viernes, 29 de mayo de 2009

El breve espacio blanco

Fotografía de José María Rodríguez Madoz


...de cuajo me sacaré el obtuso yo zurdo absurdo burdo que aún busca ser herido aunque sonría entre otros obvios sordos escombros naturales y restos casi muertos de algún yo otro propio que todavía ulula porque me cree su perro. Porque me cree su perro. Girondo


Mirá Toni, recibí su correo una mañana, la recuerdo bien, 14 de julio de 2003, martes, y me acuerdo perfectamente de la fecha porque ese día murió Roberto Bolaño en Barcelona, ese magnífico escritor chileno que marcó mi vida y quizá de alguna manera la de todos los que para ese entonces nos interesábamos por la buena literatura y llagamos a abrevar en sus frescas y redentoras aguas, un par de años después cuando su obra aún permanecía abriéndose camino entre los retrasos del tiempo en nuestro olvidado país.
Lo leí tres o cuatro veces y decidí aventurarme. Normalmente no respondo a cualquier tipo de correspondencia que recibo en mi correo, pero esa aparecía a la vez como una voz retadora y, además, viniendo de una mujer, no podía dejarla pasar por alto. No me explicaba cómo había dado con mi correo electrónico, quizá alguno de mis amigos o amigas se lo había dado, y su carta llegó con un archivo de música adjunto, era All my love de Led Zeppelin, la cual sonó como un himno al escucharla esa vez.
-Qué mujer más interesante -pensé-, y procedí a leer su carta. Me encantaría conocer un poco más de ti, algo me dice que eres una persona especial, parece incómodo decírtelo pero es lo que siento, no me gusta mucho el 'bla bla' soy espontánea, a que te animas a responderme, sería un placer para mí. Tenés un ego monumental, me encanta. Así decía su breve correo electrónico firmado como "E.", y con una dirección que no me daba ninguna pista sobre quién podría ser, también pensé en la posibilidad de que se tratara de alguna broma de mal gusto de parte de mis amigos, pues esta persona parecía conocerme demasiado.
Más placer será para mí, me dije esa mañana -vos sabés Toni cómo hemos sido siempre de insaciables con las musas- con una enorme sonrisa, entonces sin saber aún por qué razón, yo también sentí la necesidad de conocerla, y como en los viejos tiempos, pensé en el dolor de la última vez y en la lluvia que me esperaba al salir a la calle y sobre todo en la ilusión que me daba conocer a una mujer como ella, que quizá podría ser la que me conduciría a mi muerte, la que estuve esperando toda mi vida, o la que por fin destruya el estigma del amor doloroso e imposible que he arrastrado durante tanto tiempo.
Le contesté diciéndole que estaba dispuesto a todo y luego de un intercambio de números de teléfono, quedamos en vernos esa misma noche. Así que me alisté para conocer -como cada vez que conocía a alguna mujer- a la mujer de mi vida, otra "Caja de Pandora", como solía llamar a cierto tipo de mujeres mi amigo Andrés, misógino por excelencia que luego de varios intentos frustados de conocer el amor y más aún el verdadero placer, renunció a la vida amorosa y apenas frecuentaba ciertas perdularias de la "avenida del amor" para saciar de vez en cuando su instinto.
Ese día me pasé la tarde pensando en ella, esperando la hora de que por fin nos encontráramos. Así que mientras llegaba la hora de salir del trabajo y esperaba con ansias a que fueran las seis de la tarde, sufría de una enorme agonía, la vida se me presentaba ahora como una gran incógnita. Mientras tanto, pensaba en lo difícil y extraña que ha sido la existencia.
El viento es una herida mortal desde la orilla del naufragio, Toni, las luces son los soles contundentes y morimos de miedo en cada voz que no responde al llamado de las almas al amar o al morir. Llevamos los mismos despojos y fantasmas de siempre, soñamos con morirnos en silencio y con desvestirnos al caer la noche, sin importar en qué lugar o en cuál espera nos vendría la buena noticia de la muerte. El tiempo nunca será nuestro mejor aliado, nunca será como queramos, siempre va demasiado rápido, excepto en algunos casos en que necesitamos su fugacidad, pero por alguna razón inexplicable, no es posible.
Llegué un par de horas antes, ella como una hora después de lo pactado. Así son todas las mujeres. Pero por tratarse de la primera vez, pensé que valdría la pena esperar.
-Sabía que eras vos, me dijo de repente una mujer de cabello corto y ondulado, alta y con apariencia de tener algunos años más que yo. Soy Elisa, agregó mientras extendía su mano hacia mi.
-Llámame Murph, le respondí con enorme sorpresa y mientras, después de un breve recorrido por su figura, pensaba en que de verdad había valido la pena esperar por conocerla ese día.
-¿Qué hacemos?, me dijo.
No sé, le respondí, mientras caminaba despacio imaginando cómo serían mis días con ella. Pues yo soy un hombre callado, de pocas palabras, un condenado de la soledad, seguí diciéndole mientras ella sonreía y parecía no dejar de mirarme ni un instante.
-¿A qué te dedicás?, le pregunté.
-Pues yo doy clases de natación, me gusta el arte y también soy pintora.
-Ah, qué bien, respondí. Pues yo soy auxiliar de contabilidad en una agencia de repuestos de vehículos y estudio literatura en la universidad, además aspiro a ser escritor, le contesté, pensando también en su voz ronca y observaba como sus manos parecían inquietas, con sus delgados dedos, que como lo había imaginado siempre, esta vez también pensé en cómo lucirían sobre mi miembro agitándolo sobre la cama.
Salimos por primera vez esa tarde y estuvimos hasta parte de la noche, me pareció una mujer interesante, quizá demasiado y temí enamorarme, pero enamorarme de verdad, como hace mucho tiempo no lo hacía, quizá desde mis años de escuela, cuando sentí quizá el mayor sentimiento parecido al amor que he tenido en mi vida, con la bella Cindy, a quien no volví a ver nunca.
Al despedirnos esa noche, luego de darme cuenta hace rato la forma como me había observado todo el tiempo, pensé que de verdad podría amarme y decidí con convicción, aventurarme también, aunque siempre sabía que existía la posibilidad de la partida.
Volvimos a vernos durante la semana. Almorzamos juntos un par de veces. El sábado decidimos ir por la noche a un bar y tomar algo, habíamos estado casi toda la tarde juntos. Salimos casi a media noche y caminamos muchas calles, sin darnos cuenta habíamos atravesado casi todo el centro de la ciudad. Estábamos a unas calles de llegar al apartamento de Andrés, llegamos como una hora después de haber salido del bar, luego de besarnos en cada esquina por donde habíamos caminado durante todo ese tiempo. Llegamos y entramos, saludamos a Andrés que al parecer tenía una de sus peores noches de soledad.
-Ella es Elisa, le dije.
Él apenas sonrió y le dije que estaríamos en el balcón observando la calle desolada. Seguimos besándonos durante largo rato y comprobé, como lo había calculado antes, que tenía unos senos pequeños, mientras ella iba mucho más allá y exploraba con su delgada mano debajo la bragueta de mi pantalón, hasta terminar en un solo nudo encerrados en el baño de la habitación contigua a la que ocupaba Andrés.

Comprobé que a pesar de todo lo que había conocido de ella, no lo podía comparar con esa otra faceta de su vida. Era una mujer apasionada para entregarse, pero tímida al momento de ceder su cuerpo, como si, a pesar de haber sido casada hace algún tiempo, conservara ese temor de las mujeres ante sus primeras experiencias sexuales.
Nos acostamos en una vieja cama que había en la habitación, ya con la tranquilidad de un buen polvo en nuestras mentes. En ese instante, mientras miraba el techo de la habitación, pensé en muchas cosas, especialmente en esa noche de placer con esa mujer aún desconocida y en lo tímida que había sido mientras yo acariciaba su entrepierna e intentaba penetrarla suavemente y la besaba con pasión observándome de vez en cuando en el espejo que quedaba justo a sus espaldas, y en cómo al estar desnuda se veía tan elemental, como el resto de las mujeres con las que había estado para ese entonces. Sentí el dolor y el temblor en todos los músculos de mis piernas, coger de pie no es fácil, especialmente con una mujer más alta que uno.
-Me muero de ganas por saber dónde estaremos dentro de un par de años, me dijo, como pensando en la continua presencia divisoria del tiempo y todos sus males angustiantes que podrían venir. Como siempre las mujeres pensando en la posteridad, vos sabés Toni, como si sólo vivieran para eso, para buscarse un hombre con quien arruinarse el resto de su vida.
-Contestame. ¿Por qué lo piensas tanto?, me dijo, ¿o es que acaso no me querés?, me preguntó cierto tiempo después mientras pensaba en la manera de marcharme sin decirle nada, como lo había hecho siempre con las otras mujeres con las que había estado.
-Claro que sí, le dije, por supuesto que te quiero, le respondí, y no me fue tan difícil fingir una mirada de amor. Ya para ese entonces había comprendido que no sería una mujer especial para mí, que no alcanzaría la categoría de etérea, a donde había puesto a mis grandes y verdaderos amores.
-Además ignoro dónde estaremos Elise, no sé qué será de nosotros -le respondí, y esa noche, al igual que la primera vez en el balcón y en la cama del apartamento de Andrés, donde pasé mi primera noche con ella, pensé todavía en si verdaderamente debería entregarme y amar con todo lo que pudiese o si debiera considerarlo como un sueño más del cual no quisiera despertar aún.
Salimos durante tres o cuatro meses, al final durante muchas noches dormíamos en la cama de algún hotel, y luego de cada jornada intensa de pasión, hablábamos de los instantes que precedían cada uno de nuestros encuentros casi subliminales y nos preguntábamos cómo sería nuestra vida después de algún tiempo juntos.
Me dijo además que jamás se había sentido así con nadie, que yo era el hombre que había esperado tanto tiempo, lo dijo igual que otras mujeres, sólo que ella parecía estar convencida de que realmente quería eso.
La otras noches fueron similares, tratábamos de no caer en lo rutinario. Salíamos a cenar después del trabajo, tomábamos algo, ella prefería tequila en pequeñas dosis, yo para ese entonces era catador empedernido de ron y experimentaba los estados que me producia andar ebrio.

Recuerdo que para ese entonces escribí mis mejor poemas, mientras vagaba en un submundo de ebriedad pensaba cada uno de ellos. Además, conocí su apartamento que quedaba en uno de los barrios más peligrosos de la ciudad, descubrí que en alguna etapa de su vida de verdad había intentado pintar, tenía buen manejo del dibujo, pero no era tan creativa... en pocas palabras era una pintora frustrada, pero eso a mí no me importaba.

Tenía una buena colección de libros, incluido uno que a mí siempre me había parecido necesario tener, Manhattan transfer de Jhon dos Pasos, así que lo robé de su librero una tarde mientras ella dormía... Creo que nunca se enteró de que faltaba en su anaquel. Creo que uno puede conocer muy bien a una persona por lo que lee, así que creo que al final era una buena chica, inteligente. Tuve en más de una ocasión la trilogía de Calvino que tanto había deseado tener, El vizconde demediado, El barón rampante, y El caballero inexistente, pero no me atreví, hubiese sido demasiado.
-Murph, vos lo llamas locura, yo le llamo magia, sombras blancas y ciegas, -me dijo otra noche susurrándome al oído, con una voz que no olvidaré nunca en mi vida. Y continuó diciéndome: "Me dirijo al último instante de la incierta oscuridad, a ese paraíso nauseabundo, duermo poco, extraño ese lugar donde las voces del mundo parece que no acostumbran el desprecio, vos sos mi ángel y tengo el presentimiento de que contigo seré feliz..."
Y continuó hablando durante largo rato hasta que por fin logré dormirme y no pude escuchar el resto de su discurso, aunque ahora en la soledad de mi vida desearía haberla escuchado un poco más y decirle lo mucho que sentía por ella, pero yo soy un hombre incapaz de hablar cosas bonitas, y mi amor se limita a ciertas actuaciones corporales y no a todo lo que implica una relación de amor con una mujer.

Quizá eso fue lo peor, nunca aprendí a amar, siempre he sido el más témpano de todos y no comprendí jamás la magnitud de un amor ni la importancia de los besos, sólo el lamento profundo después del hasta nunca.
-¿Ves las luces? -me dijo una noche justamente antes de que me durmiera- ¿o es que estoy loca?. Es como quedarnos eternamente envueltos en silencios, ¿verdad Murph?
Realmente es un mujer extraña o por lo menso muchas veces lo fue.
-Saldremos de este lugar, vos lo conocés mejor, has estado en este mundo unos años más que yo y sabés cómo llegar a la siguiente puerta, la de la redención de los cuerpos. Siempre seremos pasajeros del tren de media noche que nos lleva al infierno clandestino, al de las sombras. A toda hora y en todo lugar sagrado donde el miedo se confunde con las ganas de saltar al vacío. Lo único que salva son los recuerdos, cada uno de esos espacios que nos acompañarán hasta el momento de la muerte, y que llevamos siempre tan presentes: las noches de farra, los amores, el olvido.
Dazed and confused es mejor -pensé decirle y me contuve-, como si ella escuchara mis pensamientos y con la mirada puesta en algún lugar del infinito me levanté y recordé que habíamos llevado un par de cervezas que permanecían aún en algún lugar de las tinieblas que envolvían la habitación.

Busqué un poco hasta que por fin las encontré debajo de la cama, recordé que allí se mantenían un poco frías durante un momento más, tomé una mientras Elisa aún dormía y parecía más bella que nunca. La siguiente cerveza fue más agradable, ya era casi medianoche y no pensábamos en dejarnos, todavía no, faltaba mucho por vivir y compartir juntos.
Esa vez la noche terminó con la brevedad de un suspiro y pensé otra vez que lo nuestro sería imposible, que este amor me duraría poco, y sentí por primera vez las ganas de dejarla, sin saber cómo ni por qué, de no volver a este mundo artificial, regresar al polvo, al excremento vivo que nos dieron los dolores cada día. No será suficiente, no mientras mis sueños se destruyen en un momento tan absurdo.
Sólo me largué, tome la otra cerveza que esperaba en el mismo sitio que la anterior y decidí de repente que no necesitaba estar con nadie por tanto tiempo y en lugar de decir duras palabras de desprecio, me marché mientras ella continuaba durmiendo, y mientras caminaba y cerraba tras de mí la puerta de su habitación, recordaba las veces que habíamos intentado amarnos con locura, pero la verdad no funcionaría nunca, siempre lo había temido y me marché antes que el miedo, mi miedo a que ella decidiera abandonarme, se cumpliera.
La mañana siguiente a la partida fue como volver a nacer, recuerdo que la anterior noche había llovido y cómo nos habíamos mojado antes de llegar a su apartamento, recordé apenas las sombras que rodeaban los momentos de ebriedad y su rostro hermoso aunque con algunas marcas del paso del tiempo en él, mientras unas horas antes me observaba en la terraza del bar, así de bella en ese antro mítico donde pasamos los mejores días de nuestra vida nocturna, nuestro Moulin Rouge.
Sí, es cierto Toni, Elise tenía el poder de sostenerme en esa luz invisible, en ese nirvana existencial de sentimientos, lo que siempre había pensado inalcanzable y hasta ese claro resplandor que me produce el vino y el humo del tabaco mientras fumo un buen cigarrillo, la llevo siempre en mis recuerdos, lúcida y fría, y ahora sé que la espera es imposible, que no vendrá a buscarme otra vez como lo hizo tantas noches.
Ahora mi caos consiste en esa sensación que más que de satisfacción, es una tempestad que se extiende por todos mis poros y como una gota de miedo recorre, tal como la sangre, mi cuerpo. Sólo busco una excusa para no volver, el panorama se levanta como un muro y cae en pedazos el cielo. Soy el primero que se hunde, el que abraza la nada y recorre como un río la ciudad desconocida.
Es el llamado de la muerte, prefiero la ausencia, porque en ella habita el frío y en sus brazos desnudos y lejanos, mientras duermo, escupo risas de niños muertos y vomito recuerdos que parecen figuras inanimadas.
Aún ahora, cada día, desnudo ante el amanecer o al caer la noche, espero el roce de sus piernas, sería grato, y su pecho anunciaría la primavera del amor, pienso también en ella muchas noches mientras espero dormir un poco, luego de cada jornada intensa de acción en la cama.

Sí, era una mujer intensa, pero como muchas que habían compartido algunos instantes conmigo, tenía una historia diferente en este mundo, creo que la vida fue generosa con ella y le dio sus buenos atributos físicos.
La verdad es que no alcancé nunca un instante verdadero de felicidad, ¡al diablo!, todo fue un falso panorama, y finalmente lo alcancé a comprender, además, no estaba listo para una sola mujer.
Fue bueno todo, nunca volveríamos a vernos, con todo el rencor o el amor del mundo nos miraríamos al pasar la calle o al transitar por las calles del que yo llamaré siempre, su barrio... ese fue mi juramento cuando me marché.
-Sálvame del frío destructor y de la soledad musa maldita y desquiciada, grité por última vez justo al abandonar para siempre el edificio donde vivía. Mientras afuera la lluvia caía suavemente otra vez, y adentro todo era como si sólo pudiésemos existir en sueños y en todo ese mundo imaginario.
Toni toma un largo trago de su cerveza y luce ahora más ebrio que nunca, me dice que para Pessoa la trinidad perfecta eran un libro, un café y un puro.
Yo le respondo que para mí son un cigarro, una cerveza y una buena mujer. Pero la verdad eso no sirve de nada porque no se puede coger, beber y fumar al mismo tiempo, le contesto, y el recuerdo de Elise parece borrarse nuevamente con la ebriedad. Mientras pedimos la otra ronda de cervezas y la noche avanza destruyendo todo a su alrededor, todo, absolutamente todo.

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