caldas, el América de Cali, el Santa Fe, el Quindío y el Tolima. Luego recorrió Europa estudiando fútbol y nos instalamos en Bélgica, donde trabajó en muchos clubes de diferentes divisiones. A su regreso a Colombia entrenó al Santa Fe y a cuatro equipos de la B. En total para mí: diez ciudades diferentes, trece colegios y 35 casas, apartamentos u hoteles donde vivimos más de tres meses. Mentiría si digo que me acostumbré a despedirme de mis amigas sin llorar. Tampoco he logrado desocupar una habitación sin mirar atrás. Pero sí aprendí a despedirme de mi papá.

Hace cuatro años se fue a vivir a Miami. Fue a buscar trabajo en lo único que según él sabe hacer: el fútbol. Nos despedimos con un simple abrazo, como todos los intercambiados en los aeropuertos nacionales e internacionales en medio de partidos, copas o pretemporadas. No lloramos, ni sentimos nostalgia. Me quedan siempre sus cimientos y el aprendizaje de vida a través del fútbol: la constancia de los noventa minutos; lo efímero de la gloria y la fragilidad del dinero; el espíritu de anticipación y la importancia de la resistencia; el respeto y escepticismo frente al adversario, la fuerza para enfrentarlo. Sé cómo es la espera hasta el final del segundo tiempo. Y cuando me encuentro con “intelectuales” refiriéndose al fútbol como a un mundo salvaje de revancha social y de hombres sin educación, me gusta contarles que mi papá me traía un libro de cada uno de sus viajes a los partidos a domicilio. Debería contarles también que descubrí el teatro en el Festival de Manizales, vi los clásicos del cine setentero en Cali, hacíamos torneos de ajedrez en las vacaciones, mientras que en la mesa oía críticas sociales. Nuestros largos recorridos por las rutas colombianas guardan todavía un sabor a salsa melancólica. Tengo diarios de viaje, en tres idiomas, de visitas a los museos europeos y a muchas ciudades del mundo.
Este año mi papá vino de nuevo a Colombia, de paso entre Miami y Uruguay. Trabaja, como desde hace 33 años, en el fútbol. Una despedida más. Confieso no haberme sentido triste, ni culpable por no estarlo. Mi papá me demostró una vez más su energía devoradora de juego, de sueños, de vida. Valdano dice de los jugadores: “Hay los que aman la vida y los que aman el fútbol (los demás solo son profesionales)”. Pues él ama la vida y ama el fútbol. En sus noches de insomnio mi papá me decía: “Algunos no duermen porque no tienen sueño, pero otros no dormimos porque tenemos sueños”. Y ahí sigue él, caminando en ellos y hacia ellos.

Por Nadia Ríos
Revista El Malpensante

jueves, 9 de diciembre de 2010

Genet y la razón de ser maldito

Jean Genet
El 19 de diciembre de 2010 se cumple un siglo del nacimiento del escritor francés Jean Genet en la Maternidad de París. Su madre, Gabrielle Genet, lo abandonó a los pocos meses de nacer y fue criado por la asistencia pública. De los ocho a los diez años se ocupó de él una familia de la región del Morvan, a la que Genet hizo la vida imposible con sus hurtos y rebeldías. Se había convertido ya en un ladrón y pasó su adolescencia en prisiones juveniles. Más adelante, recorrió media Europa como vagabundo y chapero: «Llevaba una carga tal de angustia que estaba seguro de que me pasaría toda la vida errante», escribe en su Diario del ladrón (1949), relato autobiográfico en el que evoca su conocimiento del mundo subterráneo de la abyección. Un libro que años después proporcionaría la clave literaria del componente rebelde, usurpador, subversivo o abiertamente delincuente de la adolescencia de Francisco Umbral , presente en tantos de sus libros. Ambos escritores tienen un punto de partida común: la soledad inconsolable del niño abandonado y la necesaria gestación de un personaje que responda al aislamiento social que les rodea.
Buena parte de Diario del ladrón transcurre en España («el país más descarnado de Europa»), donde Genet vivió entre 1932 y 1934, a un paso de la Guerra Civil. Barcelona fue una ciudad al parecer fundamental en su proceso de encanallamiento. En la mugre de aquel Barrio Chino que tanto encandilaba a los extranjeros, entre mendigos que cultivaban sus llagas porque les permitían conseguir algo de dinero, viejas prostitutas empapadas de sudor o de frío y homosexuales que solo conocían la degradación, el futuro escritor descubrió el orgullo que en realidad se precisa para mantenerse fuera del desprecio. Y quiso poseer la ciencia de aprovecharse de su miserable destino para transformarlo en una victoria. Cuanto más miserable era su modo de vida, más intensamente se desarrollaba en Genet el fulgor de la belleza del fracaso. Hasta el punto de querer rehabilitarlo como forma de arte. ¿Era el primero en hacerlo? Por supuesto que no.
Podría definirse el malditismo como aquella orientación ética y/o estética que se complace en el universo del mal como afirmación frente a una sociedad que margina al individuo y al que este, como contrapartida, no desea pertenecer. Hay muchas formas de malditismo, quizá tantas como culturas capaces de generarlo, pero algunas han quedado como peculiarmente típicas. Por ejemplo, la que a mediados del siglo XIX se gestó en torno a la exaltación del desenfreno, la vida bohemia y la genialidad ( Baudelaire, Villiers de l’Isle Adam, Rimbaud, Verlaine, Oscar Wilde, Alejandro Sawa).


Hasta la última gota de veneno
La razón de ser de estos poetas malditos no era la de estar por encima de las angustias de la vida (como Goethe), sino considerar que la vida es lo que es y el artista, más que cualquier otro, la asume hasta llegar a conocer las regiones más remotas y ásperas buscando realizarse a sí mismo, apurando la última gota de los venenos que le ofrece, «transformando de pronto el azul en delirios» (Rimbaud). El mérito radica en que supieron extraer de su posición una creación personal a la búsqueda de una verdad incómoda pero luminosa.
La segunda ola de malditismo se corresponde con los años cincuenta del pasado siglo, y lo cierto es que ya no ha dejado de estar presente en la mitómana cultura contemporánea. Jean Genet, Jack Kerouac, William Burroughs o Henry Miller, instalados en la ficción autobiográfica, se adelantaron a los nuevos caminos de la narrativa liberándose, cada uno a su modo, de una tradición literaria que les resultaba opresiva. Mitificaron sus vidas y las de sus amigos, y mostraron con orgullo la inevitabilidad del sufrimiento y la magia del vagabundaje que ya experimentara Baudelaire (y antes, la picaresca española, claro precedente de la literatura maldita).
Todos ahondaron en estados de conciencia desconocidos: «Escribo con el cien por cien de sinceridad personal, psíquica, social, etc., y estampo lo que siento sin ningún rubor, de cualquier manera, velozmente. A veces estoy tan inspirado que pierdo la noción de que estoy escribiendo», le dice Kerouac a Ginsberg sobre su forma de escribir En la carretera (1957). Tanto Kerouac como Genet, o antes Rimbaud, deciden vivir su vida en sentido inverso al de la sociedad, transformando la experiencia vital en obra de arte.


Leyendas urbanas
Estos y tantos otros escritores considerados como malditos ( Alejandra Pizarnik, Leopoldo María Panero, Miquel Bauçà, Pau Riba, Francisco Casavella) han quedado fácilmente atrapados en sus leyendas urbanas. Son tantas las anécdotas, los excesos (documentados o no), los incidentes, las historias, el culto rendido a las virtudes obscenas o pornográficas de sus obras, que todo ello ha deturpado su aportación: el hecho de que sus obras dialogan con los impulsos de los lectores, dándoles el vocabulario necesario para reimaginar su vida cotidiana de un modo mucho más visceral (eso hacen John Fante o Charles Bukowski ). Los escritores malditos han funcionado como alguien que se empeña en desclasificar los secretos del cuerpo y del alma humanos porque en su apuesta estética no tienen nada que perder. El activo del maldito es que los ha vivido intensamente y es capaz de expresarlos de una forma conmovedora. Y esa capacidad para hacer de vida y obra dos vasos comunicantes distingue a los verdaderos malditos de aquellos que de su estética solo cultivan la pose.
¿Hay lugar todavía para el malditismo? Porque la sobreexposición mediática que sufre nos hace pensar en una política empresarial que ha sabido alimentar en su propio beneficio la provechosa mitología rebelde, transformándola en un producto hipercodificado. Sin embargo, siempre quedará en pie la capacidad de algunos artistas para arrastrarnos hasta el extremo de un arco vital, allí donde la angustia y el arte se funden.
Tomado de Diario El País

domingo, 5 de diciembre de 2010

“Loubávagu es arte hecho por excluidos”

Escena de "Loubávagu" de Rafael Murillo Selva.

Rafael Murillo Selva
Rafael Murillo Selva dice hacer teatro “como animal”. No planea, sino que va creando sobre la marcha con los actores. Afirma que “este potrero” llamado Honduras le hizo cambiar su perspectiva sobre el arte escénico.

A sus 74 años, vuelve a recorrer los escenarios hondureños con su obra emblemática, “Loubávagu”, estrenada en 1980, “una asimétrica muestra de teatro, poesía, música, baile, historia, reclamos políticos, sátira de la sociedad ladina hondureña y entretenimiento cómico”, en palabras del escritor guatemalteco Arturo Arias.

Lo que planeaba resolverse como una entrevista al mayor dramaturgo hondureño, por momentos parecía otra cosa: una conversación amena sobre arte, sobre la vida, sobre el sistema que lo deshumaniza todo; pero de ahí salieron las siguientes preguntas y las respuestas siempre precisas de Murillo Selva:

¿Hacia dónde apunta el teatro hondureño?
Está en búsqueda, y no se le puede pedir más. En este país en donde todo está por hacer, el teatro está también por hacer. Y son bienvenidos los esfuerzos que se hacen, aún el de Chico Saybe, porque es mejor que haya algo y no que no haya nada.

Con respecto a las otras artes en Honduras, ¿en qué situación está el teatro?
Muy por debajo de la búsqueda que se hace en otras formas artísticas como la pintura, el cine o la fotografía. Anda como atrasado. Estamos en pañales. Sugiero que encontremos en nuestros pueblos formas de lo espectacular y tratemos de hacer una alianza con lo que han gestado estos pueblos.
A partir de ahí se podría generar teatro más nuevo, más fresco.

¿Son el ritmo y el movimiento en “Loubávagu” los elementos que establecen esa empatía inmediata y permanente con el público?
Sí, pero eso es fríamente calculado, no es producto del azar, eso es una propuesta buscada durante años, sobre todo en el dominio de la forma. Se logra reformulando esos códigos teatrales que el pueblo ha venido manteniendo casi sin saberlo durante siglos. En “Loubávagu” quien dirige la acción es el tambor, por eso es un actor más. La danza, incorporada a una obra que tiene un acento épico, insertada en el proceso histórico y no viéndola como elemento folclórico sino como elemento vivo de la cultura; el canto, integrado a la acción dramática… Todo eso implica una búsqueda de formas.

¿Fue esa búsqueda formal lo que propició que decidiera emprender el montaje de una obra tan grande y difícil como “Loubávagu”?
La búsqueda formal fue una de las razones, y la otra es que yo siempre tuve la tendencia desde niño a vivir en los sectores populares, y no porque yo sea militante de algo sino porque así me siento más feliz.

¿Cómo ha visto las reacciones del público ante esta nueva versión de “Loubávagu”?
En Tegucigalpa llegaron a decirme que ésta es la obra de la Resistencia.
Aunque la obra solamente muestra una circunstancia específica de la historia de Honduras, puede representar de igual manera a toda la nación. Tiene esa virtud de la universalidad…
Puede representar a todo el continente. Cuando la presentamos en México, en comunidades indígenas de Chiapas, al final fue un aplauso gigantesco. Es que es arte hecho por excluidos, y excluidos hay en todo el mundo.
En estos tiempos en los que tanto se habla de unión nacional, ¿en qué medida cree que esta obra podría contribuir a hacer eso posible?
En la medida en que los personajes jamás dejan de ser hondureños una vez que entraron en la historia nuestra.

¿Cree que dirigiendo la mirada hacia la periferia, en este caso hacia la cultura garífuna, podría encontrarse ese sentido de la identidad nacional que tanto se busca en Honduras?
Por supuesto, porque la comunidad garífuna es uno de los grupos más excluidos del país y paradójicamente los grupos excluidos son los que más luchan por la identidad nacional y los que más tienen sentido de pertenencia.

Algunos datos del autor:


RAFAEL MURILLO SELVA RENDÓN
Tegucigalpa, Honduras, 19 de agosto 1936

Estudios Superiores
• Universidad Nacional de Colombia, Doctorado en Derecho y Ciencias Políticas.
• Universidad de Paris (La Sorbona), Maestría en Historia Económica.

• Ex-Profesor, Universidad Nacional de Colombia.
• Ex-Profesor, Universidad INCCA de Bogotá.
• Ex-Profesor, Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
• Director y Profesor Invitado, Universidad de California, EUA.

sábado, 27 de noviembre de 2010

"Bolaño es como el rock and roll: revolución, pecado y energía sexual"

Patti Smith
La cantante y poetisa norteamericana estuvo Madrid para la celebración de la semana dedicada al autor de "2666" y "Los detectives salvajes" y habló sobre el placer de leer la obra de Roberto Bolaño.

Lectora voraz y escritora espiritual. Ciudadana radical y madre sensible. Poeta, maga, prestidigitadora de las artes y púgil de la palabra. A sus 63 años, la poeta residente en Nueva York que rechaza por su eterna juventud la etiqueta de «madre del punk» es puro hechizo. En un escenario (cierra la semana dedicada al escritor chileno Roberto Bolaño en Casa de América en Madrid), en rueda de prensa (en la de ayer recitó de pie, habló sentada, eructó), y en este cara a cara con ABC, Patti Smith es una experiencia multisensorial.

—¿Cuandó encontró Patti a Roberto?
—Le encontré a través del título de un libro: «Detectives salvajes». Lo leí y pensé, «alguien me ha robado mi título». Mi conexión con él es como lectora, pero también como escritora, leerle me activa las energías de la escritora que soy.

—¿Creo que está aprendiendo español para leerle?
—Lo intento, pero soy fatal con los idiomas. Pero si Dios me concediera el deseo de aprender un idioma, elegiría el español para leer a Bolaño. «2666» es la primera obra maestra del siglo XXI.

—¿Por qué gusta tanto en EE.UU.?
—Bolaño es como el rock and roll, al lector le da una sensación de revolución, de energía sexual, de pecado floreciente; juventud y tragedia. Te da todo lo que necesitas. Es el escritor perfecto para el nuevo siglo.

—Al recibir el National Book Award dijo que no se imaginaba un mundo sin libros. ¿Tiene miedo de que desaparezcan?
—No creo que haya un riesgo de que desaparezcan, pero cada vez más gente se suma a leer en formatos digitales. Será bueno para el medio ambiente, pero yo no me imagino sin los libros en mis manos. Como artista de estudio, cuando miro cómo desapareció casi el vinilo y cómo el CD ya se queda obsoleto sí me asusta un poco.
—¿Compra en Amazon?
—No, cuando quiero un libro voy a una librería. Aunque cuando no encuentro algo o busco libros descatalogados o rarezas sí que compro en «abebooks.com».
—¿Le molesta la piratería digital?
—No es mi problema. Yo siempre entendí un disco como una obra en sí mismo, quiero que la gente siga disfrutando de la portada, del librillo, de las notas… Es un problema para los artistas con menos recursos, pero a mi no me molesta. Sé que mucha gente se descarga o comparte mis discos, me alegra que escuchen mis canciones, el rock and roll es para ser compartido. Pero me alegra aún más cuando esa gente valora el objeto y se lo compra. Yo voy a hacer todo lo que pueda para deleitarles con mis discos y con mis libros, donde me detengo en cada aspecto de su diseño.

—¿Usa el iPad o el kindle?
- No. Tengo un pequeño Mac Air, pero escribo en cuadernos. Ayer compré un pequeño cuaderno y ya lo tengo lleno de cosas que he escrito, dibujos… Luego lo transcribo en mi portátil.
—¿Transcribe todo?
—Yo creo que el 70 por ciento de mis escritos siguen en un cuaderno, o en una transcripción en alguna caja en algún sitio. Espero que en el futuro podré publicar estas cosas.

—¿Qué música escucha?
—Mucha clásica, y a Glen Gould. Escucho todavía a Jimi Hendrix, a John Coltrane, REM, música que me inspire para escribir. Me gusta la música «ambient… y escucho también a mi hijo (Jackson) y a mi hija (Jesse), son muy buenos. Jackson es un músico de sesión importante, ha tocado con T Bone Burnett, es un gran guitarrista, como su padre...

El marido de Patti Smith, Fred «Sonic» Smith, guitarrista de los MC5 y fallecido en 1994, está presente a cada segundo. «Os cuento cómo se gestó “People have the power” (su himno musical más universal)», dijo la artista entre risas. «Estaba yo en la cocina pelando patatas y entró Fred y me dijo, “¡Tricia! Apunta, el poder es de la gente”... le miré, dejé las patatas, apunté, y surgió la canción».

—Le vemos a menudo en España...
—Vuelvo siempre para ver el «Guernica» de Picasso.
—¿Por qué?
—Vi un picasso por primera vez cuando tenía doce años, y fue alquimia pura. Me ocurre así. Hay ciertos artistas con los que no necesitas una explicación. Escuché a Coltrane y ocurrió. Leí a Bolaño y ocurrió, Rimbaud… En el caso de Picasso, el «Guernica» es el gran símbolo antibelicista de la Humanidad. Cuando estaba en el MoMA en Nueva York iba a verlo a menudo, y ahora me gusta venir a visitarle.
Tomado de Diario ABC

lunes, 22 de noviembre de 2010

Tres vistazos a lo cotidiano...

A continuación tres fotografías de Murvin Andino que contienen tres temas distintos, tres vistazos a lo cotidiano.
® Gato.
® Cruz.

® Señora.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Georges Perec en el laberinto

Georges Perec

Enrique Vila-Matas en este interesante artículo para Diario El País de España nos recuerda la importancia de Georges Perec (1936-1982), el escritor francés de quien Roberto Bolaño dijo: “Georges Perec es, sin duda, el novelista más grande de la segunda mitad del siglo XX"

Todavía no alinean a Perec al lado de Proust y de Céline en el gran canon de la literatura francesa del siglo pasado. Está demasiado vivo. Todavía hoy genera ideas, quizás incluso las genera más que antes, y mueve a los espíritus. Además, él no quería ser importante, huía de toda la parafernalia de lo solemne. Todavía hoy, cualquier línea suya da trabajo feliz a sus lectores. Es como si estuviera diciéndoles todo el rato que abran puertas, bajen escaleras, interroguen a todo aquello que les parezca que ha dejado de sorprenderles para siempre. Perec es un genio. Tiene una página de Tentativas de agotar un lugar parisino que puede perfectamente resumir su mundo: está sentado en un café de la plaza de Saint-Sulpice y se dispone a inventariar todo lo que ve allí (es decir, se prepara para agotar todo aquello que tiene delante, o al lado, en cualquier parte) y nos previene de que no está interesado en las estatuas de los cuatro grandes oradores cristianos de la plaza (Bossuet, Fénelon, Fléchier y Massillon) porque ya han sido suficientemente registradas y fotografiadas; quiere, en cambio, ocuparse de "lo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes".

Experto en esquivar la grandeza, fue un maestro del arte de la atención a lo minúsculo. En ese descenso al territorio de lo pequeño reside paradójicamente su grandeza, que también se apoya en otra paradoja, su afán de que perdure el vacío de la vida: "Escribir es tratar meticulosamente de retener algo, de hacer que algo de todo esto sobreviva: arrancar algunos pedazos precisos al vacío que se forma, dejar en alguna parte, un surco, una huella, una marca, o un par de signos".

Sus padres, judíos polacos que emigraron a Francia, murieron muy jóvenes, su madre en Auschwitz. Esto condiciona posiblemente su visión de la literatura que, aparte de un juego, es también una lucha trágica contra el olvido. Y al lado de esto, como una emoción añadida, ese frenesí encantado, esa pulsión por agotarlo todo. Creo que para comprender el providencial papel que en la historia más reciente de la literatura juega su obra conviene que viajemos hasta el contexto de la crisis de la gran literatura narrativa del siglo pasado. Terminada la época de las grandes novelas exhaustivas y extenuantes (las de Joyce, Proust, Thomas Mann o Robert Musil especialmente), la literatura narrativa se encontró en un callejón sin salida: mientras los ingleses, por ejemplo, mirando como siempre por encima del hombro, se refugiaron en los grandes modelos narrativos, que son extraordinarios, de sus siglos XVIII y XIX, los franceses se inclinaron por las formas experimentales (auge del Nouveau Roman y posteriormente Tel Quel), formas que no llegaron a cuajar, pero terminaron por crear las condiciones para la aparición de un auténtico artista contemporáneo, Perec, Georges Perec, que se alzó contra las pretensiones de los nostálgicos y, girando la espalda a lo supuestamente importante, se ocupó de lo pequeño: "¿Cuántos gestos hacen falta para marcar un número de teléfono? ¿Por qué?".

Ahora, transformado en un catálogo exhaustivo de gestos -que es lo que, a fin de cuentas, podría ser esta sorprendente y brillante muestra perecquiana que acaba de inaugurase en A Coruña-, el autor de Las cosas y de La vida, instrucciones de uso se encuentra ante la hipotética oportunidad tardía y extraña de pasear por parajes gallegos inesperados por los que sin duda cruza todas las noches, sin yelmo ni protección alguna, con un pequeño ciclomotor de manillar cromado, contagiando de euforia inesperada a todo el barrio viejo de la ciudad de A Coruña. Hasta un bar próximo a la Fundación Luis Seoane, donde se presenta la gran exposición dedicada a la dimensión visual de su literatura, se ha sumado a la fiesta y promete servir muy pronto creps de Perec, y también Perec Decrep, un cóctel nuevo. El casco antiguo de A Coruña se ha vuelto único, tan impar como el señor del manillar cromado. Y hasta se ha visto reforzado en su rebeldía por la calma tensa que ha venido a sustituir a la potente tempestad de los pasados días. Como si se esperara un acontecimiento.

Recorrí la exposición en compañía de Hermes Salceda y Alberto Ruiz de Samaniego. A Hermes (que ha colaborado en la zona dedicada a OuLiPo dentro de la muestra y tradujo no hace mucho con Marisol Arbués el perecquiano ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio?) le parece que hay que ir a la Fundación a centrarse en el ojo de Perec, en las cosas que él miraba y en la forma que tenía de hacerlo: "Uno de los aciertos de la exposición es la continua presencia de textos perecquianos que en algunas piezas permite apreciar el aspecto visual de la forma de escribir de este autor, y en otras el traslado de las técnicas de escritura al lenguaje visual y viceversa: listas, trampantojos, letanías, heterogramas...".

Alberto Ruiz de Samaniego es director de la fundación, comisario de la exposición y autor de una interesante obra ensayística que parece fundada por la Orden de Maurice Blanchot. Ha destacado en la Seoane por la osadía de sus magníficas y originales propuestas, que se rebelan contra una supuesta grisura de la provincia. Pienso ahora en su muestra sobre Michelangelo Antonioni como pintor, en la de Fritz Lang como escultor, y en esa inquietante muestra, Atlantikwall, impresionante recorrido por los búnkers nazis anclados en el norte de Europa.

Pere (t) c -el título de la exposición- juega con el verdadero apellido del escritor, Peretz, y con la expresión latina que significa "lo demás", que en singular podría servir como referencia a la inmersión del escritor en mundos más o menos ajenos a la literatura.

La muestra incluye una selección de fondos de la Association Georges Perec y una serie de obras realizadas por artistas nacionales e internacionales. A lo largo del asombroso itinerario por el laberinto perecquiano, el espectador se encuentra con manuscritos y fragmentos de sus principales obras literarias, a los que se suman algunas de sus famosas listas y enumeraciones, una selección de los bocetos preparatorios que, a modo de story board, dibujaba para planificar libros como La vida, instrucciones de uso. Entre otras sorpresas, el visitante encontrará un cuadro que quizás creyó algún día que no existía: el que está en la portada de El gabinete de un aficionado y que solo se vio en la edición española de Anagrama; es una pintura de Isabelle Vernay-Levêque, que ha cedido el cuadro por primera vez en su historia.

Ya solo La vida, instrucciones de uso contiene mil referencias al arte de la pintura. Hay también películas, míticas para los perecquianos, como El hombre que duerme, y la que realizó sobre Ellis Island y la emigración europea de principios del siglo pasado a Estados Unidos.

Si algo claro tiene el visitante que recorre esta exposición es que acabará agotado antes de agotar la infinita, laberíntica, ilimitada muestra de cómo trabajaba uno de los más grandes artistas del siglo pasado. Y lo que en cambio ignora -aunque ahora va a enterarse- es que si visita la toilette femenina, podría esperarle una sorpresa de órdago, diabólica para ser más preciso, aunque no sigo, porque, además, no sabría explicarla, quizás porque pertenece a la estirpe de "lo que no se nota".

lunes, 15 de noviembre de 2010

Dos poemas de Giuseppe Ungaretti

G. Ungaretti
La muerte meditada

Canto quinto

Has cerrado los ojos,
nace una noche
nena de falsos huecos,
de ruidos muertos
como de corchos
de redes caladas en el agua.

Tus manos se hacen como un soplo
de inviolables lontananzas,
inaferrables como las ideas,

y el equívoco de la luna
y el balancearse, dulcísimos,
si quieres posármelas sobre los ojos,
tocan el alma.

Eres la mujer que pasa
como una hoja
y dejas en los árboles un fuego de otoño.

(Versión de Jesús López Pacheco)



Vagabundo


(Campo di Maily, mayo de 1918).

En ninguna
parte
de tierra
me puedo
acoplar


A cada
nuevo
clima
que encuentro
hallo
languidescente
que
de otrora
ya me había
acostumbrado

Y me separo siempre
extranjero

Naciendo
venido de épocas demasiado
vividas

Gozar un solo
minuto de vida
inicial

Busco un país
inocente

viernes, 12 de noviembre de 2010

"No voy a salir de aquí"

Micah P. Hinson

"Te puedes perder en la vida siguiendo a gente que hace cosas inútiles y que no aportan nada. Es lo que le pasa a mi personaje principal, un paria a la deriva. Pero siempre hay esperanza", así ha resumido Micah P. Hinson, en una rueda de prensa, el mensaje de esa novela que no esconde ciertos tintes autobiográficos.
Con un pasado difícil, marcado por una familia ultra religiosa, las drogas y la indigencia, Hinson ha reconocido ser "parte de cada personaje", especialmente del protagonista, un "joven perdido" llamado Paul que encuentra en la escritura su motivación personal.
"No voy a salir de aquí" bebe explícitamente de autores de la "Generación Beat" estadounidense, como Jack Kerouac, y autores "malditos" como Charles Bukowski, quien introdujo en el mundo de la literatura a Hinson en sus años de estudiante. "Desde al escuela sólo me interesaba la literatura, en lo otro era mal estudiante. Pero la aborrecía porque me hacían leer autores como Byron. Hasta que encontré a Bukowski", ha explicado el cantautor, quien durante la rueda de prensa ha consultado en más de una ocasión una desgastada edición de "En el camino", de Kerouac.
Hinson ha reconocido ser un "consumidor compulsivo" de sus referentes literarios, como la veintena de veces que ha leído "Miedo y asco en las Vegas", de Hunter. S. Thompson, pero ha confesado no haber leído a ningún autor español. El cantautor, que esta noche presenta en el Palau de la Música su nuevo trabajo, "Micah P. Hinson and the Pioneer Saboteurs", ha reconocido dedicarse a la música, antes que a la literatura, por puro pragmatismo.
"En un mundo en el que lo monetario se impone, uno tiene que pagar sus facturas. Vi que con la música era más sencillo sobrevivir", ha contado el cantante. Querido en tierras españolas, como demuestra que "No voy a salir de aquí" se ha editado antes en castellano (Alphadecay) que en inglés, Hinson está trabajando en su segunda novela, "The Great American Novel", una crítica a la falta de una obra de referencia actual para las nuevas generaciones de americanos.
Su malditismo
Hinson ha estado perseguido por su figura de cantante maldito, que arrastra por un pasado tumultuoso, lleno de historias con drogas, "femmes fatales" o indigencia. Una etiqueta que, a sus 29 años y tras romance y boda, parece haber quedado atrás incluso para los medios. "Cada vez me preguntan menos, aunque en su momento fue positivo que se creara esta leyenda mi alrededor. Me ayudó a olvidar mis auténticos momentos personales", ha puntualizado el artista.
Hinson, que en España ha cosechado un enorme éxito desde que publicara en 2004 "Micah P. Hinson and the Gospel of Progress", representa un cantante americano atípico. Hechos como que es un enamorado de su Texas natal, crítico con la gestión de Obama en materias como la reforma sanitaria o seguidor de la Iglesia de Cristo, se entremezclan con una estética moderna marcada por las dilataciones, una voz profunda y desgastada y una lírica personal y cruda, aunque poética. El combinado perfecto para entretener a la derecha y a la izquierda mientras va trazando su propio camino.
Tomado de Diario ABC

domingo, 31 de octubre de 2010

Día de Muertos

Decoraciones en forma de calaveras para festejar el día de Muertos

Me parece doloroso, irónico, ilógico, intolerante y vergonzoso celebrar el día de Muertos en medio de esa cantidad de personas que son asesinadas a diario en el país. Me refiero no sólo a lo sucedido ayer sábado 30 de octubre cuando fueron abatidas 14 personas o la masacre de hace unos días donde fueron asesinadas 18 personas en un taller de zapatería.
El día de Muertos -entre el 1 y 2 de noviembre de cada año y una celebración de la cual existen registros prehispánicos de su realización- es sin duda una de las pocas tradiciones que nos legaron nuestros antepasados mayas y que se conserva aún en algunas regiones remotas del país, y tiene como intención primordial rendir tributo a los seres queridos que se han ido de nuestro mundo por alguna razón, en especial por el hecho individual y obligatorio de cada persona de morirse y ahora con mayor frecuencia por la intolerancia humana.
Y digo que es irónico, ilógico, intolerante y vergonzoso por el dolor que nos deja la muerte, pero no la muerte natural, sino la provocada, la forzada, la enmascarada, la cobarde.

viernes, 8 de octubre de 2010

Vargas Llosa: el fuego intelectual

Mario Vargas Llosa. Premio Nobel de Literatura 2010

El colombiano Héctor Abad Faciolince nos cuenta las virtudes del este maestro peruano de la Lengua Española Premio Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa.

Mario Vargas Llosa, aunque ya no sea, como hasta hace muy poco, un trotador empedernido, es un setentón juvenil, de mente y de cuerpo. Si un signo claro de la vejez son la rigidez y el estancamiento de las ideas, Vargas Llosa no ha envejecido. Si el signo más claro de la frescura del pensamiento es, por el contrario, la curiosidad y la capacidad de poner en duda las propias creencias, con una mente abierta, entonces Vargas Llosa es un señor de 73 años que más parece un joven de 37.

No es un traidor a la causa, como lo ha visto la extrema izquierda, sino un hombre fiel –por encima de todo- a unas cuantas convicciones: la de la libertad del individuo, la del rechazo a la coerción por parte del Estado, la del rechazo feroz a las dictaduras, sean estas de izquierda o de derecha. Políticamente nunca estuvo con Cortázar, para quien no eran lo mismo los crímenes de la izquierda que los de la derecha, ni con Borges, quien estuvo dispuesto a recibir honores de Pinochet. Su maestro en asuntos políticos ha sido más bien Karl Popper, con su defensa de la sociedad abierta, y en general los pensadores liberales anglosajones.

Su “primer amor” literario fue teatral y casi prematuro, pues escribió y llevó a las tablas una obra dramática en 1952, cuando tenía apenas 16 años. No podemos saber, sin embargo, cómo serán sus últimos amores, que esperamos sean muchos. Si nos atenemos a lo ambicioso de la novela que sale a la venta próximamente El sueño del celta (la cual ocurre en el Congo y también en el Putumayo, en la frontera entre Colombia y Perú), sabemos que seguirá buscando lo imposible, lo que ningún escritor ha conseguido nunca, pero aquello que él y unos pocos más han estado a punto de lograr varias veces: la novela total. De lo que sí podemos estar absolutamente seguros es de que seguirá escribiendo siempre, o al menos hasta el día en que su inteligencia conserve la agudeza, la creatividad y la curiosidad que lo han caracterizado durante más de medio siglo de incesante actividad intelectual.

Pero la cantidad es lo de menos, pues más vasta es la obra de Corín Tellado. Lo asombroso consiste en que casi todos sus libros son técnicamente impecables y su obra abarca muchos registros, desde el humor y la levedad, pasando por la gracia galante, hasta la más densa complejidad histórica o psicológica. Además, su prosa ensayística es clara y rigurosa; podemos estar o no de acuerdo con él, pero sus argumentos son nítidos, directos, nunca tramposos, pues no recurren jamás a la mentira o a la deshonestidad intelectual. Vargas Llosa ilumina con la inteligencia, conmueve con la sensibilidad, apabulla con la amplitud de su conocimiento y, en resumen, deja ver un escritor, un intelectual y un ser humano íntegro, completo.

En una vida de gran simetría, Vargas Llosa empezó publicando, antes de cumplir siquiera los 30 años, novelas ya maduras, y sigue publicando ahora, después de los 70, novelas que por su frescura y humor poseen un ímpetu y una gracia juveniles. Las de la madurez precoz son La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1965) y Los cachorros (1967). La más importante de la madurez rejuvenecida es su muy entretenida y muy reciente Travesuras de la niña mala (2006) que recupera el refrescante humor de Pantaleón y las visitadoras (1973). Y entre estos dos extremos de su obra, está el núcleo central, lo más asombroso de su actividad intelectual novelística y ensayística.

Por un lado, tres novelas totales, tres universos ficticios perfectamente construidos: Conversación en La Catedral (1969), La guerra del fin del mundo (1981) y La fiesta del chivo (2000). Estas tres novelas, al mismo tiempo íntimas, históricas y políticas son, cada una a su manera, tres de las más grandes novelas de nuestra lengua de todos los tiempos. La primera, ambientada durante la dictadura de Odría, es uno de los más complejos y perfectos artefactos técnicos del arte de contar, con una asombrosa mezcla en el manejo de los narradores, de las voces y del tiempo que, pese a su dificultad (el libro exige un lector atento y apasionado), sortea magistralmente todos los escollos.

La segunda, situada en los sertones brasileños a finales del siglo 19, consigue construir un mundo aparte, paralelo al nuestro, con cientos de personajes basados en la realidad pero también inventados, cada uno con una vida y una personalidad convincentes, en medio de una naturaleza agobiante descrita con exactitud. Sus protagonistas están poseídos por una pasión mesiánica y política de gran complejidad, tanto en el plano social e histórico como en el psicológico. Quizá no haya un estudio más completo, en toda su complejidad, sobre los mecanismos del fanatismo y de la pasión mística. Me atrevería a decir que la locura del extremismo islámico, que no es el tema de La guerra del fin del mundo, se puede iluminar muy bien, indirectamente, con la lectura de esta novela. La última, La fiesta del chivo, es el cumplimiento de un viejo compromiso (tácito o explícito) de varios escritores del boom: el de hacer una saga colectiva sobre los dictadores latinoamericanos, Trujillo en el caso de Vargas Llosa.

Héctor Abad EL ESPECTADOR

miércoles, 6 de octubre de 2010

McCarthy y Murakami, favoritos al Nobel de Literatura

Cormac McCarthy
El nombre de Cormac McCarthy suena con fuerza como favorito para obtener el Premio Nobel de Literatura, que se fallará mañana en Estocolmo. El autor de La carretera encabeza las listas de apuestas de la casa británica Ladbrokes , por delante del keniano Ngugi wa Thiong'o, segundo, el japonés Haruki Murakami, tercero, y el húngaro Peter Nadas, cuarto. El primer autor hispanohablante es el argentino Juan Gelman, que se coloca en octavo lugar.
Las quinielas previas al Nobel de Literatura son una tradición pero no suelen acertar casi nunca. La Academia sueca cuenta con una solvente costumbre de refutar todos los pronósticos premiando a autores casi desconocidos como Herta Müller o Elfriede Jelinek o rescatando a otros prácticamente olvidados, como Doris Lessing y Harold Pinter.
Si finalmente McCarthy se lleva el galardón mañana, será el primer Nobel de Literatura para Estados Unidos desde hace 17 años, cuando lo obtuvo Toni Morrison. La representación estadounidense es nutrida y se completa con candidatos habituales como Thomas Pynchon, Joyce Carol Oates, Philip Roth y E. L. Doctorow.
Más tiempo aún hace que no lo obtiene ningún autor hispanohablante. El último fue el mexicano Octavio Paz, que lo recibió en 1990. En la nómina de aspirantes de habla hispana se sitúan, además de Gelman, el hispano-peruano Mario Vargas Llosa, el mexicano Carlos Fuentes, los españoles Javier Marías y Juan Marsé y el paraguayo Néstor Amarilla, entre otros.
Otros narradores como el alemán Ulrich Holbein, el sueco Tomas Tranströmer, la canadiense Alice Munro y el australiano Gerald Murnane aparecen bien situados en las quinielas, que hace años que apuntan también al triunfo de un poeta, algo que no se produce desde que la polaca Wislawa Szymborska ganó en 1996.

Tras los pasos de Müller y Le Clézio
Quizá la entrada más inesperada es la de Wa Thiong'o, que ha ascendido rápidamente durante los últimos días en las listas de Ladbrokes, algo similar a lo que ocurrió en 2009 con la rumano-alemana Herta Müller y en 2008 con el francés Jean Marie Le Clézio, que finalmente lograron el galardón. Algunos medios suecos atribuyen la subida del keniano a que participó en la reciente Feria del Libro de Gotemburgo, la más importante de Suecia, y que en esta edición estuvo dedicada a África.
Los italianos Antonio Tabbucchi y Claudio Magris, el austríaco Peter Handke, el albanés Ismail Kadaré, el holandés Cees Nooteboom, el checo Milan Kundera, la argelina Assia Djebar, el israelí Amos Oz y el polaco Adam Zagajewski forman también parte de la interminable lista de supuestos candidatos.
La Academia insiste siempre en que sólo premia a autores y no a literauras ni países, aunque sus elecciones parecen llevarse a veces más por cuestiones políticas o por el criterio de rotación geográfica que por la calidad literaria.
Tomado de Diario El País

lunes, 27 de septiembre de 2010

Hernán Rivera Letelier:"A lo mío ponle realismo estético o realismo poético"

Hernán Rivera Letelier.


El escritor chileno Hernán Rivera Letelier publica El arte de la resurrección, novela con la que obtuvo el Premio Alfaguara 2010, y en la que describe al Cristo de Elqui, un mesías del siglo XX a quien el autor ha dotado de todo el humor de los mineros del salitre y que nunca encontró en los Evangelios, por más que los leyó varias veces. Una imaginación poderosa y personal se entremezcla con una fuerza narrativa y un lenguaje soberbio no exento de poesía que dan a la obra el pedigrí de los libros condenados a quedarse en nosotros.

Hijo de un predicador evangelista, Rivera se considera un poeta que escribe novelas y, más que intelectual, un boxeador en decadencia. Pese a todo no le duelen los golpes que le ha dado la vida, pero sí los ajenos. De ahí que dedicara unos años de su vida a investigar la matanza de la escuela de Santa María de Iquique, donde murieron 3.000 obreros, mujeres y niños, y que describe en su novela Santa María de las flores negras (2002). Se obsesiona con los títulos de sus obras, trabaja hasta el desmayo los arranques de sus textos y busca en cualquier parte o bien se inventa los nombres de los personajes. Ahora escribe su mejor novela, de la que prefiere no hablar. Entre otras obras, cabe destacar además La Reina Isabel cantaba rancheras, Los trenes se van al purgatorio o Canción para caminar sobre las aguas.

Cuando obtuvo el Premio Alfaguara por esta novela, lo primero que se le vino a la cabeza fue que su Cristito empezó de nuevo con los milagros.
En efecto. El primer milagro lo había hecho antes. Éste fue el segundo. El primero fue cambiar de número el libro que estaba haciendo. Éste era el libro número diez, pero cuando yo llevaba 40 páginas se me atravesó otra historia y la escribí en tres meses. La publiqué. Se llama La contadora de películas. Entonces, ese libro pasó a ser el número diez y éste pasó a ser el número once. El once es mi número fuerte.

Sorprende el aliento y la fuerza narrativa de la novela. De hecho, éste fue uno de los argumentos para darle el premio.
Soy un convencido, o por lo menos es lo que yo busco, que en una novela, más que la historia que le estoy contando al lector, me interesa que el lector sienta un placer estético en la lectura, que se detenga, que saboree las palabras, que las sienta, que las huela, que las deguste. En ese sentido, me considero esencialmente un poeta, un poeta que está escribiendo novelas. Y para mí, el lenguaje y el tono son esenciales en la novela.

Leo en su libro: “El cuerpo, hermanos, si se trata bien, puede durar toda la vida”. El humor es uno de los pilares fundamentales de su obra, un humor a veces esperpéntico.
Yo quise darle a este Cristo el humor de los pampinos. Los pampinos son los mineros que trabajan en la pampa el salitre. En ese desierto, que es el más inhóspito del planeta, si no hay sentido del humor, no sobrevivimos. Entonces, yo me leí los Evangelios cuando niño, me los leí no sé cuántas veces y no encontré humor en los Evangelios. Yo quise darle esa característica de los mineros a Cristo.

Obtuvo el XIII Premio Alfaguara también por la creación de una geografía personal. Usted ha dicho que no podría escribir otra cosa que no fuera el desierto de Chile, porque “el desierto soy yo”.
Claro, todo lo que me ha salido hasta ahora, excepto un libro, ha tenido que ver con el desierto, el desierto como paisaje de fondo. Yo viví 45 años en ese desierto, de los cuales yo trabajé 30 como obrero, entonces lo que me gusta es contar la historia de esa parte de mi país. De alguna manera, soy un predicador también en el desierto porque estoy contando su historia y haciendo a la vez este milagro, el milagro de resucitar esa historia que ha estado enterrada, de repoblar sus campamentos, esos pueblos muertos, esos pueblos fantasma de los que hay cientos de ellos en el desierto, porque hubo más de 300 campamentos y pueblos que trabajaban el salitre y de esos 300 queda uno con vida. El desierto se convirtió en un cementerio de pueblos muertos. Yo lo estoy repoblando, como reviviéndolo con mi obra.

Su padre también fue predicador. ¿Hay algo de él en este personaje inventado?
Tiene, tiene, tiene mucho de mi padre, incluso tiene mucho de mí. En el fondo, yo siento que todos mis personajes tienen algo de mí, incluso mujeres, niños, locos. En fin, yo soy un poco todos ellos.

“No soy ningún intelectual, tengo cara de boxeador en decadencia”. ¿Escribe para contar los golpes que le ha dado la vida?
No. Yo cuento historias y entre ellas si hay que contar algún golpe, se cuenta, pero sin caer en el tono de autoconmiseración. Yo he contado tragedias inmensas que han ocurrido en ese desierto, como la matanza de la escuela de Santa María de Iquique, donde murieron más de 3.000 obreros, mujeres y niños. Pero yo que he estado en huelga, en marchas de hambre, en el desierto, yo sé que ahí, en el drama, igual aflora el sentido del humor. Entonces, la tragedia también está contada con pinceladas de humor.

Un día dijo que Santa María de las flores negras (2002) era su novela más importante hasta entonces. ¿Lo sigue pensando?
Históricamente hablando es la más importante que hay. Literariamente hablando, creo que es ésta. Pero la que estoy haciendo ahora es mucho mejor (ríe).

¿Tiene ya título?
No. Aún no. Y si lo tuviera, tampoco te lo diría. Soy supersticioso.

Se considera un “hijo del boom latinoamericano”, pero le molesta el término “realismo mágico”. Prefiere hablar de “realismo estético”.
Como no estoy haciendo un realismo mágico, cuando me preguntan eso, de repente, se me ocurrió decir, bueno, a lo mío ponle realismo estético o realismo poético, porque lo que yo trato de hacer es volver mágica una escena común y corriente a través del lenguaje, a través de las palabras, a través de la poesía. En mis novelas nadie vuela, nadie hace nada mágico, pero da la impresión de que fueran cosas mágicas por el uso de la poesía, por el espíritu de la poesía.

Llama la atención sus títulos, entre poéticos, surrealistas o sencillamente extraños: La Reina Isabel cantaba rancheras, Hijo del ángel parado en una pata, etcétera.
En el fondo, yo me preocupo mucho de los títulos. Tienen que tener poesía, tienen que tener la médula de la historia que estoy contando en la novela. O sea, no tiene que ser un título gratis, tiene que ser pensado, tiene que ser creado como una página. El título, como los nombres de los personajes, para mí son importantísimos., son vitales casi.

Juan Rulfo iba a los cementerios a buscar nombres extraños. ¿Usted dónde los encuentra?
Uno de mis nombres lo encontré en un cementerio de la pampa, de un libro que se llama Fatamorgana de amor con banda de música. Pero mis nombres los encuentro por ahí y los anoto. O los invento, lo último. Hay muchos inventados.

El primer párrafo de este libro está muy estudiado. ¿Le preocupa también el arranque de la novela?
Es fundamental. En el arranque de la novela, en el primer párrafo, tiene que estar la historia que vas a contar. Tiene que estar el tono, que es muy importante, tiene que estar el lenguaje. En el primer párrafo está todo. Entonces es importantísimo.

Aunque ya lo ha respondido en parte, tenía anotada esta frase suya: “Yo me siento un poeta que escribe novelas. Soy un amante de las palabras, de su música, de su sabor. De su suavidad o su aspereza”.
Exacto. Lo que te dije recién. Mira, lo que yo quiero, lo que yo busco, es traspasar el espíritu de la poesía a la prosa. Yo escribí poesía durante veinte años, o poemas, más bien dicho. Y creo que eso fue fundamental en mí porque aprendí el valor de las palabras y las aprendí a amar. Y yo pensaba que nunca iba a escribir una novela porque la novela para mí era cosa de idiotas. Yo quería decir un mundo entero en un verso, pero una vez en una biblioteca descubro a Leopoldo Marichal con su novela Adán Buenos Aires. Y me di cuenta que se podía hacer poesía también en la prosa, en la novela. Porque el poema es un envase de la poesía, pero yo he visto poemas sin una gota de poesía y he encontrado ensayos llenos de poesía, cuentos llenos de poesía y novelas llenas de poesía.

Dice usted: “Yo aspiro a tomar lo maravilloso de García Márquez, lo mágico de Juan Rulfo, lo lúdico de Cortázar y la sabiduría de Borges”.
Y podríamos agregar otros escritores de esa época que fueron mis maestros. Podríamos agregar el humor de Cabrera Infante. Podríamos agregar Después de la palabra de Leopoldo Marichal. Podríamos agregar la poesía grandiosa de Lezama Lima. Ellos fueron y son mis maestros. Yo nunca tuve una clase de literatura. Yo les debo un poco a todos los grandes que leí alguna vez y que releo siempre. Lo poco que sé lo aprendí de los libros. ¿Por qué lo voy a negar? Hay muchos que niegan a sus padres o los matan. Yo, no. Yo soy un hijo agradecido.

¿Qué otro género, además de la novela, le gustaría trabajar y que todavía no lo ha hecho?
Yo soy un simple contador de historias. Me gustaría mucho hacer una obra de teatro pero lo intenté y no pude. Creo que el diálogo no es mi fuente. Si tú te fijas en mis novelas no hay casi diálogo, más que transcribir un diálogo, lo que hago es describir los diálogos. Es un truco que aprendí porque soy muy torpe en los diálogos.

Sin embargo, algunas novelas suyas se han adaptado al teatro.
Cuatro novelas mías, al teatro. Y ahora se va a llevar una al cine: La contadora de películas.
Tomado de: diariobahiadecadiz.com
Antonio López Hidalgo
lopezhidalgo@us.es

lunes, 13 de septiembre de 2010

Ensayo sobre las tetas

Pedro Mairal

Un buen amigo me envió al correo electrónico este estudio del escritor argentino Pedro Mairal que me recuerda cómo son de interesantes y fundamentales esas cuestioncitas femeninas.
Ahora que llega el calor y por toda la ciudad afloran las tetas con su vanguardia prometedora de un tiempo blando, vale quizá entregarse a esa curiosidad primaria que generan las tetas en la vida de los hombres. Primero están las tetas paradigmáticas, formativas. Las tetas alarmantes del cine o la TV. Depende la edad de cada uno. Para una generación fueron las tetas de la Loren en Bocaccio 70, o de Anita Ekberg en La Dolce Vita. Para otros habrán sido las tetas de la Cucinotta en Il postino, o las tetas ya más estilizadas y armónicas de Mónica Bellucci en Malena. El cine italiano siempre fue proveedor de grandes tetas mediterráneas.
Las tetas americanas en cambio siempre quedaron en un tercer plano, detrás de las explosiones y los autos chocadores. Estados Unidos no fue ni es un buen proveedor de tetas, a excepción de las tetas de Lynda Carter en La Mujer Maravilla que eran bastante notables, tetas atléticas, altivas, heróicas, increíblemente controladas por ese corset con estrellitas. Wonder Woman provocó en muchos las primeras inquietudes masculinas, el primer desasosiego, esa terrible sensación de falta que nos dejaba temblando ante la tele y el Nestquik, sin entender bien por qué. Pero en general, las tetas yankis suelen ser más silicónicas, como las de Pamela Anderson en Bay watch. O, si son naturales -como en el caso de la morena totémica Tyra Banks- ni tienen gracia ni son sexies. Tyra es tan poco sexy que en su programa invitó a un famoso cirujano plástico para probar, en vivo, que sus tetas son naturales. El cirujano se las palpó y le hizo una mamografía en directo, frente al público invitado. A Tyra, emocionada, se le entrecortó la voz explicando que hacía eso porque estaba harta de que dijeran que sus tetas no eran suyas.
A nivel nacional, todavía la Coca Sarli no ha sido desbancada de su puesto de diva exclusiva del fetichismo mamario, con una filmografía entera dedicada a sus tetas panorámicas, sus tetas como auspiciadas por la oficina nacional de turismo, porque asomaban en todos los lagos, las montañas, las cataratas del país, dándole una categoría geográfica a esas tetas exhibidas a la par de la exhuberancia del paisaje. Sus largas flotaciones en la hidrografía argentina no tienen y quizá no vuelvan a tener un parangón.
Después de las tetas virtuales y mediáticas, aparecen en la vida de uno las tetas reales, quizá todavía no palpables, pero sí visibles. Aquellas tetas que uno vio por primera vez desnudas, en persona, no se olvidan nunca más. Cuando estaba en segundo año del secundario, me llevé a marzo Lengua y literatura y tuve que tomar clases particulares de análisis sintáctico con una profesora que venía a casa. Se llamaba Teresa. Yo tenía quince años y ella no pasaba de los veinticinco. Era diciembre y hacía calor. Teresa venía a casa con unas musculosas sueltas, sin corpiño. Un día, sentados juntos, inclinados frente a las oraciones para analizar, le vi a través del escote las tetas, las puntas de las tetas, los pezones rosados. Sentí una alteración violenta, como si se me frenara toda la sangre de golpe y me empezara a fluir en la dirección opuesta. Ella se dio cuenta y se acomodó la musculosa sin preocuparse demasiado, dejando que volviera a pasar lo mismo varias veces. Tomé más clases, estudié mucho y di un muy buen examen. Nunca me olvidé de las estructuras sintácticas de Teresa. El relámpago clandestino de sus tetas veinteañeras le dio un erotismo a la materia que ningún profesor del colegio lograría infundir jamás.
La mirada de los hombres dobla. Cuando pasa una mujer con lindas tetas la mirada de los hombres se curva, busca, se inmiscuye a través de los pliegues, a través de los escotes o los botones mal cerrados, y adivina, sopesa, sentencia. Las mujeres modelan sus tetas como quieren. La ropa puede levantar las tetas, ocultarlas, ajustarlas, trasparentarlas, sugerirlas, agrandarlas. Es bueno conocer todos esos trucos, no tanto para no dejarse engañar, sino más bien para participar y entregarse al juego. Las tetas de los años cincuentas, por ejemplo, eran cónicas, eran parte de un torso sólido y apuntaban amenazantes; después, en los sesentas, las tetas desaparecieron un poco de escena en el hippismo de las pacifistas anti corpiño; en los ochentas empezó la fiebre de las siliconas; y ahora las tetas son como globos apretados y empujados hacia arriba por el famoso wonder bra. Hay que tener en cuenta que el wonder bra da forma, pero también rigidez. Y es una lástima porque no hay nada como ese temblor hipnótico que va a un ritmo aparte de los pasos de la mujer, como un contrarritmo, una síncopa propia de las tetas naturales en acción.
Las tetas tienen vida propia, eso es sabido; no son como el culo por ejemplo que se mueve dirigido por su dueño. Las tetas parecen difíciles de controlar. En ocasión de cabalgatas, escaleras y trotes para alcanzar el colectivo, pueden incluso ser graciosas, torpes y poco serias. Algunas mujeres, sin embargo, tienen la habilidad de dirigirlas. Nuestra deslumbrante Carla Conte, por ejemplo, sabe hacer un mínimo taconeo entusiasta, un rebote de afirmación, de plena simpatía, de aquí estoy, que le provoca un temblor hacia arriba que termina en una especie de vibración de trampolín a la altura de sus tetas plenipotenciarias de chica de barrio. Un movimiento que le ganó televidentes y que detiene el zapping. Dentro de los cambios evolutivos, que van del homo sapiens al homo mediáticus, la función más importante de las tetas hoy en día ya no es la reproducción sino la capacidad para aumentar el rating.
Pero volviendo a las tetas reales de este lado de la pantalla, ¿cómo se accede a ellas, cómo se alcanzan y develan? Las mujeres tetonas tienen una habilidad desarrollada durante años para frenar las manos de los hombres-pulpo. El hombre-pulpo es el que no da abasto, el que ya tiene las dos manos agarrando cada cachete del culo y va por más, porque quiere además palpar simultáneamente la abundancia de las tetas y es como si les nacieran dos brazos suplementarios para alcanzar ese fin. Pero las mujeres tetonas tienen mucha destreza, saben interponer el codo y bloquear todo intento de avance. Hay que aprender que si una mujer detiene una mano no hay que insistir, sino intentar más adelante por otro lado, despacio, sin apurarse. Nunca jamás debe intentarse tocarle las tetas a una mujer antes de darle un beso, porque sería un fracaso (hay excepciones, hay abordajes muy acalorados por detrás que vienen con doble estrujamiento de tetas y beso en el cuello, pero no son muy frecuentes entre desconocidos). En general las tetas se exploran durante el beso, en lo más apasionado del beso. Una vez instalados en ese vértigo, se puede subir una mano por la espalda que explore debajo del elástico del broche del corpiño, pero sin desabrochar nada todavía, en una caricia que llegue a la nuca, que disimule un poco pero que a la vez diga ya estoy acá debajo de esta lycra tirante y no me voy a detener. Si la mujer accede tácitamente (porque nunca hay que preguntar ni pedir permiso) entonces ahí sí, se puede intentar desabrochar, desmantelar la delicada ingeniería del corpiño, desactivar esa tensión tan linda, lo elástico, lo tirante de las tetas sujetadas entre diseños de moños y florcitas. Y entonces llega la verdad, sin íntimos trucos textiles, la doble realidad pura y palpable. Entonces aparecen, asoman en estéreo, se despliegan las tetas en todas sus variantes como ejemplos de la biodiversidad. Tetas duras, nuevas, tetas derramadas, pesadas, tetas blandas, inabarcables, tetas sin caída, sin pliegue como cúpulas altas de pezones rosados, tetas apenas sobresalientes pero halladas finalmente por las manos, tetas enormes y llenas, tetas asimétricas, tetas breves pero puntiagudas de pezones duros, tetas lisas de aureolas enormes apenas dibujadas, tetas blancas, morenas, con marcas de bikini, tetas chiquitas y felices, tetas tímidas, esquivas, o desafiantes, orgullosas, guerreras. Todas lindas, dispuestas para el beso, la lengua, el mínimo mordisco, y provocando una sed desesperada cuanto más grandes, una actitud ridícula del hombre que de repente actúa como un cachorro ciego y hambriento y desbocado.
Y sin embargo esa sed no termina de saciarse. Hay algo misterioso en la atracción por las tetas. Porque, ¿qué se busca en las tetas? Las atracciones de la cintura para abajo tienen un objetivo siempre más claro y complementario, que termina consumándose sin demasiado equívoco. Pero en las tetas, ¿qué buscan los adultos? Que todo sea un simulacro de lactancia no cierra bien. Demasiado edípico y cantado eso de buscar repetir ese vínculo nutricio con la madre. ¿Y además las mujeres qué ofrecen cuando ofrecen sus tetas? Dicen que la existencia de las tetas tiene un propósito de atractivo sexual (además de su fin alimentario). Dicen que al estar erguidas las hembras humanas tuvieron que desarrollar una especie de reduplicación del culo en la parte de delante de su cuerpo para atraer a los machos. Ése es el fin que cumplirían esas dos esferas juntas a la altura de las costillas superiores: ser un señuelo similar a un culo llamativo. La explicación parece bastante ridícula y quizá por eso mismo –porque el cuerpo humano es bastante ridículo- sea cierta.
Las tetas son insoslayables. Imanes de los ojos. Las tetas invitan a la zambullida para pasarse un verano entre esos dos hemisferios. Son más fuertes que uno. Hay una fuerza hormonal y animal que supera todo intento represivo y civilizatorio por no mirar, por no quedar como un primate bizco de deseo. Mirar todo el tiempo a los ojos a una mujer con un buen escote es un difícil ejercicio de autocontrol, es casi imposible que los ojos no se nos resbalen a esas curvas, que no caigan y se entreguen con toda la mirada a la gravitación de la redondez de la tierra. Porque hay tetas que son insostenibles, y provocan incredulidad. Uno mira una vez y vuelve a mirar pensando ¿Vi bien? Y sí, uno vio bien, y esa visión genera una inquietud, una insatisfacción total de la vida, uno quiere entrar en ese mundo blando y suave, uno se siente lejos de esas tetas, desamparado como un soldado en la trinchera.
El anoréxico gusto de la época propone un ideal de mujer flaca pero con grandes tetas, algo raro que se da sólo en casos prodigiosos. Por eso la superabundancia de tetas falsas en los medios, tetas que quedan estrábicas, desorientadas, y a veces un poco ortopédicas. Se exige mujeres escuálidas que terminan poniéndose siliconas porque sin prótesis presentarían unas tetas apenas protuberantes, tetas de bailarina de ballet; una belleza sutil y sugerida que la tele parece no poder aceptar.
Una regla extraña pero frecuente hace que las tetonas sean chatas de culo, y las culonas sean chatas de arriba. Como si en la repartija hubiera que optar por una u otra opción. La mujer latinoamericana suele ser más dotada de grupas que de globos. La mujer promedio brasilera, por ejemplo, con su mezcla afro-tupí, suele tener unas poderosas pompas brunas y ser bastante chata de tetas. En cambio las mujeres europeas, nórdicas, suelen presentar -como escuché decir una vez en un canal de cable- un volumen mamario importante. Las alemanas teutonas, las suecas, las valquirias escandinavas, son mujeres con toda la vida por delante. Avanzan heróicas con grandes tetas redondas, doradas, divergentes. En Francia se hace más un culto a las tetas que al culo, y sin embargo las francesas -con excepciones normandas que cortan el aliento como la impresionante Laetitia Casta- suelen ser magras, escasas y finas.
Quizá las tetas no sean indispensables, pero dan alegría. Por suerte, las argentinas, gracias al encuentro de las sangres nativas y la inmigración mediterránea, suelen tener medidas armónicas, lo que quiere decir que están bien de todos lados. Y si nos llegara a tocar enamorarnos de una mujer sin tetas, habrá que apechugar, quererla, y echar de vez en cuando unas pispeadas nomás, disimulando. Hay que tener cuidado. Un amigo tuvo un lapsus que precipitó su separación. Su novia, que era muy chata y celosa, se cansó de pescarlo mirando escotes por la calle y le vaticinó: Vos un día me vas a dejar por una tetona. Y él, queriendo arreglarla le contestó: Sin vos estaría perdido, amor, sos mi tabla de salvación.
Por Pedro Mairal

sábado, 28 de agosto de 2010

Lectura de poesía en La casa del Jaguar

Tania Alvarado nos compartió su poesía.



Otoniel Natarén durante su lectura en La Casa del Jaguar.

Noche de viernes en La Ceiba, mientras el mar rugía a la distancia y escupía su incesante espuma, justo a la orilla de esa playa milenaria, bajo el techo de manacas de La Casa del Jaguar, nos dispusimos a leer nuestros poemas. Primero la presentación por parte de Tania Alvarado, quien hizo posible el evento, luego lectura de poesía por parte de Murvin Andino (yo), de quien no tengo foto porque a nadie se le ocurrió tomar al menos una mientras leía algunos poemas del libro "Corral de locos" y otros trabajos inéditos dedicados al mar. La lectura se cerró con la participación de Otoniel Natarén y luego Tania Alvarado nos dio una muestra de su obra.

Al final, la noche siguió su rumbo, el mar continuó en su incesante lucha y nosotros nos enfrentamos a la terca elección de los náufragos, todo lo que la noche permitiese.

Gracias a los amigos de La Ceiba por su hospitalidad, a mimalapalabra y Marsepia editores, al Sr. Jaguar (Roger Antonio), a Sonia Ribeiro por su fugaz visita y su invitación a Dubai, a Jimmy por sus rabietas, a la pareja de inglesitos que cantó y a los demás huéspedes de esa noche.

Murvin Andino

viernes, 20 de agosto de 2010

La estética de la cultura basura

Agustín Fernández Mallo


Poeta, ensayista, físico y escritor de la trilogía de novelas Nocilla Dream, Nocilla Lab y Nocilla Experience, el escritor Agustín Fernández Mallo es una de las figuras más visibles de una generación de narradores que en los últimos años logró una importante visibilidad mediática en España: "los Nocilla". Nocilla es, en rigor, el nombre con que se conoce en España a esa adictiva pasta de chocolate y avellanas que en otros lugares se vende bajo el nombre de Nutella. Mallo asume el apodo con fatalidad, aunque también aclara que a él, a Eloy Fernández Porta, a Jorge Carrión –y su libro Los muertos–, a Francisco Ferré, a Germán Sierra y a Manuel Vilas –de quien acaba de publicarse España–, por nombrar algunos de los que entran bajo este paraguas, también los llaman generación Mutante o Afterpop. ¿Cómo resumir este movimiento generacional cuando los diversos escritores siempre pretenden desmarcarse y resaltar su supuesta singularidad? ¿Huele, como la palabra Nocilla, a espíritu adolescente? No tanto. Al menos Fernández Porta y Fernández Mallo son narradores con un interesante grado de madurez, cuyo proyecto debe leerse en primera instancia al interior de un campo literario como el español. Esto significa: un campo literario aún más conservador que el argentino, y, con anterioridad a la crisis, despolitizado por largos años de abundancia.

Entonces pregunto si los autores del Afterpop –evitemos decir Nocilla– han producido una modernización en las letras españolas. Mallo responde: "No sé si modernizar es la palabra, pero sí asumir que hubo un cambio. Lo nuestro pasa por una literatura más propia del siglo XXI, más transversal, que me gusta definir sobre la base de que vivimos en un mundo en red, horizontal, con pocas jerarquías, y en las novelas está eso. Es importante escribir de la misma manera que vives y piensas. Cuando un tipo llega a su casa y mira televisión basura, eso está bien, y que lo diga un escritor hace 20 años era impensable".

Fernández Mallo reivindica a la poesía como el género literario más rico, y señala que no es un narrador meticuloso sino que va produciendo de acuerdo con sus sensaciones. Sus dos últimas novelas van desde un montaje de historias breves y algo simétricas, localizadas en diferentes lugares del mundo (Nocilla Experience) hacia una suerte de novela duplicada que ocurre en un hotel que también es una cárcel y un cementerio (Nocilla Lab). "Cuando acabé Nocilla Experience, me cansé de escribir eso y traté de pasar a otra cosa. A posteriori pasa, se puede ver que Dream es más abstracto, en Experience las historias cierran más, y Nocilla Lab se acerca más a poemarios míos como carne de píxel, y es mucho más íntimo. Como me interesa el juego con la imagen, al final de Lab se me impuso el cómic, es como una mezcla de Kafka y de Stephen King. El cómic entra porque de alguna manera se me imponía imagen."

Radicante

Otra coordenada para leer la trilogía Nocilla, y que atraviesa también a Fernández Porta (Homo Sampler, Eros), es la tensión establecida entre la narrativa y el discurso de la teoría y las artes visuales. Más que productores de teoría cultural, ambos escritores parecen asumir la condición de ejemplificadores sobre la base de recursos narrativos e interpretaciones de gran creatividad. ¿Cuál es la relación de Fernández Mallo con la teoría de las artes del curador francés Nicolás Bourriaud? Responde: "En mi libro PostPoesía hay una adenda al final, dedicada a Nicolás Bourriaud, a su libro Radicante. Terminé el libro, quedé finalista en el premio de ensayo Anagrama, y encontré una exposición en la Tate Gallery de Londres comisariada por Bourriaud que se llamaba "Alter-modernismo". Y me compré el librito, que estaba en inglés, y noté que eso tenía una afinidad muy fuerte con Postpoesía, y realicé la adenda. Me interesan las tesis de Bourriaud sobre el nomadismo estético, la construcción de raíces culturales a través de la navegación por el mundo. A un joven escritor le diría, pues bien, lee Radicante y luego hablamos.

-¿Cómo vincula eso a sus procedimientos?

-Hay un prejuicio de que la literatura debe ser algo puro, la idea del escritor romántico inspirado por las musas, sin contaminación con la teoría en forma directa. La diferencia está en que antes se creaba desde el conocimiento, y ahora desde la información. Se terminó el paradigma de la erudición, ahora creamos a partir de los flujos de información que capturamos, esto va a un laboratorio personal y ficcional, y esto vuelve al mundo absolutamente transformado. Bebo más de las artes plásticas para escribir, las artes visuales contemporáneas, el arte visual de los años setenta, que de la literatura.

-En "Nocilla Experience", un personaje se prende fuego mientras observa cómo se quema un cartel publicitario con su imagen. ¿La literatura puede entrar en tensión con la sintaxis que organiza los consumos?

-No creo que la literatura esté necesariamente para hablar del mundo. La diversidad es un signo de buena salud, como cuando vas a un bar, y aunque tomes sólo una marca de cerveza te alegra que haya muchas marcas, aunque no la vayas a beber en tu vida. Si hay algo que no me gusta del mundo literario son las discusiones estéticas o de política literaria.

-¿No marca cierta contradicción con sus planteos en contra de la autonomía literaria?

-No creo que un producto artístico tenga que hablar de una realidad social sino que trabaja con lo implícito. La obra tiene un cosmos autónomo, sino es sociología. No me interesa cuando las artes hacen las cosas para mostrar el estado de cosas de una manera explícita. Eso son muletas, y si tú le quitas a la obra esas muletas, debería seguir funcionando.

-Se dijo muchas veces que los procedimientos que ustedes utilizan ya fueron inventados por las vanguardias históricas...

-Esos comentarios son un tontería, muy naif, pasan por el aparato crítico limitado que tienen quienes los dicen. A mí me parece increíble, no han leído nada de crítica cultural posmoderna, no tienen idea, se han quedado en las vanguardias... Si todo lo han hecho ya las vanguardias entonces te digo bueno, a eso ya lo hizo Homero, o eso ya estaba en el Quijote. Si eres un tontiloco y no has leído más, eso ya ni lo contesto...

Del turismo a Borges

Los viajes, la cultura estadounidense y la figura de Borges son otros elementos que juegan con fuerza en las obras de Fernández Mallo. Borges, como maestro e incluso como material: el español reescribió El Hacedor, y declara que "Borges lanza toda la literatura del siglo XXI. Trabaja la idea del artificio y de lo multidisciplinar, en forma muy sintética, como la ciencia y como la poesía que me gusta." EE.UU., por su parte, es una fuente de mitos y cuna de los simulacros. Al respecto, el español Vicente Luis Mora señaló que Nocilla Dream se apropia de la cultura estadounidense como un repertorio mítico que termina siendo trabajado de un modo idealista. ¿Qué opina de esa crítica? "Que es verdad, pero la considero un halago. Admiro mucho a Estados Unidos, me interesa la ausencia de prejuicios estéticos de la cultura norteamericana. En Europa, hay tal mochila de tradición que no puedes dar un paso sin sentirte culpable.

La gran literatura de la segunda parte del siglo XX es la norteamericana, porque experimentan sin prejuicio. Es verdad que es una mitificación, pero estuve muchas veces allí y me he dado cuenta de que es verdad, es hiperrealismo, tú vas allí y América es así. Las Vegas es uno de los mejores lugares que he visitado". También dice: "Me siento bastante ajeno a la cultura española como elemento narrativo. Me atraen dos cosas: las vastas extensiones llanas de Castilla, porque me recuerdan a La Pampa, a los desiertos americanos, a la estepa rusa. Y también la costa mediterránea y el turismo, me encanta la parte turística que a la gente no le gusta". Justamente, el turismo estuvo presente en el origen de la trilogía Nocilla.

El mito de origen se remonta a un accidente callejero que Fernández Mallo sufrió en Tailandia, donde fue embestido por una moto y debió quedarse varias semanas en reposo en el hotel. Según Mallo, no le quedó otro remedio que encerrarse y escribir. Y así revindica la figura del turista: "El turista es muy libre, no es sólo un robot, a la vez es muy libre porque parece que no tiene ninguna raíz cultural, entonces va sin prejuicios de un lado a otro. Me siento un turista a donde voy, y no me importa. Pero a su vez siempre me encierro en hoteles para recrear las condiciones de casa".

Un viaje afterpop

Viernes a la noche: Buenos Aires se deshiela. Tras largas sesiones en Twitter, logré convencer a mi amiga la antropóloga chavista de que me acompañe a ver la performance de spoken word presentada por Fernández y Fernández (Mallo y Porta) en la sede Florida del Centro Cultural de España en Buenos Aires. Un espectáculo que, según la web, combina música, proyección de imágenes y lectura de textos.

Caminamos, le convido un cigarrillo. Uso guantes de lana que parecen de papel. En el CCBA, la antropóloga chavista señala que el lugar parece una peluquería de Palermo. Tiene razón. Su humor cambia cuando bajamos a través de una escalera caracol metálica y nos convidan cerveza helada. Hay un mozo, mi amiga no intuye demasiado rocanrol en el lugar. La sociabilidad literaria discurre en su gelatinosa consistencia hasta que Fernández y Fernández toman posesión de su lugar, sendas computadoras Apple y una pantalla gigante. Agustín Fernández Mallo arranca con su lectura de las "Instrucciones para dar cuerda a un ipod", una reescritura lúdica del famoso texto de Cortázar. Eloy lo sigue recitando partes de sus libros. Parecen dos nerds en el acto de fin de curso de una escuela secundaria privada. No ayuda el hecho de que Eloy se cambie de sombrero, gesto que se puede ver en la web. La mirada de la antropóloga chavista anticipa comentarios sobradores.

Sin embargo, caemos en la cuenta de que las imágenes son buenas, la música acompaña y los españoles recitan sus textos casi de memoria, con algo de gracia. Mentalmente, comparo el evento con todas las lecturas de poesía o narrativa a las que asistí en mi corta vida (son muchas). Mentalmente, dictamino que el show dura lo que tiene que durar. Al final de la noche, nos preguntan sobre la performance. La antropóloga chavista reconoce: "No estuvo mal, pero tendría que haber sido en un sótano, y el público tendría que haber estado bailando o haciendo pogo en vez de sentado en una galería de arte".
Tomado de: Clarín.
Por: Hernán Vanoli

lunes, 26 de julio de 2010

LOS INACABADOS, Gustavo Campos

Gustavo Campos -izq.-, junto al editor de este blog la noche de la presentación de Los Inacabados en Librería Líser de San Pedro Sula.


Los inacabados. Gustavo Campos. (Nagg y Nell, 2010)
Siempre he pensado que todo escritor para ser un buen narrador primero debe ser un buen poeta, por el hecho de que debe saber transmitir sentimientos y emociones por medio de su narrativa.
Los inacabados, de Gustavo Campos, es una novela de vivencias y reflexiones donde el autor logra cobrarse cierta cuenta pendiente con la vida, y lo hace con el desenfado que obliga a desvivirse y a decirlo todo. Los personajes son tipos sórdidos, irreverentes y caóticos que buscan en esencia vivir la desenfrenada lucha por el placer o por llegar a ese lugar donde deja de extrañarse todo y nada importa, aunque no sean capaces de ello, pues así son los inacabados.
Un libro repleto de voces de autores donde personajes beckettianos y citas del universo de lecturas del autor bordean los límites de la erudición que se complementa con el lenguaje poético -en ciertos fragmentos del libro- que se da en los momentos cumbres, lo cual deja sus méritos al autor.
Transcribo a continuación un fragmento de la novela de Campos, considerado a mi criterio como uno de los más agradables durante la lectura.
La brújula ya no existe. La lluvia cae suave y silenciosa. El calor persiste. El ventilador nuevo ha girado hasta que con su viento desbarató vidas. La brújula ya no existe. La humildad no es una solución ni un destino. La lluvia cae y la maldición será la misma hoy, mañana y siempre. No importa el tiempo. El lugar. El espacio. La brújula ya no existe. La lluvia cae sin sentido. Cae sin ritmo. Cae a otro ritmo. El amigo que aconsejaba a Arp se ha desvanecido. Al principio existió como una aguja de una brújula que hoy por hoy no existe.
Para concluir, Los inacabados, en su aparente estructura fragmentada, es una serie de secuencias que al final reflejan esa ironía del autor hacia sus inacabados y hacia la vida, hacia la destrucción de sí mismo por medio del amor, del dolor y todos los demás demonios de la carne.

lunes, 12 de julio de 2010

Alguien sigue loco, ahora en Internet

Enrique Vila-Matas

Ahora imaginemos que el año pasado, como si no tuviera dónde caerme muerto, fui a parar a la ciudad de Boulder, junto a las Montañas Rocosas, cerca de Denver, Colorado. Allí en ningún momento dejé de pensar en Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto, película interesante, no sólo por el título. Recuerdo haber dado ya por sentado que tan anodino poblacho grande carecía de historia cuando, al descubrir su íntima relación con el mundo de Stephen King, que había ideado allí The shining (El resplandor), la novela adaptada por Kubrick al cine, comprendí de golpe por qué en la película Jack Torrance (Jack Nicholson) decía aquella frase tan enigmática: "¡Podría volver como un auténtico escritor y conquistar Boulder!".

¿Quién no recuerda a Jack Torrance, el loco furioso de El resplandor, aquel hombre contratado para la labor de mantenimiento del vacío hotel Overlook durante los meses de invierno? Junto a su mujer Wendy y su hijo, que tiene un extraño poder de premonición, se instalan en ese gran caserón situado en una cumbre en medio de la nada, donde Jack piensa aprovechar para escribir una novela. La escena más memorable es aquella en la que confirmamos que la llegada de la nieve y el aislamiento han dejado en flagrante desequilibro mental a Torrance. Es una secuencia de puro terror metafísico. Wendy descubre que su marido ha estado tecleando convulsivamente una frase en la que se ha encallado y que repite con solo ligeras variantes: "All work and no play makes Jack a dull boy" (algo así como: "Solo trabajar y no jugar convierte a Jack en un muchacho aburrido").
Se sabe que ese libro encallado de Jack Torrance, libro de una sola frase, fue escrito durante el rodaje por el propio Kubrick usando una máquina de escribir programable. Y se sabe menos que hace unos meses Torrance publicó en Nueva York un libro con esa frase convulsivamente repetida ("All work and no play..."). Bueno, Torrance no, claro. Lo publicó Phil Buehler, un tipo tan obsesionado con la novela monocorde de Torrance que, convirtiéndose en el Pierre Menard del libro de Kubrick, terminó por escribirla él mismo y autopublicarla, aunque haciéndosela firmar al personaje de Stephen King y de Kubrick.
El libro contiene 80 páginas con combinaciones de la misma frase. Las primeras reproducen lo que la película muestra, es decir, las formas escalonadas que toman los epígrafes de Torrance. A partir de ahí, teniendo en cuenta que Kubrick ya no mostró el resto de su atrancado fraseo, Buehler se vio obligado a improvisar.
"Pensé: si se sigue volviendo loco, ¿qué aspecto irían teniendo esas páginas? Así que pasé de las escaleras a los zigzags y las espirales, y en definitiva a cualquier forma posible con una máquina de escribir", explicó Buehler, que admitió haber quedado bloqueado, al borde de la locura y de la demencia alucinatoria, en la página 60, pero aún así, a trancas y barrancas, entre zigzags y espirales, haber logrado llegar a la 80 y cumplir con lo que se había propuesto.
Colgó el anuncio de su autoedición en la página web de Blurb y los mil ejemplares de los que disponía se agotaron en dos días. La gente, desde entonces, le pide reediciones, quieren tener en casa este libro que él, con vanidad y osadía, ha llegado a situar "en la línea de las novelas de Samuel Beckett".
Sea como fuere, el caso es que Jack Torrance sigue loco, ahora en Internet, y ha dejado de ser un personaje de ficción para convertirse en un interesante novelista debutante. Habrá que esperar su segundo libro para saber si el copista de Kubrick es escritor de una sola frase, incapaz de ir más allá de ella, o bien un consumado artista de la palabra, capaz hasta de volar sobre el nido del cuco de la extrema locura de la terrible Boulder; alguien, por ejemplo, preparado para volver a esa ciudad convertido en un auténtico escritor, y conquistarla.

Tomado de El País.

domingo, 11 de julio de 2010

Lectura casta de una ficción hereje

El viernes 30 de julio de 2010 a las 7 de la noche se presentará la novela Ficción hereje para lectores castos de Giovanni Rodríguez, en el auditorio del Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula. A continuación un comentario de la crítica Sara Rolla sobre la todavía reciente publicación de Rodríguez.

Conocíamos el lado serio y metafísico -pero, afortunadamente, jamás solemne ni ruidoso- de la personalidad literaria de Giovanni Rodríguez, a través de su excelente obra lírica (le vengo siguiendo la pista desde que, hace unos cuantos años, me tocó ser jurado en varios concursos con los que se fue abriendo camino en esta selva oscura). Y no nos sorprende que en su novela recién publicada (Ficción hereje para lectores castos, Edit. mimalapalabra) muestre, como lo han hecho tantos grandes autores (Quevedo, paradigmáticamente), su vena humorística, la que se corresponde en forma tan natural con su carácter (sonrisa siempre en ristre e ingenio socarrón a flor de labios, como buen santabarbarense).
Celebramos la aparición de esta obra, que viene a confirmar que la narrativa hondureña de calidad no está muerta y que sigue asociada a una visión crítica y desmitificadora del ámbito nativo, mediante el filtro lúdico (Bähr, Escoto y Castillo son categóricos antecedentes).
El ánimo carnavalesco es notorio, pero no fluye en forma caótica sino muy controlada. Corre por cauces un tanto clásicos, aunque el ingenioso juego autoral que culmina en el “post scriptum” y las sutilezas intertextuales muestran el entronque con la mejor narrativa contemporánea.
Tanto en lo idiomático como en lo estructural, el texto está concebido y balanceado con extrema prolijidad, con un habilidoso aprovechamiento de recursos consagrados por la novela tradicional, como los paratextos empleados en el encabezamiento de los capítulos, de grata recordación para el lector inveterado del género.
Un juego estructural en clave cervantina preside la novela: el narrador es, en realidad, “editor” de un texto anónimo que ha llegado misteriosamente a sus manos. Y ya el título mismo anticipa dos elementos nucleares: la autorreferencialidad (se anuncia como “ficción” –no pretende crear una ilusión de vida- ) y el carácter burlesco (al caricaturizar tanto al texto como al lector).
De entrada, como vemos, irrumpe en la obra el juego metatextual. En el prólogo, el relator se “desentiende” de la autoría y deja flotando la duda sobre la misma, situación que anuda el inicio con el fin de la novela (el prólogo con el epílogo). Pero no sólo la autoría está en entredicho -las hipótesis en este sentido desembocan sorpresivamente en el excelente “post scriptum”-, sino también la verosimilitud de lo narrado: “vida ficticia o real”, “información o ficción” son los interrogantes que, apuntados en el prólogo, recorren la lectura de inicio a fin.
Por cierto, el plano de “lo real” asoma como un guiño a los conocidos del autor, cuando el “editor” de la historia menciona que fue empleado de la Secretaría de Cultura en el solar nativo, con lujo de referencias (año y cargo). Y también se pueden reconocer varios individuos y rincones del ámbito local en los que se basan los personajes y ambientes de la ficción.
Humor fino y grueso, irreverencia y naturalidad expresiva campean en esta novela, en la que el tono corresponde a la intención paródica. Hay un parentesco, consciente o no, con la picaresca. El tema del hambre, clásico del género, se destaca, junto al simbólico olor a mierda, en las brillantes páginas finales. Como en las grandes novelas de esa corriente, el texto pone, decididamente, el dedo en la llaga de una sociedad hipócrita.
En la trama de la obra hay una especie de “retrato del artista adolescente” en clave jocosa y múltiple. Por momentos, puede impresionar como una ficción un tanto ligera y frívola; pero, en definitiva, revela su condición de mascarada que deviene en una crítica feroz, de estirpe erasmista, de un territorio minado: el de la poderosa “industria de la fe”.
La experiencia de muchas y buenas lecturas y el oficio poético con sus exigencias de rigor expresivo abonaron el camino de esta primera novela de Giovanni Rodríguez. Su inicio en el género es más que auspicioso, y quedamos esperando más.

Sara Rolla