ENTREVISTA ANTONIO LOBO ANTUNES
Por: Guido Carelli Lynch
Máxima estrella de la Feria de Guadalajara, que le otorgó el premio de Lenguas Romances, el novelista portugués reflexiona aquí sobre los efectos negativos de la fama. Y admite que, al fin, aprendió a disfrutar la literatura de Borges.
Da una pitada y contiene el humo un poco más de la cuenta, saboreando el gusto efímero de lo prohibido. Es lunes y Antonio Lobo Antunes es el único que fuma entre los miles de asistentes a la 22° Feria Internacional de Libro de Guadalajara. Para ostentar el privilegio primero hay que ganar el Premio de Lenguas Romances, razón que lo trajo otra vez a esta ciudad mexicana --donde dice-- "podría vivir".
Entrevistas, conferencias, fiestas, sus 66 años y el libro que escribe en los pocos ratos libres que le quedan tienen extenuado al autor de La muerte de Carlos Gardel, que --sin embargo-- responde con imaginación y poesía, la misma que aparece en sus textos. "Ojalá los libros fueran publicados anónimamente", dice y suspira este eterno candidato al Nobel.
¿Cómo se lleva con el mercado, las presentaciones y todo lo que rodea a la literatura?
Esa es la parte más aburrida, pero uno tiene que sentirse agradecido. Lo peor es perder intimidad. Sentirme Julio Iglesias es horrible cuando uno es un simple escritor. Jamás pensé que iba a pasarme esto. Pero al mismo tiempo la gente es tan maravillosa, tan simpática, me siento muy a gusto, aquí, en Colombia, en Argentina. Son todos latinos como yo.
Ambivalente, Antunes negocia su honestidad cuando se prende el grabador. "¡Cómo les gusta a algunos escritores posar para la inmortalidad. Pero no voy a hablar, porque muchos están vivos", sonríe mientras imita gestos sesudos, el fantasma de Saramago sobrevuela la mesa y agrega: "Hay dos clases de hombres; los que hacen el amor y los que hablan de ello", dispara para graficar el proceso intraducible de la escritura.
Alguna vez señaló que sólo puede escribirse hasta determinada edad, que luego queda la repetición. ¿Hasta cuándo escribirá?
Los intervalos son buenos, pero sólo el primer mes, después empieza la angustia. ¿Seré capaz de escribir otro libro? Siempre tienes miedo de que se haya terminado. Tampoco sé si me repito o no porque no me leo. Es una paradoja, porque uno escribe los libros que quisiera leer y finalmente se trabaja tanto en ellos que después estás enfermo y quieres olvidarlos, para eso empiezas otro. Pero estoy seguro de que hay cosas que se van a repetir.
Las voces que aparecen en sus libros vienen del pasado, de un nexo entre la memoria y la imaginación. ¿Qué significan para usted?
-Yo no tengo muchas certezas, pero creo que la imaginación es la manera en cómo arreglas y trabajas los materiales de la memoria y claro, también robas de otros. Tengo una relación ambivalente con la memoria. A mí no me interesa contar una historia, yo trabajo con las palabras y si quieres escribir primero tienes que encontrar tu lenguaje, tu metalenguaje. Ahora por todas partes hay gente escribiendo a lo Lobo Antunes, lo que me parece idiota, porque cada uno tiene que encontrar su voz.
Borges decía que quien encuentra su voz encuentra un destino. Antes no le gustaba mucho, prefería a Bioy Casares. ¿Sigue pensando así?
Tiene razón, el problema es encontrarla. Leyéndolo con mayor atención y menos prejuicios, me dí cuenta de que estaba siendo injusto. Borges es mejor, aunque Bioy tenía belleza y era un hombre impresionante. En Argentina hay escritores muy interesantes como Roberto Arlt, que es tan criticado, o Macedonio Fernández que me encanta. Leer es mi pasión y en los países pobres como los nuestros abunda la buena literatura. Cortázar me gustaba, pero cuando era más joven.
Prende otro cigarrillo, el último, y confiesa que ya no suele tomar valium para dormir mientras escribe, aunque recuerda las obsesiones que lo desvelaban. Sólo él sabe o calla hasta cuándo seguirá perfeccionando sus voces polifónicas, su lenguaje hermético. "Jorge Amado una vez me dijo: 'niño no te puedes acostar con todas las mujeres del mundo, pero al menos tienes que intentarlo'", recuerda entre risas y humo.
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