Fabricio Estrada
Honduras,
Sabanagrande, 1974
Sextos
de Lluvia, 1998, Poemas contra el miedo, 2001, Solares, 2004, Poemas de Onda
Corta, 2009, Blancas Piranhas, 2011, Sur del mediodía, 2013-15, Houdini vuelve
a casa, 2015
Sus
poemas aparecen en antologías iberoamericanas y ha participado por Honduras en
diversos festivales internacionales. Ensayista, Fotógrafo, Gestor Cultural.
Te he dado las llaves del reino
Beebe, Arkansas. Cerca de la medianoche del jueves,
durante el fin de año, miles de mirlos muertos cayeron sobre esta localidad de
4 mil 500 habitantes, a 50 kilómetros al noreste de Little Rock.
El 30 de diciembre
cien mil peces aparecieron
flotando
muertos
sobre un río de Arkansas.
La gente iba a las orillas
a recordar la última vez que
vieron algo parecido,
rodearon a los ancianos y no
concluyeron en nada.
El 31 de diciembre
cinco mil mirlos alas rojas
cubrieron las planicies de
Arkansas,
cayeron en parvadas
como lluvia invocada por los
antiguos.
La gente salía hacia los
campos,
miraba el cielo
y consultaba a los indios de
las reservas.
Los Ketoowaahs callaron
y no concluyeron en nada.
Muy lejos de ahí,
-en el centro de una Managua
voraz-
el poeta desataba el último
nudo.
Se liberaba.
Se revelaba clave
de todos los sucesos
extraordinarios
acaecidos durante esos días.
(de Houdini vuelve a casa,
Edit. Pez Dulce, 2015)
13
En cada plaza vacía
he sido siempre
el último turista en pie
absorto
ante tu estatua.
(de Houdini vuelve a casa,
Edit. Pez Dulce, 2015)
17
Un temblor.
Es la hora que se hunde
suelta ya del tiempo,
desnuda
ya sin márgenes.
Hemos visto mundo
y el mundo
a través de nosotros
-voyerista cerradura-
ha puesto su globo intrigado
sobre la fuga de todo lo que
fue.
Buques hundidos
se deslizan en lo
insondable,
un temblor
crea la órbita
donde el dios se hace Dios
o ausencia
o quizá toda la arena
echada en puñados al viento.
(de Houdini vuelve a casa,
Edit. Pez Dulce, 2015)
De cuándo toco a la puerta y
me espero
a Rigoberto Paredes.
In memorian
Al lugar que fui con esta
puerta a mi espalda
dando tumbos y midiéndome
solo
en los cuartos más distantes
donde nadie tocaría a mis
hombros
o miraría curioso el cerrojo
del corazón.
Al lugar donde abrí a las
calles mi encierro de espejos y huellas
mapas de otros que intenté
borrar
como del vaho perfecto un
nombre o trazo de alas,
no importa,
pero fueron tantas puertas a
las que fui en silencio,
tantas llaves lanzadas al
azar
a la fuente de las memorias,
las puertas, sí, las puertas
a las que fui como a una tumba asignada
con un ramo de llaves y una
señal de auxilio o espanto
con un resplandor parecido
al que lanza un cazador
aterrado
de frente al minotauro.
De las tantas puertas que
fui
y de las muchas otras que
vine
-las arrancadas, o las que
hurtaron del naufragio-
ahora sólo me quedan goznes,
quicios,
herrumbrosas aldabas con las
que insisto todos los días
sin recibir un tan solo eco
absolutamente nada.
(de Houdini vuelve a casa,
Edit. Pez Dulce, 2015)
De los grandes territorios
que completan
el círculo del vacío
y de los cuales muchos
pueblos discuten
su nombre y fe
se prolonga uno en
particular
hacia lo más profundo de sí
mismo,
como una montaña que se
derrumba
y vuelve a regurgitar sus
peñascos.
El primero de los pueblos,
del cual existen apenas
dispersas reseñas
hubo de extinguirse
como el mural que recibe
humo diario en los santuarios
o como una mujer que,
ante el abismo del amor
danza con los ojos vendados.
Después llegaron los bosques
y por siglos
delimitaron, contuvieron,
dieron lengua simple
y costumbres úmbricas a los
cazadores.
Existen todavía
al pie de los osarios
principales
aldeas que veneran un
silencio prístino
que no se encuentra en
ningún otro lugar.
Su comercio es tratado como
prodigio,
como lástima,
como un favor o voto de
tristeza.
Esta es la geografía de lo
extraño,
de lo que pocos cuentan en
sus cartas de viaje
y a lo que yo doy mucho
crédito
ante los mapas vacíos.
(de Sur del mediodía, Edit.
Casa de Poesía, Costa Rica, 2015)
Hice tratos
con los que coleccionan
fotos
de familiares presos.
Yo mismo ayudé a ordenar sus
recortes.
Soy de hierro.
El sur, mi enorme imán.
Algo se agrupa en mi corazón
de lata,
alcancía de balas.
Llevo, también,
la estampa de un familiar
preso y golpeado,
la primera de una torva
colección de vanidades.
Soy de hierro,
tengo a mi ojo dando vueltas
en la ruleta.
Ayer me perdí en las ventas
de ropa usada,
perdí mi suerte más no el
disfraz.
Era un necesitado,
pedía rebajas mientras
rechinaba
la mandíbula oxidada.
Varios niños vinieron a mí
con su abrazo
pero yo era de lata,
cortaba.
Mañana recontarán las urnas
donde fui elegido payaso.
Nadie admite la ley suprema
que hace de un místico un
payaso.
La gente hizo filas
interminables.
Fui elegido
espantapájaros de hojalata.
(de Sur del mediodía, Edit.
Casa de Poesía, Costa Rica, 2015)
Cuando solo te creía el viento eras el pájaro de la
tarde,
el tordo que volaba entre
las piedras
y que sabía hacer su nido en
la mano del hondero.
Luego fuiste la confianza
del agua y viajaste
hasta el palacio de arena
deslumbrante,
hasta la cama donde ardía
una fragua desnuda,
hasta el mismo corazón de
los calcinados.
Pez de cuaresmas olvidadas,
rezabas y tus dedos quemaban
tu frente,
tuviste la confianza del
agua y la dejaste escapar
cuerpo de agua
pulmones de agua
miradas que corrían por
todas las aguas...
Pero hubo remolinos de polvo
y la tierra también tuvo su
presencia. Hablaste con ella
mientras los mozos paleaban
la tierra traída por los muertos
los terrones que llenaban la
boca de niñas bellas
los adobes angulares del
verano.
Escarbaban los mozos sin
propósito
y en su danza circular
abrían pozos malacates,
se hundían
en la danza del vacío.
Bajaste a respirar con ellos
el aire enrarecido
solo para encontrarte
dormido en la humedad de la arcilla,
en el blando camino de los
gusanos
donde las raíces pactan en
silencio una nueva conjura contra el sol,
profunda e irremediable.
Cuando solo te creía el
viento
a nadie más contaste tus
secretos.
(de Sur del mediodía, Edit.
Casa de Poesía, Costa Rica, 2015)
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