miércoles, 18 de mayo de 2011

Extranjero, Murvin Andino Jiménez

Extranjero.

Murvin Andino (Mimalapalabra.2011)


A continuación una muestra de mi nuevo poemario, Extranjero, aún en imprenta y bajo el sello editorial Mimalapalabra.

Lotófago
No volví ni siquiera la mirada.
No había razón ni castigo.
Caí en la noche y me hundí
en una multitud de piernas y brazos,
de batallas sentimentales
y en una triste figura vagabunda
con extrañas cicatrices.
Decidí regresar,
pero no había lugar, ni otra noche,
ni nadie a la espera.
No había retorno a la ilusión,
sólo las luces,
la ebriedad como camino al paraíso.
No aprendí a cambiar mis sueños
ni a conocer las despedidas.
No volví ni siquiera a decir adiós,
no había existido nada ni nadie,
sólo una esquina con fantasmas
indiferentes y olvidados.
La mañana retumbaba en mi cabeza
con los estruendos de una luna intensa.
No había nadie más, quizá el espejo,
mi camisa boca abajo sobre el suelo
y cierto aroma a veneno.
La pared, el viento, el agua, la cama,
todo estaba frío,
como muerto,
la calle seguía su camino
con sus falsos jinetes a bordo,
sólo una estatua de Bolívar,
quizá Morazán,
o Juárez, o Artigas.
No lo sé, una plaza que quizá
tampoco recuerde.


Little boy
A Rolando Gabriel Andino Rivera
Perdón por dedicarte este poema
con ese nombre miserable.
Perdón por no entender cuando decías
algo que creí insignificante.
Eran tus ojos los que de verdad decían algo,
como cuando rojos por el maldito catarro
parecían no pertenecerte.
Créeme, hijo,
desde el instante de engendrarte, te he amado.
¿Recuerdas Mr Jones de Counting Crowns
o Welcome to the machine de Pink Floyd?
Eran las canciones que escuchabas
en el vientre de tu madre
y no eran sólo música,
también tenían mis mejores deseos
y mi esperanza de entenderte siempre,
de no abandonarte, jamás, aunque fuese lo peor.
Si lo he hecho ahora, es que fallecí
y soy un cadáver más,
otro insensible,
otro demonio,
pero no he dejado de quererte,
de acercarme a tu cama,
mientras duermes,
y besarte la frente,
con estos labios que han besado con pasión
y te he visto tantas veces feliz al recibirme
y te he visto con estos ojos tristes
que han mirado lo difícil y cobarde de la vida.
Pienso entonces, Little boy,
que eres casi un hombre,
y yo, un viejo incompetente.


Ella, viendo llover en mi corazón
A veces amanecer era caerse del espejo,
cerrar el vínculo sustancial del paraíso
y desprenderse de lo vivido,
cegar la estéril criatura
y afrodisciarse el apéndice subversivo
con algunos recuerdos
de cada amanecer.
Algunas horas e inciertos muros
tenían la virtud de desterrarnos,
distintos caminos fueron la salida
a la tristeza
y el viento cambió su forma
de revólver ciego,
su doble influjo de la noche
y nos dejó la lluvia pasajera
que tenía la mañana.
A veces ella
con su mirada de cementerio radiante
volvía a la aventura astral del clítoris acorazado,
ponía a temblar mi pequeño dios marino
que se aferraba a su guarida.
A veces costaba desprenderse
del carácter migratorio de su ser,
de su ave de paraíso
y miraba la lluvia caer sobre mí,
la insoportable lucha desnuda de mi corazón.