El soñador bajo la piedra
Los jóvenes borrachos vienen aquí en
la noche,
rompen litros de whisky barato,
recordándote,
contra el acantilado de las tumbas.
Alguien dejó cubierta de monedas de
cobre
la losa memoriosa,
y ahora hemos venido nosotros,
en esta primavera sosegada y
radiante,
que parece inventar el verde en cada
sauce,
que abruma de blancura florecida las
ramas,
a ver la tumba junto a la colina,
y una legua más lejos la casa entre
los robles.
Los catres viejos, los piadosos
frascos
de lociones y ungüentos de otro
tiempo,
y en el viejo escritorio, ahora
inmóvil, la máquina
a la que tú arrancabas incendios y
rapiñas,
linchamientos y cópulas,
el arco de las letras de metal al
extremo de sus varas de acero
como la extraña flor de lo posible.
Quiero pensar que estoy aquí hace
años,
que el seis de julio del sesenta y
dos no ha llegado
que allá abajo tú juegas con los
perros,
que William Cuthbert Faulkner, como
reza en la lápida,
está soñando aún guerras y ejércitos,
la muchedumbre de la carne y la sangre,
el odio en las banderas,
el rencor mitológico martillado en
los sables,
y la locura y la piedad y el silencio
encerrados en secas habitaciones
penumbrosas,
y un Mississippi de limosas
venganzas,
y un cielo de zodíacos implacables,
y en cada lengua sílabas que
arrastran
centurias de ansiedad, ciclos de
espanto.
Quiero pensar que oigo las voces
hondas
en la casa en verano,
que estos campos serenos del
Mississippi
sienten aún sobre sus piedras los
cascos de tus negros caballos,
que estás sentado junto al porche, en
la tarde,
y oyes las voces viejas de los negros
del delta
cantando himnos que alían gritos
bíblicos
con un perdido ayer de leones y
lanzas,
que estás interrogando al dios de
fuego
que da fiebre a los sexos y sosiego a
los vientres
y vida nueva a las ociosas espadas.
Pero la muerte sigue aferrada a tus
huesos
como la hiedra al roble,
y sobre tus palabras que arden vivas
en estas almas jóvenes
ondean las banderas rencorosas,
y a lo lejos se siguen replegando
hacia el delta
menos visibles ahora sus cadenas
los nietos de los cántaros de los ríos del
África.
Sólo estas ramas tiernas que pongo
junto al nombre
en la tierra aromada de whisky y
lluvia,
sólo el amor que no te desampara,
la frase que ese amor dejó inscrita
en tu lápida
“Amado, ve con Dios”,
sólo el viento de abril que busca el
sur
y que lleva hacia el delta.
desde tu mano hoy dibujada en el
polvo,
desde tu corazón que es de piedra y
de música,
desde tu turbia voz inagotable
el río atormentado de las palabras.
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