lunes, 27 de abril de 2009

Lo importante es que podría valerme verga

Fotografía de Gustavo Campos

Lo importante es que podría valerme verga, como casi todo en este mundo, digo casi todo porque desde el inicio de mi faceta como padre, hay algo que de verdad me interesa.
No es que me falte amor, sólo es una necesidad de complementarme con la verdadera mitad de mi existencia, esa que aún no entiende para qué o por qué duerme a mi lado cada noche desde hace poco más de dos años y a la que levemente me atrevo a confiarle mis secretos, con esa manera torpe tan mía de contar las cosas y de salvar algunas cosas de mí.
No es odio ni rencor, quizá apenas ciertas incoherencias en mi persona, defectos de fábrica o alteraciones por el uso (in)debido de ciertas sustancias ansiolíticas o psicotrópicas.
Me parece además que me he vuelto un amargado de primera, pero creo que no es cierto, quizá se deba a que aprendí desde hace mucho tiempo a disfrutar la soledad y a todo lo que me remita a ella, quizá sólo me he vuelto un haragán de primera y me aburra casi todo, excepto la lectura y escribir de vez en cuando alguna página de mis textos o algún verso de mis poemas inacabados, oír música o ver una buena película.
Quizá lo peor de todo es que me he vuelto demasiado serio y que pienso que todo mundo debería ser como yo, en especial Ella, la musa todas las musas, y no comprendo por qué, quizá me estoy haciendo viejo y realmente me importe algo al final de todo esto, quizá me lo tomo muy en serio esto de ser esposo y padre de familia, quizá me cansé de ser irresponsable durante mucho tiempo y no tolere todo lo que sepa a parranda o despilfarro...
No sólo es encontrar agradable su compañía y a veces aunque me parezca incomprensible su aptitud ante la vida -su vida conmigo en especial- trato de comprender y me duele ser grosero y odioso con ella, sé que lo soy, pero esto es así, tratar de convencer a otra persona es indecoroso, es atentar contra su libertad de pensar o creer o de hacer lo que le dé la gana, Beckett sigue teniendo razón, aún con todo lo irracional que pueden resultarme sus textos, me parece acertada su frase y quizá deba dejar que todo siga su curso, quizá ella necesite formarse en su carácter y manera de ser y yo solamente esté interfiriendo con eso.
Esto no es una explicación de nada ni mucho menos una justificación, sólo es que creo que muchas veces debo algo más que una disculpa a esa persona que hace días, ya bastantes días, comparte su vida conmigo.
Lo importante es que podría valerme verga y hacer lo que me dé la puta gana como lo he hecho siempre, el hecho es que es mi compañera y le debo mucho, quizá mucho más de lo que imagino o viceversa, imagino más de lo que le debo.

viernes, 24 de abril de 2009

Presentación Corral de locos en UNAH-VS

Era una buena tarde -ya casi noche-, amenazada por los alumnos de la carrera de derecho -para variar- con tomarse la universidad, pero era una buena tarde. Pudo haber sido mejor, pero ni modo.
Estábamos allí, Mario Gallardo, Jorge Martínez y yo, presentando el primogénito de la editorial mimalapalabra y el mío también, literario... el segundo biológico.
Bajo la advertencia de la informalidad del acto, asistió poco público, el necesario quizá, pues prefiero que hayan diez con cerebro, que 200 acéfalos haciendo bulto.
Helen Umaña, Sara Rolla, Marta Susana Prieto y Armando García, sangre azul de la literatura hondureña, parecieron aprobar mi "Corral de locos" en su primera aparición pública.
El lugar lógicamente estaba vacío y sólo había allí algunos amigos solidarios y ciertos compañeros alumnos de la carrera de letras, el evento se realizó en un auditorio de una asociación de estudiantes religiosos y cuando di lectura a algunos de mis textos, presentí que el administrador del local, un tipo con cara de enojado que se veía al fondo del salón sentado en su -al parecer- cómoda silla, se levantaría y reclamaría por las palabras dichas en su santuario, luego de la lectura de algunos de mi poemas.
A continuación algunas imágenes del evento, realmente era una buena tarde, pero cerraron la universidad y tuvimos que irnos a casa temprano.





Fotografías de Rose Mary de Andino


sábado, 4 de abril de 2009

Los cantos de Maldoror

El ángel caído. Gustave Doré

Conde Lautreamont
Fragmento de Los cantos de Maldoror (canto segundo)

Era un día de primavera. Los pájaros derramaban sus cánticos en alegres trinos y los humanos, que habían acudido a sus distintas obligaciones, se bañaban en la santidad de la fatiga. Todo trabajaba en su destino: los árboles, los planetas, los escualos. ¡Todo, excepto el Creador! Estaba tendido en el camino, con las ropas desgarradas. Su labio inferior pendía como un cable somnífero; sus dientes no habían sido lavados y el polvo se mezclaba con las rubias ondas de sus cabellos. Amodorrado por un pesado sopor, molido por los guijarros, su cuerpo hacía inútiles esfuerzos para levantarse. Sus fuerzas le habían abandonado y yacía allí, débil como la lombriz, impasible como la corteza. Chorros de vino llenaban los agujeros excavados por la nerviosa agitación de sus hombros. El embrutecimiento, de porcino hocico, le cubría con sus alas protectoras y le lanzaba amorosas miradas. Sus piernas, de relajados músculos, barrían el suelo como dos mástiles ciegos. La sangre manaba de su nariz: en su caída se había golpeado la cara contra un poste... ¡Estaba borracho! ¡Horriblemente borracho! ¡Borracho como una chinche que se hubiera atracado durante la noche con tres toneles de sangre! Llenaba el eco de incoherentes palabras que me guardaré mucho de repetir aquí, si el supremo beodo no se respeta, yo debo respetar a los hombres.
CANTO TERCERO (fragmento)
¿Sabíais que el Creador... se emborrachaba? ¡Piedad para ese labio mancillado en las copas de la orgía! El erizo, al pasar, le hundió sus púas en la espalda y dijo: «Ahí tienes eso. El sol está en la mitad de su carrera: trabaja, holgazán, y no te comas el pan de los otros. Espera y verás si llamo a las cacatúas de ganchudo pico.» El picoverde y la lechuza, al pasar, le hundieron todo el pico en el vientre y dijeron: «Ahí tienes eso. ¿Qué pretendes hacer en esta tierra? ¿Has venido a ofrecer tan lúgubre comedia a los animales? Pero ni el topo, ni el casoar, ni el flamenco te imitarán, te lo juro.» El asno, al pasar, le dio una coz en la sien y dijo: «Ahí tienes eso. ¿Qué te había hecho yo para que me dieras orejas tan largas? Ni siquiera el grillo deja de despreciarme.» El sapo, al pasar, le lanzó un chorro de baba a la frente y dijo: «Ahí tienes eso. Si no me hubieras hecho tan grande el ojo y te hubiere visto en el estado en que te veo, habría ocultado castamente la belleza de tus miembros bajo una lluvia de ranúnculos, miosotis y camelias, para que nadie te viese.» El león, al pasar, inclinó su regia faz y dijo: «Por mi parte, le respeto aunque su esplendor nos parezca, de momento, eclipsado. Vosotros, que os hacéis los orgullosos, sois sólo unos cobardes porque le habéis atacado cuando dormía, ¿os gustaría que, en su lugar, tuvierais que soportar, de parte de los que pasaran, las injurias que no le habéis ahorrado?
» El hombre, al pasar, se detuvo ante el desconocido Creador, y, entre los aplausos de la ladilla y la víbora, defecó durante tres días sobre su augusto rostro. ¡Ay del hombre culpable de esta injuria!, pues no respetó al enemigo, tendido en la mezcla de barro, sangre y vino, indefenso y casi inanimado... Entonces, el Dios soberano, despertado al fin por tan mezquinos insultos, se levantó como pudo, tambaleándose fue a sentarse en una piedra, con los brazos colgando, como los dos testículos del tísico, y lanzó una mirada vidriosa, sin fuego, a toda la naturaleza que le pertenecía. ¡Oh!, humanos, sois niños terribles; pero, os lo suplico, respetemos esa gran existencia que no ha terminado todavía de digerir el licor inmundo y, no habiendo conservado fuerzas bastantes para mantenerse en pie, ha vuelto a caer, pesadamente, sobre esa roca en la que se sienta como un viajero. Prestad atención a este mendigo que pasa; ha visto que el derviche le tendía un brazo famélico y, sin saber a quién daba limosna, ha depositado un mendrugo de pan en esa mano que implora misericordia.
El Creador se lo ha agradecido con una inclinación de cabeza. ¡Oh!, ¡nunca sabréis qué difícil es empuñar constantemente las riendas del universo! A veces, la sangre sube a la cabeza cuando se está empeñado en sacar de la nada un postrer cometa, con una nueva raza de espíritus. La inteligencia, demasiado conmovida de los pies a la cabeza, se retira como un vencido y puede caer, una vez en la vida, en los extravíos de que habéis sido testigos.