jueves, 25 de septiembre de 2014

La isla dividida

Fotografía de Murvin Andino

A continuación tres poemas de mi libro La isla dividida... 


Ritual
Un hombre acude limpio a su ritual de muerte.
El marinero que peleó alto en las batallas de la vida
cumple su promesa de la eternidad
y asiste a su angosta marcha en la península infinita de la noche.
Allí la luz resiste leve en los reflejos,
se acoge el fuego primitivo de los dioses,
se resuelven los barcos nómadas de la lluvia
y la antigua espuma plena
que nos fue negando la memoria.
El mar abraza todo,
el hombre se divide en estaciones y tragedias.
El agua inagotable obliga al vértigo común del horizonte.
Todas las islas son sagradas.
La distancia aclama un cuerpo
que se afianza inerme al infinito.
El hombre que anduvo la sangre última
y acortó los caminos eclipsados de la infancia violenta,
dobla su figura de ardor y fiebre para consagrarse,
se destierra al miedo
desde esa tormenta de tiempo y viento que silencia la vida.
Concluye el fuego milenario,
el pertinaz incendio anuncia el vuelo letal del albatros,
los átomos dispersos que invadieron la semilla final. 

El otro mineral
Bajo las sombras de la costa violenta,
anclado a las cenizas de la eternidad,
el mineral crece aún encadenado a su marítimo engaño.
Anegado por el sórdido murmullo,
casi infame en su estigma inmaterial,
cumple el ciclo de lo inalterable,
su último eslabón de fuego y de ceniza
que fundió la tierra en su amargo frenesí.
En lo profundo, híbrido molecular de las estrellas,
gestando tempestades y diafragmas,
el otro animal náutico se aglomera
y todos los mares claman,  las islas vuelven de su ciclo imaginario,
los barcos tristes de la madrugada se renuevan
con el viento estacional desde ese faro paralelo,
que reclama la furia.
Nada es secreto.
El agua viva escarba en la memoria
y como un pez herido, el hombre nada en su abandono,
destruye la voz de su inocencia,
la cúspide maligna de su nombre.
Ciudades infinitas e inconclusas,
melancólicas vitrinas de agonía,

terrazas infinitas donde el mineral se desvanece.

La isla dividida
                             

Ven a que te distraiga, golondrina, con mi alegría constante. Ya la niebla se va, solitaria y vencida. Y quedamos nosotros, victoriosos, con alas y deseos y dientes y locura.
Efraín Huerta


Recuerdo a los dos tirados en la arena
luego de amarnos intensamente.
Es tarde -decías-
y yo como extraño a los instintos
creía no escuchar ese anuncio de partida.
Recuerdo los viajes,
los paisajes y caminos recorridos,
los balnearios azotados por la brisa
cuando todo fulgor tenía por final
una mirada
y las manos como racimos vencían los cuerpos.
Otras veces salía la luna
como una isla,
como una serpiente
de antiguos rituales.
Pensábamos híbridos
como olas, como incendios,
como seres que soñaron las palabras
y otras voces afiebradas.
Otros se hundieron como rocas
en la niebla que guardó los cuerpos
con paternal inquietud.
Recuerdo, no sé cuántos encuentros,
cuántas arterias desgarradas
y la insondable angustia
de una caricia ya borrada,
una tormenta destruyendo,
tierra adentro,
mi pasado dividido.