lunes, 2 de junio de 2008

"Los zapatos de la bailarina"




'A una señorona repondona': Rufo

Murvin Andino

Mientras una expande su diálogo vacío desde un escenario inexistente y para unos lectores/espectadores fantasmas, las otras ensayan la siguiente canción, vagas y sucias esperan por fin el aplauso negado desde hace mucho, la bandera blanca flamea, insignia no de la paz, sino del odio puro a una "suciedad" desinteresada a la cual le sobran motivos para seguirlas ignorando. La del monólogo, una enana vieja, fea y calva, discurre entre verdaderos sollozos, aliento permanente a cerveza y espasmos entre la ingle y el ombligo sin rasurar que asoma sobre su pantaloncillo de azulón. Las otras, una flaca trasnochada que parece caerse, la otra también flaca, pero blanca y los ojos más escondidos que animal con miedo, la última es un poco gorda y fea como las demás, pero con menor inteligencia, habla mierda hasta por los sobacos y llevas siempre unos lentes baratos para medio ver entre la multitud a sus fieles seguidores, pues aparte de todo también es medio ciega. Ninguna usa zapatos, excepto la primera, que a veces baila sola y con ranchera zapateada, se las sabe todas dicen los más despistados y aplauden con alegría, eso sí, les atrae el circo ambulante y no el panorama, mientras las otras tres se dedican a contemplarla asimilando cada una de sus actuaciones como una bailarina perfecta.
Para ser menos estéticos, resulta que sus zapatos son unos enormes 'caterpillar', a los que ellas llaman sus zapatillas de ballet, un poco descoloridos y descocidos, con mucha antiguedad seguramente pero le hacen parecer hábil ante el círculo de espectantes y danzantes.
Sus espectadores consisten en bardos disidentes y sin porvenir prometedor, teatreros indecisos y varios tipos de lectores inconformes con la literatura universal de nuestro tiempo, y disfrutan arrastrando su teoría del naufragio gracias a que apareció hace algún tiempo ya el término postmodernidad para salvarlo todo.
Lo peor de todo es que ni siquiera cantan bien, la música es menos dañina pero vacía, y las figuras destruyen el panorama. En fin, lo único rescatable es la voluntad, aunque falta lo mismo que a casi todo mundo, perfección, y quizá cambiando la canción, una menos inconforme, porque no es lo nuestro, los espectadores merecemos respeto, quizá más ópera y menos té, pero preferimos contemplar tan sólo, mientras reímos, los estúpidos zapatos de la bailarina.