jueves, 25 de marzo de 2010

De Dickens a Wall Street


John Lanchester
Tomado de revista El Malpensante

¿Por qué un escritor deja a medias su novela y se mete de cabeza a escribir sobre bancos, hipotecas y dólares? Con un pie en la literatura y un bestseller sobre la crisis de Wall Street, el autor de este ensayo responde.
Una de las mejores cosas de ser escritor es que nadie te dice lo que tienes que hacer. No hay un jefe, o mejor, eres tu propio jefe. Una consecuencia de esto es que cuando te preguntas por qué estás haciendo algo no es necesario tener una respuesta inmediata. Puedes estar haciendo cosas que tomen meses o años de trabajo sin tener ni idea de por qué las haces. Culpar al jefe es culparte a ti mismo.
Varias veces, mientras escribía mi libro sobre la crisis financiera, me detuve a preguntarme por qué lo estaba escribiendo. Tenía sobre el escritorio el borrador completo de una novela, esperando ser terminada. Nunca antes había escrito un libro de no-ficción. (Había escrito una biografía de mis padres, pero eso es un animal distinto.) Sabía que había encontrado una faceta de la crisis que no tenía rival en cuanto a interés y drama, sabía también que estaba en una muy buena posición para escribir sobre el tema porque había seguido la historia desde antes de que se desencadenara; pero nada de eso explicaba por qué me sentía obligado a escribir un libro sobre ese tema cuando había otros libros que también quería escribir.
Un día, mientras caminaba por la calle Strand, recordé algo. El hotel Savoy queda al final de una callecita, solo una cuadra abajo de la Strand, una de mis calles favoritas en todo el mundo por una razón: fue durante muchos años la única calle de Inglaterra en la que era obligatorio manejar por la derecha.
El día que pasé frente al Savoy era el 7 de septiembre de 2009, la fecha en que Samoa se convirtió en el primer país, en décadas, que pasaba de la conducción por la derecha a la infinitamente más sensata y demostrablemente más segura práctica de manejar por la izquierda. (No bromeo cuando digo que es más segura: es estadísticamente cierto. Nadie tiene muy claro por qué, pero se sospecha que se debe a que nuestro ojo dominante es el derecho y que éste es el que más usamos al conducir. O quizá simplemente los extranjeros son más estúpidos que nosotros.) Había estado leyendo sobre el tema. Había leído acerca de por qué en muchos países solían manejar por la izquierda porque es la forma lógica de montar a caballo para las personas diestras, y sobre por qué todos los países en los que todavía se maneja por la izquierda tienen una fuerte influencia británica y son islas. Estaba meditando sobre este tema cuando la idea me sacudió: esto no podría ir en una novela. Una novela con una discusión sobre la diferencia entre manejar por la izquierda o la derecha sería... bueno, digamos que no tendría mucha prisa en leerla.
El mundo está lleno de cosas interesantes que no encajan en las formas tradicionales de la ficción. Esto se debe a que una novela debe parecer real. No debe ser literalmente real, la verdad que busca puede ser fantástica, salvaje, sobrenatural, ilógica, surrealista, incoherente, hasta loca; pero debe sentirse real. Debe generar un universo propio y crear un orden interno satisfactorio de acuerdo con ese universo; en sus propios y misteriosos términos.
Eso quiere decir que puedes hacer un montón de cosas en la ficción: mandar a tus personajes a Marte o al manicomio, o cambiarles el sexo, o la personalidad, o lo que sea, siempre y cuando parezca real. Pero hay límites, y uno de ellos tiene que ver con la improbabilidad. La ficción se lleva mal con la improbabilidad. Lo extraño está bien. Pero lo improbable, lo inverosímil, aquello que simplemente no debió ocurrir o que se siente como si no debiera haber ocurrido, incluso después de que ocurra, eso tiende a romper un universo ficcional.
Ese día en la calle Strand descubrí que lo que me atrae de la no-ficción es que se trata de una forma de escribir directamente sobre los muchos aspectos del mundo que la novela intenta forzosamente contener. Una forma de escribir sobre la conducción por la izquierda, o sobre la cadena de errores, invenciones y absurdos que llevaron a Occidente de un período de prosperidad sin precedentes a un colapso sistemático, sin advertencias ni shoks externos. Hablamos de algo interesante; hablamos de algo improbable.
El problema de los límites de la ficción me ha preocupado toda la vida. Entre las grandes formas artísticas, la novela es la más aferrada al mundo: puedes ignorar el mundo en una pintura, o en una sinfonía, o en una escultura, pero no puedes ignorarlo en una novela –al menos no en una que valga la pena leer. Sin embargo, esta condición mundana de la novela es limitada y hay terrenos que no logra cubrir bien. La improbabilidad es uno de ellos, y otro, me he dado cuenta, es el trabajo. El mundo del trabajo, especialmente el del trabajo moderno, está muy pobremente representado en la ficción.
Freud decía que los dos criterios de salud mental son la habilidad de amar y la de trabajar. El primero de esos impulsos está ampliamente narrado en el mundo de la ficción –de hecho, tan exhaustivamente que hay estantes y estantes repletos de libros que tratan en esencia sobre el amor. El mundo del trabajo, en cambio, apenas aparece. La mayoría de las grandes obras que describen el trabajo fueron escritas en el siglo XIX: las novelas de Dickens, las de Zola o Moby Dick (que entre muchas otras cosas es una gran novela sobre la caza de ballenas).
Tolstói estaba interesado en el trabajo, esto se ve especialmente en Anna Karenina, de la que todos recuerdan a Levin sudando en el campo con sus jornaleros, pero donde también hay una de las más vivas representaciones de la vida del servicio civil en el personaje de Oblonsky. Son sus actividades extramaritales las que inspiran la famosa apertura de la novela –“todas las familias felices se parecen”–, pero también hay que decir que ha obtenido gran respeto como burócrata. Tolstói escribe que lo había logrado sobre todo por “su completa indiferencia hacia el negocio en el que trabajaba, debido a la cual nunca se dejaba llevar por el entusiasmo y jamás cometía errores”. Los personajes de Dickens trabajan, y también los de Thackeray y Trollope, y los de Twain y Flaubert (lo que es más extraño si tenemos en cuenta que en toda su vida Flaubert jamás tuvo un día de trabajo pago).

lunes, 22 de marzo de 2010

El Poeta

Ilustración de FABO

No sabemos cómo se llama, nunca nos ha querido decir su nombre, pero lo conocimos como "El Poeta" y se pasa cada día de cafetería en cafetería hablando de sus proyectos y aspiraciones.
Aproveché una pausa en el trabajo para venirme a tomar un café y todo iba bien, hasta que se apareció.
-Me contaron que publicó un libro, colega -me dice, y sonríe.
-Sí, así es -le respondo mientras pienso que no tengo ánimos para hablar con nadie en este momento.
Continúo callado mientras tomo mi café de las tres de la tarde.
-Yo voy a ser el mejor escritor de Honduras -me continúa diciendo-, voy a publicar diez poemarios el año que viene.
Vaya tipo, pienso, y me sigue contando El Poeta que tiene un poemario para cada estación del año, invierno, verano, etcétera. Un poemario para cada signo zodiacal, uno para cada departamento del país y uno para cada país de Centroamérica. Además, uno para cada región importante de Francisco Morazán, departamento del cual dice que es originario...
Este tipo es completo, me digo, y me empieza a contar de otros libros que tiene planeados... Según relatan (es una leyenda que él nunca se ha preocupado por desmentir, ya que seguramente lo hace feliz saber que hablan de él, no importa si bien o mal), lo que hace es que agarra un tema, lo subdivide y a cada subtema le dedica un poemario... Por ejemplo, me cuenta que hará un poemario para cada aspecto de la medicina, uno dedicado al bisturí, otro a las píldoras, el tercero a las enfermeras, uno más a las ambulancias, etcétera, etcétera.
Luego me dice que tiene un libro de poemas para cada planeta del sistema solar, y no para de hablarme... Realmente empieza a volverse fastidioso.
-¡Vieras qué máquina! -me dice con la maldita manía de acercarse demasiado a las personas para conversar. Me doy cuenta de que su boca apesta a alcantarilla, por lo que retrocedo y continúo escuchando. Observo a unas extranjeras que han llegado al lugar, pero es inevitable no distraerme con una plática tan peculiar.
Añade que tiene un gran plan cósmico-poético... una saga de libros sobre profecías y adivinaciones. Es una manera de aprovechar que está de moda eso del apocalipsis, me confiesa.
Además me habla de una serie de poemarios sobre cada parte del cuerpo... desde la cabeza hasta los pies, pasando por cada órgano interno. Agrega, con un susurro que busca mi complicidad, que la idea se le ocurrió al leer el cuento El Aleph, de J.L. Borges... en el que se habla de un poema infinito dedicado a TODO el universo. Me cuenta que él es más modesto y sólo escribiría unos cinco mil poemarios.
-¿Qué tal?
Ante el asombro que me deja -o que parece dejarme- semejante proyecto de publicaciones, le pregunto si planea escribir un poemario dedicado a la mierda, y responde que esa idea no se le había ocurrido, pero que parece buena y que lo va a considerar.
Le hago una observación: si es posible escribir un poemario sobre cualquier cosa, ¿no es posible también escribir otro que contradiga, niegue o anule esa cosa? Asiente, opina que es una idea digna de ser tomada en cuenta y escribe mi observación en su libreta de apuntes, un cuaderno maltratado y sucio en cuya portada se distingue todavía una imagen de Bob Esponja.
Comento como de pasada, mientras veo con nostalgia las pantorrillas de las extranjeras que toman café cerca de mi mesa, que seguramente ya craneó la posibilidad de hacer un poemario para cada escritor famoso y cada prócer... Por ejemplo, Neruda, agrego.
El Poeta no es tan distraído. Me dice con una sonrisa desdeñosa que esa idea ya estaba en su cuaderno de apuntes.
Claro que, luego de tomar el apunte sobre los contrapoemarios, El Poeta hace una pausa como si de pronto se acordara de algo, se pone medio maleado y me dice que no se trata de escribir un poema sobre cualquier cosa, que eso es rebajar la poesía... pero no se toma el trabajo de aclarar en qué consiste mi insulto al oficio de escribir poemas.
Le digo que así como va su proyecto editorial seguramente superará a Neruda: será el mejor poeta de la historia.
Toma de un trago casi medio vaso de agua que le sirvieron hace un rato, luego me dice que hará un contrapoemario sobre Neruda, el cual tiene que dividirse... no sólo sería un libro, sino, al menos, tres:
1. Un poemario que niegue las ideas políticas de Neruda.
2. Otro que niegue los poemas de Neruda.
3. Uno más que niegue que Neruda existió...
Luego se le ocurre otra onda... me habla de un poemario en el que se invente a un poeta parecido a Neruda, pero que no sea Neruda, ya que la existencia de Neruda sería abolida en el tercer poemario. Luego vendría la tarea de escribir todos los poemarios de ese nuevo poeta... "¡¡¡Una labor bárbara, maje!!!”, me dice con una alarmante sonrisa en el rostro.
Ya son casi las seis de la tarde cuando El Poeta termina de contarme su descomunal proyecto literario y de pronto me dice que ocupa ayuda, que es gran trabajal... Añade que yo podría ayudarle a escribir -al menos- los poemarios que le atribuiría al nuevo Neruda, cada uno de los cuales sería el contrario exacto de un libro nerudiano. “¡Como la materia y la antimateria, man!”
Paso ocupado y no tengo tiempo, le respondo, y le pregunto si pagaría por eso, pero dice que no, que sería por amor al arte.
Su respuesta me hace reír y hago como que me voy a marchar, entonces él se molesta e intenta detenerme. Me horroriza su mueca de desesperación al ver que me largo. Intenta detenerme… No tengo más remedio que darle un puñetazo en la nariz.
El Poeta cae como un monigote y salgo rápidamente. Lo último que veo es a las personas que están en el café rodeándolo, ayudándole y llamando a una ambulancia, las extranjeras quedan inmóviles y me observan mientras me dirijo a la salida.
No volveré allí por lo menos en un año, pienso, hasta que nadie recuerde este asunto vergonzoso. Camino rápidamente sin saber adónde ir y recuerdo que no pagué el café. No importa, sólo quiero caminar, lo más rápido que pueda…

viernes, 19 de marzo de 2010

La piel de la ternera

El jueves recién pasado se realizó en el Centro Cultural Sampedrano la presentación del poemario La piel de la ternera, del poeta Otoniel Natarén. El libro de Otoniel se publicó bajo el sello editorial mimalapalabra, y representa, según el autor, sus experiencias y algunas de amigos que marcaron su obra. Además del poeta, dieron sus impresiones el escritor Gustavo Campos, en representación de la editorial, y el poeta Murvin Andino, amigo del autor. Otoniel interpretó un poema, musicalizado por él mismo, el cual transcribo a continuación.

La visita breve

El horizonte busca las bocas,
el pecho descubierto,
la entrega de un ayer cálido derramado en las
manos.
El horizonte como un cachorro nublado, extendidas
sus patas.
La visión te nombra,
la visión te la dio el anhelo en un aullido;
pero es Ella quien viene solitaria,
pero es Ella quien espera solitaria y se lleva la
fortuna.
Yo te quería sobre esas bocas y allí no había sonido,
ni inquietud de olas;
no había recuerdo en las miradas plateadas de los
faros.
¿Quién vuelve por ese horizonte tibio
reconociéndote?
Ayer te tomaba con la sangre brutal,
y allí aparecen dos estatuas azuladas,
bajo la lluvia,
parecidas a dos fantasmas.
Como en otros espacios, otras caras anochecidas,
el frío de las manos, la tormenta,
y la obscura Beatriz parece surgir al fin desde el
humo.
Te llamaron los faros,
te llamaron sin cesar,
la inquietud y sus sonidos, las luces distendidas;
quien busca entre quienes buscan las ternuras
olvidadas,
las que alguien vende o deja;
alguien, quien también yace recostado, esperando,
con un zarpazo.

jueves, 18 de marzo de 2010

Café, libros y algunos tontos

Fotografía y texto de Murvin Andino




Esta tarde como todos los días antes de ir a la oficina, fui por una taza de café, por un instante de tranquilidad y por leer algo interesante. Me entretuve con algunas páginas de Conversación en la catedral y cuando iba como por la tercera página leída me percaté que no estaba solo en el lugar y vi a mi derecha a un par de tipos conversando en voz alta, no recuerdo de qué, creo que de fútbol, a mi izquierda había otro par de individuos hablando en voz baja, por lo que supuse que dialogaban de algo extraño, quizá algo demasiado íntimo.
Me levanté, fumé un cigarrillo a unos metros de distancia de donde habían quedado mis libros sobre la mesa, observé hacia la planta baja del lugar y vi una vendedora de helados y uno que otro transeúnte distraído. Esta semana sí me toca fumar, pensé, por lo menos hasta terminar el paquete de Belmont suave. Como de costumbre el café estaba horrible, pero creo haberme acostumbrado ya a esa mierda. No sé cómo pueden vender tan cara esta mierda de café, mucho menos en un país productor del aromático grano.
Intentaba distraerme escuchando Suspicious minds de Elvis Presley para concentrarme en lo que realmente deseaba hacer, pensaba en cientos de personajes que conocí a través de los libros y las largas jornadas de lecturas y sobre todo en algunos de los más peculiares, quizá como Bartleby, Chinaski, Bandini, Cauldfield, Rafael Sánchez Mazas, el personaje de Javier Cercas en Soldados de Salamina que escapa de ser fusilado. Pensé en la idea de que quizá a diario nos encontramos con este tipo de individuos, quizá sin darnos cuenta nos topamos con alguien que bien podría ser como los descritos por Henry Miller o los más refinaditos como los de Jaime Bayly.
En la mesa de al lado izquierdo se había unido alguien más, eran tipos con apariencia de andar de visita por la ciudad, uno con cara de político y los otros al parecer sus ayudantes o empleados o colaboradores, no lo sé. Escuché que hablaban de política y me fue imposible no enterarme de su conversación. Hablaban de un ex presidente derrocado hace algunos meses en el país y la forma cómo al parecer todo quedaría en impunidad.
Escribo esto porque quizá siempre que estoy en algún lugar público tiendo inevitablemente a escuchar las conversaciones de los demás, por el simple hecho de que no pueden hablar en voz baja, y algunas son realmente estúpidas y sin lugar a dudas detesto escuchar hablar a ciertas personas sobre ciertos temas desagradables. Cuando "gato barcino" llegaba a cualquier lugar donde me encontrara, optaba por marcharme, es un hablamierdas de primera. Una vez se sentó a la mesa que ocupaba yo, le dije que si me sentaba solo era porque me gustaba estar solo. Se marchó, pero al parecer el tipo es de esa especie poco común de los inagüevables y siempre que lo veo me saluda, pero me pregunta si se puede acercar a conversar conmigo.
Otra de los cosas que detesto cuando voy a alguna de las cafeterías del centro de la ciudad es cuando se reúne allí algún grupo de viejos desocupados, además de sus aburridas conversaciones, hay que soportar sus gritos, que imagino se deben a algún tipo de sordera que les impide escucharse ellos mismos y se ven obligados a gritar. Aunque no niego que en los cafés se puede apreciar de todo, desde una cita romántica, una discusión de pareja, senos, braguitas, entrepiernas y hasta una nueva conquista amorosa. En cierta forma podría decir que los cafés también son lugares fantásticos con diversidad de zoología.
Un tipo rubio y alto con apariencia de extranjero, con bigote como de ranchero (algo así como el de Sam, el perseguidor de Bugs Bunny), se paró justo frente a mí observando por la vitrina de una tienda y debido a lo peculiar de su vestimenta me fue imposible evitar verlo, andaba con un pantalón corto hasta un poco abajo de las rodillas y acompañado de un par de muchachitas, adolescentes quizá por su apariencia, y pensé que ese tipo de seguro sería una especie de corruptor de menores. Ellas no se parecían en nada a él y viceversa, así que definitivamente no podrían ser familia, luego se desaparecieron por unas escaleras.
Por fin llega mi hora de partir, tomo mis libros y me levanto, quedan atrás los tipos desconocidos y su desesperante conversación, me voy, pensando que en realidad no me gusta conversar sobre ningún tema.

sábado, 13 de marzo de 2010

Arrastrados por un insólito destino


Por Juan Carlos González A.
Tomado de Revista Arcadia.

¿Cómo lo logra? Lo que en otros directores sería una insufrible colección de clichés melodramáticos, en Pedro Almodóvar se convierte siempre en una experiencia distinta y original. El material con el que están hechos estos filmes es el mismo: la pasión y el deseo, y las telúricas consecuencias derivadas de ellos. No hay otro tema más cercano a sus afectos y por ende no hay otro asunto que consiga abordar con tanto virtuosismo. De pronto ahí está el secreto: en haber adquirido lentamente la experticia temática que le permite hacer continuas variaciones alrededor de algo que se parece a lo que ya ha hecho y que sin embargo –he ahí la magia– siempre es nuevo, una estrofa adicional al largo (pero afinado) bolero que Almodóvar ha venido construyendo con sus imágenes. El universo de este director manchego se prolonga en sus códigos formales que no temen al riesgo ni al ridículo. Lo suyo es la saturación cromática, la puesta en escena abigarrada y los personajes de particulares facciones. Narrativamente sus historias son corales, laberínticas y con diversas capas temporales que remiten a un pasado usualmente más feliz o que es la semilla de las desgracias actuales. El mismo esquema temático y formal aparece en Los abrazos rotos (2009), su más reciente filme. Pero –consecuente con todo lo que he afirmado– esto no se ve como una repetición, sino como una reformulación válida y consistente. Así hace su cine Almodóvar y uno puede gustarle o no su estilo, pero es innegable su originalidad y sobre todo su honestidad con él mismo.

Los abrazos rotos parece, además, un compendio de su cine previo y de sus recurrentes obsesiones cinéfilas (hay que ver cuánto admira a Hitchcock y cuánto adeuda a Douglas Sirk), en un juego de nostalgias, guiños, homenajes y reverencias que añaden a la vez lúdica y complejidad a una película que se debate entre el pasado y el presente para contarnos la historia de Mateo Blanco (Lluís Homar), un ex director de cine y guionista que ha quedado ciego. Una noticia en el periódico y una misteriosa visita le hacen evocar su vida previa, que se entrelaza con la de unos personajes aparentemente ajenos que determinarán su destino, su insólito destino que termina por arrastrarlos a él y a Lena (Penélope Cruz), su gran amor. No voy aquí a revelar detalles argumentales adicionales. Me quedo mejor con una imagen, la de Mateo y Lena viendo en televisión Viaggio in Italia (1954) de Rossellini en el momento en que los actores George Sanders e Ingrid Bergman ven los restos arqueológicos de una pareja abrazada, calcinada por la lava del Vesubio. Mateo y Lena se abrazan frente al televisor y él decide inmortalizar ese abrazo con una foto. Pero ni el abrazo –indefectiblemente roto–, ni la foto –posteriormente hecha pedazos– sobreviven.

El momento solo será eterno en sus recuerdos. Almodóvar desenrolla esta madeja dramática con calma, revelándonos solo la información justa y en el momento adecuado. Llevando siempre las riendas del relato, no hay precipitud en su abordaje –sin duda depurado por su experiencia– como tampoco hay una excesiva cercanía hacia los protagonistas que le impida a veces burlarse de ellos y provocarnos una sonrisa jamás forzada. Él sabe cómo dosificar las sensaciones y las emociones que atraviesan todo el metraje, conquistando en el camino al espectador, que se entrega a esta malhadada historia de amor ya condenada desde el principio. Lo sabíamos, pero no nos importa. Sufrir por amor vale la pena, como diría un buen bolero.

jueves, 4 de marzo de 2010

Otoniel Natarén; el poeta ante las musas

Fotografía cortesía de Otoniel Natarén

A propósito de la presentación del poemario La piel de la ternera el viernes anterior en el Museo de Antropología, y de la buena impresión que ha dejado su libro entre los críticos, les presento esta entrevista realizada al poeta Otoniel Natarén. Me llama la atención el hecho de que Otoniel sea un poeta silencioso -quizá celoso- con sus trabajos y que nos presente estos poemas de buena calidad, quizá algo común en esta ciudad árida para la cultura y en especial para la poesía. Compartimos, además de la amistad, esa pasión por la literatura y me parece que definitivamente la obra de un autor es la mejor forma de conocerlo, en especial tratándose de poesía.
A continuación algunas interrogantes para conocer mejor a este joven autor que nos engalana con sus pieles.
Murvin Andino
¿Qué poetas consideras han dejado su huella en tu obra, sean nacionales o extranjeros?
QUIZÁ LA HUELLA NO SE NOTE, PERO, ESTARÉ SIEMPRE EN DEUDA CON LAS LECTURAS A VERLAINE, LORCA, VALLEJO, NERUDA, ELUARD, GUILLÉN, ACASO HUIDOBRO, Y MUCHOS OTROS QUE NO OLVIDAN UN AFÁN HUMANO DE VIVIR. EXTRANJEROS EN ESTA PARTE, PERO, EN EL RESTO DE OTROS TRABAJOS, A LOS DE ALLÁ Y LOS DE ACÁ LES HE TOMADO UN POCO.

¿Por qué el título La piel de la ternera, cómo surge?
ES UNA METÁFORA SOBRE LA MUJER, UN REVESTIMIENTO ANTOJADIZO. EN ELLAS HAY UNA MIRADA TRISTE, PERO, DE TANTA BELLEZA, Y ACASO, CUALQUIERA SEA LA VIDA DE TRAGEDIA QUE NOS ESPERA, DECIDEN ACOMPAÑARNOS Y NOS OFRECEN DE SU FELICIDAD, CUALQUIERA SEA SU FORMA. SU NOBLEZA ESTÁ EN PRIMER LUGAR.

Háblanos sobre tus temas preferidos en tu poemario.
EL APASIONAMIENTO. ALGUNOS VIVEN POR UNA CAUSA Y OTROS LA SIGUEN BUSCANDO; OTROS, NO SE RESIGNAN AL PAPEL DE HUMANOS Y VAN BUSCANDO EN LAS DISTINTAS PIELES SU PERGAMINO Y SU EXPLICACIÓN DE SER.

¿Cuál crees que es el mejor poema de tu primer libro?
ME GUSTA MUCHO, “FIN DEL CAMINO”, PORQUE ES UNA FILOSOFÍA DE LO MUCHO QUE NOS DEJARON ESTAS COMPAÑERAS A NUESTRA VIDA, UNA ENSEÑANZA DE LUCHA SIN PRETENDERLO ACASO, AUNQUE EL HOMBRE TERMINE COMO EMPEZÓ, A ELLAS NOS DEBEMOS EN MUCHO.

¿Cómo identificas un buen poema, sea de los que escribes o de los que lees de otros autores?
EL QUE NOS TOQUE LA VIDA PROPIA CUANDO SIGNIFICA UNA AJENA, ES UNA FILIACIÓN MUY IMPORTANTE YA. Y, ESO SE NOTA, SE PERCIBE, O, CUANDO RELEEMOS UN TEXTO NOS DAMOS CUENTA.

¿Qué otras pasiones tienes aparte de la poesía, tengo entendido que te apasiona la fotografía?
ME GUSTA EL DIBUJO, PERO NO HAY TIEMPO PARA DIBUJAR; EN ESA VÍA, LA PINTURA, PERO NO HUBO TIEMPO PARA PINTAR. LA FOTOGRAFÍA LA QUIERO COMO UN MODUS VIVENDI, Y, ASÍ QUISIERA TAMBIÉN LA GUITARRA, PERO, ESO ES “FICCIÓN” NADA MÁS.

En nuestro país se nota un proceso de cambiar la cara de la poesía hondureña, algunos poetas y narradores entre los cuales estás tú, ¿a qué se debe?
DESDE LA ANTIGÜEDAD SE MIRA A GRECIA, SABEMOS ESO. AHORA HAY LIBERTAD DE MIRAR A TODOS LADOS, SIN PERDER DE VISTA A GRECIA, Y, EN CADA UNO ESTÁ EL DEBER DE HACER LAS COSAS DE LA MEJOR MANERA POSIBLE. AHÍ ESTÁ EL ASUNTO.

¿Cómo ha sido la experiencia de publicar tu primer libro?
TODO LO QUE ESPERABA ME HA PASADO, Y, ESTOY SEGURO QUE HAY MUCHO POR APRENDER. ENFRENTAMOS AL MUNDO CON UN LIBRITO EN LA MANO A CUANTOS AVATARES VENGAN.

¿Qué satisfacciones deja la literatura, en tu caso la poesía?
COMO ESTÁ IMPREGNADA DE FIGURAS, NO VA PARA TODOS EL MISMO SIGNIFICADO. ME HA COMPLACIDO CUANDO ME DICEN, “LO LEÍ TODO”… “PERO NO ENTENDÍ NADA”, AGREGAN OTROS. ME SONRÍO, Y, PIENSO, ¡ESO DESEABA!

miércoles, 3 de marzo de 2010

"Un escritor es sólo parecido a sí mismo, irreversiblemente."

Aparte del escritor, hay un ser todavía más extraño que el autor de un libro; el lector, ese que de alguna u otra forma es el complemento indispensable en la litetratura.

Por: Matías Serra *

No dejan de asombrar las atenciones y cum­plidos que reciben escritores de toda laya, sabiendo que un lector es mil veces más misterioso –menos evidente– que un autor.

De un lector no quedan huellas, o son muy te­nues: un nombre, un balneario y una fecha en la primera hoja del libro, algunos subrayados arbitra­rios, apuntes en las páginas de cortesía. Pero para conocer a un lector no basta con enterarse qué libro ha leído, ni basta con dos o diez; hace falta un ras­treo de vaivenes y virajes durante años, husmear las particularidades de la constelación que consiguió armar. Entonces, sí, habría "obra" en un lector: la biblioteca personal. En esos estantes se gesta la au­tobiografía, redactada por otros, de un lector, y la tarea que exige montar una biblioteca y cultivarla es de una sofisticación semejante a la de un escritor que trabaja en pos de una trama.

En un lector –cuando oímos esta palabra se da por sobreentendido que se trata de un lector de literatura– interviene la formación de un gusto, que se nutre, precisamente, de los ecos que se originan en la cámara secreta de su biblioteca, el modo en que un libro o un autor conducen a otro, y otro y otro.

En un escritor, en el mejor de los casos, hay un perfeccionamiento técnico; el gusto parece estar definido de antemano y a perpetuidad, por facto­res que están dentro y fuera de lo estrictamente literario.

Es por demás enigmático el personaje que se construye un lector, la imagen que proyecta de sí mismo, dentro y fuera de su biblioteca. (Es mucho lo que se decide antes y alrededor de un libro, y no en él.)

En un escritor, si es mediocre, lo que escribe es su peor autorretrato. Los libros que se publican son una sucesión de fracasos; los que se leen pueden volverse refugios, rescates.

Hay otras comparaciones posibles entre lecto­res y escritores, que desfavorecen a estos últimos una y otra vez. Lo confirma el hecho de que los libros más interesantes –más duraderos– de mu­chos narradores (J.M. Coetzee y Martin Amis, por poner ejemplos actuales) son aquellos en los que se muestran con atuendo de lectores y resultan mejores críticos que novelistas. Fue un lector, en definitiva, oficiando de lector y llevando ese papel hasta el límite, el que refundó la literatura en el siglo XX: Borges.

Es una rara, interminable investigación la que emprende un lector a lo largo de su vida. "Ese mi­lagro de la vida múltiple", anotaba Cristina Campo, "que a fin de cuentas no es otra cosa que la felici­dad a la que aspira el lector". Este no sólo vive todas las biografías que quiere sino que puede ser –en potencia, en su fantasía– todos los escritores que quiere; un autor, en cambio, escribe lo que puede. En un mismo lector, las reacciones y reinvenciones varían al infinito. Un escritor es sólo parecido a sí mismo, irreversiblemente. No convendría, tampo­co, subestimar el poder del recelo de un lector, su indomable sentido de propiedad. De allí que con no poca frecuencia calle sus lecturas y que, al con­trario de la mayoría de los escritores, intente pasar desapercibido.

El enigma del tiempo corre para todos, pero sobre todo para lectores maniáticos: ¿habrá lugar para leer esto y aquello, y esto otro? Y así sucesiva­mente. Secretamente, un lector cree en una vida más larga a medida que obtiene los libros que jura necesitar, o aquellos que considera ideales. Acaso de la falta de tiempo provenga lo que a veces un lector termina por anhelar: sacarse un nombre de encima, dar a un autor por visto, borrarlo. Tal vez el tiempo conjure contra las segundas lecturas, re­huidas, además, por el temor a embarcarse hacia una gran decepción. Un lector de esa estirpe no es sino extremadamente supersticioso, por momentos entregado a la creencia de que mientras lea sucede­rán cosas (fuera del libro) sólo si sigue leyendo. Si un lector así encuentra y acopia tantos libros –esos y no otros– es porque cree en algo (en algo, sobre todo, para sí mismo). No es extraño que a menu­do sienta que ha pasado treinta años leyendo para aprender a leer, para empezar a leer.

Uno de los acontecimientos más usuales y mis­teriosos es que alguien, como se da en la genera­lidad de los casos, deje de leer tan temprano. El motivo por el que una persona, casi por distrac­ción, abandona una herramienta preciosa que lo cautivó durante los primeros años, perdura como una incógnita insondable. Estamos rodeados de lectores-Rimbaud, que han abandonado la lectura poco antes de los veinte años para después consa­grarle su tiempo al tráfico de armas: la televisión escandalosa, el cine catástrofe, los mensajes de texto, el celular recargable. Curiosamente, a veces la deserción es efecto del sismo que producen los buenos libros, de la amenaza de "los grandes li­bros": el caso del lector, digamos, que intentó con Kafka o Paradiso de Lezama Lima, lo abandonó por hastío y creyó que la vida de "la verdadera lite­ratura" le estaba vedada para siempre. Se conocen las consecuencias manifiestas de la lectura, en el Quijote o Madame Bovary . Lo que se desconoce son las secuelas y las derivaciones de la lectura en el común de los mortales, y lo que es imposible de explicar es una adicción que no se parece a ningu­na: la de estar constitutivamente imposibilitado de renunciar a la cacería de libros.

Hay antecedentes notables de plumas que bus­caron ahondar y dilucidar diversas vetas de la ma­teria: Borges, Blanchot, Barthes, y más acá Alberto Manguel y Ricardo Piglia. Pero nada va a superar, como retrato de dos lectores y sus destinos cruza­dos, el Borges de Adolfo Bioy Casares.

La lectura es el último lugar privado. Se pue­den contar sus síntomas y fenómenos exteriores, pero el castillo íntimo de la lectura –ese momento de silencio agazapado entre un animal y su pre­sa– permanecerá inaccesible hasta el fin de los tiempos. A riesgo de plasmar una acrobacia retó­rica impostada, podría confesar lo siguiente: me interesa más saber quién es el otro (por eso leo todo lo que puedo) que saber quién soy (por eso escribo lo menos posible).

*Escritor, traductor y crítico. autor de "La biblioteca ideal"
Tomado de Clarin.com

lunes, 1 de marzo de 2010

"Soy de tres lugares": ONatarén

Fotografía de Murvin Andino
Entrevista cortesía de Claux López
A continuación una entrevista al poeta Otoniel Natarén (El Progreso, Yoro, 1975), durante la reciente presentación de su primer poemario, La piel de la ternera. El evento tuvo lugar en el Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula y contó con una regular cantidad e público, entre lectores, teatreros, pintores y amigos.

¿Quién y de dónde es Otoniel Natarén?
ON
: Soy de tres lugares puedo decir, El Progreso, luego pasé a La Lima y ahora resido en San Pedro Sula. Debo decir que me siento parte de los tres lugares, ya que no me quiero resentir ni con mi familia, ni conmigo mismo. A ver si somos profetas en nuestra propia tierra (refiriéndose a su natal El Progreso). Un hombre humilde, con un enorme grado de sinceridad, una sonrisa sincera, y un amplio criterio propio.

¿Por qué decidió estudiar la carrera de Letras?
ON: Más que un destino propio, soy libre de decir que las mujeres maduran antes que los varones y yo maduré mucho después para elegir mi carrera. Anteriormente elegí una carrera en la cual me había iniciado (Administración de Empresas), la cual hasta el momento está a la mitad, ya que mi vida me exigía algo que me reconfortara interiormente y sólo la literatura lo contenía.

Luego del cambio de la carrera y ver cómo es el ambiente de las letras, entender que se debe tener paciencia y dedicarle tiempo, ¿siente que valió la pena todo?
ON:
Sí, definitivamente que sí. Claro que de aire no se vive, pero lo de administración es algo que puedo continuar en cualquier momento pero sin abandonar la literatura.

¿Cuánto tiempo lleva ya en la carrera de Letras?
ON: (Risas...) Bueno, me cambié a la carrera desde el año 2000, y desde entonces ha estado casi cuatro años interrumpidos... Hay 10 clases nada más, pero ya estoy a punto de terminar.

¿Qué fue lo que lo inspiró para hacer este libro?
ON:
La mujer, en especial mi esposa, y todas las mujeres que veo a mi alrededor que son experiencias individuales, aún de mis amigos no se me escapan y ahí van inmersos.

¿Cuál es el significado que tiene el título?
ON: Es una metáfora, antojadiza diría yo, para algunos impura pero para mí es pura en mi concepto. Cuando menciono la piel ya está implícito algo, cuando digo "la ternera" se personifica un género pero ternera es lo anterior a la vaca, es decir algo más tierno.

¿Qué significa para usted la ilustración del libro y por qué eligió esa imagen?
ON:
Incluso los editores me sometieron a que pensara en otra imagen, pero este pintor de origen francés, William A. Bouguereau, en la mayoría de sus obras hace resaltar lo que es la figura y finura femenina, es decir la mujer es el motivo y puedo decir que también para esta poesía y también lo fue para mí.

¿Cuánto tiempo trabajó en este libro?
ON:
Son poemas viejos, pero no habían sido publicados ya que no me había detenido a revisarlos, ahora que lo hice y están publicados algunos son de 2001-2002.

Anteriormente mencionó que alguno fue inspirado en sus años de adolescencia, ¿qué significa para usted este libro lleno de recuerdos, lleno de sus años?
ON:
Bueno de todas las expectativas, gratificación total. Ya que todo lo que me esperaba me ha sucedido y todo ha sido bueno hasta el momento, tenemos claro que la literatura no es algo que se vende mucho pero si hay el apoyo de personajes privados y que es de la manera en que se puede seguir y mejorar incluso.

¿Seguiremos escuchando sobre Otoniel Natarén?
ON: Sí, me comprometo con una novela (nadie tiene que prometer nada en la vida), pero mi aspiración es una novela, quizás luego haga otro de poemas un tanto más escandaloso, pero mi fin es la novela. Del tipo de novelas que envuelven a lo humano, la tragedia, los hechos que no tienen que ver con el destino sino con la forma en cómo se confluyen las vivencias.

Según Otoniel Natarén, una novela necesita más respiración e incluso más experiencia de parte del autor.
ON: Hay que ser osado, creo que ya debo ir trabajando en una... pero sobre todo se debe ser disciplinado, creo que eso es lo principal de aprender al momento de entrar en esto...

Durante la lectura de sus poemas dijo haber leído mucho de Federico García Lorca... ¿Qué piensa de las declaraciones en el escrito de la Biografía de Salvador Dalí?
ON:
[Ríe] Claro, se han sacado muchos libros de ambos personajes pero pienso que en la genialidad viene emparentada con muchos temas que para uno son de escándalo o contrario, pero para otros nada más son su experiencia vital.

En su opinión, ¿qué le hace falta a la literatura hondureña para ser más tomada en cuenta?
ON:
Como ya sabemos la literatura hondureña siempre está en el último estante de las librerías, en otros países es difícil vender, sin embargo, hay otros países que se enfocan y ponen su interés en la cultura, los gobiernos se interesan mucho en conservar su lengua, tenemos España, Argentina, Chile, aquí cerca tenemos el ejemplo de Guatemala. A nosotros en Honduras nos toca como tarea tratar de llegar a esos ritmos.

Tres escritores de origen hondureño de los cuales ha podido disfrutar sus trabajos ON: Roberto Sosa, Rigoberto Paredes y en lo social Ramón Amaya Amador

¿Alguna mujer escritora?
ON: Juana la loca, me resulta bastante interesante. No es que uno debe optar por una sola vía.

¿Dónde puede adquirir el público su libro y qué valor tiene?
ON: Está a la venta en librería Caminante y Metromedia en el City Mall
(en el último estante, pero ahí están) su precio es de Lps. 100.00

Curiosidades:
*El libro contiene 29 poemas y consta de 62 páginas.
*El poema "Del camino" es uno de sus preferidos, ya que le hace recordar de sus tiempos de adolescente.
*El libro con un aire de humor, erotismo.
*Para el autor "La ternera" es un animal noble, lleno de tragedia, refleja tristeza y alguna vez tuvo la oportunidad de protegerse con su piel.
*Menciona que tomó ejemplo de otros autores a los cuales admira para poder dar forma y organizar bien su libro.

Al final el Autor nos deja el siguiente mensaje:
"Yo, tu autor, tu amigo imprescindible, te dejo estas experiencias en verso,
confusas, pero valiosas para quien logre congeniar con ellas; a mi modo, para
tu aprobación o desdén. Pero no intentes comprender estos artilugios, para
conservar nuestra integridad, para vivir en paz y ser partícipes el uno del otro,
testigos de nuestro tiempo, inmortales los dos".

Javier Marías: "El celular es una forma de esclavismo"

Fotografía tomada de Clarín.com

Los soldaditos de plomo invaden todos los rincones de la casa madrileña de Javier Marías, incluso la cocina. En la mesa, reposa su máquina de escribir electrónica. El escritor, tras la publicación en un solo volumen de Tu rostro mañana - su novela de 1.328 páginas-,recibe a este diario para hablar de Los villanos de la nación (Los Libros del Lince), una selección de los textos que, sobre temas políticos, éticos y sociales, ha publicado en diferentes medios de comunicación desde 1985.

Ya en 1985 decía que no hay que depositar grandes esperanzas en los gobiernos.
Tener entusiasmo por un gobierno viene a ser una ingenuidad o producto de la desesperación. En otro artículo propongo que haya la posibilidad en las elecciones de también votar en contra de un partido, y que, en el recuento, se le resten los votos negativos a cada formación. Sería lo más adecuado y lo más justo.

Se ocupa de describir la atmósfera de los años 80. ¿Qué hemos heredado de esa época?
Yo la llamo la edad del recreo. El valor básico era hacerse guapo, para lo cual a veces hay que ser rico. Se dio un proceso de infantilización de la sociedad que se ha coronado ahora. Ha ido a más la ausencia de responsabilidad por parte de todo el mundo ante cualquier cosa. La gente reclama su libertad de moverse, hacer, decir, iniciar negocios, irse a sitios peligrosos y cuando les sucede algo, dicen: que el Estado me lo arregle. Pero el Estado somos los demás. Nadie asume sus actos, nadie se responsabiliza de nada.

¿Por qué critica ciertos aspectos de la solidaridad?
Critico sus trampas. Aquí debajo de mi casa hay varios señores tumbados en el suelo a los que ningún transeúnte echa una mano. Nuestros pobres son concretos, sucios y desagradables, no los tocamos porque podrían transmitirnos su desesperación, pero, eso sí, efectuamos donaciones a Haití. No es muy simpático decirlo, pero me produce un efecto contraproducente ver cómo todos los famosos del mundo se vuelcan en Haití, y empiezan a donar dinero de manera ostentosa. Tengo la sensación de que estas solidaridades son mecánicas. Me suena a falsedad, a medalla que se pone la gente.

El trabajo y sus efectos negativos es otro de sus temas...
Hablo con mis amistades de toda España, y todos están igual, tengan el trabajo que tengan o cobren mucho o poco: no paran, no tienen tiempo de nada, trabajan sin cesar y cada vez les cunde menos. Amplían sus jornadas no para ganar más sino para dar abasto al trabajo diario. Apenas tienen ocio y están permanentemente agotadas, medio enfermas o desquiciadas. Es el gran mal de nuestros días. Las personas que están hoy a sueldo se desloman como no se había visto en los últimos 40 años. Es la opresión más grande que vive la gente corriente.

¿Sigue sin e-mail ni celular?
Sí. Me niego a utilizar celular, tengo uno sólo para los viajes, pero el número lo tienen mis hermanos y tres personas más. Me parece una forma de esclavismo: estar localizable permanentemente, que no haya ratos de silencio, en los que nadie sepa dónde estás. La prueba de que el móvil es una herramienta de esclavización es que las empresas se los ponen a sus empleados.

¿A usted qué lo irrita?
No sé. Hay una serie de cosas que siempre habían sido de derechas, reaccionarias, puritanas y, de pronto, han resucitado presentadas como propuestas avanzadas.

¿Por ejemplo?
Por ejemplo, si se ve un culito en un anuncio, dicen que es una denigración de la mujer. ¿Pero por qué va a ser una denigración? Que salgan siempre mujeres en los anuncios de hemorroides, dentaduras postizas y dietas de adelgazamiento me parece más denigrante. Que salga un cuerpo de mujer agradable, en cambio, es una especie de aprobación y enaltecimiento de la mujer.

© La Vanguardia y Clarín