Fernando Vallejo
Después de un año de estudios en la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Colombia, se licenció en Biología en la Universidad Javeriana. Poco después de los 20 años, viajó a Roma para estudiar cine en la Escuela Experimental de Cinecittá. Escribió y dirigió en México, donde vive desde 1971, dos películas sobre la violencia en Colombia. En 2003 ganó el premio Rómulo Gallegos de Literatura por su novela El desbarrancadero. Entre sus libros, figuran La virgen de los sicarios y La puta de Babilonia.
Así escribe
Los ríos de sangre
¿Se les hace impropio un viejo matando a un muchacho? Claro que sí, por supuesto. Todo en la vejez es impropio: matar, reírse, el sexo, y sobre todo seguir viviendo. Salvo morirse, todo en la vejez es impropio. La vejez es indigna, indecente, repulsiva, infame, asquerosa, y los viejos no tienen más derecho que el de la muerte. En la laguna azul sombría me estaba hundiendo. Era azul de nombre pero de aguas verdes, traicioneras. Su alma pantanosa enredada en mohos y en algas pegajosas me jalaba hacia el fondo. Las algas soltaban un veneno verde que era el que le daba su color falaz a la laguna azul. ¿Y quién dijo que yo lo iba a matar? Para eso están aquí los sicarios, para que sirvan, como las putas, y los contraten los que les puedan pagar. Ellos son los cobradores de las deudas incobrables, de sangre o no. Y valen menos que un plomero. Es la última ventaja que nos queda en este cuadro de desastres. Mientras en las comunas seguía lloviendo y sus calles, ríos de sangre, seguían bajando con sus aguas de diluvio a teñir de rojo el resumidero de todos nuestros males (. . . )
Fernando Vallejo, La Virgen de los sicarios. Alfaguara.
Detesta Colombia –de hecho renunció a la nacionalidad–, pero ha venido a Bogotá porque tiene severos problemas en la vista. Y en esta capital, a 2. 600 metros sobre el nivel del mar, está la famosa clínica del doctor Barraquer. "Tengo que hacerme un nuevo trasplante de córnea", explica Fernando Vallejo, un hombre afable, educadísimo, de voz suave y modales de lord inglés. Su novelística, en cambio, es feroz, desgarradora, profundamente nihilista. Vive en México desde hace muchos años, y sólo cree en los animales, maltratados por el hombre". Tanto es así que hace tiempo ya declaró que su herencia será legada a una institución que vele por el cuidado de "los animalitos". Su último libro, La puta de Babilonia, es una diatriba en contra de la Iglesia Católica. Su novela más difundida, La virgen de los sicarios, fue llevada al cine con éxito comercial. Pero tal vez su mejor relato sea El desbarrancadero, una despiadada radiografía de él y de su familia. "Mi madre tiene 89 años, y no me hablo con ella desde hace muchos años. Y jamás nos hablaremos", resume. Lo que sigue es una entrevista realizada en Bogotá en el frescor de una tarde. "Desde que empecé a escribir, hace veinticinco años, dejé de leer literatura. En todos estos años, sólo leí libros científicos", dice el escritor.
¿Por qué lo hizo?
Porque dejaron de interesarme los escritores. O más concretamente, la novela. Así que no conozco muy bien la nueva literatura latinoamericana. Ojeo libros por encima, y me doy cuenta de que están muy mal escritos. Los escritores no han descubierto una cosa esencial: existe un idioma literario contrapuesto al idioma hablado o coloquial. El idioma literario tiene unas fórmulas, una sintaxis y un léxico mucho más rico que los de la lengua hablada, que es un desastre dentro de todos los ámbitos de nuestro idioma. Es un adefesio, paupérrima, perdió toda expresividad. Y los escritores desconocen la lengua escrita. Ahora, en cualquier escritor moderno, lo único que hay es una voluntad obstinada por llegar a ser escritores. Pero no tienen qué contar ni tienen qué decir, ni tampoco saben cómo decirlo. Les falta oficio: no han hecho un descubrimiento tan elemental como es éste. Esto no quiere decir –que uno tenga que escribir en lenguaje literario: uno puede escribir en lenguaje literario o en lenguaje coloquial, o en una mezcla de los dos. Yo he decidido escribir en lenguaje literario identificado por el habla, y en el caso del habla he descubierto el habla de Colombia. Hubiera podido también trabajar también con el mexicano, el argentino o con cualquier otro. Pero puesto que la que tengo en la cabeza es la de aquí, con esta me identifiqué yo. Manuel Mujica Lainez, por ejemplo, sólo escribía en lenguaje literario, nunca en lenguaje coloquial. En los años setenta, en Latinoamérica, se escribieron muchos libros en el lenguaje coloquial nacional. Manuel Puig, por ejemplo, escribía más o menos en argentino, aunque algo sabía del lenguaje literario. Pero volvamos al principio: los escritores no conocen el oficio, no reflexionan sobre lo que hacen. Y lo peor de todo es que tampoco tienen qué contar porque usualmente son muy jóvenes. . .
Usted dice que usualmente son muy jóvenes. ¿El escritor tiene que haber vivido bastante para poder contar su experiencia?
Si uno no ha vivido, no sé qué puede contar. Y entendemos por el escritor al novelista, porque la novela es el gran género de la literatura; también es un escritor un historiador, un ensayista, un biógrafo. Los jóvenes, en principio, no tienen mucho qué contar porque apenas están empezando a vivir. Sin embargo, tu ves que, en la literatura francesa, Raymond Radillet, escribió a los 17 años El diablo en el cuerpo, o están los poemas de Rimbaud, el Bon jour, tristesse , de Francois Sagan, que también escribió a los 17 años. Ellos habían vivido con cierta intensidad ya de muchachitos, entonces describían el mundo que estaban viendo. No existe la condena de que tenga que ser una persona mayor la que escriba, pero siempre hay que tener algo que contar y también hay que saber hacerlo.
¿Cuál es su opinión sobre su compatriota Gabriel García Márquez?
El personaje me interesa muy poco; me parece más bien un cortesano del tirano de Cuba. Es una vileza alcahuetear semejante monstruosidad. Esta es mi opinión sobre García Márquez persona.
¿Y como escritor?
Es un escritor que escribe novelas en tercera persona, con las que ya me peleé. Yo no he escrito ninguna novela en tercera persona, todas son en primera persona. La tercera persona me parece un camino trillado en la literatura, no va para ningún lado. Por lo demás, García Márquez es un escritor correcto que conoce en cierta forma el oficio. No tanto, por supuesto, como tu paisano Manuel Mujica Lainez, o como el español Azorín. De Mujica Lainez te puedo decir que es el prosista más grande del idioma español, con lo cual no te estoy diciendo que es el más grande escritor. Porque una cosa es ser un gran prosista y otra ser un gran escritor. Pero nadie, en los mil años de la lengua española, ha escrito un español con tal riqueza sintáctica y lexicográfica como él, con su ritmo y sonoridad. Es el gran prosista del idioma.
Lástima que esté un poco olvidado.
Sí, es cierto, porque el que han endiosado los jóvenes argentinos es Julio Cortázar.
¿No le gusta Cortázar?
No lo conozco. Lo he ojeado y me da la impresión de que no sabía escribir. No sabía justamente el idioma literario, escribía pobremente. Y los jóvenes hacen este cálculo: si este escritor tan malo es nuestro gran escritor, entonces por qué yo no puedo ser igual a él.
¿Y Borges?
El Aleph es un relato muy hermoso, logrado, espléndido. Ya sólo con eso bastaría para que su nombre quede en la literatura. Pero no pienso que sea tan grande como se dice. Lo han hecho tan grande porque desde el mundo anglosajón y francés lo pueden entender muy fácil: no es un escritor muy propio de la lengua española. El español no era tan importante en su literatura. Por lo demás, usa las palabras impropiamente, y además es afectado. Tiene afectaciones feas.
La literatura latinoamericana no parece interesarle mucho. ¿Le interesa alguna otra?
No, la verdad es que ninguna me interesa. Ni de Latinoamérica ni de España ni de Norteamérica ni de Europa. De niño y adolescente leía muchísimo; me he pasado leyendo gran parte de mi vida. Leí, sobre todo, literatura en tercera persona, que era mi pasión.
En esos años, ¿había algún autor que lo apasionaba?
Me gustaba el teatro de Ionesco. De niño, leía con pasión a Verne y Salgari. Y luego a Conan Doyle y su Sherlock Holmes. Esos que leí en mi niñez, son los libros que más feliz me han hecho. Novelas en tercera persona, de las que ahora abomino.
¿Y William Faulkner, Ernest Hemingway, Truman Capote?
Leí a todos los escritores norteamericanos de los veinte, los treinta, cuarenta, cincuenta... Es una novela por la que ahora no tengo mayor aprecio.
¿Y la novela europea?
Te puedo decir lo mismo. Francia se destaca porque los franceses sí sabían el oficio y conocían muy bien el lenguaje literario. En el siglo XX, Francia estuvo llena de grandes prosistas, algunos deslumbrantes como Colette. Pero eran grandes prosistas, pero como ya te dije un gran prosista no significa un gran escritor.
Usted dirigió cine. Ha escrito que fue una experiencia desagradable.
Dirigí tres largometrajes en México, que todavía se siguen pasando por televisión. Me salieron muy mal: dos de ellas trataban sobre Colombia, aunque no las pude hacer en mi país. Entonces México me prestó lo que tenía: sus actores, sus técnicos, su cine. Pero los mexicanos hablan en mexicano, y ahí empezaban a perderse la verdad y la fuerza. Son películas fracasadas de las que me olvidé hace mucho tiempo. Me gustaba el cine y me engañé con él.
¿Por qué?
El cine es muy poca cosa. Al lado de la literatura, es muy poca cosa. Para expresar la realidad humana, o lo que le pasa a uno por dentro, el lenguaje cinematográfico es miserable, paupérrimo. El gran lenguaje es éste, el de la palabra. Por lo demás, como arte, la literatura es un arte menor comparado con la música, que es el arte máximo. Por lo menos no tiene fronteras lingüísticas. Puede ser universal; la literatura, no.
¿La Virgen de los sicarios es su libro más exitoso?
Es el más traducido, pero el más exitoso es La puta de Babilonia, que escribí en contra de la Iglesia.
Usted tiene una visión muy nihilista de la vida. ¿Cree, sin embargo, que el ser humano tiene un futuro?
El hombre, para empezar, cree ser lo máximo del universo. Hasta ahora ignoramos si hay vida e inteligencia en otras partes. Pero por más que lleguemos a saber y entender más, seguimos siendo muy poca cosa porque nos vamos a morir. Por lo demás, tenemos una barrera que nunca podremos traspasar; barrera que nos impide llegar al conocimiento total. Nunca podremos entender qué es la gravedad, qué es eso que llamamos materia, que parece una palabra científica pero que en realidad es metafísica; cómo las neuronas del cerebro producen la mente, o la conciencia, o el alma, o como querramos llamarlos. Tenemos una inteligencia muy limitada. Y el pensamiento es cambiante, efímero. Cada dos, tres, cinco segundos, vamos cambiando; se mueve, es un pantano. La memoria es miserable: dentro de poquito no nos acordaremos de qué estuvimos hablando aquí. Si no tuvieras el grabador no podría repetir mis palabras. Aparte de que somos malos, no somos buenos en principio. No vemos, por ejemplo, el dolor de los animales, que pueden sentir y sufrir como nosotros. Seguimos acuchillando a las vacas en los mataderos, y seguimos reproduciendo a los perros para tirarlos a la calle.
¿Le teme a la muerte?
No. Me gustaría que fuera una muerte noble y no una muerte miserable. Además, siempre nos estamos muriendo de a poquito. Porque cuando uno envejece, se le muere la gente que quiere, los papás, los abuelos, los hermanos, los primos, los amigos, y se le mueren las calles de la infancia. Con cada muerto que ha tenido que ver con la vida de uno, uno también se va muriendo. Morirse, en realidad, es acabarse de morir.