viernes, 11 de julio de 2008

"El ángel literario"




Murvin Andino


Luego de una que otra indagación profunda en el subconciente, una persona no es capaz de decir con certeza, por qué se decide a escribir, creo simplemente que es algo interior que lo obliga casi imperceptiblemente a ser un creador, un artista, lo más probable algo innato que aguarda el instante de vida más propicio para desarrollarse.
¿Por qué alguien empieza a escribir? En la vida de personas con muchas o tan pocas circunstancias propicias, ¿existe el momento de la primera inspiración literaria, de un despertar narrativo? En "El ángel literario", Halfon, en una serie de cinco relatos biográficos, pretende plantaernos sobre la especie de los escritores con ejemplos significativos de laliteratura: Hermann Hesse, Raymond Carver, Ernest Hemingway, Ricardo Piglia y Vladimir Nabokov, el narrador, que pudiera o no ser Eduardo Halfon, intenta ubicar el instante preciso en que un ángel vuela por encima de alguna persona y la obliga a caer, como en un oscuro e interminable pozo, en la literatura. "El ángel literario" es una indagación apasionante, un híbrido entre novela, diario fragmentado y colección de cuentos, ensayos y entrevistas, y que se gesta a sí mismo, que detalla y registra el minucioso proceso de su propia escritura intentando descifrar el enigma de la llamada de las artes, y que figuró entre las obras finalistas del XXI Premio Herralde de Novela 2003.

Fragmento de El Ángel literario


Hace algunos días, fumando con insomnio a las tres de la madrugada, le escribí a Enrique preguntándole por sus influencias como escritor. Hay dos, por lo menos, según me estoy enterando.
La primera ocurrió cuando él tenía dieciséis años, en un cine barcelonés, la noche que estrenaron la película "La noche" de Antonioni, con los actores Marcelo Mastroianni y Jean Moreau. En la pantalla, el galán Mastroianni era y tenía las dos cosas que el entonces joven Vila-Matas quería ser y tener: era escritor y tenía una mujer estupenda. Empezó a adorar la imagen pública de esos extraños a los que llamaban escritores, en especial a Boris Vian, Albert Camus, Scott Fitzgerald y André Malraux; todos, entiendes, me escribió él por su fotogenia, no por lo que hubiesen escrito. Cuando mi padre me preguntó, entonces, qué quería estudiar (él tenía la callada idea de yo quisiera ser abogado), le respondí de inmediato que pensaba ser como Malraux. Quería ser como Malraux. Mi padre guardó silencio. Recuerdo muy bien su cara de estupor. Ser Malraux, me dijo enfadado, confundido, no es una carrera, eso no se estudia en la universidad. Hoy, años después, sé muy bien por qué deseba ser como Malraux, por que ese escritor, además de tener una expresión del hombre curtido, se había construido una leyenda de aventurero y de hombre no reñido con la vida. Lo que ignoraba era que para ser escritor había que escribir, y escribir bien, algo que requiere valor y, sobre todo, una paciencia infinita, una paciencia que Oscar Wilde definió muy bien. Dijo él que se había pasado toda la mañana corrigiendo las pruebas de sus poemas, y que al final sólo paró quitando una coma. Por la tarde la volvió a colocar.
Otra de las influencias literarias de Vila-Matas, según me acabo de enterar con cierta simpatía, es Ernest Hemingway. Con Enrique compartimos el amor por suicidios ejemplares, lo borgesiano -como él lo llama-, la escritura sobre la escritura y Hemingway, especialmente el Hemingway de París. Acabo de escribir, me escribió hoy, "París no se acaba nunca", novela autobiográfica con título hemingwayano, donde cuento mi experiencia de París a mediados de los años setenta cuando fui a esa ciudad a triunfar, me escribió, porque había leído "París era una fiesta", libro decisivo para mí. Y para mí también, pienso. Es, en 250 folios, continúa explicándome, la historia del imitador de Hemingway en París. Para tu novela, me escribió, si ya me permites llamarle novela al embrión que me describes, se me ocurre el caso de García Márquez, en Aracataca leyendo Kafka, en México leyendo a Rulfo, en París sin un centavo escribiendo su obra maestra. También Juan Marsé. Siempre me pareció interesante por qué un tipo tan joven y bruto del barrio de Guinardó cae en algo tan sofisticado como leer novelas y, sobre todo , escribirlas. Ya pensaré en otros. ¿Un ángel literario, entonces? Walter Benjamin dijo que un ángel nos recuerda todo lo que hemos olvidado. Puede ser. Recibe un abrazo de tu incipiente lector.
Hay un zancudo hijueputa que voy a matar, se quejó batiendo el aire con la mano. Estábamos sentados fuera, en la terraza de la Librería Sophos, con un gran rótulo enfrente de nosotros anunciando que el nuevo libro de Harry Potter ya estaba agotado. Era un lunes lluvioso. Horacio Castellanos Moya, puntual como siempre, llegó con el pelo revuelto y luciendo un traje color oliva. Pedimos dos cafés. Yo nací para ser escritor, me contestó de inmediato. No, hombre, qué va, de niño ni siquiera me gustaba leer, mucho menos escribir. Pensaba que eso de los libros eran puras mariconadas que nos enseñaban los hermanos maristas. Pero eso si, vos, yo nací para ser escritor, repitió dándole pequeños tragos a su café caliente. Hay en mi familia un chorro de tíos y abuelos que fueron poetas frustrados. Un chorrro, de ambos lados. Del paterno tenía un tío periodista que jamás publicó sus poemitas. Se llamaba Jacinto Castellanos Rivas, era hermano mayor de mi padre, fue amigo de Salarrué y el secretario privado del dictador Martínez. Se paró suicidando. Ahora, del lado de mi mamá, hay dos. Los poemas de mi abuela, Emma Moya-Posas, aparecen en varias antologías, aunque no son muy buenos. Poemas de señora, medio cursis. ¿Perdón? Así es, vos, mi segundo apellido originalmente es compuesto. Pero el Posas sólo me estorbaba, y entonces lo quité. Pues de ese lado también hay un tío poeta que se suicidó, David Moya-Posas. Todos poetas frustrados. Soy la tercera generación de frustrados que hace el intento. ¿Qué cómo empecé a leer? Se quedó callado, recordando mientras un grupo de gringas mochileras y obesas desfilaba ante nosotros. Mirá, vos, suspiró, a mí lo que me interesaba era la música. Tenía dieciséis años. Medio que le entraba a la guitarra y con un amigo hacíamos cancioncitas . Me gustaba andar componiendo canciones. De allí conocí la música de gente como Bob Dylan, y su lírica me fascinó. O sea que empecé a entrarle a la poesía a través de canciones. Un vaso con agua, por favor Baudilio, le dijo al mesero. ¿En qué estaba? Sí, la música. Pero el descubrimiento literario fue el señor Withman. Seguro. "Hojas de hierba" fue el primer libro que rompió mi esquema escolástico de literatura, por completo. Eso sí me interesaba. Ya no eran aquellas pendejadas que leíamos en la escuela. De allí pasé a Hernry Miller. Qué hijueputa, "Primavera Negra". Otro gran libro que me marcó. También el diario de Pavese. El tremendo Dostoievski. Y hay más, por supuesto. ¿Qué? ¿Un momento específico querés?¿Uno solo? Castellanos Moya abrió bien los ojos, como si eso lo ayudaría a ver en el pasado, y con ambas manos se alborotó aún más la melena. Endiablado, me sonrió. te diría, vos, que yo me convertí en escritor el día que vendí mi guitarra para poder comprarme una máquina de escribir. Ese día entré yo en la literatura. Ése fue mi momento, seguro. Todavía recuerdo aquel mamotreto negro, Royal creo que era la marca. Y empecé a escribir poemas y más poemas, pasé tres años escribiendo sólo poemas antes de entrarle a la narrativa. Ah, gracias Baudilio. Descansando, Horacio tomó un largo trago de agua. me preguntó si ya me había dado la dirección en Blanes que le pedí y subió las cejas cuando le mostré el papelito arrugado. Bueno, vos, ¿me das un aventón al periódico?



1 comentario:

Anónimo dijo...

Hey perro, está bueno el fragmentini de Halfon. Felicidades, pero ya es tiempo de q hagá smás variado este blog culero!!!!