miércoles, 11 de junio de 2008

“Vasos vacíos". Entrevista de Sean Penn a Charles Bukowski



Bares: “Ya no voy mucho a bares. Saqué eso de mi sistema. Ahora, cuando entro a un bar, siento náuseas. Estuve en demasiados, es apabullante. Son para cuando uno es más joven: todo eso de irse a las manos con un tipo, hacerse el macho, levantarse minas. A mi edad, ya no lo necesito. Hoy sólo entro a los bares para mear. A veces cruzo la puerta y empiezo a vomitar”.
Alcohol: “El alcohol es probablemente una de las mejores cosas que han llegado a esta tierra, además de mí. Entonces nos llevamos bien. Es destructivo para la mayoría de la gente, pero yo soy un caso aparte. Hago todo mi trabajo creativo cuando estoy intoxicado. Incluso me ha ayudado con las mujeres. Siempre fui reticente durante el sexo, y el alcohol me ha permitido ser más libre en la cama. Es una liberación porque básicamente yo soy una persona tímida e introvertida, y el alcohol me permite ser este héroe que atraviesa el espacio y el tiempo, haciendo un montón de cosas atrevidas... Entonces el alcohol me gusta, cómo no”.
Fumar: “Me gusta fumar. El cigarrillo y el alcohol se equilibran. No pasa así con otras drogas, alcohol y marihuana por ejemplo, esa droga de niñitas. Yo solía despertarme de una borrachera y había fumado tanto que mis dos manos estaban amarillas, casi marrones, como si tuviera puestos guantes. Y me preguntaba: ¡Mierda! ¿Cómo se verán mis pulmones?”.
Las mujeres y el sexo: “Yo las llamo máquinas de quejarse. Las cosas con un tipo nunca están bien para ellas. Y cuando me tiran toda esa histeria... Tengo que salir, agarrar el auto e irme. A cualquier parte. Tomar una taza de café en algún lado. En cualquier lado. Cualquier cosa menos otra mujer. Supongo que están construidas de diferente manera, ¿no? Cuando la histeria empieza, se acaba todo. Uno se tiene que ir, ellas no entienden por qué. ¿Adónde vas?, te gritan. ¡Me voy a la mierda, nena!. Piensan que soy un misógino, pero no es verdad. Eso es pura boca. Escuchan que Bukowski es ‘un cerdo macho chauvinista’, pero no chequean la fuente. Seguro, a veces pinto una mala imagen de las mujeres en mis cuentos, pero con los hombres hago lo mismo. Incluso yo salgo mal parado muchas veces. Si realmente pienso que algo es malo, digo que es malo, sea hombre, mujer, niño o perro. Las mujeres son tan quisquillosas, piensan que me las agarro con ellas en particular. Ése es su problema”.
La primera vez: “Mi primera vez fue la más rara. No sabía cómo hacerlo, y ella me enseñó a chuparle la concha y todas esas cosas de coger. Me acuerdo que me decía: ‘Hank, eres un buen escritor, pero no sabés una mierda sobre las mujeres’. ‘¿Qué quieres decir? Estuve con un montón de mujeres.’ ‘No, no sabes nada. Déjame enseñarte algunas cosas.’ Le dije que bueno y ella: ‘Eres un buen estudiante, entiendes rápido’. Eso fue todo. (Un poco avergonzado. No por los detalles sino por el sentimentalismo del recuerdo.) Pero todo ese asunto de chupar conchas se puede poner un poco servil. Me gusta hacerlas gozar, pero... Todo está sobrevalorado. El sexo sólo es una gran cosa cuando no lo haces”.
Escribir: “Escribí un cuento desde el punto de vista de un violador de una niña muy pequeña. Y la gente me acusó. Me hicieron entrevistas. Decían: ‘¿Le gusta violar a niñitas?’. Dije: ‘Por supuesto que no. Estoy fotografiando la vida’. Me metí en problemas con montones de cosas. Pero, por otro lado, los problemas venden libros. Pero, en última instancia, escribo para mí. (Da una larga aspirada a su cigarrillo.) Es así. La fumada es para mí, la ceniza es para el cenicero. Eso es publicar. Nunca escribo de día. Es como ir al supermercado desnudo. Todo el mundo te puede ver. De noche es cuando se sacan los trucos de la manga, la magia”.
Céline: “La primera vez que leí a Céline, me fui a la cama con una caja grande de galletitas Ritz. Empecé a leerlo y me comía una galletita Ritz, me reía, me comía una Ritz, leía. Leí la novela entera de un tirón y me terminé la caja de galletitas. Y me levanté y tomé agua. Tendrías que haberme visto. No me podía mover. Eso es lo que un buen escritor te puede hacer. Te puede matar. Un mal escritor puede hacerlo, también”.
Shakespeare: “Es ilegible y está sobrevalorado. Pero la gente no quiere escuchar esto. Uno no puede atacar templos. Ha sido fijado a lo largo de los siglos. Uno puede decir que tal es un pésimo actor, pero no puede decir que Shakespeare es mierda. Cuando algo dura mucho tiempo, los snobs empiezan a aferrarse a él, como ventosas. Cuando los snobs sienten que algo es seguro, se aferran. Pero si les decís la verdad, se ponen salvajes. No pueden soportarlo. Es atacar su propio proceso de pensamiento. Me desagradan”.La gente: “No miro mucho a la gente. Es perturbador. Dicen que si miras mucho a otra persona, te empiezas a parecer a ella. Pobre Linda. La mayoría de las veces me la puedo pasar sin la gente. La gente no me llena, me vacía. No respeto a nadie. Tengo un problema en ese sentido”.
La fama: “Es destructora. Es una puta, una perra, la destructora más grande de todos los tiempos. A mí me tocó la mejor parte porque soy famoso en Europa y desconocido aquí, en Estados Unidos. Soy uno de los hombres más afortunados. La fama es terrible. Es una media en una escala del denominador común, la meten trabajando a un nivel bajo. No tiene valor. Una audiencia selecta es mucho mejor”.
La belleza: “No existe algo como la belleza, especialmente en un rostro humano, eso que llamamos fisonomía. Todo es un imaginado y matemático alineamiento de rasgos. Por ejemplo, si la nariz no sobresale mucho, si los costados están bien, si las orejas no son demasiado grandes, si el cabello no es demasiado largo. Es una mirada generalizadora. La gente piensa que ciertos rostros son hermosos, pero, realmente, no lo son. La verdadera belleza, por supuesto, viene de la personalidad. No tiene nada que ver con la forma de las cejas. Me dicen de tantas mujeres que son hermosas, pero cuando las veo, es como mirar un plato de sopa”.
La violencia: “Creo que, la mayoría de las veces, la violencia es malinterpretada. Hace falta cierta violencia. En nosotros hay una energía que necesita ser sacada. Creo que si esa energía es contenida, nos volvemos locos. La paz última que todos deseamos no es un área deseable. De alguna manera, no estamos destinados a eso. Por eso me gusta ver peleas de boxeo, y por eso yo mismo las protagonizaba en mi juventud. A veces se llama violencia a la expulsión de energía con honor. Hay locura interesante y locura desagradable. Hay buenas y malas formas de violencia. Es un término vago. Está bien si no se hace a expensas de otros”.
La fe: “La fe está bien para los que la tienen. Mientras no me la tiren por la cabeza. Tengo más fe en mi plomero que en el ser eterno. Los plomeros hacen un buen trabajo. Dejan que la mierda fluya”.
La moralidad convencional: “Puede que no exista el infierno, pero los que juzgan pueden crearlo. Pienso que la gente está sobredomesticada. Uno tiene que averiguar lo que le pasa, y cómo va a reaccionar. Voy a usar un término extraño aquí: el bien. No sé de dónde viene, pero siento que hay un básico rasgo de bondad en cada uno de nosotros. No creo en Dios, pero creo en esta ‘bondad’, como un tubo dentro de nuestros cuerpos. Puede ser alimentada. Siempre es mágica, por ejemplo cuando en una autopista sobrecargada de tráfico un extraño hace lugar para que alguien pueda cambiar de mano. Es esperanzador”.
Sobre ser entrevistado: “Es como ser arrinconado. Es vergonzoso. Por eso, no siempre digo toda la verdad. Me gusta jugar y burlarme un poco, así que doy información falsa sólo por el gusto de entretener y mentir. Así que si quieren saber algo sobre mí, no lean una entrevista. Ignoren ésta, también”.
Entrevista realizada por Sean Penn en 1987 para la revista “Interview”, cuando el actor estaba a punto de participar de la filmación de Barfly (en un papel que finalmente haría Mickey Rourke).

lunes, 2 de junio de 2008

Redención de la poesía

Murvin Andino


Vuelve, el olvido será siempre cruel,
desnuda y fría avanza,
besa mi frente y mi pecho,
mis labios están secos por el viento,
mi cuerpo, lápida ardiente, espera tu silencio,
otra dosis de existencia,
andar el sueño de los mártires diurnos.
Brilla la sangre en las horas tormentosas, ella nunca vuelve,
desnuda y ebria recorre las calles,
describe para el mundo la ausencia de otros sueños
como un golpe en la llaga lacerante...
Revive o muere por siempre,
palabra fuego de los dioses,
hiriente furia, recorre el mundo,
destruye el amor con tu voz tormenta,
hiere, vomita, escupe tu veneno sobre los débiles,
asesina con tu dolor... déjanos darte un par de golpes...
al final, seguirás siendo nuestra sagrada poesía.

"Los zapatos de la bailarina"




'A una señorona repondona': Rufo

Murvin Andino

Mientras una expande su diálogo vacío desde un escenario inexistente y para unos lectores/espectadores fantasmas, las otras ensayan la siguiente canción, vagas y sucias esperan por fin el aplauso negado desde hace mucho, la bandera blanca flamea, insignia no de la paz, sino del odio puro a una "suciedad" desinteresada a la cual le sobran motivos para seguirlas ignorando. La del monólogo, una enana vieja, fea y calva, discurre entre verdaderos sollozos, aliento permanente a cerveza y espasmos entre la ingle y el ombligo sin rasurar que asoma sobre su pantaloncillo de azulón. Las otras, una flaca trasnochada que parece caerse, la otra también flaca, pero blanca y los ojos más escondidos que animal con miedo, la última es un poco gorda y fea como las demás, pero con menor inteligencia, habla mierda hasta por los sobacos y llevas siempre unos lentes baratos para medio ver entre la multitud a sus fieles seguidores, pues aparte de todo también es medio ciega. Ninguna usa zapatos, excepto la primera, que a veces baila sola y con ranchera zapateada, se las sabe todas dicen los más despistados y aplauden con alegría, eso sí, les atrae el circo ambulante y no el panorama, mientras las otras tres se dedican a contemplarla asimilando cada una de sus actuaciones como una bailarina perfecta.
Para ser menos estéticos, resulta que sus zapatos son unos enormes 'caterpillar', a los que ellas llaman sus zapatillas de ballet, un poco descoloridos y descocidos, con mucha antiguedad seguramente pero le hacen parecer hábil ante el círculo de espectantes y danzantes.
Sus espectadores consisten en bardos disidentes y sin porvenir prometedor, teatreros indecisos y varios tipos de lectores inconformes con la literatura universal de nuestro tiempo, y disfrutan arrastrando su teoría del naufragio gracias a que apareció hace algún tiempo ya el término postmodernidad para salvarlo todo.
Lo peor de todo es que ni siquiera cantan bien, la música es menos dañina pero vacía, y las figuras destruyen el panorama. En fin, lo único rescatable es la voluntad, aunque falta lo mismo que a casi todo mundo, perfección, y quizá cambiando la canción, una menos inconforme, porque no es lo nuestro, los espectadores merecemos respeto, quizá más ópera y menos té, pero preferimos contemplar tan sólo, mientras reímos, los estúpidos zapatos de la bailarina.