Por: Murvin Andino
Escribo imaginando en Miller follándose una chiquilla y meándose dentro del culo de ella, mientras la muy ramera se retuerce de placer por el fuego interior y se da cuenta que ese ha sido un polvo maravilloso.
Escribo mientras tomo la tercera copa de vino y fumo otro Belmont suave, mientras la impostergable señora Andino espera en la cama a que yo me decida a caer en sus brazos o seguirnos perdiendo en el alcohol, pero el jazz sigue teniendo ese poder sobre mí y suple cualquiera de mis necesidades carnales. Pithecanthropus Erectus de Charles Mingus desencadena una serie de vibraciones que sólo me produce la magia de la música, la verdadera música que estremece al hombre en su esencia divina. Sí, hace poco leí Opus pistoruim de Henry Miller y aún siento sus efectos en mi mente, en mi falo y en cada una de mis ideas sucesivas desde hace aproximadamente tres semanas. Miller sigue siendo un verdadero depravado, no es erótico, es sucio. Quizá Bukowsky logre algo de eso mientras fantaseaba a alguna muchachita de menos de diez años en "Fuck Machine" pero no es lo que busco. Miller es sexo crudo y sucio, que hasta casi percibo el olor a "coño"... qué vida.
Sigo pensando en todo lo que dejé de hacer desde el día que elegí esta vida, sigo pensando en el inevitable final y en la condena de no saber a dónde llegaré... Quizá otra copa de vino me ayude a pensar en lo menos imposible, un poema de Rimbaud o una canción de Morrison o Parker, sí, ojalá alguno de esos dioses me ilumine una noche de estas, y me muestre el verdadero camino, mientras sigo con el jazz y su efecto demoledor en mi memoria.
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