jueves, 20 de junio de 2013

William Ospina. El soñador bajo la piedra.

El soñador bajo la piedra

Los jóvenes borrachos vienen aquí en la noche,
rompen litros de whisky barato, recordándote,
contra el acantilado de las tumbas.
Alguien dejó cubierta de monedas de cobre
la losa memoriosa,
y ahora hemos venido nosotros,
en esta primavera sosegada y radiante,
que parece inventar el verde en cada sauce,
que abruma de blancura florecida las ramas,
a ver la tumba junto a la colina,
y una legua más lejos la casa entre los robles.
Los catres viejos, los piadosos frascos
de lociones y ungüentos de otro tiempo,
y en el viejo escritorio, ahora inmóvil, la máquina
a la que tú arrancabas incendios y rapiñas,
linchamientos y cópulas,
el arco de las letras de metal al extremo de sus varas de acero
como la extraña flor de lo posible.
Quiero pensar que estoy aquí hace años,
que el seis de julio del sesenta y dos no ha llegado
que allá abajo tú juegas con los perros,
que William Cuthbert Faulkner, como reza en la lápida,
está soñando aún guerras y ejércitos,
la muchedumbre de la carne y la sangre,
el odio en las banderas,
el rencor mitológico martillado en los sables,
y la locura y la piedad y el silencio
encerrados en secas habitaciones penumbrosas,
y un Mississippi de limosas venganzas,
y un cielo de zodíacos implacables,
y en cada lengua sílabas que arrastran
centurias de ansiedad, ciclos de espanto.
Quiero pensar que oigo las voces hondas
en la casa en verano,
que estos campos serenos del Mississippi
sienten aún sobre sus piedras los cascos de tus negros caballos,
que estás sentado junto al porche, en la tarde,
y oyes las voces viejas de los negros del delta
cantando himnos que alían gritos bíblicos
con un perdido ayer de leones y lanzas,
que estás interrogando al dios de fuego
que da fiebre a los sexos y sosiego a los vientres
y vida nueva a las ociosas espadas.
Pero la muerte sigue aferrada a tus huesos
como la hiedra al roble,
y sobre tus palabras que arden vivas en estas almas jóvenes
ondean las banderas rencorosas,
y a lo lejos se siguen replegando hacia el delta
menos visibles ahora sus cadenas
 los nietos de los cántaros de los ríos del África.

Sólo estas ramas tiernas que pongo junto al nombre
en la tierra aromada de whisky y lluvia,
sólo el amor que no te desampara,
la frase que ese amor dejó inscrita en tu lápida
“Amado, ve con Dios”,
sólo el viento de abril que busca el sur
y que lleva hacia el delta.
desde tu mano hoy dibujada en el polvo,
desde tu corazón que es de piedra y de música,
desde tu turbia voz inagotable

el río atormentado de las palabras.

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