sábado, 22 de agosto de 2009

"Para mí la poesía es una comunicación íntima entre el poema y el lector"

En esta ocasión transcribo en mi blog una entrevita a El Espectador de Colombia por José Emilio Pacheco, figura importante de la poesía iberoamericana que asistirá al III Festival Internacional de Poesía de la ciudad de Pereira, Colombia, a donde yo también asistiré como invitado por Honduras a partir de este martes 25 y hasta el sábado 29 de agosto del año en curso.
José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 30 de junio de 1939) es poeta, ensayista, traductor, novelista y cuentista. Pertenece a la generación de los años cincuenta, integrada también por Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo, Vicente Leñero, Juan García Ponce, Sergio Galindo y Salvador Elizondo.
Pacheco ha sido profesor en la UNAM, en la Universidad de Maryland (College Park), en la Universidad de Essex, y en algunas otras de Estados Unidos, Canadá, y Reino Unido y ha sido galardonado con premios como el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009), José Donoso (2001), Octavio Paz (2003), el Pablo Neruda (2004), el Ramón López Velarde (2003), el Alfonso Reyes (2004), el José Asunción Silva (1996),Xavier Villaurrutia (1973), y el García Lorca (2005).

Sara Araújo Castro EL ESPECTADOR
A la celebración por los 70 años de José Emilio Pacheco se le sumó en 2009 el Premio Reina Sofía de Poesía y un homenaje en Bogotá, ciudad querida para él. Este escritor, que se confiesa nulo para cualquier otro oficio, forma parte de ese grupo de “hombre de letras” en el máximo significado de esta expresión, que no encuentra otra redención que la palabra escrita. Ahora voló desde México con la bandada de poetas migratorios que pasó este agosto por la Feria Internacional del Libro de Bogotá.

Usted tiene una larga relación con Bogotá, incluso le dedicó un poema.
En ningún lugar he encontrado tanta generosidad. Esta ciudad me encanta. Se cumplen en septiembre 40 años desde que vine por primera vez a Colombia. Fue en 1969. El poema es muy curioso porque me lo pidieron para una revista. Era una especie de encuesta poética, pero no lo publicaron, entonces yo lo recogí.

¿Corregir y reescribir es una costumbre suya muy particular, puede compararse con releer textos en el tiempo?
Claro que sí, es terrible porque la gente se pregunta para qué lo hago; está mal visto. Me dicen: “Me cambiaste el poema que había leído”. Se siente un agravio al poema, y lo cierto es que yo parto de una idea poco optimista: si tú leíste ese poema una vez, no lo releerás 28 años después.

Eso también lo empodera a usted sobre su obra.
Pues no tengo esa arrogancia, yo lo que pienso es que si lo puedo mejorar, lo mejoro. Por qué va a haber un respeto sagrado al texto literario que no hay con el libro de biología. Eso me ha hecho muy tolerante de la gente, no creer que todo el mundo va a estar de acuerdo conmigo. Claro, es una pérdida de tiempo, debería estar haciendo cosas nuevas.

¿Le gustan los recitales o cree que la poesía leída en voz alta pierde el encanto de la intimidad?
Para mí la poesía es una comunicación íntima entre el poema y el lector. Además leer en voz alta mis poemas me da vergüenza.

Eso tiene relación con lo intimista de su poesía...
Sí, son cosas muy personales y tengo que dar la cara por eso. Además porque creo que el autor es sólo una parte de lo que está escrito, no es todo autobiográfico. A mí no me gusta conocer a los escritores, prefiero leerlos, pues uno se hace una idea que jamás va a corresponder, y quien trata de hacerlo termina siendo horrible; quien trata de hablar y comportarse como poeta es espantoso.

Usted viaja por todos los géneros, ¿cómo llega a cada uno?
A mí se me ocurre algo y viene con su forma. No son cosas separadas. Además hay gente que lee una cosa o la otra, no puedo pretender que lean de todo.

Bueno, por ejemplo Las batallas en el desierto es una lectura común entre los jóvenes, la poesía tiene otro público...
Sí, es cierto, me siento muy agradecido por esto. Basta entrar a la Feria del Libro para cuestionarme cómo me atrevo a publicar. En este océano lo que yo hago es una gota. Que alguien lo lea me hace sentir agradecido.

México pasó por un momento muy difícil con la gripe. ¿Cómo fue para usted este período?
A mí me acusaban de pesimista, pero quedé frente a los hechos como un optimista infantil. Nunca me hubiera imaginado que tendríamos problemas graves de aguas contaminadas, ni lo de la epidemia, ni lo de la violencia que deja cada día tantos muertos.

¿Estos problemas forman parte de su trabajo reciente?
No. Yo creo que para que eso tenga una expresión literaria necesita cierta distancia. Además me rebasa, no puedo ser cronista de lo que está pasando, es una realidad tan aplastante...

El tiempo es un gran tema en su obra, ¿esa mirada pesimista ha cambiado?
A esta edad es tremendo, hay tanta gente conocida que ha muerto o que está enferma. Entonces yo pienso que seré el próximo. Esto da un nuevo significado a la vida. Por otro lado, siento que llegué hasta aquí y que además nunca he dejado de escribir; es un gran triunfo.

¿Ha pensado en su epitafio?
No quiero tener epitafio. Quiero incineración y desaparición.

Con esa obra suya no hay cómo hablar de desaparición.
Conozco gran cantidad de escritores famosos que mueren y nadie se vuelve a acordar de su trabajo. Es muy cruel la literatura en ese sentido.

¿Cómo nació su relación con nuestro país?
Trabajaba en la revista de la Universidad de México a donde me llegaban revistas colombianas. En una revista Mito de 1961 leí una novela corta de un escritor joven desconocido: El Coronel no tiene quien le escriba. Hablé con Mutis de esta novela y él me dio un ejemplar de La hojarasca, así que tal vez fui la primera persona que conoció a García Márquez en México y que tuvo un ejemplar de La hojarasca.

¿Por qué México les gusta tanto a los escritores colombianos?
En los años 60 era muy hospitalario. Ahora ha cambiado mucho, es terriblemente hostil.

¿Cuál es el lugar ideal en sus recuerdos?
Todos y ninguno. Porque la memoria cambia todo. Dicen que soy nostálgico, pero no es nostalgia, es memoria, no añoro el pasado.
La escritora argentina Sandra Lorenzano, quien lleva 33 años viviendo en su país, decía que México tiene algo antiguo que quienes migran a este país nunca podrán descifrar...
Yo invertiría lo que dice Sandra, ahora hay un México que nunca me pertenecerá que es el de los jóvenes.

¿Cambia la escritura con los años?
Totalmente. Cambia con las semanas, con los días.

¿Y la necesidad de plasmarse y de descifrarse a través de la escritura cambia también?
Yo creo que sí, por eso digo que mi verdadero medio es la escritura. Quienes tienen una gran oralidad ya no necesitan escribir.

¿O sea que usted es escritor por necesidad?
Por necesidad y por eliminación, porque no sirvo para otras cosas.

¿Qué le deja la poesía clásica a la poesía contemporánea, alejada de la métrica y la rima tradicionales?
Una le debe todo a la otra. Primero hay que dominar la clásica para llegar a la otra. Yo también escribo poemas en verso tradicional y con rima. México es muy rica en la poesía popular. Allá improvisan una décima con gran talento, yo no puedo hacerlo y eso no se puede perder. La décima es muy difícil, no pueden fallar las sílabas ni los acentos. En ocasiones yo también vuelvo a lo clásico porque es lo que se me ocurre en ese momento. Hay poemas rimados que son malísimos y otros sin rima que son peores.

Se dice que la fama puede ser un peso en el trabajo del escritor, al punto que el escritor mayor le desea al joven que la fama le llegue tarde. ¿A usted le llegó en buen momento?
Me llegó temprano y tarde. Tuve una respuesta generosa y muy rápida, pero siempre decían: “Está bien lo que hace este muchacho, pero no pasará de ahí”. Lo cierto es que yo no pienso en eso y no creo que haya afectado mi escritura. Lo que sí me ha costado mucho trabajo ahora, pero he tratado de mantenerme al margen, es la cosa mediática, antes eran otras épocas. Este año, con la celebración de los 70 años y lo del premio ha sido muy fuerte. Me da mucha vergüenza repetir las mismas cosas en las entrevistas. Hasta he pensado inventarme biografías para decir cosas nuevas.

Hablando de la invención, ¿usted cree que uno en la escritura puede realmente ser otros o termina repitiéndose?
Lo que es importante de la escritura es que te permite ponerte en el lugar de otros. No sirve decir yo, yo, yo. No tiene sentido. A través de la escritura se aprende una gran lección de tolerancia, pues podríamos llegar a la muerte discutiendo lo que cada uno ve. Como la señora que trabajaba en casa, que comentaba a los vecinos la tragedia que vivía mi esposa, para ella: “La señora trabaja como loca, pero el señor no hace absolutamente nada. Cuando no está con la pantallita, lee el periódico o un librito todo el día. Pobre mujer cargar con todo”. Esa era la realidad que ella veía y yo cómo se la iba a discutir.

En contraste, su hija, Laura Emilia, afirma que siempre lo vio trabajando de manera incansable, con disciplina y tesón buscando cada palabra, cada expresión.
Uno busca la perfección, pero es momentánea. Pasado el tiempo vuelvo a ver lo escrito y me doy cuenta de que hay que corregirlo, una y otra vez.

Esas palabras escogidas reflejan su interior en ese instante.
Pues precisamente, el instante es efímero y por eso las palabras cambian.

Usted también traduce poesía, ¿el traductor es un cocreador?
En ocasiones sí, porque lo que busco es que suenen como poemas en español.

¿Ha tomado alguna vez la decisión de no traducir un poema?
Yo no, lo ha decidido el autor al escribir un poema que no se puede traducir.


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