viernes, 22 de agosto de 2008

Una costumbre imaginariamente hedonista


Por Murvin Andino

Caer de nuevo, volver al lodo del principio y descubrir apenas abiertos los ojos, (realmente abiertos), que llegamos a uno de los peores círculos del averno según Dante (Cuarto recinto del noveno círculo, la Judesca: Los traidores a sus bienhechores).
Las botas lustradas hasta encontrar un reflejo nítido en ellas, casi centellantes, unas medias de malla y la siempre seductora minifalda siguen siendo el atuendo perfecto para noches como esta de verano, en donde las avenidas nocturnas despiden cierto aroma a nostalgia, los enfermos mentales de todo tipo abundan y las sombras diurnas se disfrazan de silencios y transitan algunas veces sin rumbo por el dulce abrigo de la noche, alguno que otro bardo y otros alcohólicos comunes... Buenos Aires se ve tan susceptible, decía su amiga Consuelo recordando una canción, era una uruguaya nostálgica, curiosamente enamorada de la capital argentina, que solía acompañarla a beber cerveza en alguno de los bares del Madrid que para ese entonces a mediados de los años ochenta les permitió explorar su mejor eternidad. Tres o cuatro botellas de ron al día bastaban, unos cinco tipos 'chupacoños' dejaban lo suficiente durante el día para pasar del otro lado, el del imaginario que provocan el alcohol, la yerba y otras cosas.
Sí, fueron espectaculares esos días, los mejores que cualquier ser humano haya podido pasar en cualquier lugar del mundo, no faltaba nada, fumaban marihuana al amanecer y para quitarse la modorra una línea de coca era especialmente bienvenida.
Hizo alusión a un fragmento de una novela de la mexicana Cristina Riojas, porque según dice le recuerda singularmente que las putas son de las mujeres más interesantes que habitan este planeta y porque las noches de extrañamiento en busca de esos encuentros se viven al borde del precipicio y sólo salva el más mínimo interés por la vida.
Ser poeta es andar el rumbo de las horas y de las luces, sin miedo de nadie ni de nada, amar al revés, con la certeza de sangrarlo todo, las manos fuertes y los besos intensos, a veces la belleza (sentada en las piernas de Rimbaud y regañada) es sólo una esfera de cristal, las verdaderas heridas son las que llevamos dentro, lo real y lo asesino es todo lo que sentimos y lo que bordea cada uno de los lamentos enfermizos de las almas tormentosas.
Caer de nuevo y volver como el más inesperado sucesor de la inmundicia, y un solo mar de una vez por todas irrumpa con todo entre las voces y lloremos y suframos por las veces que no pudimos sentirnos grandes. Las eternas princesas no descansan, aún en la vejez deambulan por sueños de sonámbulos irreverentes, hetairas rústicas de una ciudad en llamas, amantes imperecederas y sencillas como el barro, ebrias, gordas y con ciertos instantes de parnaso y de tristeza.