Foto: Reuters
«Todo lo que tengo lo llevo conmigo». Así empieza la última novela de Herta Müller, «Atemschaukel», y menos palabras no podrían definir la actitud en el mundo y ante la literatura de esta sucinta y clara evocadora del «no-lugar» del extranjero.
La autora rumana en lengua alemana, miembro de la tradicional minoría sueva del viejo Banato austrohúngaro, se vio forzada a abandonar su mundo bajo la represión del régimen de Nicolae Ceaucescu y, desde entonces, no ha dejado de intervenir literariamente sobre la amarga distopia socialista, si bien con una poética fantástica por su precisión meridiana.
De hecho quien nunca pensó en «ser escritora» finalmente lo ha sido por «consecuencia de la dictadura comunista».
Müller reconoció que, para ella, «toda la literatura gira en torno al daño que unas personas han hecho a otras» y, recordó que, «para aquél que ha vivido en una dictadura las cosas no terminan cuando cambian los tiempos», y evocó a las víctimas, a las que «la caída del régimen no devolvió la vida».
La canciller Angela Merkel conectó el premio con el aniversario del año de las revoluciones, que precipitó la caída del Muro de Berlín y Müller agregó que «todo lo que he escrito tiene que ver con que tuve que vivir 30 años bajo una dictadura. Es aún demasido pronto para hablar» de este premio, dijo con su conocida sencillez Müller, pidiendo «comprensión» a la prensa de Berlín. «Creo que necesito tiempo para encajar esto», «más no puedo decir».
En cualquier caso «esto (del premio) no va de mí, sino de mis libros», respondía la nueva premio Nobel de Literatura ante la evidente avidez de los medios por conocer a una, para muchos lectores extranjeros, gran desconocida. Diez años después del premio a Günter Grass, éste dijo «sentirse muy satisfecho» con el duodécimo autor en lengua alemana distinguido por la academia sueca y, aunque su favorito fuese Amos Oz, Müller sería «una muy buena novelista».
Aún el día antes, cuando empezó a arreciar el rumor, Müller minimizaba sus posibilidades: «este año no será, todo el mundo está en el 20 aniversario del Muro y yo ando contando una historia de deportaciones».
El día después estaba «tan sorprendida que no lo puedo creer», «lo sé, lo sé, pero no consigo que se asiente en mi cabeza».
Müller, que acaba de publicar un libro de gran éxito sobre la deportación ejemplarizante de personas de origen alemán después de la guerra, confesó su vacío después de cada libro y la sensación de que «éste será el último»; pero que luego vuelve y no piensa que el Nobel le influya, ni ante el folio en blanco «ni cuando pele patatas o fría un huevo».
La autora rumana en lengua alemana, miembro de la tradicional minoría sueva del viejo Banato austrohúngaro, se vio forzada a abandonar su mundo bajo la represión del régimen de Nicolae Ceaucescu y, desde entonces, no ha dejado de intervenir literariamente sobre la amarga distopia socialista, si bien con una poética fantástica por su precisión meridiana.
De hecho quien nunca pensó en «ser escritora» finalmente lo ha sido por «consecuencia de la dictadura comunista».
Müller reconoció que, para ella, «toda la literatura gira en torno al daño que unas personas han hecho a otras» y, recordó que, «para aquél que ha vivido en una dictadura las cosas no terminan cuando cambian los tiempos», y evocó a las víctimas, a las que «la caída del régimen no devolvió la vida».
La canciller Angela Merkel conectó el premio con el aniversario del año de las revoluciones, que precipitó la caída del Muro de Berlín y Müller agregó que «todo lo que he escrito tiene que ver con que tuve que vivir 30 años bajo una dictadura. Es aún demasido pronto para hablar» de este premio, dijo con su conocida sencillez Müller, pidiendo «comprensión» a la prensa de Berlín. «Creo que necesito tiempo para encajar esto», «más no puedo decir».
En cualquier caso «esto (del premio) no va de mí, sino de mis libros», respondía la nueva premio Nobel de Literatura ante la evidente avidez de los medios por conocer a una, para muchos lectores extranjeros, gran desconocida. Diez años después del premio a Günter Grass, éste dijo «sentirse muy satisfecho» con el duodécimo autor en lengua alemana distinguido por la academia sueca y, aunque su favorito fuese Amos Oz, Müller sería «una muy buena novelista».
Aún el día antes, cuando empezó a arreciar el rumor, Müller minimizaba sus posibilidades: «este año no será, todo el mundo está en el 20 aniversario del Muro y yo ando contando una historia de deportaciones».
El día después estaba «tan sorprendida que no lo puedo creer», «lo sé, lo sé, pero no consigo que se asiente en mi cabeza».
Müller, que acaba de publicar un libro de gran éxito sobre la deportación ejemplarizante de personas de origen alemán después de la guerra, confesó su vacío después de cada libro y la sensación de que «éste será el último»; pero que luego vuelve y no piensa que el Nobel le influya, ni ante el folio en blanco «ni cuando pele patatas o fría un huevo».
RAMIRO VILLAPADIERNA Tomado de Diario ABC
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