domingo, 28 de junio de 2009

"Onetti y yo éramos dos monstruos"

Idea Vilariño
Tomado de Clarín
Idea Vilariño, una de las más destacadas poetas uruguayas, murió en abril de este año. En esta entrevista inédita, realizada poco antes de su muerte, habló con la periodista María Esther Gilio de su larga, compleja y al mismo tiempo amorosa relación con Juan Carlos Onetti, de su infancia, de una rara enfermedad que padeció y de su poesía.


Hoy, martes 28 de abril, a primera hora las radios anunciaron su muerte durante una operación que le realizaron en la madrugada de ayer. Paso por su casa y veo a la gente que se acerca, se detiene y mira las ventanas cerradas y algunos ramos de flores dispersos sin orden por el jardín. Todos hablan entre ellos. Se preguntan, ¿cómo fue? ¿a qué horas? ¿dónde? "Ella no tenía mucho apego a la vida", dice una mujer que sale de la casa con una escoba en la mano y se detiene mirándolos a todos, tal vez esperando preguntas. Una señora rubia envuelta en un chal de lana gris se acerca a ella y le pregunta a qué hora fue. "No sé bien, de madrugada creo. Ella siempre se dormía muy tarde. Esta es su casa, pero ella no murió acá. Murió en el hospital mientras la operaban." Queda en silencio y minutos después añade: "tal vez a ella le habría gustado morir en su cama.
No sé, no sé. Ella siempre hablaba de morir pero no creo que le hubiera gustado morir en ningún lado. Los poetas son así, siempre dicen cosas que les parecen bonitas. ¿Pero son verdaderas? Yo no creo que Idea estuviera deseando morirse. Si a uno le gusta morirse, se suicida. Ella disfrutaba todavía de demasiadas cosas. Le gustaban los dulces, y muchas veces recibía flores de hombres que la habían querido y tal vez la seguían queriendo.
Aunque no sé, tenía un carácter bastante apagado."
Ya en mi casa, busqué las cintas donde había grabado la última y casi única entrevista que le había hecho en mi vida. Una entrevista que me había dejado disgustada por la cantidad de veces que Idea había dicho "De eso no hablo, eso no lo pongas". La escuché con dificultad, pues la voz de Idea era tan baja que sólo podía entender lo que decía pegando el grabador a mi oreja. La primera pregunta me retrotrajo a varias décadas anteriores, al momento en que por primera vez leí a Idea y sentí la angustia que su poesía podía producir.
Allí hablaba, creo, de personas tiradas al sol y decía refiriéndose a ellas "cada una es un fruto madurando su muerte".
Siempre recuerdo la impresión que me dejó un verso de uno de tus más viejos poemas: "Cada uno es un fruto madurando su muerte", decías. Ahora al volver a verlo en " Poesía Completa", de Cal y Canto, supe que tenías 19 años. Me pregunto qué te habría pasado para que tuvieras ya una idea tan clara de la fugacidad de la vida.
Era aún más chica cuando ya pensaba en la muerte. Hace poco rompí unos poemas de cuando tenía 12, 13 años y en ellos estaba la muerte muy presente. Yo escribía antes de saber escribir. No sabía escribir pero me fabricaba versitos, estupideces, que guardaba en la memoria.
Muchas veces no sabía qué quería decir una palabra pero la usaba porque era linda.
¿Y sobre qué escribías siendo tan chica? ¿Sobre flores, pájaros?
Sí, sí. Y también sobre la patria. Recuerdo..."Fue mi patria tierra amada, que las fieras habitaban. Y entre las flores del ceibo, los picaflores volaban...", dice Idea y sonríe.
Una breve sonrisa giocondina, como dijo Onetti alguna vez.
De cualquier manera me resulta curioso que la idea de la muerte te haya llegado en un tiempo en que ésta es algo que sólo le pasa a los otros.
No, no, en mi caso no. Murió mamá, a los dos años mi hermano Azul y un tiempo después papá. Los cuatro –Alma, Poema, Numen y yo– quedamos mirándonos. Dijo el médico de la familia que conocía a todos: "Ahora quieren ver quién se muere primero."
Y tenía razón.
Fue terrible. Eran adolescentes.
Claro. Después de la muerte de Azul, Alma y yo pasamos a ser las mayores. Azul murió de una enfermedad del miocardio que pocos años más tarde curó la penicilina. Después me enfermé yo. No era la primera vez. Pero en ese momento la enfermedad tuvo características terribles que nada aliviaba. El médico me decía que la piel se me necrosaba todos los días. Entonces me metían en una bañera llena de agua con no sé qué producto hasta que la piel se ablandaba. Esa piel caía y yo quedaba con una piel tan frágil que si me movía se rompía.
¿Eso te pasó durante cuánto tiempo?
Yo diría que fue, con intervalos, durante varios años.
Durante los últimos episodios tú ya estabas relacionada con Manolo Claps, quien te cuidó con dedicación de madre.
Sí, Manolo fue un santo. Aunque sólo pasaba períodos en Montevideo porque estaba estudiando filosofía en Buenos Aires.
Entonces te curaste con el medicamento de aquel sabio veterinario.
Sí, vivíamos en Joaquín Requena, cerca del Parque Rodó. Al día siguiente de esta rara vacuna, yo abrí los ojos y dije: "¿Quién sacó la tela de araña que estaba allá arriba, en el ángulo? ¿Por qué la sacaron? Era una belleza".
Querías encontrar el mundo tal como lo habías dejado.
A pesar de mi miedo a las arañas, quería esa tela allí, en mi techo. Vi esa falta y al mismo tiempo escuché campanas. Luego quedé en babia y después lentamente volví a la realidad. Me ayudó el verano. El sol y el mar.
Y Manolo Claps que seguía cerca de ti. ¿Podríamos decir que tu gran amor fue Manolo Claps?
Sí, yo estuve muy enamorada de Manolo. El fue el primer hombre en todo sentido. Era una relación muy especial. Manolo era tan delicado, tan encantador. Puedo decir que después de mi padre y de Alicia Goyena fue Manolo quien me formó intelectualmente. Era argentino y siempre que llegaba de Buenos Aires venía con aquellas valijas cargadas de libros y revistas culturales que leíamos, comentábamos.
Seguimos con tu vida afectiva; después de Manolo, Onetti. El cambio es grande. Se acabó la paz...¿o no?
Tuvimos períodos en que estábamos muy bien. En que todo funcionaba, en que nos entendíamos totalmente. Esos períodos eran maravillosos.
Pero no duraban.
Era todo muy complejo. Estábamos en uno de esos buenos momentos cuando él me dijo que se iba a Buenos Aires. "¿Por qué?" dije yo, "¿por qué te vas?" "Porque tengo que casarme", dijo él. "Tengo que casarme. Tengo".
¿Pero tú qué dijiste? Tratá de recordar qué dijiste.
No sé, éramos muy especiales. Esto ocurrió en un momento en que no estábamos muy problematizados sino al contrario, estábamos insólitamente bien, maravillosamente bien. No sé qué dije. Seguramente no dije nada.
Pero ese verbo que él usó, "tengo", quedó muy grabado en tu memoria. ¿Supiste por qué "tenía" que?
Habló de Dolly, de cómo era Dolly. (Se refiere a la última mujer de Onetti, con la que el escritor estuvo casado hasta su muerte) No sé. Tal vez yo dije: "La semana que viene me voy a Las Toscas". Él, claro, algo dijo. Lo curioso es que no fue algo que le costara decir. Para él era algo banal. Tenía que casarse la semana siguiente y nada más. Se trataba de algo irrelevante.
¿Y tú nada tenías que ver con ese hecho?
Qué desgraciado–, dice Idea sonriendo con indudable ternura. Entonces le dije: "Si estuviera locamente enamorada de otro hombre y te dejara por él, ¿lo aceptarías?"
¿Y él?
Él... no recuerdo bien qué dijo. Creo que nada. No era de hablar mucho, de explicar. Él explicaba con palabras que tornaban todo más incomprensible. Pero era así. Éramos unos monstruos. Yo también.
Tú también.
Claro, yo también. Recuerdo una vez que me prometió venir a Las Toscas a pasar una semana conmigo. Yo lo esperé pero no vino. Cuando finalmente nos encontramos le pregunté por qué no había venido. Le dije: "Te esperé". "¿Querés que te diga la verdad?" Dijo él "¿Querés realmente saber?" "Sí", dije yo que no iba a ser menos hombre que él... "Sí, sí, decime". "Mirá, –dijo él– me pasé la semana con una mujer. Pero cada vez que encendía un cigarrillo pensaba en lo nuestro." Y se acabó el tema. El decía siempre la verdad aunque esto te matara. No sabía lo que era cuidar al otro.
Tú me contás esto y yo pienso en tu poema "Ya no" donde parecés dolerte de no saber cómo habría sido estar juntos, quererse, estar. La pregunta es en definitiva, ¿querrías haber armado con él una pareja, compartir la vida de todos los días?
Yo no digo ahí que querría eso, sino que eso no podría ser.
Él dijo en una entrevista que estaba enamorado de ti, pero que nunca sintió que tú estuvieras enamorada de él.
Sí, sí, ya lo sé. Él me lo dijo a mí muchas veces. Cuando eso apareció en la entrevista que tú le hiciste y publicó la revista Brecha, me llamaron de todas partes para preguntarme. Yo me enojaba mucho con él cuando decía que no sentía que estuviera enamorada. "Con la cabeza lo entiendo, pero con esto no", decía él y se tocaba el corazón.
¿Por qué pensás que no creía en tu enamoramiento?
Porque yo muy a menudo decía no.
Y para él no hay amor sin sumisión.
Seguramente. Pero yo no tenía más remedio que decir no, salvo que estuviera dispuesta a dejar que me pisara la cabeza. Pero además, no se trataba sólo de amor. Era la manera de vivir. Nosotros nos contábamos todo, hablábamos de todo lo que nos pasaba, de lo que pensábamos y sentíamos con total libertad. Sin miramientos ni escrúpulos. Eso era algo que hacíamos bien, pero compartir la vida... Habría sido muy difícil. Yo no debí haberme enamorado nunca de Onetti. Era el último hombre que tenía que haberme gustado. Eramos dos personas absolutamente contradictorias.
¿Pero habrías escrito los poemas de amor que escribiste?
Eso, quién puede saberlo.
¿Cómo conociste a Onetti?
Había una reunión de la gente de la revista Número a la que iría Onetti como invitado. Yo estaba, aunque todavía débil, en plena recuperación de uno de mis episodios. No sentía ganas de ir, pero Manolo insistía. "Vení, va a estar Onetti", decía, lo cual a mí no me interesaba. Finalmente me vestí, fui y Onetti estuvo seductor. Completamente seductor, y claro, me sedujo a mí y a todos. Cuando se fue quedó en mandar de Buenos Aires los cuentos que se publicarían en la revista Número: "Un sueño realizado", "Bienvenido Bob" y otros. A partir de ahí él mandó cartas a Número donde siempre había palabras para mí, la mujer de sonrisa giocondina.
Para terminar con tus amores más importantes y también más públicos, tenés que hablar de Jorge, con quien curiosamente, te casaste.
Jorge había sido alumno mío, yo le llevaba veinte años. Siempre hablábamos mucho de mi poesía. Le pregunté si quería oír los Poemas de Amor que tenía grabados. Dijo que sí, puse el disco y se conmovió de una manera tan terrible que yo no sabía qué hacer. "¿Qué te pasa Jorge?", le dije. "Hay quienes tienen todo y quienes no tenemos nada", dijo él.
Se refería a Onetti.
Sí, Onetti tenía todo ese amor que yo expresaba allí y él no tenía nada. De cualquier modo yo sentía que era muy joven para mí. Pero yo estaba viviendo una época de allanamientos. Eran los años 70 y la policía venía a cada rato a allanar mi casa. Dejé de lado los escrúpulos. Él se había expuesto varias veces por mí. Recuerdo un día en que llegamos a Las Toscas y nos encontramos veinte milicos, barriga en tierra, apuntando hacia la puerta de mi casa. Jorge atravesó esa escena y respondió al interrogatorio que le hicieron, cuyo final nadie podía prever.
En definitiva, y a pesar de la diferencia de edad, encontraste razones para casarte con Jorge. Volviendo al tema de tus viejos amores, ¿podrías decir que Onetti fue el hombre más importante de tu vida? ¿Qué fue lo que tanto te atrajo en Onetti? Tú no hablás de él en tus poemas, hablás de tus sentimientos. Hay algo que sí decís, que su piel huele a flores. En cuanto a cómo es él, nunca lo sabríamos por tu poesía.
Hay un poema que dice "No sos mío, no estás en mi vida, a mi lado, sos un extraño huésped que no quiere, no busca más que una cama, a veces, ¿qué puedo hacer? Decírtelo." Allí defino una actitud de él y una reacción mía.
Ahí hablás de una modalidad de la relación con él en algún momento.
Algo muy importante que no debés olvidar es que los poemas siempre se escriben en los momentos más negros. No toco, casi, los días felices con él. No tengo necesidad de escribir sobre esos momentos felices ya que los estoy viviendo.
En tu poesía tú hablás del dolor, la muerte, la soledad, la lejanía que duele. Todo esto abunda en tu alma. Pero cuando conversás conmigo sos menos dura con tu vida. Uno siente que tu vida te gustó bastante, ¿qué decís?
Pienso que valió la pena. Salvo aquellas épocas tan terribles de la enfermedad física, valió la pena.
De cualquier modo, cuando uno lee tu poesía no puede dejar de preguntarse si no pensaste en el suicidio.
(Largo silencio). Sí, pensé muchas veces. Y también pensé que lo que me defendía era la propia enfermedad. Porque cuando estás terriblemente enfermo y no sabés ya cómo vivir, empezás a soñar con el verano, los días de sol, el mar. Es raro lo que te digo. Y aparentemente contradictorio. Pero yo no pensaba en el suicidio cuando estaba muy mal. No pensaba.
Me gustaría que me contaras de tu infancia, adolescencia, familia y barrio. Empezamos pero no sé qué pasó. Creo que debemos cuidarnos de que Onetti no lo invada todo.
Vivía en la calle Luca. En el número decía Aguada, ése era el barrio. Cuando mis padres se casaron se fueron a vivir a una calera vieja que mi abuelo, que era un gallego precioso, había comprado cuando llegó. Aquella calera tenía un horno altísimo, en el cual la cal se echaba por arriba con el carbón en capas sucesivas y luego de cocida se sacaba por abajo. Después de vivir en ese primer piso de la calera vieja, nos hicimos una casa en la calle Luca. Esta casa tenía jardines adelante y al fondo. Chorreaban las rosas y los jazmines por todas partes. Y en ese jardín paradisíaco, una hamaca doble.
Te gusta mucho recordar eso. Hace unos minutos que hablás de tu casa en esa época y no dejás de sonreír.
Sí, fueron años muy felices. Pasaba algo que hoy veo como curioso. Me refiero a la actitud de mi padre que aceptaba complacido que saliéramos a bailar e hiciéramos en casa, reuniones, asaltos, como se usaba en la época. Para mí todo esto era muy lindo Me gustaba bailar y lo hacía muy bien. Mi padre no tenía nada que ver con este tipo de cosas. Era un hombre que pasaba sus horas libres leyendo a Kopotkin y otros en este estilo. Sólo escuchaba música clásica.
¿Te acordás del tango que más le gustaba a Onetti? Yo creo que era "Amurado".
Sí, "Amurado" le gustaba, pero yo creo que el que más le gustaba era "Tus besos fueron míos". "Pasaste por mi lado con fría indiferencia, tus ojos ni siquiera se detienen sobre mí. Y sin embargo tienen sumida mi existencia, y tuyas son las horas mejores que viví". Ese tango le encantaba.
Bailar no bailaba.
Una noche estábamos en casa y habían venido unos amigos a escuchar unos tangos viejísimos. Bailé con alguien que bailaba muy bien, con lo cual yo también bailé muy bien. Cuando me senté vi que Onetti estaba tristón. "¿Querés bailar?", le pregunté. "No, con lo que acabo de ver, no", dijo él.
Vayamos ahora a tu poesía porque ésta es una entrevista a una poeta ¿no? No hay en tu poesía palabras que no sean las cotidianas. Transmitís ideas muy profundas, que tocan el alma, pero siempre usando el lenguaje de todos los días.
Sí, siempre me he rehusado a usar palabras que salen de lo corriente, aquellas que suelen considerarse poéticas. Me cuido de no caer en eso, me cuido de no volver a tocar un poema una vez que lo dejé.
Quiere decir que no corregís.
Yo escribo un poema en unos minutos y no lo toco más. Puedo escribirlo varias veces, una atrás de otra hasta que me parece que está. Ahí lo dejo y no vuelvo a tocarlo.
Quiere decir que no cambiás una palabra o dos, sino que...
Vuelvo a escribirlo entero hasta que lo guardo o lo tiro. Cuando está, está.
En cuanto al proceso por el que llegás a escribir un poema, ¿éste te ronda la cabeza hasta que te sentás y lo escribís?
No, no, es como si la mano fuera... Es muy difícil para mí explicar lo que hago.
También podría interesar los sentimientos que te acompañan cuando escribís.
No, nada, nada. Tengo que hacer eso y lo hago. No que necesito hacer, que estoy obligada a hacer.
Juan Gelman dice que sus poemas responden a obsesiones. "Tengo una obsesión y escribo para terminar con ella". ¿Será lo tuyo algo parecido?
No, no es así. Es algo completamente natural que en determinados momentos debo hacer. Lo hago y jamás vuelvo a tocarlo, una vez hecho. Por otra parte no quiero ceder a la tentación de escribir lo que no estoy obligada a escribir. A esa tentación me resisto.

martes, 23 de junio de 2009

Presentación "Corral de Locos" en Museo de Antropología


Amigos, conocidos, lectores, público, etc., etc... Les invito este jueves 25 de junio al Museo de Antropología e Historia de San Pedro Sula para la presentación de mi libro "Corral de locos", el cual es el primero de la editorial mimalapalabra en el género de poesía y se presentará con la novela de Giovanni Rodríguez, "Ficción hereje para lectores castos", del mismo sello editorial.
Espero su presencia la cual es obligatoria, ja, ja, ja, y si no pueden asistir, pues por lo menos pueden darse una escapCursivaada por la Librería Liser o la Metronova del City Mall o Caminante para adquirir mi poemario o la novela de Giovanni, por lo cual les estaremos muy agradecidos.
Gracias y espero verlos allí el jueves.
Murvin Andino Jiménez

lunes, 22 de junio de 2009

“Concibo la literatura como un juego”

Desde la comodidad de su hogar en Figueres, España, Giovanni Rodríguez, autor de la novela Ficción hereje para lectores castos, se refirió de esta manera a su experiencia como narrador. Fue una noche de lluvia que el mítico antro Klein Bohemia nos permitió compartir al calor de los tragos, o de la cervezas, en una conversación vía internet con el escritor, visiblemente trasnochado al otro lado de la computadora.
Miembro fundador de mimalapalabra, Giovanni mostró su alegría por la presentación de su novela, primera bajo el sello de la editorial mimalapalabra y segunda obra del mismo sello, tras la publicación del poemario Corral de locos, de Murvin Andino.
El autor de los poemarios Morir todavía y Las horas bajas (Premio hispanoamericano de poesía de los Juegos Florales de Quetzaltenango), definió su aventura narrativa en su primera novela como una forma de escape de la realidad y nada mejor que encontrarlo en una dosis herética de ironía pocas veces observada en un escritor hondureño.
Entre el desvelo -madrugada del sábado 20 de junio ya para el autor- y la soledad melancólica del bar, libre de jovencitos fresones y afeminados desinteresados por la literatura, Giovanni compartió con el poco público asistente la noche del viernes su felicidad por su nuevo libro.

jueves, 4 de junio de 2009

William Ospina gana Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos

William Ospina.Foto: efe

El jurado del XVI Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos le concedió el galardón a la obra El país de la canela del escritor colombiano William Ospina. Entre las finalistas figuraban las obras de tres colombianos, dos españoles, un ecuatoriano y un uruguayo, preseleccionadas entre 273 novelas provenientes de 21 países.

Las novelas finalistas eran La Ceiba de la memoria de Roberto Burgos Cantor (Colombia), El profeta imperfecto, de Fernando Butazzoni (Uruguay), Bolívar. Delirio y epopeya de Víctor Paz Otero (Colombia); Tratado del amor clandestino de Francisco Proaño (Ecuador); Los ojos del huracán de Berta Serra Manzanares (España) y La historia que me escribe de Fernando Trías de Bes (España).

Al leer el veredicto del jurado, alcanzado por unanimidad, la escritora argentina Graciela Maturo destacó la alta calidad de las obras presentadas y dijo del libro laureado que "se trata de una lectura interpretativa de los primeros viajes de los europeos por el continente con una fuerte proyección hacia el presente".
"Su excelencia literaria reside en una sólida estructuración de los capítulos y un sólido lenguaje", señaló, antes de destacar respecto a la obra "la ajustada eficacia narrativa así como su capacidad de atraer al lector".
Es una obra "inspirada en discursos coloniales, los de Fernando González de Oviedo, admirado maestro del personaje narrador que no escatima crudezas en los aspectos mas criticables y brutales de la gesta hispánica sin caer en burdas simplificaciones", subrayó.
"Su mensaje supera dicotomías tales como hispanismo e indigenismo y abarca las contradicciones con espíritu humanista, y asienta una ética de respeto a la cultura del otro", agregó en la lectura del fallo.
En El país de la canela, el narrador es un español que cuenta cuando decidió ir a Perú a reclamar una herencia que había sido usurpada a su padre por los Pizarro. En Perú se encuentra con Gonzalo Pizarro, que le promete pagar la deuda si lo acompaña a una expedición que intenta llegar a un supuesto país rico en árboles de canela, lo que los convertirá en hombres infinitamente ricos. Pero los expedicionarios no encuentran lo que buscaban, pues la canela de dicho país no sirve para lo que esperaban.
En medio de la desilusión, Gonzalo Pizarro enloquece y ordena el asesinato de todos los indios que había arrastrado a la expedición. Después de eso, deciden seguir avanzando por la selva, dominados por el hambre y las dificultades, hasta que descubren que una de las pocas esperanzas que tiene de salir de allí es atravesar el inmenso río con el que se topan en su avance. Construyen un barco e inician una travesía de más de diez meses llena de sorpresas.
Tomado de Clarín

miércoles, 3 de junio de 2009

Salinger y sus demonios

Tomado de Revista Clarín


Salinger, de 90 años, quiere evitar la publicación de la obra 60 Years Later: Coming Through the Rye ("60 años después: recuperándose del centeno"), por lo que el lunes interpuso una demanda ante el Tribunal Federal de Manhattan al considerar que el libro infringe sus derechos de autor.
"Se trata simple y puramente de un plagio", aseguró, según The Daily News, Salinger en la demanda presentada en Nueva York, en la que también arremete contra el escritor anónimo que firma la obra bajo el seudónimo de "J.D. California" y cuyo paradero dice desconocer "a pesar de haberse investigado".
La llamada secuela presenta, según la demanda, a Holden Caufield, el famoso protagonista de El guardián entre el centeno recorriendo las calles de Nueva York tras escaparse de una residencia de ancianos en una trama ambientada unos sesenta años después de la época retratada en la obra original.
El libro de Salinger, que no publica ningún trabajo desde hace cuatro décadas y jamás ha escrito una secuela de la obra en cuestión, describe a Caufield como un adolescente rebelde y narra sus experiencias quijotescas por la Gran Manzana.
La demanda presentada en Nueva York defiende que el derecho a escribir una secuela del clásico de la literatura estadounidense así como a utilizar el nombre de su protagonista corresponden únicamente a Salinger.
Salinger quiere que se destruyan las copias existentes de la supuesta secuela y, además, exige que se repare el daño ocasionado por el plagio de unos derechos de autor que están valorados "en una enorme cantidad de dinero".
La editorial sueca Nicotext, por el momento, pretende comercializar 60 Years Later: Coming Through the Rye en Estados Unidos a partir del próximo septiembre, aunque la obra podría llegar al Reino Unido con anterioridad.
Salinger se ha visto envuelto en otras tramas judiciales a lo largo de su carrera y recurrió a los tribunales en 1982 para impedir la publicación de una entrevista falsa en una revista de EE.UU., mientras que en 1987 luchó para prohibir la impresión de una biografía que no había autorizado.