Fotografía y texto de Murvin Andino
Esta tarde como todos los días antes de ir a la oficina, fui por una taza de café, por un instante de tranquilidad y por leer algo interesante. Me entretuve con algunas páginas de Conversación en la catedral y cuando iba como por la tercera página leída me percaté que no estaba solo en el lugar y vi a mi derecha a un par de tipos conversando en voz alta, no recuerdo de qué, creo que de fútbol, a mi izquierda había otro par de individuos hablando en voz baja, por lo que supuse que dialogaban de algo extraño, quizá algo demasiado íntimo.
Me levanté, fumé un cigarrillo a unos metros de distancia de donde habían quedado mis libros sobre la mesa, observé hacia la planta baja del lugar y vi una vendedora de helados y uno que otro transeúnte distraído. Esta semana sí me toca fumar, pensé, por lo menos hasta terminar el paquete de Belmont suave. Como de costumbre el café estaba horrible, pero creo haberme acostumbrado ya a esa mierda. No sé cómo pueden vender tan cara esta mierda de café, mucho menos en un país productor del aromático grano.
Intentaba distraerme escuchando Suspicious minds de Elvis Presley para concentrarme en lo que realmente deseaba hacer, pensaba en cientos de personajes que conocí a través de los libros y las largas jornadas de lecturas y sobre todo en algunos de los más peculiares, quizá como Bartleby, Chinaski, Bandini, Cauldfield, Rafael Sánchez Mazas, el personaje de Javier Cercas en Soldados de Salamina que escapa de ser fusilado. Pensé en la idea de que quizá a diario nos encontramos con este tipo de individuos, quizá sin darnos cuenta nos topamos con alguien que bien podría ser como los descritos por Henry Miller o los más refinaditos como los de Jaime Bayly.
En la mesa de al lado izquierdo se había unido alguien más, eran tipos con apariencia de andar de visita por la ciudad, uno con cara de político y los otros al parecer sus ayudantes o empleados o colaboradores, no lo sé. Escuché que hablaban de política y me fue imposible no enterarme de su conversación. Hablaban de un ex presidente derrocado hace algunos meses en el país y la forma cómo al parecer todo quedaría en impunidad.
Escribo esto porque quizá siempre que estoy en algún lugar público tiendo inevitablemente a escuchar las conversaciones de los demás, por el simple hecho de que no pueden hablar en voz baja, y algunas son realmente estúpidas y sin lugar a dudas detesto escuchar hablar a ciertas personas sobre ciertos temas desagradables. Cuando "gato barcino" llegaba a cualquier lugar donde me encontrara, optaba por marcharme, es un hablamierdas de primera. Una vez se sentó a la mesa que ocupaba yo, le dije que si me sentaba solo era porque me gustaba estar solo. Se marchó, pero al parecer el tipo es de esa especie poco común de los inagüevables y siempre que lo veo me saluda, pero me pregunta si se puede acercar a conversar conmigo.
Otra de los cosas que detesto cuando voy a alguna de las cafeterías del centro de la ciudad es cuando se reúne allí algún grupo de viejos desocupados, además de sus aburridas conversaciones, hay que soportar sus gritos, que imagino se deben a algún tipo de sordera que les impide escucharse ellos mismos y se ven obligados a gritar. Aunque no niego que en los cafés se puede apreciar de todo, desde una cita romántica, una discusión de pareja, senos, braguitas, entrepiernas y hasta una nueva conquista amorosa. En cierta forma podría decir que los cafés también son lugares fantásticos con diversidad de zoología.
Un tipo rubio y alto con apariencia de extranjero, con bigote como de ranchero (algo así como el de Sam, el perseguidor de Bugs Bunny), se paró justo frente a mí observando por la vitrina de una tienda y debido a lo peculiar de su vestimenta me fue imposible evitar verlo, andaba con un pantalón corto hasta un poco abajo de las rodillas y acompañado de un par de muchachitas, adolescentes quizá por su apariencia, y pensé que ese tipo de seguro sería una especie de corruptor de menores. Ellas no se parecían en nada a él y viceversa, así que definitivamente no podrían ser familia, luego se desaparecieron por unas escaleras.
Por fin llega mi hora de partir, tomo mis libros y me levanto, quedan atrás los tipos desconocidos y su desesperante conversación, me voy, pensando que en realidad no me gusta conversar sobre ningún tema.
Me levanté, fumé un cigarrillo a unos metros de distancia de donde habían quedado mis libros sobre la mesa, observé hacia la planta baja del lugar y vi una vendedora de helados y uno que otro transeúnte distraído. Esta semana sí me toca fumar, pensé, por lo menos hasta terminar el paquete de Belmont suave. Como de costumbre el café estaba horrible, pero creo haberme acostumbrado ya a esa mierda. No sé cómo pueden vender tan cara esta mierda de café, mucho menos en un país productor del aromático grano.
Intentaba distraerme escuchando Suspicious minds de Elvis Presley para concentrarme en lo que realmente deseaba hacer, pensaba en cientos de personajes que conocí a través de los libros y las largas jornadas de lecturas y sobre todo en algunos de los más peculiares, quizá como Bartleby, Chinaski, Bandini, Cauldfield, Rafael Sánchez Mazas, el personaje de Javier Cercas en Soldados de Salamina que escapa de ser fusilado. Pensé en la idea de que quizá a diario nos encontramos con este tipo de individuos, quizá sin darnos cuenta nos topamos con alguien que bien podría ser como los descritos por Henry Miller o los más refinaditos como los de Jaime Bayly.
En la mesa de al lado izquierdo se había unido alguien más, eran tipos con apariencia de andar de visita por la ciudad, uno con cara de político y los otros al parecer sus ayudantes o empleados o colaboradores, no lo sé. Escuché que hablaban de política y me fue imposible no enterarme de su conversación. Hablaban de un ex presidente derrocado hace algunos meses en el país y la forma cómo al parecer todo quedaría en impunidad.
Escribo esto porque quizá siempre que estoy en algún lugar público tiendo inevitablemente a escuchar las conversaciones de los demás, por el simple hecho de que no pueden hablar en voz baja, y algunas son realmente estúpidas y sin lugar a dudas detesto escuchar hablar a ciertas personas sobre ciertos temas desagradables. Cuando "gato barcino" llegaba a cualquier lugar donde me encontrara, optaba por marcharme, es un hablamierdas de primera. Una vez se sentó a la mesa que ocupaba yo, le dije que si me sentaba solo era porque me gustaba estar solo. Se marchó, pero al parecer el tipo es de esa especie poco común de los inagüevables y siempre que lo veo me saluda, pero me pregunta si se puede acercar a conversar conmigo.
Otra de los cosas que detesto cuando voy a alguna de las cafeterías del centro de la ciudad es cuando se reúne allí algún grupo de viejos desocupados, además de sus aburridas conversaciones, hay que soportar sus gritos, que imagino se deben a algún tipo de sordera que les impide escucharse ellos mismos y se ven obligados a gritar. Aunque no niego que en los cafés se puede apreciar de todo, desde una cita romántica, una discusión de pareja, senos, braguitas, entrepiernas y hasta una nueva conquista amorosa. En cierta forma podría decir que los cafés también son lugares fantásticos con diversidad de zoología.
Un tipo rubio y alto con apariencia de extranjero, con bigote como de ranchero (algo así como el de Sam, el perseguidor de Bugs Bunny), se paró justo frente a mí observando por la vitrina de una tienda y debido a lo peculiar de su vestimenta me fue imposible evitar verlo, andaba con un pantalón corto hasta un poco abajo de las rodillas y acompañado de un par de muchachitas, adolescentes quizá por su apariencia, y pensé que ese tipo de seguro sería una especie de corruptor de menores. Ellas no se parecían en nada a él y viceversa, así que definitivamente no podrían ser familia, luego se desaparecieron por unas escaleras.
Por fin llega mi hora de partir, tomo mis libros y me levanto, quedan atrás los tipos desconocidos y su desesperante conversación, me voy, pensando que en realidad no me gusta conversar sobre ningún tema.
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