Había llegado allí luego de salir de la oficina y tras un agobiante día de trabajo sumido entre papeles, números y la asfixiante voz de un jefe, que más que jefe parecía ser su peor castigo, su verdugo. Como lo hacía casi todas la tardes, salió rumbo a la cafetería donde acostumbraba reunirse con sus amigos a conversar o simplemente a despotricar contra un grupo de pintores que también frecuentaban a toda hora del día ese mismo lugar. La cafetería del parque central era un buen lugar para conversar con los amigos y de vez en cuando intercambiar miradas y sonrisas con algunas de las chicas que llegaban allí cada tarde, totalmente diferentes cada día.
Esa tarde no había ninguno de sus amigos, así que se sentó, compró su café laté como siempre y se sentó en uno de los pocos lugares que había disponible, justo en el centro del lugar, no era un sitio cómodo para él, pues no le gustaba sentarse siempre en los lugares donde tuviera alguien observándolo detrás de él, le gustaba estar en alguna esquina donde pudiera observar a las personas que se encontraban siempre en ese lugar, y si era cerca de cualquiera de las ventanas, era mucho mejor, también le fascinaba contemplar a la gente al pasar y ver cómo tropezaban en un desnivel que tenía una área del empedrado del parque. Vio a muchos caer de bruces en una sola tarde y eso en cierta forma parecía ser una de las razones para no faltar al espectáculo.
La incomodidad que sentía en ese sitio donde creía ser el centro de las miradas, fue aliviada cuando se percató de una joven hermosa que se había sentado a dos mesas de distancia de donde él se encontraba tomando su café. Ella tomaba un helado de café y parecía buscar en su teléfono celular algún número o simplemente le escribía a algún amigo o admirador.
Era pelo negro, un poco delgada y con cierta belleza, tenía además rasgos como de estudiante univeristaria.
Bonitos ojos, se dijo, mientras pensaba en la necesidad de amor que sentía en su interior, y lo presentía porque al verla por puro instinto entendió que ambos estaban allí esa tarde a esa hora por alguna razón del destino.
Tomó su bebida aromática con la mayor lentitud que pudo, hasta que estuvo totalmente fría y había perdido su sabor a café. En ese momento pensó que haría una locura, como esos amantes con toques mágicos a la hora de conquistar una chica que siempre había admirado. Pensó en besarla, en sentarse junto a ella y cantarle una canción de amor.
Se levantó, luego de un buen momento de meditaciones sobre si verdaderamente debía hacerlo, tomó una servilleta y pensó hacer la forma de una rosa, como ya lo había ensayado muchas veces, pero sólo escribió algo, tomó valor y un poco de aire y se dirigió a la mesa donde se encontraba ella.
-Te he observado desde hace rato y no he podido evitar pensar en que te amo, que he sentido esa magia que algunos llaman amor a primera vista. Espero tu llamada, le dijo, y se fue.
Sabía que no sería capaz de estar mucho tiempo frente a ella luego de eso, así que fue breve. Le entregó la servilleta donde había escrito su número de teléfono celular y se marchó.
Ella sonrió falsamente.
Él se marchó, caminó lentamente rumbo a su apartamento que quedaba al otro extremo de la ciudad, mientras esperaba la llamada de la mujer que recién había conocido o por lo menos a la que él se había atrevido a hablarle. Pero no hubo respuesta. No se esperaba tanto silencio, no sonó su teléfono móvil, sólo escuchó el estruendo de un camión que se aproximaba a su espalda y que al pasar junto a él le dejó el inclemente hedor que acarrean los camiones recolectores de basura.
Esa tarde no había ninguno de sus amigos, así que se sentó, compró su café laté como siempre y se sentó en uno de los pocos lugares que había disponible, justo en el centro del lugar, no era un sitio cómodo para él, pues no le gustaba sentarse siempre en los lugares donde tuviera alguien observándolo detrás de él, le gustaba estar en alguna esquina donde pudiera observar a las personas que se encontraban siempre en ese lugar, y si era cerca de cualquiera de las ventanas, era mucho mejor, también le fascinaba contemplar a la gente al pasar y ver cómo tropezaban en un desnivel que tenía una área del empedrado del parque. Vio a muchos caer de bruces en una sola tarde y eso en cierta forma parecía ser una de las razones para no faltar al espectáculo.
La incomodidad que sentía en ese sitio donde creía ser el centro de las miradas, fue aliviada cuando se percató de una joven hermosa que se había sentado a dos mesas de distancia de donde él se encontraba tomando su café. Ella tomaba un helado de café y parecía buscar en su teléfono celular algún número o simplemente le escribía a algún amigo o admirador.
Era pelo negro, un poco delgada y con cierta belleza, tenía además rasgos como de estudiante univeristaria.
Bonitos ojos, se dijo, mientras pensaba en la necesidad de amor que sentía en su interior, y lo presentía porque al verla por puro instinto entendió que ambos estaban allí esa tarde a esa hora por alguna razón del destino.
Tomó su bebida aromática con la mayor lentitud que pudo, hasta que estuvo totalmente fría y había perdido su sabor a café. En ese momento pensó que haría una locura, como esos amantes con toques mágicos a la hora de conquistar una chica que siempre había admirado. Pensó en besarla, en sentarse junto a ella y cantarle una canción de amor.
Se levantó, luego de un buen momento de meditaciones sobre si verdaderamente debía hacerlo, tomó una servilleta y pensó hacer la forma de una rosa, como ya lo había ensayado muchas veces, pero sólo escribió algo, tomó valor y un poco de aire y se dirigió a la mesa donde se encontraba ella.
-Te he observado desde hace rato y no he podido evitar pensar en que te amo, que he sentido esa magia que algunos llaman amor a primera vista. Espero tu llamada, le dijo, y se fue.
Sabía que no sería capaz de estar mucho tiempo frente a ella luego de eso, así que fue breve. Le entregó la servilleta donde había escrito su número de teléfono celular y se marchó.
Ella sonrió falsamente.
Él se marchó, caminó lentamente rumbo a su apartamento que quedaba al otro extremo de la ciudad, mientras esperaba la llamada de la mujer que recién había conocido o por lo menos a la que él se había atrevido a hablarle. Pero no hubo respuesta. No se esperaba tanto silencio, no sonó su teléfono móvil, sólo escuchó el estruendo de un camión que se aproximaba a su espalda y que al pasar junto a él le dejó el inclemente hedor que acarrean los camiones recolectores de basura.
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