Rafael Murillo Selva dice hacer teatro “como animal”. No planea, sino que va creando sobre la marcha con los actores. Afirma que “este potrero” llamado Honduras le hizo cambiar su perspectiva sobre el arte escénico.
A sus 74 años, vuelve a recorrer los escenarios hondureños con su obra emblemática, “Loubávagu”, estrenada en 1980, “una asimétrica muestra de teatro, poesía, música, baile, historia, reclamos políticos, sátira de la sociedad ladina hondureña y entretenimiento cómico”, en palabras del escritor guatemalteco Arturo Arias.
Lo que planeaba resolverse como una entrevista al mayor dramaturgo hondureño, por momentos parecía otra cosa: una conversación amena sobre arte, sobre la vida, sobre el sistema que lo deshumaniza todo; pero de ahí salieron las siguientes preguntas y las respuestas siempre precisas de Murillo Selva:
¿Hacia dónde apunta el teatro hondureño?
Está en búsqueda, y no se le puede pedir más. En este país en donde todo está por hacer, el teatro está también por hacer. Y son bienvenidos los esfuerzos que se hacen, aún el de Chico Saybe, porque es mejor que haya algo y no que no haya nada.
Con respecto a las otras artes en Honduras, ¿en qué situación está el teatro?
Muy por debajo de la búsqueda que se hace en otras formas artísticas como la pintura, el cine o la fotografía. Anda como atrasado. Estamos en pañales. Sugiero que encontremos en nuestros pueblos formas de lo espectacular y tratemos de hacer una alianza con lo que han gestado estos pueblos.
A partir de ahí se podría generar teatro más nuevo, más fresco.
¿Son el ritmo y el movimiento en “Loubávagu” los elementos que establecen esa empatía inmediata y permanente con el público?
Sí, pero eso es fríamente calculado, no es producto del azar, eso es una propuesta buscada durante años, sobre todo en el dominio de la forma. Se logra reformulando esos códigos teatrales que el pueblo ha venido manteniendo casi sin saberlo durante siglos. En “Loubávagu” quien dirige la acción es el tambor, por eso es un actor más. La danza, incorporada a una obra que tiene un acento épico, insertada en el proceso histórico y no viéndola como elemento folclórico sino como elemento vivo de la cultura; el canto, integrado a la acción dramática… Todo eso implica una búsqueda de formas.
¿Fue esa búsqueda formal lo que propició que decidiera emprender el montaje de una obra tan grande y difícil como “Loubávagu”?
A sus 74 años, vuelve a recorrer los escenarios hondureños con su obra emblemática, “Loubávagu”, estrenada en 1980, “una asimétrica muestra de teatro, poesía, música, baile, historia, reclamos políticos, sátira de la sociedad ladina hondureña y entretenimiento cómico”, en palabras del escritor guatemalteco Arturo Arias.
Lo que planeaba resolverse como una entrevista al mayor dramaturgo hondureño, por momentos parecía otra cosa: una conversación amena sobre arte, sobre la vida, sobre el sistema que lo deshumaniza todo; pero de ahí salieron las siguientes preguntas y las respuestas siempre precisas de Murillo Selva:
¿Hacia dónde apunta el teatro hondureño?
Está en búsqueda, y no se le puede pedir más. En este país en donde todo está por hacer, el teatro está también por hacer. Y son bienvenidos los esfuerzos que se hacen, aún el de Chico Saybe, porque es mejor que haya algo y no que no haya nada.
Con respecto a las otras artes en Honduras, ¿en qué situación está el teatro?
Muy por debajo de la búsqueda que se hace en otras formas artísticas como la pintura, el cine o la fotografía. Anda como atrasado. Estamos en pañales. Sugiero que encontremos en nuestros pueblos formas de lo espectacular y tratemos de hacer una alianza con lo que han gestado estos pueblos.
A partir de ahí se podría generar teatro más nuevo, más fresco.
¿Son el ritmo y el movimiento en “Loubávagu” los elementos que establecen esa empatía inmediata y permanente con el público?
Sí, pero eso es fríamente calculado, no es producto del azar, eso es una propuesta buscada durante años, sobre todo en el dominio de la forma. Se logra reformulando esos códigos teatrales que el pueblo ha venido manteniendo casi sin saberlo durante siglos. En “Loubávagu” quien dirige la acción es el tambor, por eso es un actor más. La danza, incorporada a una obra que tiene un acento épico, insertada en el proceso histórico y no viéndola como elemento folclórico sino como elemento vivo de la cultura; el canto, integrado a la acción dramática… Todo eso implica una búsqueda de formas.
¿Fue esa búsqueda formal lo que propició que decidiera emprender el montaje de una obra tan grande y difícil como “Loubávagu”?
La búsqueda formal fue una de las razones, y la otra es que yo siempre tuve la tendencia desde niño a vivir en los sectores populares, y no porque yo sea militante de algo sino porque así me siento más feliz.
¿Cómo ha visto las reacciones del público ante esta nueva versión de “Loubávagu”?
¿Cómo ha visto las reacciones del público ante esta nueva versión de “Loubávagu”?
En Tegucigalpa llegaron a decirme que ésta es la obra de la Resistencia.
Aunque la obra solamente muestra una circunstancia específica de la historia de Honduras, puede representar de igual manera a toda la nación. Tiene esa virtud de la universalidad…
Puede representar a todo el continente. Cuando la presentamos en México, en comunidades indígenas de Chiapas, al final fue un aplauso gigantesco. Es que es arte hecho por excluidos, y excluidos hay en todo el mundo.
En estos tiempos en los que tanto se habla de unión nacional, ¿en qué medida cree que esta obra podría contribuir a hacer eso posible?
En la medida en que los personajes jamás dejan de ser hondureños una vez que entraron en la historia nuestra.
¿Cree que dirigiendo la mirada hacia la periferia, en este caso hacia la cultura garífuna, podría encontrarse ese sentido de la identidad nacional que tanto se busca en Honduras?
Aunque la obra solamente muestra una circunstancia específica de la historia de Honduras, puede representar de igual manera a toda la nación. Tiene esa virtud de la universalidad…
Puede representar a todo el continente. Cuando la presentamos en México, en comunidades indígenas de Chiapas, al final fue un aplauso gigantesco. Es que es arte hecho por excluidos, y excluidos hay en todo el mundo.
En estos tiempos en los que tanto se habla de unión nacional, ¿en qué medida cree que esta obra podría contribuir a hacer eso posible?
En la medida en que los personajes jamás dejan de ser hondureños una vez que entraron en la historia nuestra.
¿Cree que dirigiendo la mirada hacia la periferia, en este caso hacia la cultura garífuna, podría encontrarse ese sentido de la identidad nacional que tanto se busca en Honduras?
Por supuesto, porque la comunidad garífuna es uno de los grupos más excluidos del país y paradójicamente los grupos excluidos son los que más luchan por la identidad nacional y los que más tienen sentido de pertenencia.
Algunos datos del autor:
RAFAEL MURILLO SELVA RENDÓN
Tegucigalpa, Honduras, 19 de agosto 1936
Estudios Superiores
• Universidad Nacional de Colombia, Doctorado en Derecho y Ciencias Políticas.
• Universidad de Paris (La Sorbona), Maestría en Historia Económica.
• Ex-Profesor, Universidad Nacional de Colombia.
• Ex-Profesor, Universidad INCCA de Bogotá.
• Ex-Profesor, Universidad Nacional Autónoma de Honduras.
• Director y Profesor Invitado, Universidad de California, EUA.
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