Fotografía de Murvin Andino
Treinta años, suficiente aburrimiento y sobre todo suficiente nostalgia para esta mierda de existencia. Vivir en una ciudad en donde aparte de padecer una horrible inseguridad, hay que soportar el terrible calor casi infernal durante la mayor parte de año y debemos enfrentarnos cada día a una enorme, pero enorme en realidad, bola de pendejos de todo tipo y calibre.
Tengo la costumbre de ir por lo menos un día a la semana a hablar con mi amigo Dennis sobre lo que hemos estado escribiendo o leyendo últimamente mientras tomamos un café en un centro comercial de la ciudad o en alguna cafetería lejos del bullicio de la gente, alguna donde al pasar de los automóviles o las personas, del humo de los cigarrillos y de los tragos de café, sea congelado o caliente, conversamos sobre cuestiones relevantes para nuestra escritura.
Cero política, cero fútbol y cero chismorreos acordamos para salud de la reunión a veces semanal, otras diaria.
Un día, hace un par de meses quizá, mientras esperábamos no sé qué demonios, pasó un tipo a saludarnos, un viejo compañero de la universidad -según algunos amigos, un pésimo escritor de novelas-, que pasaba casi todo el día intentando escribir otro de sus bodrios.
-¿Ya conocés a Dennis?, le dije.
Sí, me respondió y dijo algo que ahora no alcanzo a recordar, quizá por la simple razón por la que olvido muchas cosas diarias... porque no me interesan.
Bueno, dijo, me marcho, los dejo para que se sigan comiendo a la gente, agregó.
Tengo la costumbre de ir por lo menos un día a la semana a hablar con mi amigo Dennis sobre lo que hemos estado escribiendo o leyendo últimamente mientras tomamos un café en un centro comercial de la ciudad o en alguna cafetería lejos del bullicio de la gente, alguna donde al pasar de los automóviles o las personas, del humo de los cigarrillos y de los tragos de café, sea congelado o caliente, conversamos sobre cuestiones relevantes para nuestra escritura.
Cero política, cero fútbol y cero chismorreos acordamos para salud de la reunión a veces semanal, otras diaria.
Un día, hace un par de meses quizá, mientras esperábamos no sé qué demonios, pasó un tipo a saludarnos, un viejo compañero de la universidad -según algunos amigos, un pésimo escritor de novelas-, que pasaba casi todo el día intentando escribir otro de sus bodrios.
-¿Ya conocés a Dennis?, le dije.
Sí, me respondió y dijo algo que ahora no alcanzo a recordar, quizá por la simple razón por la que olvido muchas cosas diarias... porque no me interesan.
Bueno, dijo, me marcho, los dejo para que se sigan comiendo a la gente, agregó.
Dio media vuelta y se largó con su estúpida cara de homosexual reprimido.
En primer lugar no se puede comer a la gente y se necesita ser demasiado estúpido para no percatarse de ese grupo de palabras mal usadas, además es de lo que menos interesa hablar.
-Lástima que no lo oí, dijo Dennis rato después que le pregunté si había escuchado lo que dijo ese tipo, ante la tranquilidad con que había seguido revisando un diario o no recuerdo qué cosa.
Ese es quizá uno de los peores tipos que he conocido en mi vida, en una ciudad y en un país tan propicio para tanta estupidez.
En primer lugar no se puede comer a la gente y se necesita ser demasiado estúpido para no percatarse de ese grupo de palabras mal usadas, además es de lo que menos interesa hablar.
-Lástima que no lo oí, dijo Dennis rato después que le pregunté si había escuchado lo que dijo ese tipo, ante la tranquilidad con que había seguido revisando un diario o no recuerdo qué cosa.
Ese es quizá uno de los peores tipos que he conocido en mi vida, en una ciudad y en un país tan propicio para tanta estupidez.
Murvin Andino
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