sábado, 27 de diciembre de 2008

Enfermedad no cambió mi visión sobre Dios: Saramago

Foto de: El Universal


El Nobel de literatura portugués José Saramago afirmó que la grave enfermedad que sufrió y que lo colocó al borde de la muerte no cambió su visión sobre Dios, puesto que fueron los médicos los que lo salvaron.

"¿Por qué cambiaría mi visión sobre Dios?", cuestionó Saramago, reconocido ateo, al responder a una pregunta del público durante un debate celebrado en Sao Paulo (Brasil) por el diario Folha de Sao Paulo.
"No necesitamos a Dios", insistió Saramago, firme en sus convicciones, al rechazar más preguntas acerca del problema pulmonar que sufrió y que retrasó en más de un año la finalización de su última novela, "El viaje del elefante", que está promocionando actualmente en Brasil.
El escritor, de 86 años, aprovechó para criticar la Bibia, el libro sagrado para los católicos, a la que calificó como un "desastre" y argumentó que está llena de "malos consejos", como incestos y matanzas.
Terminó por criticar a la Iglesia, institución a la que acusó de "inventar el pecado" para "transformar a todos en eunucos".
Tomado de: eluniversal.com.mx

jueves, 11 de diciembre de 2008

La muerte en el espejo

Por: Murvin Andino Jiménez


Recuerdo haber visto hace algunos meses Las colinas tienen ojos (2006), filme de terror dirigido por Alexandre Aja, sin saber que tiempo después me encontraría con otra cinta suya del mismo género que me impresionaría mucho más que la anterior. El director es de origen francés y ha escrito y dirigido además Furia (1999), adaptación de un texto de Julio Cortázar, Alta tensión (2003) y Mirrors (2008).
De estos tres filmes he visto el primero y el último, de acuerdo al orden en el que los he escrito, y en ambos me ha parecido muy interesante el toque de terror que les imprime un director europeo influenciado por los realizadores asiáticos de este género. El último filme de este joven cineasta -apenas 30 años, leo en la página de cine Imdb-, según los críticos especializados, es un remake y representa un esbozo de las grandes cintas de cine oriental, al estilo de El aro o Una llamada perdida, pero en especial Into the mirror (2003) del director/guionista Sung-ho Kim.
La película de Aja plantea el enfrentamiento entre una fuerza maligna que se mueve a través de los espejos de un centro comercial y un ex policía que pretende descubrir el origen de varios crímenes. Quizá Espejos siniestros (nombre que en nuestro país recibió el filme de Aja) coincide en esto con las cintas orientales: la similitud de sus tramas y el objeto de la investigación, pero durante el desarrollo de la misma se tiende a diferenciar la cinta de Aja de la oriental.
En Espejos siniestros, Ben Carson (Kiefer Sutherland, que encarna a un personaje emocional y sicológicamente inestable) es un policía suspendido que espera aclarar su situación, atormentado y fracasado, con su matrimonio en etapa terminal, aquejado por un trauma, que busca rehacer su vida tomando un empleo como guardia de seguridad a cargo de un edificio abandonado. Carson descubre, entre las ruinas de un viejo centro comercial incendiado hace años, espectros o visiones de muertes o hechos del pasado a través de los espejos, los cuales permanecen intactos dentro del edificio en ruinas y donde pronto una fuerza sobrenatural estará cazándolo a él y a su distanciada familia.
Además, Carson busca resolver la muerte del anterior guardia del edificio, que muere decapitado frente a un espejo, y de la hermana de Carson, fallecida en la bañera de su habitación. Los espejos mantienen encerradas a muchas almas atormentadas que buscan a alguien que se marchó cuando el lugar, tiempo atrás, era un hospital siquiátrico. Un incendio redujo a escombros el edificio donde se experimentaba para hallar la cura de esquizofrenias degenerativas y en el fuego perecieron todos sus ocupantes.
La película de Aja, nominada al Gran Premio en el Festival de Cine Fantástico de Ámsterdam a la mejor dirección y como mejor película de cine fantástico en el Festival Internacional de Cine de Cataluña, presenta ciertos elementos recurrentes del cine de terror: una historia terrible del pasado y mansiones encantadas; aunque no sea una cinta original de él, sino una revisión de un filme anterior (remake), mantiene el toque personal del director.
Espejos siniestros, realizada con planos ágiles, se centra en el relato de una noche en el viejo edificio encantado y en la ternura del padre que lucha por el amor y la compañía de sus hijos, a la vez que busca reivindicar su cordura. Estos elementos componen no sólo la temática, sino también la idea central de la película. Las imágenes oscuras mantienen al espectador en un ambiente de tensión.
La fotografía corre a cargo de Gerry Fisher, el mismo que le había acompañado en Furia. La música es de Javier Navarrete, que ha colaborado en dos películas fantásticas de Guillermo del Toro relacionadas con la Guerra Civil española, El espinazo del diablo y El laberinto de fauno, con la cual fue nominado a los premios Goya y a los Oscar en 2006. Mirrors es, sin duda, una buena película, no tan comercial como los productos que nos acostumbra presentar Hollywood, pero en fin, a pesar de que se le acusan ciertas incoherencias argumentales, es algo diferente en cuanto a las cintas de terror repetitivas que llegan a nuestras salas de cine.

domingo, 7 de diciembre de 2008

El legado creativo de Roberto Bolaño recorrió el Festival de Literatura


Por: Ana Prieto

Si lo vemos como un perro o como un virus, Bolaño es un buen perro para que te muerda y un buen virus para que te infecte", dijo el poeta chileno Rodrigo Rojas en el Festival Internacional de Literatura que, en el Malba, dedicó buena parte de su jornada a recordar a la enorme figura de Roberto Bolaño. El escritor chileno, ganador del premio Herralde en 1998 por su novela "Los Detectives Salvajes", y autor de la monumental "2666", falleció en 2003 dejándole a la crítica literaria la infinita tarea de averiguar cuál ha sido su papel en la historia de las letras hispanoamericanas, y a los lectores uno de los legados literarios más potentes y estimulantes de las últimas décadas.

En el contexto del circuito "Hacia Roberto Bolaño", organizado por este primer Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba) patrocinado por la revista Ñ, la primera charla llevó el sugerente título de "Escenarios" y estuvo integrada por tres compatriotas del escritor: Alberto Fuguet, el citado Rodrigo Rojas y la directora de la Cátedra Bolaño en la Universidad Diego Portales de Chile, Cecilia García Huidobro. "Como primera medida de educación", comenzó Huidobro, "sugiero invitar a Roberto Bolaño", y enseguida leyó un fragmento del discurso que el autor pronunció cuando ganó el premio Rómulo Gallegos: "Muchas pueden ser las patrias de un escritor, pero uno solo el pasaporte, y ese pasaporte evidentemente es el de la calidad de la escritura". Para Bolaño, esa calidad no tenía que ver con escribir bien, sino con "saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso".
El tema a desentrañar, propuso Huidobro, fue ese pasaporte de Bolaño, en tanto registro de las fronteras que tanto su obra como él mismo fueron capaces de cruzar. Para Rojas, el escritor construyó su literatura a modo de telar, o de pintura de Brueghel, con relatos dentro de relatos hasta llegar al máximo de la hipertextualidad en "2666". El tratamiento que Bolaño hace del idioma, señaló Rojas, también propone desplazamientos y sitúa a su obra en el cosmopolitismo: "Es un español muy diverso, difícil de domesticar, y estratégicamente construido para que a todos los lectores les suene tan familiar como foráneo".

El escritor Alberto Fuguet resaltó la cualidad pop en Bolaño, esa cosa "freak" o "fronteriza" en sentido amplio en la que le gustaba desplazarse. También se confesó fascinado por la lectura de "Los Detectives Salvajes" como una novela de aprendizaje, y por su audacia al abordar una diversidad de personajes extranjeros con una soltura y profundidad de la que fue capaz por haber captado "el estado de las cosas y la sensibilidad en el aire".

Huidobro desplazó por un momento a Bolaño del lugar de la escritura al de la lectura: "Leyó a sus contemporáneos como pocos escritores se leen entre sí."

"Después de Roberto Bolaño" fue el segundo encuentro que le dedicó el Festival, con la participación de los escritores Juan José Becerra, Gonzalo Garcés y Martín Kohan, y la coordinación del autor boliviano Edmundo Paz Soldán. La charla abrió con la posible impronta que Bolaño está dejando en las letras actuales.

Kohan, ganador del premio Herralde en 2007, dijo sentirse incómodo con la mitificación que se está haciendo del escritor, a raíz de su prematura muerte. "Yo percibo su literatura como una fenomenal captación y reelaboración de diversas líneas literarias. Eso ha sido muy productivo para la crítica que se sintió convocada por la propuesta de Bolaño. Sin embargo, no veo una productividad literaria en ese sentido; no veo todavía un 'legado Bolaño'; los tiempos son demasiado cortos y su impronta demasiado poderosa".

Becerra resaltó la "vibración biológica" de sus libros, y agregó que si el autor "está influyendo en nosotros de una manera secreta, como buenos escritores, intentaremos ocultarlo".

La charla desembocó espontáneamente en un análisis de la última novela de Bolaño, "2666", y en el posible tema de fondo de su obra en general. Becerra señaló al mal, como presencia metafísica. Para Garcés lo que comunica a los personajes en 2666 es el "haber sido dañados en lo esencial de sus vidas" y agregó que Bolaño, y en especial ese libro, le habían enseñado a leer el sentimentalismo desde otro lugar.

"Él narra como los asesinos seriales matan", afirmó Kohan. "Las series por definición son abiertas, y él entendió cómo funciona el deseo; consigue que la narración no cuente el deseo sino que funcione como tal. Y así como siempre se puede matar a uno más, siempre se puede narrar algo más".

La conclusión posible de este día de Festival, es el recorrido por los múltiples sentidos que suscita la figura de Bolaño. Y la certeza de que su aventura en el legado literario universal recién comienza.

Juan Marsé, Premio Cervantes de Literatura




El escritor, de 75 años, estuvo entre los favoritos al galardón más importante de las letras hispanas por muchos años. El jurado destacó "su capacidad para reflejar la España de posguerra". En Argentina, toda su obra está descatalogada.

Juan Marsé, el gran escritor español que en varias de sus novelas reflejó con talento las penurias de los españoles en la posguerra, ganó el Premio Cervantes 2008, la más alta distinción de las letras en castellano. Marsé, hijo adoptivo de una familia catalana, nació en 1933 y llevaba años integrando las listas de favoritos para alzarse con este premio dotado en 2008 de 125.000 euros, 35 mil más que en las ediciones anteriores. "Escribo para evocar algunas experiencias que no he tenido y que me hubiera gustado tener", dijo el autor en su casa de Barcelona tras enterarse de que había ganado el premio.
Antre el nutrido grupo de reporteros que invadió su casa, Marsé dedicó el premio a Paulette Goddard, una de las mujeres de Chaplin, de quien se enamoró a los trece años viéndola actuar en cine. Si bien es uno de los autores catalanes más populares, Marsé nunca dejó el castellano. "Cada uno escribe en la lengua que quiere, y en todo caso defiendo mi derecho a escribir en la lengua que me dé la gana", sostuvo.
En la rueda de prensa en la que se proclamó el premio, el Ministro de Cultura, César Antonio Molina, proclamó el fallo del jurado fundado en "la decidida vocación de Juan Marsé por la escritura y por su capacidad de reflejar la España de la posguerra". Marsé estuvo en la Argentina como parte del plantel de invitados de la Feria del Libro de 1998 y si bien su obra fue editada oportunamente por Sudamericana, hoy está descatalogado en el país.
Miembro de la llamada "generación de la década del cincuenta", Marsé es autor de novelas como Si te dicen que caí, censurada por el régimen franquista aún en 1973, y La muchacha de las bragas de oro que obtuvo el Premio Planeta en 1978 y fue llevada con gran éxito al cine. Otra novela de gran repercusión en su trayectoria es Rabos de lagartija que en 2001 recibió el Premio Nacional de la Narrativa española.
"Es un gran escritor que ha marcado a varias generaciones", comentó el poeta argentino Juan Gelman, miembro del jurado, y triunfador del Cervantes en 2007.
El jurado cumplió con la regla no escrita que establece una alternancia en el premio entre españoles y latinoamericanos. Otros nombres prestigiosos como el de Ana María Matute, José Manuel Caballero Bonald y Carlos Bousoño sonaban para esta edición como candidatos. En tanto que el nombre de Mario Benedetti, muy querido y respetado por los lectores españoles, fue el que más sonó entre los autores latinoamericanos con posibilidades para quedarse con el premio. En esta edición se introdujeron cambios en la composición del jurado para jerarquizar el mundo de las letras y quitarle espacio a la instituciones dependientes del Gobierno.
Nacido Juan Faneca Roca, fue adoptado al nacer por una familia que le dio el apellido que hoy conocemos. "A mi padre biológico lo vi dos veces en mi vida, una cuando hice la primera comunión y otra cuando se casó mi hermana. No sé gran cosa de él y es un tema que no me apetece", relató alguna vez. Su madre, había muerto durante el parto.
La relación entre Marsé y el cine va más allá del éxito de La muchacha de las bragas de oro. Su primera novela Últimas tardes con Teresa, escrita en 1965, ganó el premio Seix Barral y terminó adaptada al cine por Gonzalo Herralde con guión del propio Marsé. Esa metodología se repitió para otras novelas suyas como El embrujo de Shangai y Canciones de amor en el Lolita's Club que fueron las que mejor campaña hicieron en la taquilla.
Desde 1976 fueron premiados dieciocho autores españoles y dieciseis latinoamericanos. Cuatro de ellos argentinos: Borges, Sabato, Bioy Casares y Juan Gelman.

"Es horrible sentirse Julio Iglesias cuando uno es un simple escritor"


ENTREVISTA ANTONIO LOBO ANTUNES

Por: Guido Carelli Lynch



Máxima estrella de la Feria de Guadalajara, que le otorgó el premio de Lenguas Romances, el novelista portugués reflexiona aquí sobre los efectos negativos de la fama. Y admite que, al fin, aprendió a disfrutar la literatura de Borges.


Da una pitada y contiene el humo un poco más de la cuenta, saboreando el gusto efímero de lo prohibido. Es lunes y Antonio Lobo Antunes es el único que fuma entre los miles de asistentes a la 22° Feria Internacional de Libro de Guadalajara. Para ostentar el privilegio primero hay que ganar el Premio de Lenguas Romances, razón que lo trajo otra vez a esta ciudad mexicana --donde dice-- "podría vivir".
Entrevistas, conferencias, fiestas, sus 66 años y el libro que escribe en los pocos ratos libres que le quedan tienen extenuado al autor de La muerte de Carlos Gardel, que --sin embargo-- responde con imaginación y poesía, la misma que aparece en sus textos. "Ojalá los libros fueran publicados anónimamente", dice y suspira este eterno candidato al Nobel.
¿Cómo se lleva con el mercado, las presentaciones y todo lo que rodea a la literatura?
Esa es la parte más aburrida, pero uno tiene que sentirse agradecido. Lo peor es perder intimidad. Sentirme Julio Iglesias es horrible cuando uno es un simple escritor. Jamás pensé que iba a pasarme esto. Pero al mismo tiempo la gente es tan maravillosa, tan simpática, me siento muy a gusto, aquí, en Colombia, en Argentina. Son todos latinos como yo.
Ambivalente, Antunes negocia su honestidad cuando se prende el grabador. "¡Cómo les gusta a algunos escritores posar para la inmortalidad. Pero no voy a hablar, porque muchos están vivos", sonríe mientras imita gestos sesudos, el fantasma de Saramago sobrevuela la mesa y agrega: "Hay dos clases de hombres; los que hacen el amor y los que hablan de ello", dispara para graficar el proceso intraducible de la escritura.
Alguna vez señaló que sólo puede escribirse hasta determinada edad, que luego queda la repetición. ¿Hasta cuándo escribirá?
Los intervalos son buenos, pero sólo el primer mes, después empieza la angustia. ¿Seré capaz de escribir otro libro? Siempre tienes miedo de que se haya terminado. Tampoco sé si me repito o no porque no me leo. Es una paradoja, porque uno escribe los libros que quisiera leer y finalmente se trabaja tanto en ellos que después estás enfermo y quieres olvidarlos, para eso empiezas otro. Pero estoy seguro de que hay cosas que se van a repetir.
Las voces que aparecen en sus libros vienen del pasado, de un nexo entre la memoria y la imaginación. ¿Qué significan para usted?
-Yo no tengo muchas certezas, pero creo que la imaginación es la manera en cómo arreglas y trabajas los materiales de la memoria y claro, también robas de otros. Tengo una relación ambivalente con la memoria. A mí no me interesa contar una historia, yo trabajo con las palabras y si quieres escribir primero tienes que encontrar tu lenguaje, tu metalenguaje. Ahora por todas partes hay gente escribiendo a lo Lobo Antunes, lo que me parece idiota, porque cada uno tiene que encontrar su voz.
Borges decía que quien encuentra su voz encuentra un destino. Antes no le gustaba mucho, prefería a Bioy Casares. ¿Sigue pensando así?
Tiene razón, el problema es encontrarla. Leyéndolo con mayor atención y menos prejuicios, me dí cuenta de que estaba siendo injusto. Borges es mejor, aunque Bioy tenía belleza y era un hombre impresionante. En Argentina hay escritores muy interesantes como Roberto Arlt, que es tan criticado, o Macedonio Fernández que me encanta. Leer es mi pasión y en los países pobres como los nuestros abunda la buena literatura. Cortázar me gustaba, pero cuando era más joven.
Prende otro cigarrillo, el último, y confiesa que ya no suele tomar valium para dormir mientras escribe, aunque recuerda las obsesiones que lo desvelaban. Sólo él sabe o calla hasta cuándo seguirá perfeccionando sus voces polifónicas, su lenguaje hermético. "Jorge Amado una vez me dijo: 'niño no te puedes acostar con todas las mujeres del mundo, pero al menos tienes que intentarlo'", recuerda entre risas y humo.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Fernando Vallejo contra el mundo





Fernando Vallejo

Después de un año de estudios en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Colombia, se licenció en Biología en la Universidad Javeriana. Poco después de los 20 años, viajó a Roma para estudiar cine en la Escuela Experimental de Cinecittá. Escribió y dirigió en México, donde vive desde 1971, dos películas sobre la violencia en Colombia. En 2003 ganó el premio Rómulo Gallegos de Literatura por su novela El desbarrancadero. Entre sus libros, figuran La virgen de los sicarios y La puta de Babilonia.

Así escribe

Los ríos de sangre
¿Se les hace impropio un viejo matando a un muchacho? Claro que sí, por supuesto. Todo en la vejez es impropio: matar, reírse, el sexo, y sobre todo seguir viviendo. Salvo morirse, todo en la vejez es impropio. La vejez es indigna, indecente, repulsiva, infame, asquerosa, y los viejos no tienen más derecho que el de la muerte. En la laguna azul sombría me estaba hundiendo. Era azul de nombre pero de aguas verdes, traicioneras. Su alma pantanosa enredada en mohos y en algas pegajosas me jalaba hacia el fondo. Las algas soltaban un veneno verde que era el que le daba su color falaz a la laguna azul. ¿Y quién dijo que yo lo iba a matar? Para eso están aquí los sicarios, para que sirvan, como las putas, y los contraten los que les puedan pagar. Ellos son los cobradores de las deudas incobrables, de sangre o no. Y valen menos que un plomero. Es la última ventaja que nos queda en este cuadro de desastres. Mientras en las comunas seguía lloviendo y sus calles, ríos de sangre, seguían bajando con sus aguas de diluvio a teñir de rojo el resumidero de todos nuestros males (. . . )
Fernando Vallejo, La Virgen de los sicarios. Alfaguara.


Detesta Colombia –de hecho renunció a la nacionalidad–, pero ha venido a Bogotá porque tiene severos problemas en la vista. Y en esta capital, a 2. 600 metros sobre el nivel del mar, está la famosa clínica del doctor Barraquer. "Tengo que hacerme un nuevo trasplante de córnea", explica Fernando Vallejo, un hombre afable, educadísimo, de voz suave y modales de lord inglés. Su novelística, en cambio, es feroz, desgarradora, profundamente nihilista. Vive en México desde hace muchos años, y sólo cree en los animales, maltratados por el hombre". Tanto es así que hace tiempo ya declaró que su herencia será legada a una institución que vele por el cuidado de "los animalitos". Su último libro, La puta de Babilonia, es una diatriba en contra de la Iglesia Católica. Su novela más difundida, La virgen de los sicarios, fue llevada al cine con éxito comercial. Pero tal vez su mejor relato sea El desbarrancadero, una despiadada radiografía de él y de su familia. "Mi madre tiene 89 años, y no me hablo con ella desde hace muchos años. Y jamás nos hablaremos", resume. Lo que sigue es una entrevista realizada en Bogotá en el frescor de una tarde. "Desde que empecé a escribir, hace veinticinco años, dejé de leer literatura. En todos estos años, sólo leí libros científicos", dice el escritor.


¿Por qué lo hizo?

Porque dejaron de interesarme los escritores. O más concretamente, la novela. Así que no conozco muy bien la nueva literatura latinoamericana. Ojeo libros por encima, y me doy cuenta de que están muy mal escritos. Los escritores no han descubierto una cosa esencial: existe un idioma literario contrapuesto al idioma hablado o coloquial. El idioma literario tiene unas fórmulas, una sintaxis y un léxico mucho más rico que los de la lengua hablada, que es un desastre dentro de todos los ámbitos de nuestro idioma. Es un adefesio, paupérrima, perdió toda expresividad. Y los escritores desconocen la lengua escrita. Ahora, en cualquier escritor moderno, lo único que hay es una voluntad obstinada por llegar a ser escritores. Pero no tienen qué contar ni tienen qué decir, ni tampoco saben cómo decirlo. Les falta oficio: no han hecho un descubrimiento tan elemental como es éste. Esto no quiere decir –que uno tenga que escribir en lenguaje literario: uno puede escribir en lenguaje literario o en lenguaje coloquial, o en una mezcla de los dos. Yo he decidido escribir en lenguaje literario identificado por el habla, y en el caso del habla he descubierto el habla de Colombia. Hubiera podido también trabajar también con el mexicano, el argentino o con cualquier otro. Pero puesto que la que tengo en la cabeza es la de aquí, con esta me identifiqué yo. Manuel Mujica Lainez, por ejemplo, sólo escribía en lenguaje literario, nunca en lenguaje coloquial. En los años setenta, en Latinoamérica, se escribieron muchos libros en el lenguaje coloquial nacional. Manuel Puig, por ejemplo, escribía más o menos en argentino, aunque algo sabía del lenguaje literario. Pero volvamos al principio: los escritores no conocen el oficio, no reflexionan sobre lo que hacen. Y lo peor de todo es que tampoco tienen qué contar porque usualmente son muy jóvenes. . .


Usted dice que usualmente son muy jóvenes. ¿El escritor tiene que haber vivido bastante para poder contar su experiencia?

Si uno no ha vivido, no sé qué puede contar. Y entendemos por el escritor al novelista, porque la novela es el gran género de la literatura; también es un escritor un historiador, un ensayista, un biógrafo. Los jóvenes, en principio, no tienen mucho qué contar porque apenas están empezando a vivir. Sin embargo, tu ves que, en la literatura francesa, Raymond Radillet, escribió a los 17 años El diablo en el cuerpo, o están los poemas de Rimbaud, el Bon jour, tristesse , de Francois Sagan, que también escribió a los 17 años. Ellos habían vivido con cierta intensidad ya de muchachitos, entonces describían el mundo que estaban viendo. No existe la condena de que tenga que ser una persona mayor la que escriba, pero siempre hay que tener algo que contar y también hay que saber hacerlo.


¿Cuál es su opinión sobre su compatriota Gabriel García Márquez?

El personaje me interesa muy poco; me parece más bien un cortesano del tirano de Cuba. Es una vileza alcahuetear semejante monstruosidad. Esta es mi opinión sobre García Márquez persona.


¿Y como escritor?

Es un escritor que escribe novelas en tercera persona, con las que ya me peleé. Yo no he escrito ninguna novela en tercera persona, todas son en primera persona. La tercera persona me parece un camino trillado en la literatura, no va para ningún lado. Por lo demás, García Márquez es un escritor correcto que conoce en cierta forma el oficio. No tanto, por supuesto, como tu paisano Manuel Mujica Lainez, o como el español Azorín. De Mujica Lainez te puedo decir que es el prosista más grande del idioma español, con lo cual no te estoy diciendo que es el más grande escritor. Porque una cosa es ser un gran prosista y otra ser un gran escritor. Pero nadie, en los mil años de la lengua española, ha escrito un español con tal riqueza sintáctica y lexicográfica como él, con su ritmo y sonoridad. Es el gran prosista del idioma.


Lástima que esté un poco olvidado.

Sí, es cierto, porque el que han endiosado los jóvenes argentinos es Julio Cortázar.


¿No le gusta Cortázar?

No lo conozco. Lo he ojeado y me da la impresión de que no sabía escribir. No sabía justamente el idioma literario, escribía pobremente. Y los jóvenes hacen este cálculo: si este escritor tan malo es nuestro gran escritor, entonces por qué yo no puedo ser igual a él.


¿Y Borges?

El Aleph es un relato muy hermoso, logrado, espléndido. Ya sólo con eso bastaría para que su nombre quede en la literatura. Pero no pienso que sea tan grande como se dice. Lo han hecho tan grande porque desde el mundo anglosajón y francés lo pueden entender muy fácil: no es un escritor muy propio de la lengua española. El español no era tan importante en su literatura. Por lo demás, usa las palabras impropiamente, y además es afectado. Tiene afectaciones feas.


La literatura latinoamericana no parece interesarle mucho. ¿Le interesa alguna otra?

No, la verdad es que ninguna me interesa. Ni de Latinoamérica ni de España ni de Norteamérica ni de Europa. De niño y adolescente leía muchísimo; me he pasado leyendo gran parte de mi vida. Leí, sobre todo, literatura en tercera persona, que era mi pasión.


En esos años, ¿había algún autor que lo apasionaba?

Me gustaba el teatro de Ionesco. De niño, leía con pasión a Verne y Salgari. Y luego a Conan Doyle y su Sherlock Holmes. Esos que leí en mi niñez, son los libros que más feliz me han hecho. Novelas en tercera persona, de las que ahora abomino.


¿Y William Faulkner, Ernest Hemingway, Truman Capote?

Leí a todos los escritores norteamericanos de los veinte, los treinta, cuarenta, cincuenta... Es una novela por la que ahora no tengo mayor aprecio.


¿Y la novela europea?

Te puedo decir lo mismo. Francia se destaca porque los franceses sí sabían el oficio y conocían muy bien el lenguaje literario. En el siglo XX, Francia estuvo llena de grandes prosistas, algunos deslumbrantes como Colette. Pero eran grandes prosistas, pero como ya te dije un gran prosista no significa un gran escritor.


Usted dirigió cine. Ha escrito que fue una experiencia desagradable.

Dirigí tres largometrajes en México, que todavía se siguen pasando por televisión. Me salieron muy mal: dos de ellas trataban sobre Colombia, aunque no las pude hacer en mi país. Entonces México me prestó lo que tenía: sus actores, sus técnicos, su cine. Pero los mexicanos hablan en mexicano, y ahí empezaban a perderse la verdad y la fuerza. Son películas fracasadas de las que me olvidé hace mucho tiempo. Me gustaba el cine y me engañé con él.


¿Por qué?

El cine es muy poca cosa. Al lado de la literatura, es muy poca cosa. Para expresar la realidad humana, o lo que le pasa a uno por dentro, el lenguaje cinematográfico es miserable, paupérrimo. El gran lenguaje es éste, el de la palabra. Por lo demás, como arte, la literatura es un arte menor comparado con la música, que es el arte máximo. Por lo menos no tiene fronteras lingüísticas. Puede ser universal; la literatura, no.


¿La Virgen de los sicarios es su libro más exitoso?

Es el más traducido, pero el más exitoso es La puta de Babilonia, que escribí en contra de la Iglesia.


Usted tiene una visión muy nihilista de la vida. ¿Cree, sin embargo, que el ser humano tiene un futuro?

El hombre, para empezar, cree ser lo máximo del universo. Hasta ahora ignoramos si hay vida e inteligencia en otras partes. Pero por más que lleguemos a saber y entender más, seguimos siendo muy poca cosa porque nos vamos a morir. Por lo demás, tenemos una barrera que nunca podremos traspasar; barrera que nos impide llegar al conocimiento total. Nunca podremos entender qué es la gravedad, qué es eso que llamamos materia, que parece una palabra científica pero que en realidad es metafísica; cómo las neuronas del cerebro producen la mente, o la conciencia, o el alma, o como querramos llamarlos. Tenemos una inteligencia muy limitada. Y el pensamiento es cambiante, efímero. Cada dos, tres, cinco segundos, vamos cambiando; se mueve, es un pantano. La memoria es miserable: dentro de poquito no nos acordaremos de qué estuvimos hablando aquí. Si no tuvieras el grabador no podría repetir mis palabras. Aparte de que somos malos, no somos buenos en principio. No vemos, por ejemplo, el dolor de los animales, que pueden sentir y sufrir como nosotros. Seguimos acuchillando a las vacas en los mataderos, y seguimos reproduciendo a los perros para tirarlos a la calle.


¿Le teme a la muerte?

No. Me gustaría que fuera una muerte noble y no una muerte miserable. Además, siempre nos estamos muriendo de a poquito. Porque cuando uno envejece, se le muere la gente que quiere, los papás, los abuelos, los hermanos, los primos, los amigos, y se le mueren las calles de la infancia. Con cada muerto que ha tenido que ver con la vida de uno, uno también se va muriendo. Morirse, en realidad, es acabarse de morir.