Esta tarde me enteré de la noticia sobre el accidente del piloto de Fórmula Uno, el brasileño Felipe Massa. Aunque la nota ya ha dado la vuelta al mundo y la conozcan muchos de ustedes, quizá no se hayan percatado como yo lo he hecho, de lo increíbles y sorprendentes que pueden ser los efectos de la velocidad.
La describo así por la forma como Massa, al parecer aterrorizado -quién no lo estaría después de un accidente a 250 km por hora-, era cargado en brazos tras ser sacado de su destrozado bólido.
Me siento quizá de igual forma impactado por la desgarradora revelación de ver el ojo abierto y con una mirada perdida (dar clic a la foto), del piloto actual subcampeón mundial de la F1, quizá en shock aún y es que al parecer la suerte no va con los pilotos brasileños en este deporte, si recuerdo al desafortunado Sena.
Escribo esto mientras escucho Tears dry on their own de Amy Winehouse -creo que la he escuchado toda la tarde-, y mientras por alguna razón algo de índole personal, muy personal, me aqueja el pensamiento y no dejo de pensar en que cada actividad que se desarrolla con pasión tiende a terminar con desafortunadas consecuencias.
Y quizá lo peor de todo sea que aunque he tenido buenas noticias el día de hoy, no me siento tan bien como debería estarlo.
1 comentario:
La verdad que el accidente fue espanto y fruto de la mala suerte.
Sin embargo no le van a quedar secuelas cerebrales por lo que, dentro de lo malo y aunque se pierda el resto de la temporada. La suerte aquí si le ha sonreído.
Un saludo.
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