sábado, 24 de abril de 2010

Éxodo

Un hermoso poema de José Emilio Pacheco, quien este 23 de abril recibió el premio Cervantes.


Éxodo

En lo alto del día
eres aquel que vuelve
a borrar de la arena la oquedad de su paso;
el miserable héroe que escapó del combate
y apoyado en su escudo mira arder la derrota;
el náufrago sin nombre que se aferra a otro cuerpo
para que el mar no arroje su cadáver a solas;
el perpetuo exiliado que en el desierto mira
crecer hondas ciudades que en el sol retroceden;
el que clavó sus armas en la piel de un dios muerto
el que escucha en el alba cantar un gallo y otro
porque las profecías se están cumpliendo: atónito
y sin embargo cierto de haber negado todo;
el que abre la mano
y recibe la noche.

JOSÉ EMILIO PACHECO

viernes, 23 de abril de 2010

"Me gustaría que el premio Cervantes hubiera sido para Cervantes"

José Emilio Pacheco. Fotografía El País.


"Nada de lo ocurre en este cruel 2010 (de los terremotos a la nube de ceniza, de la miseria creciente a la inusitada violencia que devasta países como México) era previsible al comenzar el año. Todo cambia, todo se corrompe, todo se destruye, sin embargo, en medio de la catástrofe siguen en pie, y hoy como nunca son capaces de darnos repuestas, el misterio y la gloria del Quijote". Con estas palabras el poeta mexicano José Emilio Pacheco ha cerrado, en la solemnidad del paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henarés, un discurso austero (carente -como sus versos- de artificios) con el que ha aceptado el Premio Cervantes.

Pacheco (Ciudad de México, 1939) ha tendido -pese a su encorvada figura que ha marcado los tiempos de la ceremonia- un robusto puente entre México y España, entre la realidad y la ficción y entre el niño que descubrió el Quijote en 1947, en una obra de teatro, y el que recibió el año pasado la noticia del Premio Cervantes, en una llamada telefónica de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde.
El poeta ha vinculado también el español de México y el de España: "Me asombra que necesiten nota al pie términos familiares en el español de México, al menos en el México de aquellos años remotos: "de bulto" como las estatuillas de los santos que teníamos en casa; "el Malo" (el demonio); "pelillos a la mar", (olvido de las ofensas); "curioso", (inteligente). Y tantas otras: "escarmenar", "bastimento", "cada y cuando".

Entre México y España

Quizá ha sido obra del Malo el hecho de que en el discurso de Pacheco haya bailado la fecha de la publicación del Quijote cuando el poeta ha señalado que ignora "si podría demostrarse que el primer ejemplar del Quijote llegó a México en el equipaje de Mateo Alemán y en el mismo 1506 de su publicación. El autor del Guzmán de Alfarache había nacido en 1547 como Cervantes y estuvo en aquella Nueva España que don Miguel nunca alcanzó". El Quijote no se publicó en 1506, sino en 1605 . El Ministerio de Cultura ha contribuido a la confusión, quizá también influido por el Malo, y en la copia del discurso enviada a los medios ha ofrecido una nueva opción: 1606...
"Ha sido muy emocionante la ceremonia, muy hermosa, pero como ven, me siento cansado, tengo poca habilidad para desplazarme", explicaba a los insistentes periodistas, que, ante la amabilidad de Pacheco, le preguntaron una y otra vez durante su recorrido por las dependencias de la universidad de la localidad natal de Miguel de Cervantes.
Después vinieron varios posados para los fotógrafos, con Pacheco sentado junto a las columnas del claustro, cansado, apoyado en su bastón, y siempre con un sonrisa amable.

Tomado de El País y Clarin.com

jueves, 22 de abril de 2010

Honduras al 7o. Festival Internacional de Poesía de Granada


Giovanni Rodríguez

Honduras estará representada en el Festival Internacional de Poesía de Granada, España, que se celebrará entre el 10 y el 15 de mayo de 2010, por el poeta Giovanni Rodríguez (San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980). Giovanni reside en Figueres, Girona, España, desde hace tres años y es una de las voces más frescas y renovadoras de la literatura hondureña. Además de Rodríguez, a la ciudad de Granada asistirán grandes figuras de la poesía mundial como la Premio Nobel de Literatura 2009, Herta Muller, el poeta de Santa Lucía Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura en el año 2002, el español José Manuel Caballero Bonald, ganador del VI Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca-Ciudad de Granada, que recogerá en una gala durante el VII Festival Internacional de Poesía de Granada. Además asistirán el colombiano Juan Manuel Roca, premio Casa de América 2009, el mexicano Marco Antonio Campos, los nicaragüenses Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, entre otros.
Este año el festival ha preparado “la mayor fiesta poética de la poesía en lengua española”, como explicaron sus directores, Daniel Rodríguez Moya y Fernando Valverde. El 12 de mayo, el FIP celebrará el Bicentenario de la Independencia de las Repúblicas Americanas con una gala en la que participará un destacado poeta de cada país en el que el español es lengua oficial. “Se trata de la primera ocasión en la que se les reunirá a todos, es un cita histórica”, añadieron Moya y Valverde.

A continuación una muestra de la poesía de Giovanni Rodríguez, tomados de su libro inédito Réquiem.

RÉQUIEM
I
Ebria y dislocada luz sobre cada escalera que asciende a las humanas soledades, luz del crepúsculo manchado sobre las piedras altas: desde dónde tu amarillo silencio, desde qué remota edad el acto de morir a esta hora.
Un solo color llena las bocas de las cosas.
La tarde es amarilla y lenta, pensativa y triste.
La tarde jadea y envejece, otra vez, en su perpetuo círculo de movimientos vagos.
Luz de la tarde, luz mortecina de la tarde: ésta es la hora última de los desposeídos, de los que alguna vez amaron y perdieron su amor porque era noble mirarlo todo del lado más lejano.
Aquí empieza a detenerse el tiempo, los pasos parecen flotar sobre las piedras, el mundo entero pende de una hoja.
II
De la última hora, la de la luz que arde, la hora incandescente, la que se desploma del cielo con un poco de llanto en las orillas, la del instante soñado por el ángel enfermo, por sus ojos enfermos y su mirada enferma, que observa y se deleita desde el revés del sueño; de esa hora vuelvo a estas horas, a mis horas oscuras.
III
El ángel ve caer también horas lejanas y posterga su grito al dios del tiempo y la memoria.
Vuelvo solo a mis horas oscuras y miro por los ojos de ese ángel de mirada enferma, miro atrás y nada sobrevive en el pasado, nada espera, inocente, el devenir del tiempo mientras la luz se cae de las horas.


Giovanni Rodríguez (San Luis, Santa Bárbara, Honduras, 1980)
Ha publicado los libros de poesía Morir todavía (2005) y Las horas bajas (2007); y la novela Ficción hereje para lectores castos, (2009). Ganador en 2006 del Premio Hispanoamericano de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala, con Las horas bajas. En 2008 fue uno de los ganadores del certamen de poesía La voz + Joven, de Madrid. Además es columnista del diario Hoy de Guatemala.

lunes, 19 de abril de 2010

Semana dedicada al idioma

Armando García participará en la lectura de narrativa durante la celebración de la "Semana de las Letras"
Estos días la Carrera de Letras de la Unah-VS celebra las semana del idioma en conmemoración de la muerte del escritor Miguel de Cervantes Saavedra y dicho centro estudiantil albergará algunos eventos interesantes.
La jornada cultural comenzará hoy lunes a las 3.00 pm con una lectura de narrativa. Invitados: Raúl López, Gustavo Campos, Mario Gallardo, Jorge Martínez, Carlos Rodríguez, Armando García y J.J. Bueso.
A las 5.00 pm se inaugurará el ciclo de “Cine y literatura” con la cinta “El lector”. Ambas actividades serán en el auditorio del edificio 4.
Además, de lunes a jueves, algunas librerías participarán en la feria del libro que se instalará en el pasillo del edificio I de 3.00 a 7.00 pm.
El martes a las 3.00 pm en el auditorio del edificio 4 se reunirán los poetas Otoniel Natarén, Jorge Martínez, Murvin Andino, Marco Antonio Madrid y Helen Umaña para compartir su obra.
En el ciclo de cine, a las 5.00 pm, se presentará “El niño con el pijama de rayas” en el auditorio 4. Una hora después, en el pasillo del edificio uno, Hunty Gabbe y Nidia Bonilla -dúo Halo-, ofrecerán un concierto. El miércoles a las 10.30 am Helen Umaña, Armando García y Mario Gallardo participarán en un foro sobre “El Quijote” en Radio Uno. A las 5.00 pm se proyectará la cinta “El perfume”, siempre en el auditorio 4.
El jueves 22 cerrará la “Semana de las letras” con la conferencia magistral titulada “Historia de la lectura en Honduras” a cargo del doctor Jorge Amaya. La cita será en el auditorio del edificio cuatro a partir de las 5.30 pm. Dichos eventos se realizarán con apoyo del círculo literario La Hermandad de la Uva, la Secretaría de Cultura (SCAD) y el Consejo Regional de Cultura Norte A.

sábado, 17 de abril de 2010

Se busca un lector incómodo


Por: Jorgelina Núñez

Tomado de: Clarin.com

Tiene el gesto de haberlo pensado todo o casi todo, incluso antes de que se lo pregunte. Por eso mientras contesta y fija la mirada, los ojos grises o azules se le achinan de concentración y se dirigen hacia algún punto que está más allá de las paredes de su estudio, quizá en su propio pasado. O en un presente que ahora trata de desentrañar. En cualquier caso, el tiempo es una dimensión que parece mostrar contradicciones en su propia figura: es un hombre de cincuenta con el aspecto de un joven conflictuado que ha ganado canas y arrugas. Adolescente en los setenta –una época desgarrada en todos los sentidos–, esos años han dejado otras marcas menos visibles: preocupaciones recurrentes, fragmentos de una comprensión que se diluye apenas la roza, rechazos y atracciones, no pocas perplejidades e interrogantes. El encuentro con esos "yacimientos", como los llama, esos objetos potenciados en los que la intimidad se cruza con la política, son una invitación a la ficción que él no desaprovecha.

No es, Alan Pauls, un autor de escritura rápida. Eso se hace evidente en el ritmo de publicación de sus libros tanto como en la elaboración de sus novelas y hasta en la composición misma de sus frases. A El pudor del pornógrafo, publicada en 1984, le siguieron El coloquio, en 1990 y Wasabi en 1994. Casi diez años le tomó la monumental El pasado, con la que ganó el Premio Herralde en 2003 y que le dio una proyección internacional. La vida descalzo –un experimento narrativo en el que lo autobiográfico se narra en clave ensayística, o viceversa– apareció en 2006. Al año siguiente, publicó Historia del llanto, la primera parte de la singular trilogía con la que exhuma esos restos fósiles que todavía tienen tanto para decir, y este año Historia del pelo, mientras Historia del dinero se cocina a fuego lento.

-¿Por qué eligió el llanto, el pelo y el dinero como los elementos que pueden sostener una representación de los 70?

-Porque los tres son arbitrarios y lo suficientemente insignificantes para entrar en una época demasiado significante. Es imposible abordar una década como la del 70 y tomarla "a su altura". Por eso debía encontrar una diagonal, una vía de acceso que fuera imperceptible para contrarrestar con estas entradas excéntricas la importancia de la época, la pompa abrumadora que tiene. Y a la vez son tres elementos con una resonancia personal y que corresponden al imaginario de esos años. Descubrí que esos fósiles podían reconstruir alucinatoriamente la época: el llanto es la sensibilidad –la primera novela es una especie de educación sensible–; el pelo es la imagen, la manera de señalar una identidad, y el dinero es la economía. Con cualquiera de los tres uno puede entrar perfectamente en cualquier época.

-La época es siempre la de la primera mitad de los 70, la de la militancia.

-La más interesante para mí porque no está "soldada", como sí lo está el resto: la dictadura, que es un objeto más consensual en el que ya no hay muchas grietas. En cambio, la primera parte de la década conserva una buena cuota de misterio.

-¿Presentarla como una historia es una manera deliberada de desacreditar la historia?

-No, es imaginar que la ficción literaria también puede tener algo que decirle a la historia, a su modo, desde una perspectiva mucho más caprichosa e irresponsable. Además, abordarla así me atrajo por varios motivos: por un lado, la historia pensada como narración, y por el otro, en un sentido historiográfico para ver qué había en esos yacimientos como pueden ser el llanto, el pelo o el dinero. El título se me ocurrió después de ver la película de David Cronenberg: Una historia de violencia, que aquí se tradujo como Una historia violenta, borrando justamente ese sentido.

La mención cinematográfica no es arbitraria ni casual. Si Pauls la trae a colación es porque el cine forma parte de su vida casi tanto como la literatura. Antes de publicar su primera novela ya había escrito el guión de la película Los enemigos (1983), y más tarde los de Sinfín (1986); El censor (1995); Vidas privadas (2001) e Imposible (2003). Los análisis críticos que le inspira el cine son tan meditados y frecuentes como los que dedica a la literatura argentina, sobre la que también ha publicado varios libros. Todas las semanas se lo ve presentando un ciclo en un canal de cable y aportó su pequeña, irrisoria, participación como actor en un par de películas. Pero ahora la que ocupa la escena es la novela.

-La historia del pelo es la historia de una obsesión, ¿la militancia admite ser pensada de la misma forma?

-Sí, toda causa funciona de ese modo. Es algo detrás de lo cual alguien se encolumna y por lo que está dispuesto a sacrificarse por completo. Es algo que lo ocupa todo, que lo desaloja todo, una especie de delirio monomaníaco.

-Es una idea que también estaba en El pasado, donde el amor es una fuerza excluyente.

-El principio rector es el mismo. Cuando la causa te posee, estás totalmente identificado con ella. En la novela, el personaje es el pelo, esa es su idea, y todo el mundo gira alrededor de ese organizador de experiencia.

-Las historias no tienen un suceder evolutivo, avanzan a saltos. ¿Se trazó algún plan argumental o lo dejó librado a una deriva?

-En tanto estructuras formales del tríptico, me planteé, para el primer caso, lo testimonial escrito en tercera persona; y para el segundo, una ficción anclada en el pasado pero escrita en un presente continuo. La cuestión temporal era otro de los principios que me había impuesto en el origen del proyecto: escribir tres novelas que tuvieran que ver con los años 70 sin instalar al narrador ni la enunciación en esos años. Intenté trabajar con una especie de vaivén continuo entre esa época, que es una especie de teatro de los acontecimientos, y distintas instancias temporales. Me gustaba la idea de que no sólo se contara algo sobre esos años, sino que eso que se contaba fuera también mirado desde distintos momentos de la vida del héroe.

-Es lo que genera cierta sorpresa o resistencia inicial: no leer una narración clásica sino de estar frente a un relato que al lector lo lleva y lo trae, como podría hacerlo el recuerdo.

-Por ese motivo, hasta cierto punto estas novelas son "testimoniales", pero no en el sentido de que relatan lo que pasó o lo que el protagonista vio o vivió. Por el contrario, hay alguien que da cuenta de una cierta experiencia a través de todas las instancias en que tuvo oportunidad de volver a pensar sobre ella: cómo se procesa, cómo se elabora, incluso cómo se contradice esa experiencia vivida. Las variaciones temporales suceden incluso dentro de una misma frase, sobre todo en El llanto. En El pelo hay una arquitectura narrativa más tradicional, menos ensayística. Es más una comedia.

-Ese ir y venir es más propio del pensamiento que del relato realista...

-Como escritor no me interesan demasiado los hechos, que en general me dejan más bien frío. Me interesa la repercusión de los hechos.

-Lo que se advierte es un estado de estupor o de perplejidad frente a ellos.

-Es la gran lección de las vanguardias del siglo XX: sólo se puede empezar a mirar algo o a contarlo si uno vuelve extraño lo que ve, lo familiar.

-Visto así se pone de manifiesto un procedimiento buscado. Sin embargo, en la lectura se advierte una extrañeza inicial que no parece responder a una operación tan deliberada.

-Hay también una operación más invisible, de vaciado o limpiado. Yo me vi obligado a hacer eso para meterme en los años 70 porque ellos están sobrescritos. Hay demasiada opinión, demasiada idea, demasiado testimonio. Tal vez eso hace que de entrada lo que se cuenta aparezca iluminado por cierta perplejidad. Lo que no quería era que todo resultara inmediatamente verosímil, fluido, que el lector se instalara rápidamente en esa década. Pretendía todo lo contrario: que el lector tuviera que abrirse paso de una manera incómoda en una época desconcertante que se le presentaba a través de muchos matices y prismas.

Cuando señalo los riesgos de semejante empresa –entre los cuales el impulso de abandonar definitivamente la lectura no es el menor–, Pauls deja pasar el comentario. Tal vez no lo escuchó o con su indiferencia quiere dar a entender que desdeña los lectores conformistas, incapaces de asumir un desafío.

No puedo dejar de pensar que siendo novelas que giran alrededor de los años 70, están escritas ahora. Lo que me interesa es cómo recordamos nosotros esos años, no sólo en tanto sujetos privados sino cómo se los recuerda hoy política y socialmente en la Argentina. Es indudable que continúan plenamente instalados en la escena actual. Seguimos flotando en la órbita de los 70 ya sea para exaltarlos y reivindicar una especie de fidelidad ciega a esos valores, proyectos e ideales, o bien para desmarcarnos y decir que somos lo contrario, que aprendimos la lección.

-¿También son una divisoria de aguas generacional?

-Somos de las últimas generaciones que estuvimos cerca de eso. Las que siguen la conocen de oídas o según una perspectiva muy radicalizada que es la de HIJOS. Pero si bien hay toda una generación o una fracción que la conoció de oídas, no es menos cierto que algunos también la padecieron en su carne, ya que fueron heridos, dañados, traumatizados, y tienen una política de fidelidad a los padres. Tampoco hay que olvidar otra fracción que es más heterodoxa si se quiere, que trabaja con la traición, con dar vuelta la cara y ver el asunto de una manera muy distinta. Es el caso Albertina Carri, Nicolás Prividera o Félix Bruzzone. En términos de relación con el pasado, de trasmisión de herencia, de qué hacer con el legado, esta fracción es muy interesante.

-¿Cuál cree que es la lección que queda de esos años?

-Que la cosa con la sangre y la pólvora no va. Hay situaciones que pueden ser muy exaltatorias, muy intensas, incluso muy gozosas, pero no tienen sustentabilidad como para ser resueltas por las armas. La violencia ha sido una vez más sublimada, porque es indudable que sigue habiéndola, pero traducir la violencia literal a violencias sociales simbólicas es un paso que nos distingue de esa especie de catástrofe. Las otras violencias son negociables, articulables, admiten otro tipo de estallidos, son abiertas. En cambio, el planteo de pólvora y sangre no está abierto a nada.

Obsesiones y rechazos

"Es mi ballena blanca." Así define Alan Pauls su búsqueda actual: ver qué puede hacer con la relación entre intimidad y política, cómo trasformarla en un objeto literario, y tratar de entender, por medio de la ficción, aquello que ninguna teoría conseguiría explicar. Tal vez porque, como le ocurría al capitán Ahab, encontrarla sea encontrarse, ninguna otra cosa consigue alejarlo del tema que lo ocupa como una obsesión.

-Tanto "Historia del llanto" como "Historia del pelo" muestran un decálogo de aborrecimientos y de rechazos. En la primera, el encuentro con el cantautor de protesta provoca la náusea...

-La década del 70 es para mí la quintaesencia de la abyección. Es algo que te obliga a ensuciarte de una manera tan extraordinaria que en su contacto es imposible salir limpio. Lo abyecto es algo que efectivamente te rechaza y a la vez provoca una fascinación absoluta. En estas novelitas quería ver si se podía presentar de manera honesta esa situación tan paradójica que es la experiencia de la abyección: estar frente a algo que te inspira asco y al mismo tiempo saber que es algo con lo que no podés dejar de relacionarte porque ese algo habla sobre tu propia subjetividad. Cuando se encuentra con el cantautor, el héroe de Historia del llanto no puede menos que aborrecerlo y satirizarlo, y a la vez reconoce que se siente totalmente interpelado por eso que detesta. Sentirme interpelado por aquello que detesto es una situación muy interesante para mí como escritor. Además de ser una experiencia muy argentina.

-¿Es lo que provoca el contacto con el populismo?

-Yo, por lo menos, tengo esa experiencia con la cultura populista. Pero también me pasa lo mismo con lo que se podría llamar una "cultura progresista". Cualquiera que haya sido comunista o de ultraizquierda, radicalmente antiburgués o revolucionario ha tenido –o debería confesar que la ha tenido– esa experiencia de la abyección. Porque en algún momento ha debido relacionarse con la violencia, con el crimen, con la brutalidad. Uno podría decir que el siglo XX ha estado atravesado por esa experiencia, por las revoluciones que se dan vuelta o los sueños que se convirtieron en pesadillas. El contacto con la abyección fue inevitable, y quizá siga siéndolo. Por ejemplo, si se era comunista había que aclarar que el verdadero comunismo era el antiestalinista: una manera de lavarse las manos frente a la contingencia repugnante que fue el estalinismo. Cuando en verdad, lo más honesto sería decir que ese núcleo abyecto ya estaba en la política comunista desde el principio. Pero volviendo al episodio del cantautor, no me interesaba mostrarlo como un personaje idiota, detestable y parodiable, sino indagar qué de él podía conmover al héroe que lo aborrecía.

-Las dos novelas ponen en escena varias polémicas. Por un lado, las que atañen a ciertos valores o fenómenos culturales propios de los 70, y por el otro, una especie de polémica interna a los personajes en la que el campo de batalla siempre es el cuerpo.

-El cuerpo es el máximo punto en el que la política se liga con la intimidad. Efectivamente, en este sentido es un campo de batalla, una superficie, un soporte, y por lo tanto allí se juega, traducido en su propio idioma, lo mismo que se juega en otros terrenos. En Historia del llanto, quería ver qué pasaba con esa secreción, un poco siguiendo la idea de San Ignacio de Loyola que tiene un texto que se llama Diario de lágrimas, en el que computa la cantidad de llanto que le sacaban los distintos rezos. Y el pelo es una especie de microcuerpito.

-El drama es que nunca se sabe qué se quiere hacer con el pelo.

-Ese es el problema, se pasa el tiempo tratando de descubrirlo: cortarlo, dejarlo largo, raparlo... Para los varones es mucho más complicado que para las mujeres. Basta comparar el comportamiento de ellas con el de los hombres en una peluquería para advertir la diferencia. Las mujeres lo convierten en un ritual social compartido, mientras para los hombres es uno frente a otro: el cliente frente al peluquero. En la Argentina, donde los varones no tienen una cultura de barbería como en otros países, nos sentamos como si estuviéramos en una silla eléctrica y los que tenemos una cierta cantidad de pelo nunca alcanzamos la satisfacción.

-Quería preguntarle por los personajes femeninos en estas novelas, donde tienen apariciones fugaces, pero decisivas.

-Ellas son el único principio de acción en mis libros. En El pasado, la protagonista por excelencia es Sofía, aun cuando la novela está hegemonizada por el personaje de Rímini. En términos de dinámica, ella es la que hace mover el mundo, es la fuerza. Historia del pelo es una novela de hombres sin mujeres, pero en Historia del llanto, la escena femenina está ocupada por la madre y por ese vecino que no se sabe qué es. En Historia del dinero también reaparecerá la madre. Yo no sé qué hacer con el pensamiento de las mujeres porque no sé cómo funciona.

-Pero en "El pasado" hay mucho trabajo en ese sentido.

–Sí, y me valió muchas críticas porque se decía que las había demonizado. Siempre protesté contra eso porque me parecía una lectura superficial, como si yo hubiera pensado en Sofía como una loca, lo cual me parecía muy banal. Para mí es un personaje muy rico, que tiene un saber sobre todo lo que sucede y que es capaz de dar una especie de salto y convertir lo que es un delirio erotómano en una causa casi política.

El militante brechtiano

En 2001, Pauls dio a conocer el ensayo El factor Borges, uno de cuyos hallazgos fue analizar la representación pública del escritor. Una representación que, según dice, funciona como la continuación de la obra por otros medios. Sin ser su expresión ni su causa, establece un nexo indisoluble entre una poética literaria y una personal, basado en la creación de un estilo.

El estilo se definiría como un cuerpo conceptual que interviene en el mundo y se relaciona con él.

La posibilidad de un "estilo Pauls" convoca de inmediato dos elementos: la frase y la distancia.

-El protagonista de "Historia del llanto" dice que utiliza la ficción para mantener lo real a distancial, interponer algo en el medio. En la escritura eso se traduce en la frase, que parece diferir siempre el encuentro del sujeto con su predicado. ¿El encuentro con lo real produce temor?

-Siempre da un poco de miedo y más si hablamos de los 70 ya que es una experiencia peligrosa, combustible. Los 70 son el paradigma absoluto de lo real como combustible, es lo que quema y aniquila. La prédica en favor de la distancia que hay en Historia del llanto y esa estrategia de posposición en relación con la frase tienen que ver con la experiencia de los 70. Dicho esto, debo reconocer que hay algo en mi programa como escritor que tiende a producir distancia. De alguna manera la distancia, como la extrañeza y la perplejidad son mis valores estéticos y formales. Soy una especie de brechtiano militante porque sigo pensando que producir distancia es producir pensamiento, posición, inspiración, es promover una cierta invención en el otro. El problema es que a la distancia se la equipara con la frialdad o impavidez. Para mí es simplemente la intermediación de un idioma entre dos cosas, para que ellas puedan dialogar. Pero no supone frialdad ni ausencia de compromiso. Es la condición de posibilidad de un cierto encuentro entre sujetos, entre experiencias artísticas. Si no hay distancia, lo que hay es deporte, una especie de forcejeo, de búsqueda de resultado.

-El que la frase imponga un continuo, ¿determinó la elección del género de la novela corta, que exige ser leída de un tirón, como se lee una frase?

-Las novelas siempre fueron pensadas como novelas cortas y a partir de esa decisión la frase se empezó a alargar. Mi ilusión (fracasada) era crear en el lector la sensación de que estaba leyendo una sola frase y de que fatalmente tenía que leer el libro de una sentada o no leerlo. El comportamiento de la frase es mi comportamiento literario general: yo trabajo mucho insertando cosas en el medio y eso se verifica tanto en la frase como en los conjuntos novelescos. En El pasado yo tenía una hoja de ruta con los momentos dramáticos del libro, pero lo que más me interesaba era lo que pasaba entre esos momentos. La frase es lo expandible por excelencia, el elemento en el que sucede todo, por eso a veces pienso que tiene que funcionar como una droga, un elemento narcótico en el que se inoculan momentos de mucha lucidez.

-Leí que lo halaga ser considerado un escritor denso, ¿por qué?

-Prefiero esa imputación a que digan que lo que escribo es divertido o entretenido. Me reconozco en el culto de un cierto espesor, la idea de que la literatura es lo contrario de la transparencia. Por el contrario, me gusta tener la experiencia de estar lidiando con un objeto literario cuando leo. Si densidad significa algo que es refractario o que intercepta la luz impidiendo la transparencia, introduciendo variaciones en un contexto que no se deja penetrar fácilmente, sí, me identifico con eso, a riesgo de parecer un plomo.

-¿Saber mucho funcionó alguna vez como un obstáculo para la escritura?

-No, tuve una relación privilegiada con el saber quizá porque nunca logré insertarme del todo en la institución académica, porque en el momento en que podía hacerlo, me fui. Debí haber visto algo que no me convenía o que no deseaba entre el saber literario y mi trabajo como escritor. Además, el saber es algo que la literatura relativiza con mucha facilidad. A mí lo que más me interesa es inventar algo que tenga condiciones tales que adentro pueda meter cualquier cosa. Si lo logro, estoy satisfecho. Es haber dado con un estilo.

jueves, 15 de abril de 2010

BAR, por Giovanni Rodríguez

Giovanni Rodríguez

A continuación un relato de Giovanni Rodríguez publicado en el número 17 de la revista Narrativas correspondiente a abril-junio 2010. www.revistanarrativas.com
Bar

El otro me soñó, pero no me soñó rigurosamente.
J. L. Borges

Aunque era muy tarde y el día siguiente tendría que levantarse temprano para ir a trabajar, comenzó a escribir el cuento porque entendió de pronto que si seguía dándole largas terminaría por olvidarlo, como le había ocurrido en ocasiones anteriores. La historia sería el recuento de lo acontecido durante una caminata a medianoche por una ciudad desconocida e insomne. El Otro, el personaje del cuento, había llegado ahí para asistir a la conferencia de uno de sus escritores favoritos, al que aún no conocía personalmente y del que esperaba obtener su autógrafo en un ejemplar de su más reciente libro publicado.
A Él, el eventual autor de este cuento, le había parecido justo describir la extraña y súbita decisión de su personaje de entrar al peor bar de la ciudad, cuando precisamente era a lo contrario a lo que había salido a la calle esa noche, después de dejar en el hostal los libros comprados por la tarde en esa librería enorme de la calle Elisabets. Buscaba un bar decente, uno muy bien recomendado por Enrigue, el escritor mexicano que había compartido la mesa principal con su escritor favorito durante la conferencia que, a última hora, no había sido conferencia sino diálogo, diálogo entre ellos dos: el escritor mexicano y su escritor favorito, que era catalán, para más señas.
London bar. Ese es el nombre que Él había escogido para el bar que El Otro buscaba afanosamente durante la medianoche en las calles estrechas de esa ciudad desconocida, hermosa e insomne. Ahí se tomaría tres, cuatro, cinco cervezas, quizá más, siempre que la promesa de «jazz en vivo y hermosas mujeres a toda hora» vertida discretamente por Enrigue "ante la peligrosa cercanía de su mujer" quedara fuera de toda duda. Al salir del hostal y tratar de identificar la calle correcta, de entre las cuatro o cinco que se repartían en líneas diagonales desde el Funicular, El Otro pensó por primera vez en su mapa de la ciudad, que había olvidado
sobre la cama en la habitación. Pero la necesidad de continuar la ingesta iniciada en el cóctel después del evento al que había asistido fue mayor que su necesidad de orientarse científicamente en la ciudad a través de un mapa. Además, confiaba en su olfato de explorador. Así que caminó unos metros y se dejó llevar por ese olfato, o más bien por lo que recordaba de las indicaciones de Enrigue al dibujarle un mapa mental con la dirección del bar. Pronto se vio perdido entre calles estrechas con paredes altísimas a ambos lados. Aunque no le desagradaba
caminar errante por las calles de las ciudades desconocidas, la promesa del jazz y las mujeres interminables en el bar se le hacía ineludible. Detuvo a varias personas para preguntar lo que debía preguntar, pero ninguna conocía el establecimiento. En determinado momento decidió desandar el camino y tratar de reiniciar la búsqueda desde el punto de partida, pero aquí es donde Él, el autor plenipotenciario de este cuento, consideró que debía entrar en materia y empezar a narrar lo acontecido. Desorientado y cansado, El Otro había llegado a pensar que si no encontraba el bar que desde hace rato buscaba, se permitiría entrar en cualquier otro bar, pues a esas alturas de la noche y con el efecto de las pocas cervezas del cóctel del evento esfumándose peligrosamente de su cabeza y de su cuerpo, lo único que quería era tomarse unas cuantas cervezas más, en el lugar que fuera.
A Él, llegado a este punto, le vinieron a la mente un montón de posibilidades narrativas. Pensó, por ejemplo, en la conveniencia o no de detenerse en detalles como el del momento en que El Otro es abordado en una calle oscura por un hombre ebrio para pedirle unos cuantos céntimos, a quien, quizá infundido de ese temor general a la violencia repentina que prevalece en la gente de su país de origen, deja de lado y sigue su camino. Pensó también en lo que probablemente había sentido y pensado El Otro: la agradable levedad espiritual de ser un visitante anónimo en una ciudad desconocida, como si en lugar de caminar, flotara sobre esas calles estrechas y laberínticas, y la idea fija en el bar que no había podido encontrar, en la música de jazz que seguramente le hubiera procurado a su experiencia un aire a la vez feliz y melancólico, que es el aire frecuente del que se nutren los espíritus libres. Pero antes que narrar situaciones periféricas, a Él lo que le interesaba era llegar al punto en donde El Otro pasó frente a un pequeño local que anunciaba su nombre con letras de neón sobre la puerta: Tropical bar, dentro del cual había podido apreciar en la fracción de segundo que su mirada estuvo dentro, la espalda desnuda y perfecta de una chica sentada en un taburete y acodada a la barra, y en su parte baja,
una tanga provocadoramente escapada de las exquisitas líneas curvas de sus límites permitidos. El Otro, a estas alturas más cansado que nunca, a pesar de la levedad que creía experimentar por encontrarse explorando los pasajes de una ciudad desconocida y fascinante, se dijo que ya que no había podido encontrar el objeto de su búsqueda inicial, lo que debía hacer era retroceder unos cuantos pasos y atreverse a entrar a ese minibar del que se dejaba oír el repiqueteo infame de una canción de bachata, pero que también prometía al fin y al cabo el disfrute de un par de cervezas y de esa espalda y esa tanga que ahora se le antojaban, al igual que como ocurrió inicialmente con el London bar, ineludibles.
Una pausa, tomar aire, calcular el tamaño de su responsabilidad como autor de una obra literaria que las nuevas generaciones leerán en el futuro, quizá con demasiadas expectativas y dispuestas a concluir que la tal obra es una mierda; eso es lo que Él debió hacer en ese momento, pero no, sentía que tenía a su demonio interior agarrado de los güevos y que no debía soltarlo mientras no contara lo que le había ocurrido al Otro en el peor bar de esa ciudad mediterránea.
Y esto fue lo que ocurrió: El Otro se detuvo, tomó aire, calculó el tamaño de su irresponsabilidad al pretender entrar a un sitio con una pinta tan desfavorable y finalmente entró. Se sentó a la barra, a un metro de la espalda desnuda de la chica y de su tanga. Saludó al tipo que atendía, un mulato alto, rapado y con un diente de oro, que le contestó con un acento puertorriqueño o dominicano. Pidió una cerveza. Luego otra. Y después la tercera. Mientras, veía de reojo la espalda de la chica y su tanga, y junto a ella a otro tipo con pinta caribeña y una mujer vieja con un vestido de noche que seguramente había pasado de moda hacía unos treinta años. Desde la barra y cruzando por sobre unas ocho mesas y sillas desocupadas, las palabras de este trío llegaban hasta tres jóvenes instalados en la última mesa del local, probablemente también puertorriqueños o dominicanos, visiblemente ebrios, de cuyas seis orejas se desprendía el brillo de igual número de pendientes. La mujer vieja retaba a cualquiera de los tres a levantarse e invitar a bailar a la jovencita de la espalda desnuda, propuesta que ellos, divertidos, declinaban
poniendo como excusa la música, porque lo que ellos bailaban era reggueatón y no bachata. El tipo que atendía tomó un control remoto y se dispuso a cambiar la música.
En este momento a Él, para demostrarse a sí mismo su carácter casi divino en la escritura de este cuento, quiso que al Otro, al personaje principal, le viniera a la mente la idea demasiado ambiciosa de escribir un cuento. ¿Un cuento? ¿Otro cuento? Sí, un cuento. Otro cuento. Un cuento del Otro. Él decidió que al Otro se le ocurriera escribir un cuento sobre la irónica situación que estaba viviendo esa noche. Primero, por encontrarse en el peor bar de la ciudad cuando lo que quería era llegar a uno de los mejores bares de la ciudad. Segundo, porque en lugar de estar escuchando interpretaciones de la música de John Coltrane y de Charly Parker rodeado de mujeres preciosas, ahora se encontraba escuchando bachata con la única felicidad, acaso metafísica, de tener a un metro de distancia aquella espalda desnuda y aquella tanga rebelde. Y tercero, porque lo que se disponía a hacer dentro de un minuto, cuando el tipo que atendía el bar pusiera reggueatón en lugar de bachata, era proponerle al trío sacar a bailar a la chica de la espalda desnuda a condición de que la música fuera otra, una que se pudiera bailar con los cuerpos pegados y una luz menos fuerte, como la del espacio que se veía al fondo del local, oscuro, discreto y acogedor. Pero cuando de la hondura de sus pensamientos pasó al ámbito del ruido que salía del equipo de sonido con una frase insistente sobre el gusto por la gasolina que pronunciaba desde su omnipotencia algún reggueatonero quizá también puertorriqueño o dominicano, o incluso hondureño, ya no tuvo valor para hacer lo que se había propuesto. Se limitó a tomarse una última cerveza y a escuchar, resignado, la monocorde elección musical de aquellos clientes tropicales.
Iba a tomarse el último trago y salir cuando la chica de la espalda desnuda hizo lo impensable, lo que jamás se le hubiera ocurrido que sucedería al autor ya casi definitivo de este cuento, de no ser porque en esta suprarrealidad que ahora creaba sí había ocurrido realmente: la chica giró con su cuerpo el asiento de su taburete hasta quedar, de manera vehemente, en una posición dedicada a él. Correspondió a ese movimiento con otro igual y quedaron uno frente al otro ante la mirada expectante de todos en el bar. Por un momento pensó que el movimiento de la chica hacia él debió responder a otro motivo antes que a una iniciativa para ligar, que era lo que pensó en primera instancia, pero ya era tarde para seguir pensando y corregir lo hecho y ahora debía sostener su determinación de aventurarse en alguna posibilidad sexual con ella. Guardó silencio y esperó que ella hablara. Pero no lo hizo. Se quedó ahí, mostrándole su rostro y su cabello suelto que le cubría parcialmente un escote igual de provocador que la tanga, muy seria, con las piernas cruzadas, largas y eficientemente depiladas. Pese a su belleza, no dejaba de parecer un tanto corriente, como esas putas que recién incursionan en el negocio, con sus maneras no del todo corrompidas por el ajetreo diario. Fue la vieja que la acompañaba quien habló primero, y lo que dijo convertiría finalmente este cuento, que ya iba tomando un curso previsible y amenazaba con parecer anodino a sus probables futuros lectores, en un cuento que a Él, su autor, empezaba a entusiasmar sobremanera.
Después de consignar estas palabras de la vieja en el cuento que escribía, Él hizo que entre El Otro y la chica se produjera un diálogo atrevido, un intercambio de palabras húmedas, de sonrisas nerviosas, de miradas decididamente lujuriosas, un diálogo, en fin, que acabaría escandalizando a cualquier persona decente –como podrán ser algunos de sus probables futuros lectores–, razón por la cual no será reproducido en sus páginas. Lo que a Él sí le interesaba reproducir era la secuencia más importante de entre todos aquellos pequeños acontecimientos, la que tiene que ver con El Otro y la chica sosteniendo un encuentro sexual en una diminuta habitación hacia la que se llegaba por una puerta que podía descubrirse al entrar al baño del bar, una habitación en la que apenas cabían la cama, sus ocupantes y un enorme Cristo crucificado que seguramente los observaba durante el acto y, más aún, en el momento en que desfallecían, que es el auténtico instante en que los seres humanos acceden al Paraíso. Y justo después de ese instante, El Otro, mientras nuevamente una bachata sonaba en el equipo de sonido del bar y sus notas atravesaban las dos paredes hasta el cuartucho, lo que le motivó a proferir en secreto una maldición, realizó linealmente un recuento de los momentos importantes desde el inicio de ese día: su llegada a la ciudad a las once de la mañana; la larga caminata hasta la librería, interrumpida constantemente para las obligadas fotografías; la compra de los libros presupuestados y la de los que no debía comprar a menos que dejara de comer la última semana del mes; el diálogo entre el escritor mexicano y su escritor favorito; el autógrafo del segundo en su libro; el cóctel después del evento; la búsqueda del bar que no encontró y su llegada al bar en cuyo reservado pensaba todas estas cosas; la estrechez de su cuerpo con el de la chica de la espalda desnuda que ahora yacía completamente desnuda a su lado, fumando un cigarrillo; la entrega de la cantidad por adelantado; la satisfacción y la casi felicidad que pretendía mostrar ante sí mismo; y el más importante de todos los momentos del día: ese mismo de ahora en que empezaba a darse cuenta de lo desgraciado que verdaderamente era.
Él tampoco se sentía satisfecho. Había terminado de escribir el cuento y habían transcurrido unas dos horas desde que se decidiera a hacerlo. Era tarde ya. Volvió a leer lo escrito y se sintió tentado a corregirlo, aunque consideró también reescribirlo, colocar, por ejemplo, al Otro en franca disputa por la chica contra los tres puertorriqueños o dominicanos, o quizá sólo dejarlo ver con algo de entusiasmo el interior del bar y a la chica con la espalda desnuda y su tanga tentadora, sin entrar y pedir esas cervezas que lo habían empujado al abismo; pero ya era tarde. Mañana volvería, quizá con el detector de mierda bien afinado para identificar con mayor facilidad lo que no funcionaba en el cuento, o quizá con la idea de ir de nuevo a esa ciudad desconocida e insomne en donde El Otro había vivido lo que Él no había podido. Quizá hasta se decidiera a ser El Otro para reescribir fielmente la historia. Ya vería.

"No necesariamente el dolor es el motor de la poesía": Juan Gelman

Juan Gelman por Daniel Mordzinski

Gelman, quien habló ayer en el Instituto Cervantes de Lisboa con la prensa y un grupo de seguidores de su obra, opina que a través del acto de escribir "se vive a los demás y se vive el mundo".
El poeta argentino Juan Gelman, premio Cervantes en 2007, considera que el dolor "no es necesariamente" el motor de la poesía y que el momento de su creación es "imposible de prever". Para el autor el proceso poético es comparable a experiencias místicas porque, en él, "el individuo sale de sí mismo".

"Hay que internarse en uno mismo y limpiar mucha maleza para llegar a la posibilidad de una expresión más verdadera de uno mismo y del mundo", juzga el autor de libros como "Bajo la lluvia ajena" -publicado el pasado año con ilustraciones de Carlos Alonso-, o "Traducciones III. Los poemas de Sidney West" (1969).

Actualmente residente en Ciudad de México, el estilo y el contenido de la obra de Gelman ha evolucionado, según los especialistas, desde el inconformismo de su juventud, ligada a la izquierda radical y después al peronismo, hasta el dolor y el desgarro interno del exilio provocado por la dictadura argentina.

Perseguido durante años por el régimen militar, perdió a su hijo de 20 años y a su nuera embarazada aunque logró recuperar a su nieta tras una intensa búsqueda durante años.

"No estoy muy reconciliado... Cuando se habla del perdón, no conozco a ninguna víctima que le haya encargado a nadie pedir perdón en su nombre. Lo que busco es Justicia", afirma Gelman, que desde "hace años" no milita en la política pero sigue atentamente los asuntos internacionales.
A sus 79 años, su carrera ha estado marcada también por la actividad periodística -que ejerce desde hace más de 50 años- y, para él, literatura y periodismo "son buenos vecinos que viven en departamentos diferentes".
Pero "es un mito que el periodismo no te deja escribir poesía", defiende el escritor, que en su charla de Lisboa reconoció que continúa escribiendo aunque sin saber lo qué podrá resultar.
Parafraseando a una poetisa rusa, Gelman opina que "el poeta no vive para escribir, escribe para vivir" y la inspiración "no se sabe" cuándo viene: "¿Qué es la poesía? Nadie lo sabe", concluye.
Gelman, también ganador del premio Reina Sofía de Poesía en 2005, se este jueves en la capital lusa con el novelista y premio Nobel portugués José Saramago, para compartir una tarde literaria.
El escritor argentino, también autor de "Carta a mi madre" (1989) y "Mundar" (2007), está considerado uno de los mayores poetas vivos de habla hispana y sus obras han merecido ya varias antologías.

EFE

jueves, 1 de abril de 2010

Charly García: "Tenía el alma muy escondida"

Charly García
Tomado de clarín.com
Charly García sigue experimentando. Ahora experimenta que es otra persona. Y va a fondo. Parece que le sale cada vez mejor. No es ni siquiera una reconstrucción: es una construcción. Los médicos van aflojando la medicación: se expresa cada vez más nítido, su psicomotricidad mejora y la inteligencia aparece cada vez más afilada. Viene de dar dos muy buenos conciertos en el Luna Park (agregó función para este sábado) y Charly García -un genio que quedó atrapado en una megalomanía tóxica que lo dejó a un centímetro de la nada- dice que está feliz, que es bastante libre, que está enamorado, que quiere hacer un click en su carrera, que se reconcilió con Andrés Calamaro, que se quiere comprar una casa, que quiere viajar, que va a tocar en los Estados Unidos e Israel... Todo esto dice Charly, y más. Sentado en una mesa del bar del aristocrático Museo Metropolitano, ahí, donde la calle Castex es un recorte de París, deja enfriar un café con leche, fuma en piloto automático y responde con la serenidad y la firmeza de los conversos. A veces, en sutiles brillos de su mirada, aparece Lucifer. Como flashes. Enseguida desaparece.

¿Cómo estás?

Bien, muy bien. Mirando la vida del lado bueno. Me están pasando tantas cosas... Creo que el segundo show del Luna Park fue uno de los mejores de mi vida. Hice Desarma y sangra a cuatro manos con Fito, la gente no se iba, y tuve que salir a tocar Canción para mi muerte solo, al piano. Muy emocionante.

¿A cuánto quedó aquel concierto de Luján?

Muy lejos. Eso fue super improvisado. Como una explosión. Ahí yo necesitaba probarme a mí mismo que podía tocar y cantar. Ese era mi desafío. El show fue un poco terrorista, sin seguridad, sin nada. Evolucioné mucho.

¿Ahora el desafío sería que podés componer?

Sí, sí, es el próximo desafío. Tengo algunos temas nuevos, los estoy terminando de a poco. Ya estrené uno en el Luna, no sé si le voy a poner La medicina del amor o La medicina del doctor...

¿Y estás conforme?

Sí, sí... Igual estoy buscando un click en mi carrera, algo que se aleje de lo que estoy haciendo ahora, que es presentar mi obra, un material de hace mucho tiempo, muy cuidado. Cualquier cosa que haga va a ser comparada con esa obra, y es un nivel muy alto... ¿Qué hacer entonces? Quizás empezar a componer a partir de mi banda, como hice en Piano bar: tocar en vivo en el estudio y aprovechar los músicos... Me gusta el rol de director de orquesta. Al tener una banda ensayada me puedo dedicar a lo fino, a lo sutil, al matiz. Que la banda ruja, y después sea un suspiro. Dedicarme a las texturas de las guitarras, los teclados, es decir, al arropamiento. En esa situación me siento como un director de orquesta e, incluso, como un compositor de orquesta. Ahí me siento fuerte.

Gran parte de tu obra narra tu vida. De hecho, la canción nueva remite al proceso de recuperación ... ¿No estás limitado de alguna manera?

Sí, por ahí agarro para otro lado. Hace mucho que no hago cuentos, por ejemplo, tipo Adela en el carrousel. Ficción. Porque está bueno hablar de la recuperación, pero es como cuando trataba temas políticos, que había que disfrazarlos para que no sean panfletos. Hay que encontrar la poesía en cada cuestión. Tengo muchas ganas de trabajar.

¿Antes no?

Antes estaba muy ensimismado, producto de la vida que llevaba. Agarraba una cosita chiquita y le daba y le daba hasta que brillaba. Ahora miro alrededor, y puedo apreciar más todo. Veo, qué sé yo, que puedo colaborar con alguien y hacer, ponele, una ópera, un espectáculo teatral. Estoy más reflexivo.

¿Qué reflexionás?

En el cerebro. Ahí está todo, también el alma. Mi alma antes la tenía escondida detrás del Say No More. Fue una etapa muy interesante, muy creativa... pero si seguía así me mataba. Toda esta nueva etapa me puso más en perspectiva, me volvió más autocrítico. Me fijo en cómo estoy cantando, cómo interpreto la canción, cómo puedo trasmitir el sentimiento con que la canción fue compuesta... En mis últimas épocas le dejaba la letra al público, yo cantaba dos o tres estrofas y chau... De alguna manera estaba malgastando mis canciones. Las maltrataba.

Ahora que estás autocrítico, ¿cuál es tu peor disco o tu peor etapa?

No, no sé. Creo que el público, la prensa, yo, estábamos muy obsesionados en dividir todo por bandas... Y ahora veo que todo lo mío es como una gran y única canción. Que puedo cambiar el vestuario, pero finalmente siempre soy el mismo. Cada etapa, cada banda, reflejó lo que yo quería decir. Ahora lo puedo ver mejor: por ejemplo, yo despreciaba mucho a Sui Generis, y ahora me doy cuenta de que hay canciones que son maravillosas... y proféticas: Cuando ya me empiece a quedar solo, Canción para mi muerte...


¿Con quién hablás de música, aparte de tu banda?

Con Pedro (Aznar) hablo mucho. Y con mi novia Mecha.

¿Cómo estás con ella?

Muy bien, muy enamorados. Estamos viviendo casi juntos. Y tengo ganas de comprarme una casa con un estudio. Vamos a ver... Ahora que estamos hablando de Mecha... otro gran inspirador de canciones es el amor. Yo creo que es lo más fuerte, lo que más nutre las letras. Yo he escrito muchas canciones de amor, a favor y en contra. Ultimamente lo que uno escucha en el rock argentino son canciones de amor muy malas, donde el sentimiento está muy bastardeado.

¿Quién te gusta de la nueva generación del rock argentino?

Me ponés en un compromiso... ¡Me gustan los que no se parecen a mí ni a Calamaro!

¿Te reconciliaste con Calamaro?

Sí, hablamos. Era hora. El tiempo lima asperezas... ¿Viste cuando te peleás con alguien y ya te olvidaste de las causas? Eso nos pasó. Vino al Luna, iba a subir a cantar, pero al final se bajó.

Hace poco, en una producción del Suplemento Sí, Pipo Cipolatti lamentaba que no te podía ver ... ¿Cuándo creés que vas a ser realmente libre?

A los que no pueden ver, bueno ... estoy más visible de lo que parece. Son circunstancias de la vida. Soy libre, soy bastante libre. Con la música me siento libre, gozo los shows. Antes los conciertos eran muy... agresivos. En fin, estoy viajando, algo que como dijo Litto fortalece el corazón... Voy a tocar a los Estados Unidos, después a Israel... Esto es un proceso. Cuando salí de la clínica no podía tocar directamente. Era angustiante. Hice un esfuerzo enorme, pasito por pasito.

Con la ayuda de Palito ...

Con la ayuda de Palito y de otros amigos, pero en definitiva el que te ayudás sos vos... Mirá, el peligro es volver a la cocaína. La vengo llevando muy bien. No es fácil, pero hace años que no la veo.

¿Te da ganas a veces?

A veces sueño con la cocaína.

¿Soñás?

Es una lucha. Sé que si vuelvo va a ser terrible. Voy a tirar abajo todo este laburo, todo este esfuerzo.

¿Qué dicen los médicos? ¿Cuándo vas a prescindir de cualquier químico?

Cada vez me van sacando más medicación. En algún momento no voy a tomar nada. Voy despacio. No soy un monje: ya puedo tomar un poco de vino, un poco de champagne. Como lo que quiero, aunque estoy en una especie de régimen, porque no quiero engordar. Practico natación, kinesiología, terapia cognitiva. Hago todos los deberes. Hay un tema que no puedo resolver.

¿Cuál?

No puedo dormir. Me cuesta. Necesito muchos medicamentos para poder dormir.

¿Siempre fue así?

Toda mi vida.

La frase llega acompañada por ese brillo fugaz en la mirada. ¿Un rasgo del viejo Charly García? Quien quiera que sea este señor lúcido y gentil, ahora se va por Castex. El otoño estalla en la arboleda. Y todo esto, este proceso, este real aguante, suena a una buena canción de Charly. Ni Mr. Jones, ni el de Viernes 3 A.M. ni mucho menos Natalio Ruiz. La canción se está escribiendo en este mismo instante.