domingo, 31 de enero de 2010

"Escribo para destruirme a mí mismo", Guillermo Fadanelli

Guillermo Fadanelli. Foto Efe.


No se sabe por qué razón, de un tiempo a esta parte muchos escritores, en vez de hablar de editores hablan de mercado, palabra semánticamente infectada por tantas razones. Pero lo interesante, o lo llamativo, es que se refieren como antítesis del mercado al escritor “en soledad”. Imagen galdosiana que poco tiene que ver, salvando excepciones con autores actuales sometidos al ruido y la furia.
Guillermo Fadanelli es muy conocido en su México natal. Tiene gestos de estrella del rock pero con académica formación filosófica. Si no viviera en D. F. diríamos que su gorra de béisbol se la robó un vendedor ambulante aunque le delate citar a Phillip Soller. Siempre tiene una cita en la recámara y dado que lo único que aspira con su obra es a destruirse a sí mismo, habrá que creer que soporta a los estructuralistas y a los productores cinematográficos.
Trabaja para el cine además de para destruirse a sí mismo (ahí están “La otra cara de Rock Hudson” y “Elogio de la vagancia”). “A mí no me importa si el director destroza una novela… eso es imposible”, dice. Él sólo pide por contrato salir una noche con la protagonista principal. Es autor de “vídeos basura”, inspirados en las lecciones de John Waters (“Pink Flamingos”, etc.), de manera que los actores, cuanto más malos, “más cerca estaban de la creación”.
El editor Malcolm Barral le propuso un tema muy privado para la diserción, aunque demasiado sabido: el alcohol. Y empezó por Kinsley Amis por puro capricho: “Lo que más me gusta de una mujer cuando está desnuda son sus ojos”. Buena cita, sí señor. La de Scott Fitzerald no estuvo a la altura o comparar a su hígado con su mejor amigo. Al final, aceptó que “no se puede construir ni una ética ni una práctica literaria” por dos copas de más. “La literatura, como el beber, es dar vueltas sobre tu tumba”. Esa estuvo bien.
Fadanelli, un autor brillante, divertido, ocurrente, con menos sentido trágico (la culpa es de John Waters) que lo que parece, se despidió con una sentencia de la que un día quizá se pueda arrepentir: “un hombre feliz no puede escribir”.

jueves, 28 de enero de 2010

Goodbye Mr. Salinger

Imagen de: www.larazon.com.ar


Jerome David Salinger, el autor de «El guardián entre el centeno», ha muerto a los 91 años de causas naturales en su remota casa de Cornish, en New Hampshire. En el mundo nos hemos enterado de la noticia por su hijo, Matthew Salinger. Y la noticia es noticia porque nos empeñamos en que lo sea muy en contra de la voluntad del autor de la obra y de la vida de Salinger. Él hacía muchos años que nos había dado a los curiosos con la puerta en las narices.
Hablamos de alguien cuya alergia no ya a la fama, sino a la mera luz pública, sólo se ve superada por la de Thomas Pynchon, otro perfecto ermitaño de la literatura norteamericana. Entre los dos fundan una de las paradojas más hermosas del capitalismo: el éxito de sus libros les ha permitido vivir literalmente del cuento y no hacer otra cosa que escribir, y en cambio nunca se han dignado a pasar por el aro de complacer o ni siquiera atender al público. Miles de millones de lectores hemos aceptado sin rechistar que no se nos dé ni agua, sólo la obra a secas.
Pero qué obra. Sólo por «El guardián entre el centeno» uno se gana el cielo o por lo menos la presencia en todos los programas de lectura de todos los institutos de secundaria del mundo. La historia de Holden Caulfield, quintaesencia del adolescente eternamente atrapado entre las restricciones de la infancia y la trampa de la madurez, no ha dejado indiferente a nadie desde su publicación en 1951.
La obra es tan escueta y a la vez tan sugerente que tiene más partes sumergidas que un relato de Hemingway. Cada cual la puede leer a su gusto. El enganche es tan universal y tan fuerte que Salinger murió batallando porque no apareciera una secuela sin su permiso, obra de un autor que se había imaginado el mundo de Holden Caulfield de viejo. Ganó Salinger.
El caso es que ni Salinger ni su criatura parecían predispuestos en principio a llevar una existencia tan torturada. Holden Caulfield ya era el protagonista de un primer relato corto, Sligth Rebellion in Madison, que el escritor trató de publicar en 1941. Luego vino el bombardeo de Pearl Harbor y aquello se consideró impublicable. No había margen para la adolescencia frustradamente narcisista y tirando a nihilista en aquellas horas de sacrificio y de guerra.
La Segunda Guerra MundialOtro tanto le pasó al mismo Salinger. Judío, le mandaron muy joven a estudiar a Viena, de donde tuvo la suerte de salir muy poco antes de que Hitler iniciara su avance. Quizás sintiéndose vagamente culpable por ello Salinger sirvió de buen grado en la Segunda Guerra Mundial. Así conoció a Hemingway y a la que sería su primera esposa, la alemana Sylvia Welter.
Atrás quedaban unos escarceos con Oona O’Neill, la hija del dramaturgo Eugene O’Neill, a quien le gustó Charlie Chaplin. Atrás quedó también cierto gusanillo del mismo Salinger por el teatro.
Por delante quedaban la guerra y un desasosiego infinito. Como le diría con el tiempo a su hija Margaret, “el olor de carne humana quemada no se olvida nunca”. Salinger fue de los primeros soldados norteamericanos en entrar en un campo de concentración.
Ni él ni su escritura volvieron a ser los mismos. Holden Caulfield por fin vio la luz pero ya en una versión incurablemente amarga. Salinger agradeció el éxito pero lo utilizó para escapar del mundo. Se hizo budista acérrimo. Se casó con una joven estudiante de Radcliffe a la que casi obligó a dejar de graduarse para huir con él. Tuvo dos hijos. Se separó de su esposa y tuvo una amante con la que también acabaría peleando por su privacidad. Nunca volvió a dar la cara. La foto suya que circulaba era de décadas atrás.
El niño americano que salió de la guerra siendo sólo un hombre se ha ido de casa para siempre por fin. Ahora sí que ya no hay manera de devolverle al redil. Ya descansa en paz.

Tomado de Diario ABC.

sábado, 23 de enero de 2010

O HAITI SOMOS NÓS

Antonio Miranda. Foto Murvin Andino

Un poema de Antonio Miranda (Estado de Maranhão, Brasil, 5 de agosto de 1940), dedicado a Zilda Arns, fallecida este mes durante el trágico terremoto en Haití.


O HAITI SOMOS NÓS

Para Zilda Arns, in memoriam
Todos os furacões açoitaram o Haiti!!
E o Haiti é o nosso paradigma de liberdade!
Todos os ditadores devastaram o Haiti!
E o Haiti é nosso exemplo de iluminismo!
Espelho de Bolivar e admiração de Washington!
Todos os terremotos abalaram o Haiti!
Alejo Carpentier sabia ser ali, sem dúvida,
"el reino de este mundo", a Bastilha da América!
Reflexos, vestígios de uma herança maldita.
Devemos manipular magicamenteos elementos,
para exorcizá-los. Vudú.
Diante das imagens terríveis dos destroços,
vêm as perguntas de respostas já sabidas!
De horror, de indignidade, de indiferença.
Diante das imagens terríveis dos escombros,
a mesma pergunta que o Papa fez
quando visitou os campos de extermínio:
"Onde estava Deus?" Onde estamos nós?!

Antonio Miranda
Enero de 2010

HAITÍ SOMOS NOSOTROS
Para Zilda Arns, in memoriam

¡Todos los huracanes azotaron Haití!
¡Y Haití es nuestro paradigma de libertad!
¡Todos los dictadores devastaron Haití!
¡Y Haití es nuestro ejemplo de iluminismo!
¡Espejo de Bolívar y admiración de Washington!
¡Todos los terremotos sacudieron Haití!
Alejo Carpentier sabía ser allí, a buen seguro,
"el reino de este mundo", la Bastilla de América.
Reflejos, vestigios de una herencia maldita.
Debemos manipular mágicamente los elementos,
para exorcizarlos. Vudú.
Delante de las imágenes terribles de los destrozos,
vienen las preguntas de respuestas ya sabidas.
De horror, de indignidad, de indiferencia.
Delante de las imágenes terribles de los escombros,
la misma pregunta que el Papa hizo
cuando visitó los campos de exterminio:
¡"¿Dónde estaba Dios?" ¿Dónde estamos nosotros?!

viernes, 22 de enero de 2010

"A casa regresan los guapos"

Portada de La piel de la ternera de Otoniel Natarén
La piel de la ternera es el segundo poemario de la editorial Mimalapalabra, el primero publicado por Otoniel Natarén (El Progreso, Yoro. 1975).
Comparto con Otoniel desde hace varios años, aparte de los cafés, las cervezas y la amistad, muchas conversaciones que me hicieron entender que a pesar de su trabajo silencioso era un poeta que fraguaba en su obra algo importante y valioso, un libro de calidad y gran valor para la poesía de hondureña.
Nada más me queda invitarlos a adquirir el poemario de Otoniel en Librería Caminante en el barrio Guamilito y en Metronova del Citi Mall y, sobre todo, a conocer la piel de esa bovina irreverente. Para mi amigo mis felicitaciones por su publicación. (Nos vemos un día de estos donde Meche para el brindis, o mejor donde haya buenas ubres. Ahora que tenemos Corral y tenemos Ternera...)
A continuación les dejo tres poemas, nada más, para no gastar el poemario, como muestra de la obra de Otoniel Natarén.


LAURETTA

Para escuchar esas canciones fue que ella subió;
para ver los techos de la ciudad, en la noche.

Todo el apasionamiento se grabó en las escaleras y
los vitrales.

Después llevó sus muebles,
les sacudió el polvo, y se instaló... para esperarlo.
Le dijo, ¡adiós!, con las cortinas blancas;
ella hizo la cena;
ella gritaba a todos desde el balcón, diciendo:
aquí estoy, esta es mi casa, la sala toda, hasta la
cocina,
y mostraba complacida sus prodigiosos pasteles.

Ella elevó a todos en el humillo de su marihuana.

Todos se encargaron de matarla
por cuanto ella pudiere haber matado desde sus
barandas;
él se demoraba,
ella rompió los calderos
y lanzó los guisos por la ventana.

Mañana volverá a levantarse,
y volverá el hambre;
toda la obsesión desprendida de los vitrales.

(Para aprenderse aquellas canciones
fue que ella subió).

Todos se prometieron cantearla.

(Ella creyó en las luces).

La ciudad callaba… mientras amontonaba
las piedras.



A CASA REGRESAN LOS GUAPOS

A mis inmortales tutoras de Letras

Abajo, en las verdes estampas;
bajo la gruesa tapa está el membrete,
el sello,
la fascinante tumba que dio vida a sus voces,
para despertar un día,
juntos,
señor y señora.

Aunque los hombrunos brazos…

“Yo soy la Dulcinea, la del Toboso,
donde ciertamente esperamos
a tan alto caballero”.

LA PIEL DE LA TERNERA

Aquí comienza el libro,
los llamados de la piel;
de aquel encierro,
de aquella mujer;
el mismo deseo, el mismo encadenamiento,
cual si la bestia fuera,
cual si la bestia es,
donde desbocan los caballos.

Dios nos ampare a todos.

Dios se apiade cuando se frunza nuestra madera
y sólo el libro sobreviva.

Vayamos todos los demolidos,
los crápulas,
a reconocernos en nuestros cerrojos,
con las ventanas abiertas de nuestras almas
libertinas.

Vayamos a ser verdaderamente hipócritas
puesto que nada nos conmueve,
y trotamos el mundo, fementidos y rufianes.

Pero, algo guardamos del abandono;
porque algo nos conmovía;
algo nos llenaba de las ternuras,
y aunque, arrojados del seno,
alguna verdad se nos presentó amable,
para cumplir los días,
para tocar sus trompetas,
con nuestras supremas pieles en los supremos
pabellones,
cuando la voz le cante,
a ella carnal, sufriente, corruptible;
blanca y verdadera.

miércoles, 20 de enero de 2010

La literatura hondureña en 2010

Portada Ficción hereje para lectores castos de Giovanni Rodríguez (Mimalapalabra. 2009).

Portada Corral de locos de Murvin Andino. Mimalapalabra. 2009.
Haciendo un recuento de los libros que nos dejó el año anterior, podría mencionar que sobresale por ejemplo el debut de mimalapalabra como editorial con un poemario y una novela. Murvin Andino presentó Corral de locos, un libro áspero por su temática existencial, diría el mismo autor, (yo). Giovanni Rodríguez presentó vía internet desde España su novela Ficción hereje para lectores castos, para reafirmar su "juego" de la literatura, según dijo la noche de la presentación en el mítico antro Klein Bohemia de la ciudad de San Pedro Sula.
Para 2010 podemos anunciar algunas de las obras que figurarán seguramente en la literatura hondureña, propuestas ingeniosas y renovadoras bajo el sello mimalapalabra, como será sin duda el poemario La piel de la ternera, del limeño-progreseño Otoniel Natarén, libro recién salido de imprenta. Giovanni Rodríguez ya alista su segunda novela, Teoría de la noche, y Mario Gallardo nos presentará sus dos recientes obras Limatown blues y Escribir poesía en el país de los imbéciles. Gustavo Campos nos dará su tercer poemario, Bajo el árbol de Madeleine.
Jorge Martínez nos promete su novela El mundo es un puñado de polvo y Las causas perdidas en poesía. Karen Valladares publicará Ciudad inversa (poesía). Luis Alonso Ávila debutará con su novela Con la misma memoria. Por otro lado, Murvin Andino alista su segundo poemario, Premoniciones. Además Marco Antonio Madrid prepara La secreta voz de las aguas, su segundo libro de poesía.
Podría, además, agregar algunos autores más jóvenes que pujan por un lugar en la literatura de nuestro país, quizá Darío Cálix con Pesadillas, Carlos Rodríguez -no tan joven- con Rutina y por allí algún otro poeta o narrador que olvidé en este momento. Así que el 2010 traerá buena literatura, buena poesía y quizá el despegue de la narrativa como género predilecto de los escritores nacionales.

Maxine Swann y los hijos de la contracultura

Maxine Swann

No hay reglas para los cuatro hermanos de Niños Hippies. No hay límites, no hay horarios, no hay nadie que grite, cuando ya está oscureciendo, "hora de entrar". Lu, Maeve, Clyde, Tuck —dos niñas y dos niños— "son libres de correr hacia donde quieran cuando quieran, así que lo hacen". Se pasan la vida arriba de los manzanos, bailan bajo la lluvia, se cubren el cuerpo con barro y se secan al sol. Ven a sus padres y a los amigos de sus padres bañarse desnudos en el arroyo.
Maxine Swann tuvo una infancia similar a la de los hermanos de Niños Hippies (Emecé, 2009), en una granja de Pennsylvania, donde nació en 1969. "Una crianza sin límites te permite muchas aventuras, pero, por otro lado, te provoca miedo y mucho sentido de la responsabilidad. Tenés que formular tus propios límites", dice, vía e-mail, desde Nueva York, donde se encuentra dictando clases de Escritura Creativa en la Universidad de Columbia.
La novela está estructurada en ocho relatos, que varían de la tercera a la primera persona (en la voz de Maeve, la segunda hija de la familia y alter ego de Swann) y que tienen ritmos y tonos diferentes. Cuentan, como si alguien estuviera marcando la estatura de los niños en una pared, distintos momentos de la particular crianza de los cuatro hermanos: una visita a la casa en ruinas de los excéntricos abuelos paternos, un viaje en auto con el padre (una figura por momentos adorable y por otras odiosa, pero siempre presente) y su nueva novia, la entrada en la adolescencia y los primeros pudores. En cada nuevo relato, los hermanos han crecido uno o dos años.
El salto temporal de los capítulos tiene su correspondencia en el tiempo que le demandó a Swann concluir el libro. El primer relato fue escrito en 1997 y ganó el premio O.Henry, el Pushcart, el Ploughsares ´Cohen y un lugar en The Best American Short Stories. Luego, la escritora postergó el proyecto. "Escribí parte del libro cuando tenía 22 o 23 años, pero me di cuenta que no lo podía hacer de una manera satisfactoria. Por eso escribí otro libro y después volvía a él. Niños Hippies es entonces una suerte de colaboración entre dos personas, una en sus tempranos 20 y otra doce años mayor", dice y nombra cuáles fueron las lecturas que le resultaron fundamentales para escribir su novela. "Las historias de Katherine Mansfield sobre su niñez. También las de Ingeborg Bachmann, la escritora austríaca. Es difícil, y hasta puede ser embarazoso, hablar de la influencia de Proust. Pero como estaba escribiendo una tesis de post-grado sobre su estilo mientras redactaba esta novela, su escritura estaba permeando mi cerebro", revela.

Tomado de: Clarin.com

viernes, 8 de enero de 2010

Y usted, ¿por qué escribe?



Por: Juan Gabriel Vásquez

HAY PREGUNTAS TONTAS PERO simpáticas, inteligentes pero pedantes, banales pero interesantes, serias pero aburridas.

Entre las que recibe un escritor en el curso de una entrevista, hay sólo una que es absurda, a pesar de que parezca la más pertinente de todas: y usted, ¿por qué escribe? La pregunta parece pertinente porque el acto de escribir —ficción, se entiende— no es normal: no es normal dedicar ocho horas al día, más o menos, a imaginar en completa soledad las vidas de gente que nunca ha existido; no es normal dedicar seis años, como Tolstoi, o diecisiete, como Joyce, a contar un cuento. Y la pregunta es absurda porque hay un rasgo esencial que distingue a los novelistas (o poetas, o dramaturgos, o cuentistas) del resto de los usuarios del idioma: y es que nadie, o casi nadie, tiene realmente claro por qué hace lo que hace.
Por supuesto que todos se cargan de razones, todos hacen malabares más o menos sofisticados para encontrarle una justificación a esta actividad injustificable. William Gass, a quien estoy traduciendo por estos días, dice: “Escribo porque odio”. García Márquez famosamente dice: “Escribo para que mis amigos me quieran más”. Pero lo cierto es que muy pocos novelistas comienzan a escribir en la edad adulta, muy pocos deciden a los veinte o treinta años sentarse a contar una historia sin haberlo hecho de niños, y los niños, ya se sabe, no suelen preocuparse demasiado por justificar sus intereses. Es más o menos lo que decía Jean Cocteau: “Sé que la poesía es indispensable, pero no podría decir para qué”.
Estaba yo pensando en esto cuando me encontré, hace poco, con la entrevista que le dio Paul Auster a la Paris Review en 2003. Está hablando de los lectores que se vuelven escritores: “Un verdadero lector sabe que los libros son un mundo en sí mismo, y que ese mundo es más rico y más interesante que cualquiera que hayamos visitado con anterioridad. Creo que eso es lo que convierte a un joven en escritor: la felicidad que se descubre viviendo en los libros. Uno no ha vivido lo suficiente para tener gran cosa que contar, pero llega el momento en que se da cuenta de que nació para hacer esto”. Me gusta esta última línea: el futuro escritor no escribe porque tenga un tema, pues pocos tienen temas a la edad en que comienzan a escribir. La idea me parece más justa, pero sobre todo más sugestiva, que esa vieja y cansada banalidad de escribir para expresarse, esa idea más propia del Querido Diario de un adolescente o de un libro de Paulo Coelho (muchas veces superado en interés y honestidad por el Querido Diario de un adolescente: pero éste es otro problema).
En ese librito maravilloso que es Leer y escribir, Naipaul cuenta que tenía once años cuando sintió por primera vez el deseo de ser escritor, pero que durante mucho tiempo esa ambición fue una especie de farsa: Naipaul acumulaba plumas finas y cuadernos bonitos, pero no escribía nada, porque no tenía nada que escribir. La ambición de ser escritor le llegó muchos años antes de encontrar sus historias. La obsesión vino antes que el tema. Escribir como actividad gratuita, irracional; escribir como fin, no como medio. Escribir porque uno no sabe hacer otra cosa y, peor aún, porque a uno no le interesa saber hacer otra cosa. Escribir, en fin, como manera de estar en el mundo.
Tomado de: elespectador.com

jueves, 7 de enero de 2010

Las tímidas escenas de sexo de los nuevos escritores norteamericanos

Philip Roth. Foto: LeMond.fr
Por: Katie Roiphe. Prof. Univ. de N. York

LOS VIEJOS NOVELISTAS, COMO PHILIP ROTH, BUSCABAN DERROTAR A LA MUERTE CON EL SEXO
Para una cultura literaria que teme estar al borde de la aniquilación total, somos extremadamente arrogantes con respecto a los grandes novelistas masculinos del siglo pasado. Se convirtió en algo popular reprobar a esos autores, y más particularmente, ridiculizar las escenas de sexo en sus novelas. Incluso los jóvenes escritores que parecen ser sus herederos aparentes, han repudiado la virilidad agresiva de sus predecesores.
Después de leer una escena de sexo en La humillación, la última novela de Philip Roth, alguien a quien conozco arrojó el libro a la basura. No fue exactamente la furia feminista lo que la motivó. En sintonía con esta anécdota privada, limitada, hay una calidad punitiva en las críticas publicadas que siempre es reveladora de algo más grande en la cultura, algo más allá del fracaso de un escritor añoso en producir suficientes oraciones buenas. Todo esto es como decir: ¿cómo es posible que las escenas de sexo de Roth aún nos enfurezcan?
En las primeras novelas de Roth y su grupo había, en sus pasajes obscenos, un sentido de novedad, de noticia, de ruptura. A lo largo de la década del 60, con libros como Sueño americano, de Roth, y Corre, conejo (John Updike) se pensaba que sus autores estaban informando desde una nueva frontera de conducta sexual: adulterio, sexo anal, sexo oral, ménage-à-trois, todo con la excitación de lo nuevo, o al menos, de lo recién discutido. Estos novelistas escribían sobre los dormitorios de la clase media con la excitación de tener a los censores a sus espaldas, con el juicio por obscenidad de 1960 sobre El amante de Lady Chatterley todavía fresco. Estos escritores jóvenes -Norman Mailer, Roth, Updike- tomaban el tema para adultos de John O'Hara y Henry Miller, aunque con una pizca de periodismo moderno.
Los pasajes explícitos de Roth caminan por una línea fina, difícil, entre la oscuridad, el humor y la lujuria. En estas escenas hay furia, venganza y algo de sexismo común y corriente, pero son -en su fuerza, en su inteligencia- carismáticas, una celebración de la virilidad de sus protagonistas.En 1960, Updike, con 28 años, consolidó su reputación con su novela Corre, conejo, acerca de un ex jugador de básquet devenido en vendedor de utensilios de cocina. Harry (Rabbit) Angstrom tiene sexo con una amante rolliza y promiscua y vuelve a su casa, a una esposa que ebria, ha ahogado a su bebé recién nacido. Unos pocos años más tarde, Mailer le dijo a Updike que debería volver al burdel y dejar de preocuparse por su prosa. Pero ese era el don desconcertante de Updike: ser franco y estetizante, todo a la vez, la poesía y el burdel. El sello distintivo de las escenas de sexo de Updike es una dura minuciosidad combinada con belleza. Todo es rosado, y luego, súbitamente, no lo es.
Saul Bellow compartía el interés de Updike por las aventuras sexuales. Mientras que sus escenas de sexo tienen más caballerosidad que las de Roth y otros, él se las arregla para atravesar algo de su forcejeo con estas damas carnosas, más grandes que la vida. Y así regresamos a aquel ejemplar de La humillación que terminó en el cesto de basura. El problema con las escenas de sexo en el último libro de Roth no es que sean pornográficas, sino que fracasan como pornografía. Uno siente que el corazón del autor no está en la novela, que simplemente está describiendo los movimientos; uno siente al viejo maestro impaciente haciendo un mapa de las escenas, no escribiéndolas.
En este punto, uno podría pensar: que entren los hombres jóvenes. Pero nuestro lote de novelistas masculinos jóvenes o juveniles no sueña con éso. El estilo sexual actual es más infantil; la inocencia está más de moda que la virilidad, los mimos, preferibles al sexo. Las posibilidades literarias de su propia ambivalencia son las que seducen a esta nueva generación, más que lo que sucede en el dormitorio. Michael Chabon escribe: "Una mujer vestida con una minifalda de cuero verde y sin ropa interior lee en voz alta La historia de O., y la protagonista dice escrupulosamente, "Me niego a azotarte." Describe Jonathan Franzen: "El ha sido, por supuesto, un amante asqueroso, ansioso". Y, por supuesto, hay escritores como Jonathan Safran Foer que evitan las corrupciones de sexualidad adulta y eligen niños y vírgenes como sus protagonistas.
Las mismas críticas de las cruzadas feministas que objetaron a Mailer, Bellow, Roth y Updike podrían verse tentadas a tomar esta nueva sensibilidad, o suavidad, como signo de progreso, pero el sexismo en la obra de los aparentes herederos, es simplemente más astuto y seductor, y más duro de revelar. Los escritores mas jóvenes son tímidos, tan subidos a una educación liberal, que sus personajes no pueden condonar ni siquiera sus propios impulsos sexuales; son demasiado fríos para el sexo. Que un personaje crea que el sexo podría ser una fuerza de cambio, y posiblemente para mejor, sería retrógrado. La pasividad, una dulzura paralizada, una ambivalencia profunda acerca del apetito sexual, se toman como signos de una vida interior compleja y admirable. Están enamorados de la ironía.
Comparado con la nueva pureza, la parálisis tímida, la ambivalencia que se mira a sí misma, la noción de sexo de Updike como una "averiguación imaginativa" tiene una cierta grandeza desvanecida. Vivimos en un tiempo más conservador. ¿Por qué, entonces tendríamos que ser molestados por la continua obsesión con el sexo de nuestros leones literarios? ¿Por qué no miramos hacia estos escritores más viejos, que quieren derrotar a la muerte con el sexo, con la misma afición que lo hacemos con los inventores de los primeros aviones fracasados, que permanecían en la pista con sus máquinas pesadas, imposibles y miraban al cielo?
Traducción: Patricia Sar
Tomado de Clarín.com