viernes, 23 de septiembre de 2011

FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA EN CARTAGENA DE INDIAS, COLOMBIA

15 FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA EN CARTAGENA

Convocados el 1 al 5 de diciembre a Cartagena de Indias, Colombia.


María Malusardi - ARGENTINA
Murvin Andino Jiménez - HONDURAS
Kae Morii - JAPÓN
Sandra Petrovich – URUGUAY
Francisco Jesús Muñoz Soler – ESPAÑA
Alexis Gómez Rosa – República Dominicana
Laura Hernández- MÉXICO
Mairym Cruz-Bernal- PUERTO RICO
Nahid Kabiri – IRÁN
Deth Haak - BRASIL
PEDRO DE SOUZA – BRASIL
Mehmet Yashin - CHIPRE

Por la República Colombiana del Caribe
MIGUEL IRIARTE
IVÁN BARBOZA
JAIME ARTURO MARTÍNEZ
NENA CANTILLO
RICARDO BARRIOS
JESÚS BUELVAS
PEDRO BLAS
Kelly LEÓN
Dalgi Mosquera
Ricardo Olea,
Herbert Prozkart

jueves, 8 de septiembre de 2011

Irreversible

Gracias, Lempira. Foto Murvin Andino





A continuación un poema de Murvin Andino, de los trabajos recientes, ganador del segundo lugar en el certamen de los Juegos Florales de Santa Rosa de Copán 2011.












Irreversible







Yo siempre fui un adiós... Un brazo en alto, un yaraví quebrándose en las piedras, cuando quise quedarme vino el viento, vino la noche, y me llevó con ella.
Atahualpa Yupanqui







Oscurece,
se consuma la batalla
con el tiempo
y el gran espejismo que atrapa a la ciudad
atiborrada por una intolerable muralla.
Se llena la calle de silencio,
de bastardos atroces,
de reflejos intermitentes y de miserables
que transitan el olvido.
Carga la gente su dolor
-la espuma enardecida reconoce el agua
que derrama a grandes mares con insondable medida-,
y sonríe a pesar de su delirio.

La escasa luz se va difuminando,
el pecado y la agonía estrechan cada palabra,
desaparece la multitud
poseída de infinitas preguntas –irreversible-
y las llagas de la carne
también son emblemas inhumanos.
El hambre azota a la solemne figura
–el hambre es un monólogo transparente
que quebranta la belleza-.
La gran metáfora de la vida
expira con el caserío reflejando
su inocente fulgor
y la lluvia ejerce su castigo
en la catástrofe imaginaria del ser
que, incuestionable, ajeno y elocuente,
cambia su vergüenza por monedas
y coronas de piedra o cartón.

Estamos de pie ante el equinoccio
en ese frenético mar de estatuas
y corceles de ensueño,
estamos en el instante
que devasta todo y cegamos al mítico cíclope
con la materia destruida
y la elegancia de los pobres en su trajín cotidiano.
Estamos en el instante
que dejó la carne erguida
y la inútil luna que esparció en la noche sus criaturas
de fatales abrazos de acero y vísceras de plomo.
Viajamos en el camino de los magos
y otras subespecies imaginarias
que no escapan del diluvio,
de la mañana,
del sueño,
del castigo de la cíclica serpiente
y su fatal movimiento de reloj
o sus minúsculos incendios nocturnos
capaces de percibirlo todo.

El hedor -ingrata mirada del amor insano-,
irrumpe con el horror de las complejas relaciones,
pero la noche también es una inválida memoria
donde cada situación nos desdibuja,
la noche es un jardín de infinitas mariposas
y para morir se necesita una palabra,
una visión carnal del paraíso
-el paraíso subterráneo del corazón
y la menguante penumbra-
que nos acostumbre a desaparecer
al transeúnte flagelado
que delimite el poder absoluto
y la indiferencia,
la continua mentira que destruye
mientras la heroica falacia aguarda
en las prisiones
y otros resquicios de la noche sinfónica.

No tengo el dolor de todos,
pero siento el miedo del rotundo ser,
la concéntrica teoría
de la misericordia prometida
y las falsas aves que van cegándose.
No tengo el amor de quienes
dejaron todo como un secreto
y escribieron sueños
para el río que abraza
y devasta las horas
y la soledad
y las sonrisas hermosas de amantes impulsivos.
La noche inexplicable
viaja oculta en el rostro inverso
de los enigmas cotidianos
y es la misma desnudez encantadora
que esparce las esquirlas,
el irreversible laberinto de la muerte
que, sediento y nauseabundo,
arrastra todo con el asombro
del destierro entre las visibles heridas
y la sustancia que exalta la arena,
el metal,
la arteria,
la absoluta mentira,
la tormenta,
la sangre,
la desdicha
y cada noción de sentimiento transgredido
o advertido
o escupido
en las vertiginosas islas de la noche
que derrama su espesor
como una vieja lámpara que se oculta
con el efecto definitivo de lo que ya es eterno.