jueves, 28 de julio de 2011

Tu madre; Buck Charlowski

(Fabo)







Estos días llegó a mi correo electrónico este relato que me pareció aceptable para publicar en mi blog. No tengo la menor idea de quién pueda ser este "Bukowskiano", pero espero lo disfruten y a ver cuándo conocemos un poco de este autor desconocido o de su obra.




Tu madre



Yo y tu mamá nos quedamos solos en la casa porque ya tenías edad para mandarte solito a la escuela y no andarte siguiendo por todos lados como si fueras dundito.
―Ya está grande ―dijo tu mamá―, tiene diez años y no ocupa que yo lo ande cuidando todo el día.
Yo no dije nada, me picaba la pierna quebrada y me daban ganas de rascarme debajo del yeso. Tu mamá estaba friendo huevos con un montón de cebolla como a mí me gustaban y haciendo café y frijoles y tenía tortillas del día anterior, pero todavía buenas. Olía bien. Tu mamá sabe cocinar. También tenía aguacate, pero como que ese día era de huevos y frijoles. Yo no me quejo. Tu mamá no me trata como inquilino, y menos desde que me había quebrado la pata en el taller. Fijo que si alguien entraba hubiera dicho que éramos marido y mujer. Sin paja. Pero como tu viejo se murió y toda esa vaina, pues ella debe sentirse sola, ¿verdad? La gente me imagino que debe hablar hasta por los codos porque tu mamá tiene a un cabrón como yo en la casa y pasa sola conmigo desde que me quebré la pata. Suerte que nadie sabe que trabajé de coime, que cuidaba un bar en un burdel y que me tiré a todas las putas. Si no, quién sabe qué dirían. Hasta fuego le hubieran metido a tu pobre mamá, y ella tan linda. No, si la gente quiere huevos. Y si vieran las revistas que tengo en el cuarto, peor por ahí. Sólo vos las has visto, pero con vos no hay pedo, ya sé que me vas a guardar el secreto porque son cosas de machos, ¿verdad?
―Servido, Moncho ―dijo tu mamá.
Me puso un plato grande de frijoles y huevos y una tazota de café con leche y de ribete iba un chorizo frito y dos tajadas de plátano maduro. Le entré con ganas y cuando ya me había zampado la mitad me acordé de que las damas primero y toda esa vaina.
―¿Y usted no va a comer, doña Elvia?
Tu mamá me estaba mirando con una sonrisota en la cara y yo también me puse a sonreír. Estaba inclinada con los codos en la mesa y andaba puesta la bata floreada y se le miraban toditas. Ya sabés de qué estoy hablando. Grandes y redondas, loco, me imagino que vos te diste gusto sacándole un chingo de leche a tu pobrecita mamá, y las puntas duras. Tuve que acomodarme un poco en la silla para que ella no notara nada raro debajo de la calzoneta.
Ella se dio cuenta de que se las estaba mirando con los ojos pelados, pero como que no le importó porque siguió con los codos en la mesa.
―¿Usted quiere que coma?
―Se va a poner flaca si no come algo.
Me sentí medio dundo, pero no hallaba qué decir. No es lo mismo hablar con las putas o con los majes del taller que con una mujer que vive sola y no le entra más que la miseria de la pensión del marido y el dinerito que le doy yo por alquilar el cuarto.
―¿Usted cree?
―Digo yo.
―¿No le parece que más bien estoy gorda?
La mera neta es que tu mamá sí está medio gordita, man. No es que se vea mal. Para nada. Yo encontré un hoyo en la pared del baño y la había visto varias veces en pelotas. No se miraba mal. Con decirte que hasta me la había jalado pensando en ella. Qué bárbaro, ¿verdad? Cuando estés grande vas a ver qué pedo.
―El pulpero de la esquina me dijo que estoy gordita pero buena. Cómo es la gente ―tu mamá se rio. Se le hacen hoyuelos en las mejillas cuando se ríe.
Yo estaba cagado, loco. No te pajeo. Nunca había hablado de esas vainas con tu mamá. O mejor dicho ella nunca me había dicho esas ondas. Estaba preocupado, pero igual tuve que acomodarme otra vez para no dar señales de nada, y con ese yesote en la pata es bien difícil.
―Cuestión del punto de vista ―dije yo. Qué pendejadas dice uno cuando está nervioso. Cuando estés grande te vas a dar cuenta. Ahora no porque los niños sólo pasan diciendo pendejadas.
Tu mamá se puso la mano en la boca. De seguro le daba pena tener los dientes muy separados. Me daban ganas de decirle que no se la tapara, pero todavía no se me había ido lo chiveado.
―¿Usted cree que no me veo mal?
―La verdad, no. Parece quinceañera.
Yo empecé a comer otra vez, pero se me había ido el hambre. Me sentí bien porque por lo menos había dicho algo decente sin meterme en un berenjenal.
―¿Quiere que le cuente una cosa? ―me dijo tu mamá.
Yo le hice así y ella siguió. Ya estaba convencido de que no iba a comerme todo el desayuno por culpa de tu mamá.
―Me chismearon que unas vecinas dicen que usted y yo tenemos algo ―se echó una carcajada―. Qué exageradas, ¿verdad?
Tu mamá siguió carcajeándose, dio unas palmadas en la mesa y empezó a enrollarse en los dedos las cintas del cuello de la bata. No sé por qué carajo se me metió ponerme ruso de repente con tu mamá. Cosas que uno trae de la calle.
―¿Algo? ¿Cómo así?
Tu mamá dejó de reírse y dijo:
―O sea… usted ya sabe.
―No, no sé ―me toqué el bulto en medio de las piernas. La tenía bien dura, man. Tu mamá me la miró, pero sólo un momentito, y después volteó a ver a otro lado. Yo pensé ahora o nunca. Cuando seás grande vas a ver que uno a veces se imagina vainas cuando la gente hace gestos. Ya vas a ver. Hay que tener cuidado con esas vainas.
Le agarré la mano y me la puse encima de la verga. Es una cuestión grandotota, man, parece serpiente. Tu mamá dijo una vaina, pero no le entendí, de seguro porque no habló claro o porque yo estaba tan caliente que hasta sordo me volví. Ella quiso quitar la mano, pero yo necio apretándosela para que no se moviera y con la otra mano le subí la bata y le bajé el calzón. Cosas de la práctica. Le metí el dedo y no estaba mojada, pero eso no me importó. Tu mamá siguió diciendo alguna vaina, como si rezara o algo así, vieras qué raro. No sé cómo le hice, pero cuando acordé tenía la calzoneta abajo y la mano de tu mamá agarrándome el tronco de la pija. Por ésta que nunca la había tenido tan tiesa, parecía de hierro. La obligué a hincarse y a tragársela toda. Le costó. Más que todo porque no dejaba de menearse. Uno que es pendejo. Cuando ya casi le acababa dentro de la boca me puse a pensar que me la podía arrancar de una mordida. La puse de pie y tu mamá me tiró encima los platos y me insultó, pero sin ganas. Me caí de la silla y me costó un huevo pararme por el pinche yeso. Me imagino que parecía pendejo corriendo detrás de tu mamá como Frankenstein, pero al final la acorralé en la cocina y ella tirándome las ollas y las freideras hasta que la prensé contra el suelo, le rompí la bata para que no me siguiera jorobando, le chupé las tetas, le abrí las piernas y se la metí hasta el fondo.
Cuando terminamos, tu mamá estaba echada, llorando, mirando para allá. Tiene bonita espalda, no importa que esté medio gordita. Las piernas, pues no sé, con algo de ejercicio tal vez, pero sí lindas nalgas, como para mordérselas. Y eso fue lo que hice. Le di una mordida en cada nalga y tu mamá soltó un hipo o algo así y le metí la lengua en medio y después se la dejé ir toditita. Acabé adentro y ahí mismo me puse a pensar si tu mamá no habría hecho el agujero en la pared del baño. Cosas que a uno se le ocurren. Además, yo no soy el primer cabrón que le alquila el cuarto. Yo que vos averiguaría quién es mi verdadero papá.


lunes, 11 de julio de 2011

Poema de Efraín Huerta

MANIFIESTO NALGAÍSTA
ALELUYA COCODRILOS SEXUALES ALELUYA

Para ella que me mira morir



El gran río penetró la roca viva
y se adelgazó hasta el miedo y el estruendo
se hizo rayo se hizo ruina se hizo tonto esqueleto
y hoy padece a lo largo de pieles de tigre
a la orilla del cocodrilo que me sueña
y me hunde en el naufragio
de su carne tan blanca
oh carne nacarada en medio
de la arena
como tú
y estas dos medallas de oro que muerdo
dalias de vida y de martirio
y en ellas me retrato y consigo el descenso
al dulce infierno de tu vientre
y de nuevo los dientes
ah malditos
ah maldita tú también
larga bestia ululante despierta lengua
en aquel círculo de asesinos
(Pierde toda esperanza
amor mío)
de almas danzantes albas
cool cool cool cool jazz
¡Bríndamelo por fin!
Aleluya Aleluya magnífico Grijalva
muerto de frío de rocas y pañuelos rojos
Piérdete
adelgázate hasta la soledad
de los cocodrilos que agonizan
al pie de mi medio siglo
y de mi alcohol
cohol cohol cohol cohol jazz
cool cool cool cool jazz
marinera manía
de pintar escribir declamar pagar impuestos
luz renta etcétera
y luego abrazarte
bajo el diluvio de sones antillanos y misas lubas
y volver a abrazarte hasta el arte y el hartazgo
y aleluyarte hasta no sé cuando
dormida y abrumada purificada
putificada
¡Aleluya! ¡Aleluya!
poetas elotes tiernos calaveritas apaleadas
poetas inmensos reyes del eliotazgo
baratarios y pancistas
grandísimos quijotes de su tiznadísima chingamusa
perdónenme grandes y pequeños pequeñísimos poetas
(Soy acaso el Hijo de Sánchez de la poesía
¿Peralvillo Tepito Incorporated?
Alors los invito a discurrir
pespunte limpio
por el nuevo Paseo la Anti-Reforma).



viernes, 8 de julio de 2011

El extranjero de Murvin Andino, y la soledad

Foto: Murvin Andino



A veces resulta necesario ir lejos en la geografía y descubrir el mundo en que vivimos; en otros casos, desde el repertorio circunstancial experimentado por un extranjero descubrimos la escasez propia de lo concebido como básico, sobre todo, la soledad que nos rodea y la urgencia de aplastarla, y, en el peor de los casos, la insólita tolerancia.

Para muchos el concepto de un ser denominado extranjero descansa en una fase sensorial establecida por límites estrictamente topográficos, y nos sorprende el sabernos ajenos en nuestro propio suelo o de aquello juzgado como propio. Así, el autor nos da una advertencia, “La idea de pertenecer a un lugar o a una persona es algo utópico, ni siquiera uno mismo puede jactarse de pertenecerse.”

Ésta verdad lo lleva a una migración real casi rayando en la vagabundez de espíritu. La última noche del viaje es la primera con que se comienza una suerte de diálogos internos donde delata la confusión y el vacío que le confiere la lejanía; donde nace la noche es el final hacia donde el recuerdo y el viaje, como un castigo, parece llevarlo todo para tragárselo con su abismo.

El autor se entera de una verdad ancestral. Un extranjero se escapa en la oscuridad, y es la noche quien lo traslada sobre viajes, barcos, sombras y resurgen los lugares desolados: “El viento sopla,/ la noche crece como una enfermedad terminal./ Adentro, la extraña víscera/ devora multitud de voces y quejidos.” (Noche en soledad).

Es la noche envuelta en campanas y ruido la que viene a cegarnos con soles que acaso le lanza una ciudad insensible, que bien podría ser cualquier ciudad con sus prácticas y vida cotidiana.

Somos seres condenados y desiertos. Ante esa sospecha, no hay más dudas, cuando en “Ejercer la soledad” nos dicta: “Lo peor serían las despedidas,/ los viajes largos y la muerte, (…) Lo malo sería ejercer la soledad/ como principio del espíritu,/ volar lejos a ciertos lugares,/ despedirse por si acaso…”.

“Despedirse por si acaso”… ¿Acaso no es éste un reflejo de abandono? El continuo despertar físico lo manifiesta en Soratama, el hotel colombiano donde despierta también la esperanza del extranjero ante el evidente hundimiento propuesto por la soledad interna, la infinita, la del eclipse, la del ahogo y el abismo adonde todos asisten en algún momento de la vida.

La afirmación del extraño es más bien la experiencia del extraño, ya sea porque lo es o porque la realidad que lo envuelve es más abrumadora y lo confina a su soledad humana, entonces llena con todas las reminiscencias individuales, emotivas o indiferentes, la explicación de su existencia, si acaso la misma del animal no racional que no puede expresarlo con palabras.

Se diría que es el acercamiento o la resignación del espíritu, pero, cada vez que se tiene la oportunidad el ánimo tiende a ser rebelde y expresa su parecer: de allí todo el entendimiento humano. Tenemos ante nosotros una confesión de las vivencias personales del vacío, pero, también de la firmeza descarada de la esperanza y el sentir de su persona ante tal espectáculo.

En “Museo Botero” existe una descarga de la expresión mundana a través del lenguaje del arte y su entretenimiento; descansa en esta contemplación de aquel desgarramiento desmedido de los otros poemas del libro, y se “corona la esperanza”. Lo ve reflejado en las figuras y restos de imágenes y colores, y únicamente en un resquicio del ojo nos sacude esta alerta: la soledad y el extrañamiento; y reflexiona, “El día es ese país extraño que aglomera raros mundos y algunos huesos”.

“Cada lugar es una puerta diferente, otra vida…”
¿A quién pertenece un individuo cuando se sabe sustraído o en la capacidad deliberada de abandonar o abandonarse a un lugar afecto o desigual?

En “Soratama (Hotel)” (uno de los poemas de mayor referencia física mezclada a la orfandad propia) la soledad se desliza sobre luces y atraviesa la lluvia ante el paso de un misterioso extranjero que vaga por sus pasillos y recodos. Es esa realidad y su crudeza de lejanía donde encuentra una respuesta doble: el precio de la lejanía cuanto más necesaria al oficio del escritor se hace también dolorosa; entonces el abandono es más que deliberado, y, acaso una voz de Hemingway o de John Fante está murmurándole al oído para discutir algunos ingredientes sobre la tarea de referir sucesos y experiencias cuanto mejor si son vividas en carne propia.

Por otra parte, ese abandono parece encontrarnos siempre, nos espera ineludiblemente en cualquier lugar, ante cualquier puerta.

Bienvenidos todos, asistamos a un lugar acostumbrado pero inadvertido; asistamos a la soledad, a los fragmentos de vida que solo dicta el encontrarse o el extrañarse. Lleguemos como un extranjero, continuemos el viaje adonde el autor invita y promete: “Donde mueren olas/ nacen países, hombres,…”, y añade con insistencia, como la del navegante ante un oleaje oscuro que lo provoca, “estoy otra vez pensando en partir/ y renunciar a los escombros,…” y, propone con entereza en un girar de ruedas y flotar de barcos, una marcha hacia la atmósfera donde se distingue el objeto de la vida y al hombre cuanto es ante ese sitio que podría ser “Cualquier ciudad, cualquier país,/ camino, aeropuerto, cementerio,” (…) el “lugar desconocido/ y abismal,/ que es el viaje.”


Otoniel Natarén

viernes, 1 de julio de 2011

Lectura para los amigos de San Juan de Pasto, Colombia






VII RECITAL INTERNACIONAL DE POESÍA DESDE EL SUR.

"Poesía, canción para un tiempo nuevo"

Países invitados

ANGOLA, EL SALVADOR, ECUADOR, MÉXICO Y COLOMBIA


1RA LECTURA VIRTUAL

INTERNACIONAL DE POESÍA DESDE EL SUR


PAÍSES VIRTUALES INVITADOS



ESPAÑA, BRASIL, URUGUAY, HONDURAS,PERÚ, VENEZUELA, CHILE y COLOMBIA.




Convocado y organizado por el Colectivo Cultural y Poético SOMBRILLA;

a abrir los sentidos y colmarnos de la energía dislocante de la vida, a continuar erigiendo con el arte, la cultura y la poesía la memoria histórica y así hacer un homenaje a todas las víctimas de la violencia en Colombia.