lunes, 29 de octubre de 2012

Salón Nacional de Arte

La premiación del XXII Salón Nacional de Arte del Centro Cultural Sampedrano me dejó, entre otras cosas, las siguientes observaciones. En primer lugar noté la poca competitividad que existe por parte de los autores sampedranos en comparación con artistas de otras ciudades. Otro aspecto sería la decadencia del arte en esta ciudad reflejada en la calidad de las obras.

Me llama la atención sobre todo la poca e ingenua creación que hay en una ciudad tan rica en temas y motivos como lo es San Pedro Sula, lo cual refleja la poca creatividad de los autores, la falta de académicos en esta rama del arte y cierto complejo que amenaza con dejar una mediocre producción para San Pedro Sula.

Hago especial mención de la voluntad y cortesía de los organizadores que año con año realizan este evento, pero en especial este año que bajo nueva administración convocó a 167 obras de 106 participantes, lo que demuestra la riqueza artística del país.

La exposición pictórica nos permitió a los presentes disfrutar de una rica variedad temática, estética y técnica por parte de la mayoría de los participantes. Aunque algunos trabajos no estuvieron a la altura del evento y quizá no merecían ni siquiera ocupar el espacio que se le asignó -incluido el individuo que exigía mayor respeto para su cuadro de un niño lenca-. Me llamó la atención la obra ganadora (Profecía 2012) sobre las demás participantes, justo premio diría, sin embargo, su autor me dejó dudas cuando un grupo de amigos le consultó ciertos detalles técnicos y no supo responder. Lo entendí de alguna manera, pero me pareció imperdonable e incluso fatal, para un pintor egresado de una escuela de artes.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La inútil manía de trabajar para un inoperante


Si me preguntaran qué es lo peor que le puede suceder a uno como empleado, es tener a un jefe(a) gritón, abusivo, mentiroso, impertinente y autoritario, un(a) hijueputa que se crea tener siempre toda la razón -y la verdad absoluta- y aunque su neurona y media que tenga medio chamuscada le indique algo, su idiotez le haga pensar y decir lo contrario.
Mi experiencia laboral ha sido la de un individuo normal que se levanta cada mañana con la intención de pasar un día tranquilo en el cumplimiento de su labor y con la mayor eficiencia posible, desafortunadamente al muy hdp -léase hijo de puta- de tu patrón le vale un cojón eso y muchas otras cosas y siempre exije más, como si él fuera de nuestro agrado.
De mí pueden renegar lo que quieran, pero nadie puede decir que soy ineficiente, y cuando alguien que lo único que sabe hacer es gritar me acusa de serlo, solo me dan ganas de reír, deseos de largarme de ese lugar y, por supuesto, de romperle -Chespirito dixit- todo lo que se llama cara.
Las mayores satisfacciones que he tenido en la vida me las ha dado la literatura, por eso en ningún momento podría renunciar, ni quejarme, ni asesinarla, ni defecarla, ni escupirla y aunque alguien que se crea más que yo, solo por el hecho de tener cierta autoridad o por tener algo dinero –y no poseer un ápice de moral- me acuse, discrimine, culpe o reniegue de descuidar mi trabajo por pensar, vivir, soñar, escribir, transpirar, etc., literatura, no hago nada más que pensar en cuantas veces he bebido, viajado, fornicado, comido, mentido, etc., etc., gracias a la literatura. Entonces pienso que esa persona que ni siquiera entiende un puto poema -ni lo entenderá nunca- no tiene ningún argumento válido para decir que eres un inútil bueno para nada y que solo se merece ser ignorado y quizá una diatriba como esta dedicada a los hdp que son algunos jefes.